Todo saber se encuentra vinculado a modos de existir concretos y merece la garantía de un desarrollo autónomo, sin sometimiento a poderes externos. Por tanto, la pregunta que nos debe interesar no es solamente “¿qué sabemos?”, sino “¿cómo vivimos?” y cómo lo hacemos colectivamente respetando la alteridad.
El diccionario de la Real Academia Española (RAE), una institución de simpatía monárquica que siempre “llega tarde” en su objetivo de fijar el sentido de una lengua viva, define la superstición como una “creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón”1, pero también como la “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”2. El propio diccionario ofrece como ejemplo de esta última definición la “superstición de la ciencia”3. Adicionalmente, como sinónimos de la primera definición ofrece los términos “chamanismo”, “totemismo”, “nahualismo” y “vudú”, mientras que respecto a la segunda definición sugiere los sinónimos “fetichismo” y “mitificación”.
Si bien las diferentes entradas del diccionario no representan en sentido estricto la riqueza de una lengua viva, sí expresan la historicidad de ciertas relaciones sociales condensadas y, entre estas, de ciertas relaciones de poder. Por ejemplo, la primera definición de superstición da cuenta de la continuidad histórica entre la exclusión de saberes considerados ajenos a la fe religiosa y la exclusión de los saberes considerados contrarios a la razón. Una fe religiosa específicamente cristiana y una razón particularmente europea, burguesa, heteropatriarcal y colonial.
Por supuesto, habrá quienes aseveren con vehemencia que la razón no se puede adjetivar, que es una sola y está al alcance de todo aquel que, con un poco de disciplina, se decida a utilizarla. Ese era parte del argumento esgrimido por René Descartes en su Discurso del método, publicado originalmente en 1637. La razón sería una y universal, como la fe cristiana. No obstante, también como la fe cristiana, ni la razón ni la lógica o la ciencia han sido nunca unívocas. Así como la fe cristiana rápidamente se multiplicó y creolizó, la razón europea hegemónica devino en una multiplicidad de racionalidades a veces incompatibles o contradictorias entre sí.
Asimismo, aludir a un supuesto método científico universal, basado en “la razón” y en la cándida contrastación empírica, es solo una demostración de lo que la RAE define como “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”4, es decir, una demostración de superstición científica. Esta superstición científica, como la creencia en una sola fe religiosa, ha subalternizado los saberes de los pueblos históricamente colonizados, pero también otros saberes con pretensiones científicas, especialmente los asociados a las ciencias políticas y sociales.
Se trata de una subalternización y exclusión histórica que algunas corrientes de las propias ciencias sociales han denominado “epistemicidio”5. De manera paralela al genocidio colonial, aconteció un “epistemicidio” del cual no nos terminamos de recuperar. Este nos hace comprender la pluralidad de saberes no europeos como meras supersticiones de pueblos que no han alcanzado la mayoría de edad. En suma, pueblos “no civilizados”, “no desarrollados” o “premodernos”, de acuerdo con la versión de la “historia universal” que la propia Europa construyó durante los siglos XVIII y XIX, y que Enrique Dussel, no sin algo de ironía, denominó “mito de la modernidad”6.
Este mito, por demás, ha sido constitutivo de la superstición científica positivista y neopositivista. Se encuentra presente tanto en el Discurso sobre el espíritu positivo de Auguste Comte como en La concepción científica del mundo, el famoso manifiesto del Círculo de Viena. El positivismo y el neopositivismo, ambos emparentados con lo que se conocía como “filosofía natural” antes de que las ciencias modernas se autonomizaran y escindieran de la filosofía, son corrientes filosóficas, pero a la vez narraciones míticas y literarias que nos cuentan la historia de la “visión correcta”7. En otros términos, la “visión correcta” es la historia dominante en las ciencias, las cuales no solo nos permiten conocer el mundo, sino que en dichos procesos producen sus propias narraciones, mitos y se valen de la imaginación.
La historia de la “visión correcta”, que a su vez fija y toma distancia continuamente, es decir, que no solo es “correcta” sino “erecta”, “penetrante” o “fálica”8, es una narración que nos pretende conducir de una visión nublada (cualitativa e interpretativa) a una clara y distinta (cuantitativa, basada en hipótesis falsables y reconstruida a través de experimentos controlados). Esta historia tiene una estética particular, la del realismo, y una política, la del orden y el progreso. Se trata de una narración que privilegia y contribuye a constituir unos modos de vida antes que otros, a saber, el del ciudadano aburguesado promedio. Afirmarlo suena hoy fantasioso o desmedido, ya que vivimos en medio de la superstición científica, pero para filósofos como Descartes era algo evidente.
Avalar supersticiosamente las narraciones de la “visión correcta” y su “mito de la modernidad” es solo un modo de ejercer violencia simbólica, la cual afecta a diferentes clases, grupos y formas de vida subalternizadas. Esta es la razón de que la primera definición de la RAE, que hemos cuestionado empleando no sin ironía la segunda, venga acompañada de sinónimos como “chamanismo” o “nahualismo”, que indudablemente se refieren a culturas indígenas enteras. No solo el saber, incluyendo los saberes autodenominados científicos, no se puede separar de la imaginación, los mitos o la narración, sino que este siempre se encuentra, quiérase o no, vinculado a modos de existir específicos.
Confrontar un saber es impugnar un modo de vivir. Todo intento de proyectar como superior o más avanzado un saber vinculado a una cultura es un modo de subalternizar otras, una expresión sutil de etnocentrismo. Es por ello también que no existe, en abstracto, una progresión histórica que, a manera de parámetro de comparación o fetiche, nos permita valorar y jerarquizar los diferentes saberes. Sin embargo, resulta cuando menos inquietante que quienes defienden la superstición científica no suscriban también este planteamiento, pues la que sería su propia tradición ha incorporado ideas de las que se concluyen planteamientos similares.
Por ejemplo, el neopositivista Círculo de Viena estuvo fuertemente influenciado por el trabajo inicial del filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein, cuya propuesta permitía descartar falsos problemas al distinguir entre proposiciones sin sentido y con sentido, y vincular estas últimas a la experiencia empírica. No obstante, la obra tardía del propio Wittgenstein toma distancia de una concepción instrumental del lenguaje y pasa a entenderlo como constitutivo de los modos de existir. Wittgenstein termina así acercándose en este punto a autores como Martin Heidegger o Michel Foucault, para quienes la práctica hegemónica de la ciencia moderna implica una forma de vivir. A su vez, al interior de esa misma tradición, autores como Thomas Kuhn plantean que la ciencia no funciona simplemente de manera progresiva y acumulativa, sino a través de rupturas paradigmáticas que a veces hacen inconmensurables los saberes entre sí.
De este recorrido no concluimos que todos los saberes sean inconmensurables y válidos. Afirmar que existen múltiples saberes, y que estos son constitutivos de formas de existir, equivale a entender que toda producción de saber está atravesada por relaciones de poder, que sus límites son borrosos y que comprometerse con unas historias antes que con otras es tomar partido por modos de vida enteros. Todo saber, incluyendo los saberes que se reconocen a sí mismos como científicos o que son así percibidos por una sociedad o ciertos grupos sociales, es susceptible de convertirse en superstición en el segundo sentido ofrecido por la RAE.
El problema no radica en mezclar la imaginación con la razón, o en la imposibilidad de distinguir la ciencia de la no-ciencia a partir de un supuesto método universal, sino en negar la historicidad, la relacionalidad y la vinculación con los asuntos mundanos de cualquier tipo de saber. La palabra superstición proviene del latín superstitio, que significa “estar por encima de”, de ahí que la RAE acierte cuando ofrece como sinónimo del segundo sentido de superstición la palabra “fetichismo”. Hay superstición o fetichismo cuando las abstracciones humanas se independizan al punto de que dejamos de reconocer su vinculación con la historia y las formas de vida concretas, y cuando incluso pasamos a ser gobernadas y gobernados por esas abstracciones.
La recuperación contemporánea de narraciones, historias, ciencias y demás saberes indígenas, afro, populares, femeninos, entre muchos otros, no significa un retorno a la “visión nublada” o un desconocimiento de la “visión correcta”, con toda la carga teológica que esas expresiones conllevan, sino la provincialización de una mirada que se ha erigido como absoluta. Empero, al tiempo, significa una crítica constante del fetichismo, incluyendo la superstición científica, tal como lo anticiparon, cada uno a su modo, Mijaíl Bakunin y Karl Marx.
Tampoco sin una buena dosis de ironía cabría pensar en la actualidad de una de las propuestas más osadas del descendiente más díscolo de la tradición neopositivista, el “anarquista epistemológico” Paul Feyerabend, quien sugirió la separación de la ciencia moderna hegemónica y el Estado, como en algún momento se reivindicó la separación entre Estado y religión. Pero esto no significa una privatización del conocimiento científico, sino todo lo contrario, la defensa estatal de la pluralidad de saberes como bienes comunes, incluyendo por supuesto los hoy considerados científicos. También significa reconocer que todo saber se encuentra vinculado a modos de existir concretos y que merece la garantía de un desarrollo autónomo, sin sometimiento a poderes externos. En última instancia, la pregunta que nos debe interesar no es solamente “¿qué sabemos?”, sino “¿cómo vivimos?” y cómo lo hacemos colectivamente respetando la alteridad.
1 Real Academia Española (RAE). (2024). Superstición. En Diccionario de la lengua española. Recuperado de https://dle.rae.es/superstici%C3%B3n
2 Ibídem.
3 Ibídem.
4 Ibídem.
5 Sousa Santos, B. (2009). Una epistemología del sur. La reinvención del conocimiento y la emancipación. México: Siglo XXI.
6 Dussel, E. (1992). 1492: El encubrimiento del otro. El origen del mito de la modernidad. Bogotá: Antropos.
7 Haraway, D. (2022). Visiones primates. Género, raza y naturaleza en la ciencia moderna. Buenos Aires: Hekht libros.
8 Irigaray, L. (2009). Ese sexo que no es uno. Madrid: Akal.
* Doctor en filosofía y docente de ciencia política de la Universidad Nacional de Colombia.
Suscríbase

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=susc
Leave a Reply