De haber ganado Rodolfo…, y pudo suceder…

Tras el primer año del “gobierno del cambio”, hay muchas maneras de acercar la lupa y detallar lo vivido, en sus logros, enseñanzas y retos aún por encarar y concretar. Una de ellas es desde la óptica de los movimientos sociales, factor fundamental para un cambio real y de largo aliento, y cuya forma de actuar a lo largo de este primer año de gobierno y legislación, encabezado por la coalición política Pacto Histórico, extiende una sombra sobre el presente y especialmente sobre el futuro del activismo social.

En efecto, su autonomía, un signo fundamental de estos movimientos, y de la condición de salto de la reivindicación popular, ha sido arriada, rebajada tras el afán de apoyar al Gobierno de manera acrítica, bajo el argumento de que cuestionarlo ayuda a la derecha en su campaña antigubernamental. Este argumento descarta u olvida que la controversia y el apoyo crítico son el mejor refuerzo para una administración que llega por primera vez al Palacio de Nariño, y que habla de la necesidad de un cambio o disrupción en el modelo económico, social y ambiental, hasta ahora conocido, vivido y padecido por quienes  habitan en Colombia. Es un cambio con interrogante y pausa en lo político–administrativo, lo cultural y lo militar, además de otros aspectos.

Este comportamiento deficiente y con manchas ha estado presente desde el primer día de gobierno y hasta ahora –que de seguro se prolongará–, en el cual les debe corresponder a los actores sociales proceder a la luz de sus programas. No hacerlo así les quita autoridad moral, política y ética para oponerse a medidas, por ejemplo, económicas y similares que tome un próximo gobierno no progresista.

Es una relación entre programas particulares y gobierno de turno que debiera marcar las marchas de apoyo al gobierno, que en realidad han de serlo de apoyo a su paquete reformista, no necesariamente –de forma incondicional– a toda su gestión, por cuanto, con aspectos de ella, hay claras diferenciaciones en prioridades, contenidos, tiempos para realizarlas, alcances, actores para procesarlas e impulsarlas, y alianzas por propiciar, etcétera.

Se trata de un menoscabado proceder político que contrasta con una necesidad de cohesión, salto, proyecto y ambición inherentes a la reivindicación popular, insuficiencia que, para criticarla y superarla, demanda tener en mente cuáles son los instrumentos necesarios y útiles para ensanchar la acción de “memoria, orgánica, cultural, de autogestión”, en la esperanza por cambios de fondo.

A este respecto, no basta con proferir el “apoyo al Gobierno”; tampoco es suficiente dar por hecha una ventaja en la correlación de fuerzas, y menos ignorar las diferencias entre la inicial “fuerza emotiva” (electoral), ahora en declive, y el avance y la consolidación de una “fuerza decisoria”, cautivante, para gobernar.

Así las cosas, y una vez dado el resultado en la elección presidencial, cortarle el paso a un distanciamiento con las mayorías del país requiere y demanda:

     a) Un liderazgo con visión de foto aérea y página completa –no de sobrevivencia personalista− para rectificar y variar el rumbo, en tanto nadie hace una obra solamente dando órdenes. b) Hacer sincero el reconocimiento, los acercamientos y la lenta acomodación de las piezas de una “alianza social” y ciudadana, en cuyo seno se teja y se maneje una visión común de los alcances de la próxima coyuntura; a la vez, tendiente a reponer la disponibilidad emotiva del comienzo, de sectores populares, y la suma militante del apoyo. c) Hace falta que los responsables en el Ejecutivo desarrollen una amplia campaña educativa y de politización: un ejercicio que vaya dirigido a explicar en todos sus finos matices el porqué de las reformas propuestas en el Congreso, y la imperiosa necesidad de otro modelo social y económico como condición irrenunciable para avanzar en justicia, equidad social y democracia directa, participativa, radical. Una campaña como condición irrenunciable para la disputa ideológica, política y cultural sin la cual la participación y la actuación decisiva de las mayorías será imposible.

Se impone, de este modo, aclarar que la realización del programa de tal o cual sector social trasciende a un gobierno que reivindica la necesidad de profundizar el capitalismo. Lo traspasa en la medida en que el cuerpo de lo pretendido, por ejemplo, en el campo de lo agrario, lo ambiental o lo económico, va más allá del actual sistema productivo y sus relaciones sociales de producción, pero que, aun así, lo modernicen. Es una insoslayable diferenciación entre la calle y los poderes, que es necesario encarar con más decisión y claridad.

Una amplia e intensa campaña de politización no puede pasar por alto una realidad que día a día toma mayor fuerza, y con ella una pregunta: ¿Por qué las mayorías, que se beneficiarían del paquete reformista en curso en el Congreso de la República, no han salido en forma activa y gruesa a defenderlo? ¿Cómo superar el dominio cultural e ideológico, sembrado y profundizado por décadas de predominio neoliberal, y el individualismo que acentuó, a la par de la atomización social que motivó –sálvese quien pueda–. una pasividad que implica, incluso, a sectores que se supondría politizados, como los trabajadores ilustrados –ingenieros, técnicos de diversas ramas y otros, e incluso docentes universitarios–, entre quienes se alcanza a escuchar, por ejemplo, que “las EPS tienen cosas buenas y no es necesario acabarlas”.

En estas circunstancias, se debe ampliar este esfuerzo con énfasis específico, incluso a la dirección y la militancia del Pacto Histórico, que ha dejado ver su debilidad ideológica y su incomprensión técnica de cada una de las variables de la economía del país –lo que implica no tener claridades en cuanto a los costos de cada uno de sus planes ni en la manera de reunir los recursos para hacerlos realidad. Esa debilidad se extiende incluso a su bancada parlamentaria, que también muestra debilidades en su coordinación, en claridad conceptual y política ante el reto que está liderando, el que a ratos pareciera reducirse a un asunto electoral, perdiendo el sentido de la lucha en curso que, como lo enseñanza la experiencia internacional, es mucho más que votos: es cotidiana e implica a toda la sociedad en todos sus matices.

Diferencias

Corresponde que hoy, ante el transcurso de esta experiencia del Pacto Histórico, nos preguntemos:

–  ¿Cómo estarían actuando los movimientos sociales de haber sido elegido el ingeniero y acusado de usura y corrupción Rodolfo Hernández como primer mandatario del país, y de implementar –como le correspondía, pues la política macroeconómica va más allá de los matices ideológicos y políticos de gobiernos que no rompen con la agenda global– el incremento en los precios de la gasolina, tras el imparable aumento de la deuda pública, ocasionado por el Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles creado en 1998?

–  ¿Cómo actuarían ante las reiteradas visitas al país de altos oficiales del ejército gringo en procura de acuerdos, como la instalación de una base en la isla–parque natural Gorgona, para hacerle supuesto seguimiento al transporte de narcóticos?

–  ¿Qué estarían diciendo estos sectores ante el respeto de la regla fiscal –como lo hace el actual gobierno–, y la insuficiente inversión social aprobada y ejecutada hasta ahora?

–  ¿Cuál sería su decir y su actuar ante una reforma tributaria que no grabara a los ricos de manera justa y sí gravara el consumo popular, como sucedió con la reforma aprobada por la actual administración?

–  ¿Cuál sería su voz ante el persistente asesinato de líderes sociales y de las violencias y masacres a granel que padece el país? La respuesta no deja dudas: estarían en la calle el bloqueo y la denuncia permanente al gobierno como aliado de los Estados Unidos y entregado a los organismos multilaterales.

Ante esta disyuntiva que estuvo en juego, y en la perspectiva de una radicalización de las luchas sociales que estaban en curso, y, a la luz de este primer año de gobierno progresista, en el que el presidente Gustavo Petro enfatiza que “no basta con ganar en las urnas [pues] el cambio social implica una lucha permanente, y la lucha permanente se da con un pueblo movilizado”, una clara alusión a la necesidad de no dejar de lado la utopía por otra sociedad necesaria y posible. Toca preguntar entonces: ¿Lo más favorable para el conjunto social reposaba en el triunfo de Petro o en el de Hernández? 

Suscríbase

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=susc

Información adicional

Año 1, Gobierno del cambio
Autor/a: Equipo desdeabajo
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°304, 18 de julio-18 de agosto de 2023

Leave a Reply

Your email address will not be published.