Traspasar la puerta

“Ante la Ley hay un guardián. Hasta ese guardián llega un hombre del campo y le pide ser admitido en la Ley”. Así empieza el famoso relato ”Ante la ley”, de Franz Kafka1, publicado por primera vez en 1915, hace 110 años, en el semanario judío independiente Selbstwehr y que luego fue publicado en libro en 1919 como parte de la colección de relatos del libro Un médico rural.

El personaje dedica toda su vida que se consume en este relato de dos páginas, persiguiendo su meta de entrar en la Ley. Estanislao Zuleta nos recuerda que el problema fundamental de nuestra vida no es si logramos lo que nos hemos propuesto, sino la clase de cosas que terminamos deseando. Afirma: “Puede decirse que nuestro problema no consiste sólo ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal”2. El hecho de hablar de deseos personales no quiere decir que nuestros deseos no sean también debidamente incitados por los demás, a través de la educación, a través de la clase social y a través de los medios de comunicación. ¿Cuánto de lo que deseamos en la vida y a lo que le dedicamos gran parte de nuestros años no fue incitado por los demás y por móviles de aprendizaje social como la televisión?

Este relato emblemático de la narrativa de Kafka, es el drama de un hombre que quiere traspasar una puerta. Ha hecho un gran viaje hasta llegar y se encuentra con un guardián que no esperaba y que le hará postergar la satisfacción de su deseo, hasta muchos años y hasta el día que se le ocurre su pregunta fundamental. Atendamos a Joseph Campbell, nos recuerda3: “La persona común está no sólo contenta sino orgullosa de permanecer dentro de los límites indicados y las creencias populares constituyen la razón de temer tanto el primer paso dentro de lo inexplorado”. 

Cada ser humano está llamado a recorrer su propio laberinto, que es su aventura del héroe ante ese camino y esa meta que cada cual debe descubrir, ojalá temprano en su vida. En definitiva, es la discusión sobre el destino humano, pero el destino, no como algo necesariamente programado, sino como la gran aventura que cada ser tiene la oportunidad de descubrir y de recorrer, aprendiendo a escuchar las voces de su llamado y reconociendo los rastros que pueden llegar a guiar su andar. La selva oscura que presentimos en la infancia, como el mar, no aparenta tener senderos. Sin embargo, si no avanzamos alocadamente escuchando las voces de la naturaleza, escuchando consejo sabio, como al propio corazón –como siempre ha sucedido al ser humano–, se encontrarán esos senderos secretos, como los marinos expertos encuentran en el mar las rutas para dar la vuelta al mundo y regresar.

El obstáculo que es otro guardián en la entrada del sendero del campesino en el relato, es la desesperación. El campesino que pretende, sin ninguna preparación, traspasar la puerta de la Ley, se desespera ante la negativa y la postergación indefinida con que lo amenaza el guardián de la puerta, que de todas maneras permanece abierta. La amenaza del poder del guardián empequeñece al campesino y su desesperación le nubla la mente. Ese guardián en la puerta que lo amenaza es el clásico “guardián del umbral” en la aventura mítica del héroe, característica de la condición humana y que le sirve a Kafka para escenificar la “infinita y minuciosa postergación” del deseo, tan característica de sus relatos, como lo subrayan Borges, Ocampo y Bioy4.

Inevitable asociar el deseo de entrar en la Ley como ser admitido en el estatuto de la Ley de Dios, con un número de puertas indefinido y cada puerta con su guardián de umbral, cada uno más fuerte y amenazador. ¿Qué recurso le queda al campesino que le han enseñado siempre a desear ser admitido en la Ley? ¿Qué recurso le queda al ser humano que ha sido enseñado siempre a desear ser admitido en la Ley? Esa puerta sólo estaba destinada al campesino. La pregunta fundamental que se le ocurre al campesino y se la formula a su guardián de umbral es: “Todos aspiran a entrar en la Ley, dice el hombre, ¿cómo es que en tantos años (porque en dos páginas han pasado muchos años de espera para el hombre) nadie más que yo ha solicitado entrar?”.

¿Qué hubiera pasado si el campesino, sin reparar en el guardián, hubiera entrado y hubiera seguido caminando? No lo sabemos. ¿Qué podemos saber de este lado de esa puerta? Que podemos llegar acompañados. El campesino llega solo porque sólo ha pensado en sí mismo, sin que exista nadie más para su decisión; ha llegado solo para satisfacer su deseo personal sin pensar que proviene del mundo y que no sólo él pretende entrar en la Ley. Por otro lado, si llegar a la puerta de la Ley implica un largo viaje, para nada ha pensado en el largo viaje interior para esclarecer por qué es importante entrar en la Ley. No es lo mismo que te entrenen para desear una meta como absoluta y te lances a cruzar la línea de ingreso, y otra cosa muy diferente es que te entrenen a desear una meta y emplees el tiempo y tu viaje interior para comprender el sentido de la meta y la experiencia del significado de estar vivo, más allá de cualquier entrenamiento para desear una meta prefabricada.

Kafka es autor de parábolas de personajes que no traspasan la puerta de la Ley que les han enseñado e impuesto a desear. Joseph K es acusado en su novela El Proceso por una falta que nunca se dice cuál fue y la policía le deja ir a sus actividades normales y diarias y Joseph K nunca piensa en escapar ya que puede desplazarse a su voluntad, no traspasa ninguna puerta. Gregorio Samsa en La metamorfosis no ama su trabajo de vendedor ambulante, mortificado por poder sostener a su familia, sólo ama enmarcar curiosamente imágenes, pero nunca traspasa ninguna puerta a su realización, hasta convertirse en un monstruoso insecto ante sí mismo y ante la mirada aterrada de los que lo rodean. Kafka es un autor de los desheredados, habitantes de lo que Elías Canetti, valioso estudioso de la obra de Kafka, llamó la “provincia del hombre”. La obra de Kafka es una sublime advertencia sobre no poder traspasar la última puerta deseada.

Esa puerta a la Ley con ese guardián de umbral, estaba hecha únicamente para ese campesino. Durante muchos años que transcurren sigilosamente en dos páginas, nadie pretendió entrar por esa puerta y el guardián se lo corrobora al campesino: “[…] esta entrada solo estaba destinada a ti. Ahora me iré y la cerraré”. El campesino moribundo es el personaje absolutamente solo ante la puerta que deseó traspasar toda su vida y ahora está cerrada para siempre, como el señor K ante el castillo de otra de las novelas de nuestro autor, de análogo título –El castillo– al cual nunca ingresa y que no logra habitar. Es el personaje de ese trapecista muy joven y muy hábil que sólo sirve a los intereses de su patrón y vive todo el día en el aire entrenando, lejos de todo el mundo y nunca se integra al resto del grupo o de sus vecinos, en el cuento de Franz Kafka titulado Primer sufrimiento5 que pertenece al libro publicado en 1924 titulado Un artista del hambre.

Drama trágico entre las dos fuerzas: lo que los personajes aprendieron a desear en su época y eso a lo que tienen oportunidad creativa, antes de estrellarse contra la última puerta detrás de la que ya no hay oportunidad de saber qué ocurre. Es el drama del campesino, el drama del trapecista, el drama de Joseph K, el drama del señor K, el drama de Gregorio Samsa, quizá como el drama de Franz Kafka en su propia vida, que nunca fue convincentemente judío –proviniendo de familia judía confesa–, ni completamente checo –a pesar de nacer y vivir en Praga-, ni decididamente alemán –a pesar de haber escrito su obra en alemán–. Sin embargo, y más allá de toda circunstancia, fue el escritor único que nada le impidió ser, que logró capturar como nadie, en el siglo que habitó, con la mayor naturalidad, el absurdo en el más desplegado realismo, una estética literaria única, capaz de revelarnos un espectro de la misma realidad que de otra forma no veríamos a pesar de contener la faceta y los matices del absurdo mismo que hemos creado en la cotidianidad. 

El tipo de relato de Kafka es una parábola, que como toda ficción de calidad, es un espejo de alguna de nuestras expectativas fundamentales. Kafka siempre quiso escribir sobre estas expectativas y Ante la ley es un relato emblemático de ese motivo profundo y constante. Hemos mantenido, incluso con más interés que la vivencia material de la vida misma que sí podemos discernir, la expectativa por esa última puerta que nos permita, en términos de este relato, entrar en la Ley. Lo que tenemos verificable es todo lo que hay de esa supuesta puerta para acá, en la existencia, en las relaciones sociales que sí podemos describir y analizar, en las posibilidades de los tipos de sociedad tan diferentes, tanto como queramos organizarlas, de lo cual la historia de la humanidad es una demostración de esas múltiples posibilidades de vida aquí y ahora. En resumidas cuentas, eso es lo que tenemos y descuidamos dolorosamente por la expectativa y deseo de otras metas no verificables.

Sin duda, está en juego una concepción del sentido mismo de estar vivo. Encarnamos en el mundo para aprender a desear traspasar esa última puerta de comprensión, la misma que las instituciones se encargan todos los días de hacernos creer, preferiblemente a través de los medios de comunicación; o encarnamos en la vida para asumir la oportunidad no programable de estar vivos, de descubrir un camino propio, que es una gran aventura de la propia existencia, y de cobrar lo más grave de nuestra condición humana sobre la base del conocimiento posible, de la razón verificadora y de la imaginación abierta para crear cada época histórica posible. Kafka era consciente que a la mayoría siempre les han cerrado, una y más veces las puertas de la segunda opción, y sólo les han dejado abierto el camino improbable de la última puerta, con guardián de umbral incluido, y hasta como relato para leer literal como ley incuestionable, ni siquiera con oportunidad de una lectura debidamente metafórica y connotativa, de la ficción.

Todos los que vivimos, que venimos de la provincia del hombre, traemos un equipaje que es necesario desempacar en nuestro hábitat, nuestro derecho es tener la oportunidad de educar nuestras posibilidades, no para que obedezcan un entrenamiento sino para desplegar sus potencialidades. 

El verdadero científico filósofo, como el verdadero artista, es ese ser humano que no traga entero, que mastica y saborea la existencia, hasta conocer a plenitud lo que enfrenta, y cómo lo enfrenta, para asumirlo, para superarlo, para trasgredirlo. Ser humano que nunca permitió que lo desviaran de su propio laberinto, de la aventura del héroe ser humano, para quien ante todo la Ley es el mundo aquí y ahora que se puede describir y puede transformarse con la pasión de crear su propia biografía.  

1 Tomamos la versión del relato Ante la ley, de: Kafka, Franz, Ante la ley. Escritos publicados en vida; como parte de la compilación de relatos de Un médico rural, Random House Mondadori SA; DeBolsillo, Barcelona, 2005, pp. 181-182.

2 Zuleta, Estanislao, Elogio de la dificultad; en: Elogio de la dificultad y otros ensayos, Hombre Nuevo Editores, Fundación Estanislao Zuleta, Medellín; 2009; p. 13.

3 Campbell, Joseph, El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito, Fondo de Cultura Económica; México, 1997, p. 77.

4 Borges, Jorge Luis; en: Borges, J.L. & Bioy C., A. & Ocampo, S.; Antología de la literatura fantástica, Editorial Hermes SA; México, 1996, p. 224.

5 Kafka, Franz; Primer sufrimiento, en: Un artista del hambre, en: Kafka, Franz, Ante la ley. Escritos publicados en vida, Random House Mondadori SA; DeBolsillo; Barcelona, 2005, pp. 223-226. 

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Información adicional

Autor/a: Ricardo Méndez Morales
País: Colombia
Región: Latinoamérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº322, marzo 20 - abril 20 de 2025

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