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Fogonazo y memoria del paro

Fogonazo y memoria del paro

Una radiografía del Paro Nacional Agrario enseña que el Estado no renuncia a la violencia como método para dirimir los conflictos sociales: 338 heridos, 15 muertos y cientos de detenidos.

Desde el 19 de agosto y hasta el 6 de septiembre, el país sufrió un terremoto social. Desde Boyacá –como una segunda Campaña Admirable– se escuchó el grito que fue llamamiento, con el que la nación toda, en especial las grandes ciudades, sintieron el remezón del país agrario, que se hacía escuchar de nuevo con su acento en la acción. Aunque el vozarrón provenía desde el Pantano de Vargas la fuerza motora tomaba fuerza más allá, en los departamentos de Nariño, Valle del Cauca, Putumayo, Arauca, Risaralda, Santander y Caquetá.

 

Inicialmente, 7 departamentos prendieron la chispa; fueron suficientes otros 3 días para que se sumaron otros 12 departamentos. El paro nacional agrario sí existía, las acciones espontánea de miles de campesinos tenedores de tierra, de aquellos que –No piden dinero sino políticas agropecuarias–, desataron una feroz respuesta del gobierno, que son su tradicional proceder habilitó, primero, la violencia, segundo la macartización y, por último, la instalación de mesas de concertación. Un libreto, en síntesis, tan reiterado y gastado como el de las telenovelas mexicanas.

 

 

La violencia

 

Por primera vez el país nacional se conmovía ante la evidencia de la generalizada violencia oficial, operativizada por la mal llamada –Fuerza Pública– –Policía–, secundada por el Ejército. El Coronel Rafael Alberto Méndez, se convirtió en la pieza clave de una asonada de represión en la cual el Esmad funcionó como vanguardia. La imagen de 19 departamentos bloqueados, incluidas las principales carreteras de la red vial nacional: la Panamericana, las troncal del Oriente y del Magdalena Medio, la vía Bogotá Girardot, Bogotá Tunja, además de aquellas barricadas que cerraban territorios en la capital de la república, reprodujo en el poder, en lo fundamental al interior del militarismo, la idea de que el régimen estaba en peligro. De esta manera se habilito a la “Fuerza Pública” para los desmanes en protección de la gobernabilidad y como salvaguarda de su fuerza, ahora puesta en duda no solo por el uribismo sino también por los movimientos sociales.

 

Trágico balance

 

Un muerto en Rionegro-Antioquia, 2 en el alto El Moral-Boyacá, uno a la altura de la carretera Buga-Tulua en la Panamericana y uno en Fusagasuga, permiten apreciar la intensidad y el escenario como desde la institucionalidad decidieron definir la confrontación que se acumulada en las goteras de Bogotá, Medellín y Cali. Corrieron, así, un riesgo que les salió costoso: alzar la intensidad de una confrontación de gases, balas de goma y armamento contra piedras, lo que desató los bafles de resonancia en todo el país. Colombia se había acostumbrado a las protestas periféricas, bloqueos en regiones aisladas, donde el poder de fuego y los mecanismos para ocultar el conflicto eran mucho mayores. Pero la confrontación en las fronteras de las capitales, sobre todo Bogotá, produjo un efecto sin par sobre los colombianos: la represión fue entonces visible, la represión televisada, presionada por miles de videos en youtube, transitados en facebook y twitter, con la imagen de golpes sobre hombres y mujeres enrruanados por miembros del Esmad, los mismos que rompen frágiles casas campesinas desató, en vez de miedo, indignación agraria y rural.

 

Al cerco social a las ciudades se sumó la rebelión habitual, pero ahora exacerbada de las periferias. Allí los enemigos de la vida no solo portaron uniforme negro, fue cristalizado su desespero. La Policía Nacional en su conjunto, patrullero a patrullero convertidos en antidisturbios. Leyva y San Lorenzo-Nariño, Mercaderes-Cauca y el Espinal-Tolima, recibieron su cuota de muerte ante el ceño fruncido del general Rodolfo Palomino, estrenado como ministro de guerra de facto.

 

Más de 331 heridos de gravedad en la jornada de paro nacional agrario, esa es la escandalosa cifra de quienes no pasan por la crónica roja de la prensa. No solo fue el país rural el afectado por la violencia, también la sufrieron los sectores urbanos en Tunja, Bogotá, Medellín, Villavicencio, Cali, Manizales y 12 ciudades más. En ellas se multiplicaron los tropeles y cacerolas, hasta el punto síntesis del 29 de agosto, cuando el país pareció colapsar por la sumatoria de reclamos y la integración de las iras.

 

La negociación

 

Desde luego, la contradicción entre los sectores organizados agrarios y populares se dejó ver rápidamente, a pesar de que muchos de ellos compartían puesto en la Mesa de Interlocución y Acuerdo –MIA. El pliego que salió a la opinión pública expresaba 6 puntos, con más de 20 subnumerales, que no cobijaban del todo la potente movilización agraria. Desde luego, el actor nacional reivindicativo no fue más que un formalismo, destrozado por las reivindicaciones locales y particulares de numerosas comunidades agrarias que terminaron por sumarse al paro.

 

Con este panorama ante sí, Santos proyecto ante sí este escenario: dilatar lo que más se pudiera el proceso de negociación, abrir la mesa con la Dignidad Papera –expresión mayoritaria en Boyacá, Cundinamarca y Nariño-, y prolongar la represión en otros departamentos, para al final abrir mesas en algunos de ellos, como en el Cauca y Putumayo como epílogo de su –gran pacto agrario– que se cae por el peso de la ausencia de lo popular.

 

La negociación, compleja y diversificada, no se proyectó para subsanar la crisis agraria del país sino para darle un desplazamiento en el tiempo. Las iras espontáneas en las negociaciones no fueron más que ruido de fondo, se negoció muy por debajo de los pliegos y las necesidades. El resultado final: una clara incapacidad para levantar un proyecto nacional que quiebre a la burguesía o muestre su real catadura, sin duda, antinacional.

 

Así las cosas, no hay duda, es el momento de plantear el debate alrededor de la debilidad de la soberanía alimentaria nacional, expresada en la inexistencia de un proyecto agrario de la patria, que evidencie el problema de la tierra no reclamado directamente en el paro nacional pero que sí es el corazón de la cuestión agraria en Colombia.

 

 

Información adicional

Autor/a: Equipo desde abajo
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