Foto tomada de: https://flic.kr/p/AFce5U

Los llamados a transiciones siguen presentes en las reflexiones y los debates colombianos. No son pocas las voces, especialmente desde el gobierno, que sostienen que se están dando pasos que describen como una ambiciosa transición. Algunos la presentan enfocadas en la energía, otros como minero energéticas, e incluso, los más entusiastas como alternativas a las explotaciones mineras y petroleras o las estrategias de desarrollo convencional. Distintos actores desde la sociedad civil o desde el mundo académico, insisten en esos mensajes e incluso afirman que el gobierno Petro sería un ejemplo a nivel mundial en esa materia.

A tono con ese entusiasmo, desde las trincheras opuestas se agolpan advertencias y denuncias contra cualquier cambio rechazando las transiciones, considerándolas un despropósito que pondría en peligro, por ejemplo, los dineros que se asume brindan las exportaciones minera o petrolera. Incluso están allí los más fundamentalistas que resisten incluso la mera insinuación de una alternativa que ponga en cuestión el papel de las corporaciones o los agronegocios.

Estos últimos son los voceros de una organización del desarrollo que ha predominado por décadas en Colombia, recostada en órdenes económicos y políticos muy conservadores. Bajo ese contexto no puede sorprender que cualquier cambio más allá de esos desarrollos convencionales represente una brisa que brinda alivio y alimenta ilusiones. En esas condiciones es que se cuela el debate sobre las “transiciones” en el país. Pero, para poder seguir avanzando en los cambios necesarios, es indispensable una pausa para evaluar sobre qué transiciones se está hablando, qué es lo que realmente se discute a nivel internacional y sus influencias en Colombia.

Los usos de las transiciones

Cuando se examina esta problemática con más rigurosidad, se encontrará que la presentación de unas transiciones, y en especial aquellas referidas a la energía, no es patrimonio del presente gobierno. En efecto, bajo la administración de Iván Duque se había lanzado un programa de transición energética (bajo el slogan de “Ponle color a la nueva energía”), con medidas tales como aprobar, en marzo de 2022, un Conpes de “transición energética” para consolidar el “desarrollo y crecimiento económico sostenible” mientras que a la vez se pretendía reducir las emisiones de gases invernadero y se anunciaba que se multiplicaría por cien las fuentes no convencionales de energía renovable.

El nuevo gobierno utiliza la misma palabra, pero bajo otras intenciones. Gustavo Petro, tanto como candidato como ahora presidente, se ha referido en varias ocasiones a una transición para dejar atrás los combustibles fósiles. El programa Colombia Humana empleó la idea de transición en varios sentidos, apuntando especialmente a la “vida digna, la superación de la violencia y la justicia social y climática”, resumiéndolo en el titular de Colombia “potencia de la vida”1. Uno de sus componentes era el “desescalamiento gradual del modelo extractivista garantizando la confiabilidad y estabilidad del sistema energético, las fuentes de empleo y los recursos económicos provenientes del sector”. Desde allí, los mensajes gubernamentales y las discusiones parecen haberse centrado en lo que se denomina como “transición energética incluyente y justa”.

El Plan Nacional de Desarrollo aprobado presenta metas de “transformaciones”, y entre ellas se incluye la “transición energética segura, confiable y eficiente para alcanzar carbono neutralidad y consolidar territorios resilientes al clima”2. Sus contenidos son muy amplios, desde un programa en basura cero a fortalecer “comunidades energéticas”, pasando por el pago de servicios ambientales o la minería de cobre. Unos componentes son tradicionales, e incluso discutibles (como ocurre con medidas que mercantilizan la naturaleza), por un lado podrían reforzar los extractivismos (como la minería de cobre) y por otro lado plantea novedades (tales como las enfocadas en proveer electricidad).

La mirada del norte

Al abordar esos llamados a transiciones inmediatamente se remite a cómo han sido empleadas en lo que podría identificarse como el “norte”. Ese “norte” puede ser entendido esquemáticamente como el que incluye a los gobiernos de los países industrializados occidentales, donde el liderazgo está en manos de la Unión Europea, en particular de Alemania, y de algunos partidos políticos europeos y el ala más a la izquierda dentro del Partido Demócrata en Estados Unidos. También incorpora agencias de las Naciones Unidas e instituciones que participan en su implementación (es el caso del Banco Mundial). Asimismo, allí opera buena parte de la academia que trata de estas cuestiones (usualmente expresándose en “papers” escritos en inglés que se publican en “journals”, los que también están presentes en nuestro “sur”).

Desde esos espacios las ideas de transiciones guardan varias características. Tienen un énfasis temático, en tanto se preocupan especialmente por el cambio climático y asuntos de energía, y desde allí elaboran planes, pongamos por caso, para descarbonizar sus procesos productivos, promover la electrificación o el uso de baterías, etc. El programa acordado por los gobiernos de la Unión Europea incluso usa el slogan de “transición justa”. En ellos, la transición es un fin en sí mismo ya que busca reducir la dependencia en consumir combustibles fósiles, diversificando las fuentes de energía y mejorando sustancialmente la eficiencia energética, y en aminorar rápidamente las emisiones de gases invernadero. Esas transiciones son, por lo tanto, muy cortas, ya que la meta próxima es una descarbonización; no son más ambiciosas, como pueden ser reformas sustanciales en sus estilos de desarrollo sino que persisten en su obsesión con el crecimiento económico.

Por lo tanto, estas son transiciones desde unas variedades de desarrollo adictas a los hidrocarburos y carbón a otras menos dependientes. Dicho de otro modo, es un tránsito desde un tipo de desarrollo capitalista a otro. En los modos por los cuales se plantean esos cambios, la reforma energética de aquel norte necesitará de recursos naturales provistos por el sur, especialmente el litio y el cobre. Se enfrenta el inminente problema de una nueva ola de extractivismos depredadores en países como Chile, Bolivia o Perú, ahora explicados como necesarios para atacar el cambio climático, pero que no resuelve los impactos sociales y ambientales que desencadenarán. Tampoco implica cambios en las condiciones latinoamericanas como proveedores de materias primas.

Ese tipo de transición debe ser analizado con detenimiento. En primer lugar, no puede pasar desapercibido que se presentan como “globales”, y no sólo eso, sino que se pretende que varios países del sur participen de esos cambios. Sin embargo, esa definición de “global” es determinada por ese “norte” y responden a sus necesidades y urgencias. Estas son, por ejemplo, reducir sus emisiones de gases invernadero desde el sector energía, las que son propias de las regiones industrializadas. Esa agenda, que es nacional o regional, es reformulada como un asunto global, presentada al “sur” bajo consideraciones incluso morales como coparticipación en combatir el cambio climático. Eso lleva a pedir que se les brinden los minerales necesarios para sus reconversiones energéticas. Aquí no se discute la intencionalidad, la que en muchos casos puede ser compartida, sino que se pone en evidencia que se instala una asimetría por la cual la agenda de necesidades del norte desarrollado es vestida como si fuera la de todos los países.

El desplazamiento del sur

La dinámica que se acaba de discutir tiene varias consecuencias: se minimizan, desplazan o ignoran las particularidades del sur en general, y con ello, las de América Latina y de Colombia en particular. Existen múltiples peculiaridades latinoamericanas que responden a sus propios contextos y urgencias que no deberían olvidarse. Se puede ilustrar este aspecto repasando cinco ejemplos destacados.

En primer lugar, si se observa la situación colombiana, se encontrará que a diferencia de lo que ocurre en Europa o Norteamérica, las principales emisiones de gases invernadero no provienen de la quema de combustibles fósiles en el sector energía, sino de los cambios en los usos en el suelo, la deforestación y el papel de la agricultura y ganadería.

Eso hace que una transición enmarcada en las necesidades del país debe apuntar, entre otros elementos, a rediseñar las estrategias de desarrollo agropecuario. Sin duda que medidas encaminadas por el actual gobierno, como emplear baterías de litio o ampliar la electrificación serán útiles, y su aporte no está en discusión. Pero lo que se quiere dejar en claro es que la urgencia de una transición en este asunto bajo las condiciones de Colombia debería comenzar por cambios en los usos de la tierra, y siguiendo esa preocupación, inmediatamente surgen desafíos, conocidos pero relegados, como una reforma agraria o controlar los agronegocios.

En segundo lugar, otra asimetría clave radica en que las economías de los países industrializados tienen escalas más grandes que las latinoamericanas, las capacidades financieras de sus gobiernos son mucho más amplias, y sus exportaciones son en buena medida productos manufacturados. Por el contrario, las naciones latinoamericanas siguen especializadas en exportar materias primas, lo que en realidad significa expoliar y vender su naturaleza. Se establece así una condición distintiva en Colombia y en los demás países de la región en ser proveedores subordinados de commodities en la globalización, a bajos precios, dependientes de inversores extranjeros y de la determinación externa de los precios. Cualquier transición seria debería encaminar acciones para revertir esa condición.

Un tercer componente radica en la presencia de pueblos originarios, y que están involucrados en las transiciones de varias maneras. No puede desatenderse que la expansión de la minería que reclama la reconversión energética del norte puede afectar los territorios indígenas, o que sus impactos negativos los alcanzarán agravando aún más las precarias condiciones que padecen en varios sitios. Por otro lado, el acervo cultural de esos grupos ha brindado aportes sustantivos en la elaboración de las transiciones que se discuten en el continente.

Eso permite pasar a un cuarto componente, que se ilustra en otra expresión específica de América Latina: los derechos de la Naturaleza. Ese reconocimiento impone, entre otros aspectos, asegurar la protección de la biodiversidad incluyendo a su marco físico, tal como se reconoce en la actual Constitución de Ecuador y que está en discusión en varios países, entre ellos Colombia. Ese mandato obliga a que más allá de otras consideraciones, como pueden ser las del cambio climático, las transiciones deben implementar medidas efectivas de conservación del patrimonio natural. En América Latina se ha consolidado un particular entendimiento de esos derechos que deriva directamente del componente anterior, los saberes y sentires de los pueblos originarios. En cambio, los intentos y discusiones de ese tipo de derechos en otros continentes responden a otras argumentaciones. Una situación similar ocurre con las concepciones del Buen Vivir, las que también son una creación propia sudamericana.

Finalmente, tampoco pueden olvidarse las historias propias de América Latina, las que son muy distintas a las que muestran, pongamos por caso Europa o Norteamérica. Se pueden señalar varios aspectos, que van desde los determinantes originados en la colonización a dramas más recientes, como el conflicto armado vivido en Colombia por décadas. Pero en especial se debe tener presente las experiencias de los gobiernos progresistas, como fueron los liderados por Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner en Argentina, Tabaré Vázquez y “Pepe” Mujica en Uruguay, o las primeras administraciones de Lula da Silva en Brasil.

Esas administraciones tuvieron sus éxitos y sus fracasos, apostaron a cambios políticos que lograron en algunos sentidos aunque quedaron atrapadas en otras condicionantes como los extractivismos, han sido objeto de pasiones y denuncias, y más allá de todo eso, ofrecen muchas lecciones propias de nuestro continente. No se encuentran regímenes análogos ni cambios políticos de cuño popular similares en Europa o Norteamérica; ninguno de los progresistas latinoamericanos pueden ser homologados con un presidente francés o un canciller alemán. Del mismo modo, los agrupamientos políticos y las ideas que manejaron son diferentes a las discutidas por los partidos políticos europeos.

Las transiciones propias

Teniendo presente todas esas particularidades puede repasarse la historia reciente de la idea de transiciones especialmente en América del Sur. Esto es necesario porque por momentos la discusión actual colombiana parece más interesada o influida por los aportes de aquel “norte” que por lo ocurrido en los países vecinos.

Recordemos que en los antecedentes tempranos de transiciones pueden destacarse las discusiones y aportes en marcha a fines de la década de 1990 de una moratoria petrolera en Ecuador o la reconversión agroecológica en los países del Cono Sur. Las primeras formulaciones de lo que se han denominado como transiciones postextractivistas se formalizaron hacia mediados de la década de 2000 en Ecuador y Bolivia, al calor de los debates con los gobiernos progresistas de aquel entonces. Enseguida, en 2009, en Perú desde la sociedad civil se despliega una ambiciosa iniciativa para las transiciones, donde se suceden los primeros estudios detallados sobre sus contenidos. En 2010, esos esfuerzos se vuelven regionales, sumándose los componentes de articulaciones ecológicas y coordinaciones productivas entre los países andino-amazónicos. En los años siguientes, se suman más iniciativas y debates en otros países (especialmente Argentina, Chile y Uruguay).

En ese tiempo estaba en marcha una discusión de transiciones en Colombia, que atendía cuestiones como las respuestas a los impactos sociales y ambientales de los enclaves mineros y petroleros, el papel de la propiedad de los recursos naturales y los roles de las empresas extranjeras, las iniciativas de consultas ciudadanas, y los contundentes estudios de la Contraloría General (coordinados por Luis Garay Salamanca). Se alcanzó una intensidad tal que, en 2014, los empresarios de esos sectores reaccionaran alertando sobre el peligro de que las ideas de los postextractivismos consideradas en los países vecinos se consolidaran en Colombia3. Dejaron en claro que les preocupaba que se instalara la “utopía de un mundo sin minería”.

El aspecto en común en aquellos esfuerzos es que esas transiciones eran entendidas como pasos sucesivos que tenían metas; era en un caminar que apuntaba a dejar atrás los extractivismos y con ello, en unos casos a reformas sustanciales en los desarrollos, y en otros a buscar opciones más allá de éste. Esas transiciones no eran fines en sí mismos. Incluían cambios, por ejemplo en las fuentes de energía, pero eran un componente en estrategias alternativas más amplias y ambiciosas.

Sin embargo, en Colombia a partir del 2022, esos contenidos, e incluso la atención a los países vecinos, se debilitaron. En cambio se potenciaron aportes e influencias de las transiciones del “norte”, en especial las consideradas en Alemania. La retórica presidencial que reclamaba una transición postpetrolera ofrecía muchas opciones, pero la práctica concreta ministerial no lo aprovechó y quedó atrapada por confusiones, entre las cuales no fueron menores la insistencia en mirar al “norte”, ignorando o minimizando los avances en otros países sudamericanos. Bajo esas condiciones, al sumarse la resistencia de algunos sectores académicos, empresariales y políticos, no puede sorprender que el horizonte de cambio de las transiciones se debilitara.

Colonialidad de saberes

Este breve repaso de algunas de las problemáticas actuales sobre las transiciones muestra que se debe estar alerta ante los fenómenos de una colonialidad de saberes. Operan procesos, redes y mecanismos por los cuales se tejen redes basadas sea en el poder (como las ayudas de los gobiernos) o influencias (como las que son típicas en el mundo académico) donde aquel “norte” determina los discursos y prácticas de las transiciones. Los saberes son jerarquizados, y emerge una transición que es presentada como global, mejor, o incluso, se busca defender las propias apelando a referencias de autores que piensan y escriben desde ese “norte”. Los ejemplos más recientes de esto son las referencias al decrecimiento de Serge Latouche para fundamentar las transiciones, o a la economista Mariana Mazzucato para la reforma del capitalismo. Eso deja en evidencia que en muchos casos desde nuestro “sur” se coparticipa en reproducir y legitimar ciertas ideas.

Bajo esa colonialidad las transiciones se vuelven fines en sí mismos, ya que prevalece la imitación o inspiración en aquellas de otras regiones. No se resuelven problemas como la subordinación a la globalización y se desplazan los aportes interculturales. Al no discutirse la meta de transformación hacia la cual se apunta, la transición pasa a ser una cuestión de gestión o reconversión tecnológica.

En cambio, si se apelara a un pensamiento propio, que atienda la historia y contexto del país y el continente, las transiciones serían distintas. No puede olvidarse que en su esencia es una sucesión de pasos, y por lo tanto se debe tener claridad del destino hacia el cual se desea caminar. Las transiciones no son el destino, sino que son modos de operar cambios y transformaciones hacia propósitos comprometidos con la calidad de vida y la Naturaleza.   

1  Colombia. Potencia Mundial de la Vida. Programa de gobierno 2022-2026.

2  Texto definitivo aprobado en sesión plenaria del Senado …, Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 “Colombia potencia mundial de vida”. Gaceta del Congreso 32 (417): 1-76.

3  Minería moderna para el progreso de Colombia. Asociación Colombiana de Minería ACM, ANDI y Fenalcarbón, Bogotá, 2014.

*  El presente se texto se basa, en parte, en la presentación realizada en la mesa redonda en la Universidad Nacional, convocada conjuntamente con el Colectivo de Abogados J. Alvear Restrepo, y en el taller sobre desarrollo y alternativas organizado por desdeabajo.

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Información adicional

Autor/a: Eduardo Gudynas
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°308, 18 de noviembre - 18 de diciembre de 2023

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