Hoy…, hace 160 años

Para efectos del análisis de la coyuntura no todos los hechos presentes son su objeto, sino que se tienen en cuenta todos aquellos que el analista considera significativos, es decir, que son permanentes, trascendentes y consecuentes. Esa consideración nos permite realizar análisis comparados de la coyuntura entre situaciones del pasado y similares del presente, para guía del pensar, el hacer y el trascender y/o prospectar político; ejercicio común entre los estadistas. Igual, para darnos cuenta de las diferencias de valoración de la opinión pública en el momento que suceden los hechos y sus actores que, una vez transcurridos, cuando se han convertido en historia, muchas veces transforma en memorables hechos y actores que fueron miserables y viceversa.

El 6 de noviembre de 1860, el hoy célebre Abraham Lincoln –miembro del Partido Republicano, recién fundado (1855)–, fue elegido como el décimo sexto presidente de los Estados Unidos, reemplazando a James Buchanan (1857-1861) –del Partido Demócrata–. Buchanan, se considera un presidente mediocre, entre otras, por su incapacidad para impedir la guerra civil entre los esclavistas de los estados del sur y los antiesclavistas de los del norte, conflicto que le heredó a Lincoln, quien para entonces contaba con cincuenta y dos años de edad, casado y con tres hijos. 

La prensa de entonces señalaba que “Ni siquiera su elocuencia, reconocida ya por todos, bastará para calmar las pasiones que su elección ha desencadenado”, señalando el novel presidente que “con ayuda de Dios, no fracasaré”, en medio de un país que se encontraba en pleno caos político. Mientras, la señora Lincoln ha ido otra vez a Nueva York, de compras, y se rumorea que Lincoln está preocupado por el efecto de esta afición de su esposa Mary Todd, quien, además, caía muy mal en los círculos sociales de la capital, que la llamaban “negra republicana”*.

Durante la campaña, periódicos como el Mercury de Charleston (Carolina del sur) difundía que Lincoln “provocará la secesión”, “pues su victoria sería la pérdida de la libertad, la propiedad, el hogar, la patria y todo cuanto merece la pena poseer”. Otro medio proclamaba que “resistir al mal es el derecho innato de todo ciudadano de la Unión federal”. En fin, los grandes periódicos de Nueva York, los de Greeley y Gordon Bennett, (Herald) no mostraban ninguna simpatía por Lincoln.

Días antes de su elección, en la ciudad de Montgomery (Alabama), los estados de: Mississippi, Florida, Alabama, Georgia, Louisiana y Texas formaban los Estados Confederados de América y elegían como presidente a Jefferson Davies; consideraban que la Constitución reconocía el derecho de separase, lo que Lincoln negaba pues en su criterio la Constitución no lo avalaba y, además, que la Unión tenía carácter permanente e inquebrantable. Una situación gatillada por el gobierno de su antecesor que había permitido, que la Confederación se apoderara de las propiedades, bienes y fondos federales dentro de su territorio; en donde incluso, “miembros del mismo habían tomado parte en las decisiones del Sur, sin dimitir. Es decir, que conspiraban desde el gobierno contra el mismo gobierno”. En un ambiente en donde, señala un corresponsal, “que creía haberlo leído todo sobre la esclavitud, se encontró en Richmond (Virginia) con la sorpresa de que no pocos de esos negros libres tienen esclavos […] y que detestan al señor Lincoln”. […]. La situación actual de los Estados Unidos permite vislumbrar lo peor y lo mejor del alma humana”.

Las simpatías son dispares. Una vez elegido, un grupo de trabajadores de Pensilvania le mandaron un hacha, en recuerdo de sus tiempos de leñador. La prensa europea se muestra poco favorable a su victoria, señalando el Times de Londres que “no podrá hacer nada en favor de los esclavos”. “Los días de vacas flacas tan temidos por nuestros padres han llegado”, anunciaba el Dallas Herald de Texas.

Relata la historia que cuando Lincoln arriba a la capital Washington, para la toma de posesión, no hubo recepción ni ceremonia alguna; la prensa tomaría en broma su solitaria llegada y no cree lo del complot para asesinarlo; hay incluso medios que reproducen párrafos de los que en el sur se dedican al nuevo presidente, al que tanto las damas de Richmond como las de Nueva York llaman “gorila” y “macaco”. Washington es una ciudad sureña, cuyos habitantes simpatizan no con los republicanos, sino con el sur, que ven más como su presidente a Jefferson Davis que a Lincoln. Como parte de sus nuevas funciones, el ahora Presidente habita por primera vez en su vida en una ciudad sureña, “esclava” viéndose obligado a ver desfilar por las noches a grupos que corean las consignas de la Confederación. “Debe sentirse como en tierra enemiga”. Ni siquiera puede confiar en los funcionarios, casi todos nombrados por los demócratas que le antecedieron, que simpatizan en masa con el sur. No sobra señalar que ante el advenimiento de republicanos, las amas de casa “prefieren privarse de unos dólares a tener bajo su techo a un odiado republicano”.

La conformación de su gabinete avanzaba en un ambiente en el que se consideraba que Lincoln había sido electo sin poder, y que si algo pudiera hacer crearía nuevos problemas. Conformación de gabinete en el que, como en todo nuevo gobierno, han de estar representadas todas las facciones de su partido, como los que contendieron con él por la candidatura; además de tenerse en cuenta que es la primera vez que los republicanos llegan al poder y también por la gran diversidad de tendencias en el mismo partido, que abarcaban desde abolicionistas rabiosos hasta moderados dispuestos a realizar concesiones a los amos de esclavos. Esa conformación del gabinete lo llevó a la exasperación al punto de exclamar que prefería trabajar con “demócratas conocidos que con republicanos por conocer”; al igual que muchos de sus amigos defraudados porque no les dio cargo alguno.

Iniciada su gestión, “pondrá el acento en la necesidad de que el pueblo le ayude, como si sintiera que los políticos no lo harán, insistiendo siempre ‘en que para resolver la cuestión no debía recurrirse a la violencia, a la guerra, de la que la gente habla cada día más’”. Se encontraba en medio de un dilema difícil de resolver en un escenario en el que las cosas están a punto de estallar. “Si Lincoln quiere apaciguar al Sur, el Norte se rebela, si quiere satisfacer al Norte (y sin duda a sus propias convicciones) el Sur atacará”. Además, las arcas del tesoro estaban vacías pues los funcionarios del Tesoro, que eran sureños, en las últimas semanas del gobierno de Buchanan habían enviado al Sur el dinero del que disponían, privando de ellos al nuevo gobierno. De otra parte, no cuenta en el exterior con aliados, así, la reina Victoria de Gran Bretaña ha reconocido a la Confederación de los estados del Sur como beligerante; además, seguirá comprando el algodón, producido por esclavos, con el cual el Sur puede financiar el conflicto. En el mismo país parece hallarse aislado y, de contera, en su mismo partido republicano hay desilusión por la moderación del Presidente. Hombre, además, reconocido por ser muy escrupuloso con del dinero, y que no quiere que su gobierno sea tachado de corrupto, pese a lo cual se ve denunciado por corrupción, alrededor de compra uniformes para los soldados. 

En este marco político y social, el 13 de abril de 1861, la toma del fuerte Sumter por parte de los confederados, da inicio al conflicto propiamente dicho. En su momento el Norte cuenta con 23 estados habitado por 23 millones de personas, y el Sur con 11, habitado por 5 millones, sin contar les esclavos. En el Norte hay más vías férreas que en el Sur, además, cuenta con los bancos más poderosos. Militarmente los del Sur disponen de un ejército entrenado y disciplinado, que no tiene el Norte en donde había pocos soldados y oficiales. Al respecto, un periódico francés ilustra que el Sur tiene equipados a 40.000 hombres, mientras que el general Winfield Scott solo dispone de 633. Lincoln le apuesta, de una parte, al servicio voluntario –pues no está contemplado el servicio militar obligatorio–, teniendo éxito; y le pide al general Robert E. Lee. un militar de experiencia, para que asumiera la conducción de la contienda, quien le dijo que, si bien era partidario de mantener la Unión, se negaba a luchar contra los sureños, y, quien, finalmente, terminó siendo su comandante general y derrotado en la guerra. Será Ulyses S. Grant quien lo acompañe, “tan poco militar que la gente dice que, precisamente por serlo poco, pudo ganar la guerra”. 

Después de cuatro años de conflicto y cerca de medio millón de muertos, la guerra termina el 9 de abril de 1865, tres días después de la caída de Richmond, capital de la Confederación, cuando se rinde el jefe supremo de los ejércitos del sur General Robert E. Lee. Seis días después, el 15 de abril de 1865, Abraham Lincoln murió de un disparo cuando asistía al teatro Ford, a pocos metros de la Casa Blanca, a la representación de la comedia; “Nuestro primo de América”.

Tras diez años de sonar los disparos que acabaron con su existencia, no existía todavía monumentos que le recordaran, pero sus retratos se encuentraban en muchos hogares y no había cabaña en el oeste en que no se viera una borrosa litografía de “papá Abraham”.  

* Alba, V. (1989). Memoria de la historia Lincoln. Barcelona. Planeta, pp. 72 -127

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Autor/a: Luis Humberto Hernández
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