Admirado y reconocido por millones de lectores en todo el mundo, energía y luces para decenas de miles de activistas, eso fue y significó Eduardo Galeano, un investigador permanente que transita en sus libros en el límite crítico entre la historia y la literatura, entre el discernimiento científico social que no quiere ser solo racional y el sentimiento que le permite la ficción literaria poética. En su escritura, no se negó a ninguna de las dos categorías y fue así como en su trabajo, a lo largo de más de cincuenta años, logró crear un lenguaje muy propio caminando en equilibrio difícil entre historia y poesía.
Este equilibrio difícil lo sostuvo a fuerza del poder de su lenguaje contra la resignación de una historia oficialista hechizada y congelada, y una tradición literaria latinoamericana que no se ha liberado de la crónica de indias colonial. En los años sesenta, a la par de su trabajo periodístico en diferentes revistas, y de su activismo en su país de origen, tras ocho años de investigación publica en 1971 su primera y más emblemática obra, que lo consagra por su innovador y punzante estilo literario: Las venas abiertas de América Latina y eso lo sabe todo el mundo.
Galeano fue un escritor profundamente sumergido en su época, la de un continente latinoamericano en ebullición, heredero de un colonialismo que lo hizo integrarse al Occidente europeo como sociedades dependientes y entrenadas para perder en el juego económico y político internacional, bajo el gobierno de una clase criolla hegemónica, como el mismo Galeano lo denuncia en su obra, arrodillada a los designios del poder transnacional y capaz de ejercer un despotismo delincuencial contra las poblaciones de nuestros países.
Con la frescura escritural de quien sabe que se dirige a una población más versada en la tradición oral, el periodísta, escritor y activista, maduró toda una obra que resulta ser una síntesis única de esa época que le tocó vivir, entre las dictaduras y gobiernos impuestos a los países latinoamericanos desde el poder transnacional, que cruza las décadas de los cincuentas, sesentas y setentas, y la ola de gobiernos liberadores y progresistas de la primera década del siglo XXI.
Pero Eduardo Galeano es un escritor en contra de todas las resignaciones de su época; un investigador que nos ofrece de libro en libro una explicación y documentación cada vez más meticulosa y crítica sobre las verdaderas realidades de los países latinoamericanos y un escritor en contra de resignarse a ese destino arrasador; un escritor que nos ofrece en todas sus páginas una valiente decisión por la búsqueda siempre de la dignidad del humano latinoamericano, en contra de resignarse al destino arrasador a que se lo ha condenado de ser dependiente e insignificante en el panorama mundial y lo peor, ante sí mismo.
Siete años después de la publicación de Las venas abiertas de América Latina, en abril de 1978, Galeano sintetiza una evaluación de las realidades documentadas y denunciadas en su obra mayor. En la última página de su evaluación, integrada como epílogo a esta obra, escribe:
“No asistimos en estas tierras (en América Latina) a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud. El subdesarrollo no es una etapa del desarrollo. Es su consecuencia. El subdesarrollo de América Latina proviene del desarrollo ajeno y continúa alimentándolo. Impotente por su función de servidumbre internacional, moribundo desde que nació, el sistema tiene pies de barro. Se postula a sí mismo como destino y quisiera confundirse con la eternidad. Toda memoria es subversiva, porque es diferente, y también todo proyecto de futuro. Se obliga al zombia comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo. El sistema encuentra su paradigma en la inmutable sociedad de las hormigas. Por eso se lleva mal con la historia de los hombres, por lo mucho que cambia. Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”**. (Entre paréntesis es un agregado y en cursiva como en el original).
En muchas oportunidades Galeano denunció que no debíamos terminar donde estamos: en ser una fotocopia deficiente del mundo industrializado en su violencia acumulativa; no se trata de ser como ellos, América Latina tiene que encontrar su propio destino y no imitar sin dios ni ley al Primer Mundo económico, porque el resultado, una y otra vez se puede comprobar, no es sino una copia muy deficiente de un futuro como no lo merecemos y una copia muy deficiente de un supuesto mundo desarrollado. Siempre es importante recordar, ¿qué hicieron las naciones que lograron salir del colonialismo y el abatimiento histórico, clásico caso de China, de Vietnam, de Rusia, incluso no olvidar que también fue colonia Estados Unidos. ¿Qué hicieron que los sacó como naciones de la dependencia, la indignidad y la improductividad? En suma, hicieron su propio proceso, adaptándolo todo a su propia concepción de un mundo que merecían construir por su propia cuenta, sin esperar que nadie ajeno les dijera qué hacer.
Retomando a Galeano y llevando sus palabras más allá, como se necesita, decir que el subdesarrollo no es una etapa de un supuesto proceso de desarrollo, es su efecto, teniendo en cuenta que el desarrollo de los países que lo han conseguido y monopolizado se ha financiado en gran porcentaje con riquezas extraídas del mundo subdesarrollado; pero más allá, planteamos que nadie nace para ser subdesarrollado, nadie nace para ser improductivo, nadie nace para estar sometido. Ni el Congo ni Colombia nacieron para padecer una guerra interna que los devasta y que por ahora no tiene solución; ni Haití ni Bangladésh nacieron para padecer hambre y escasez sin cuento; nadie nace para tener que presenciar cómo sus inmensos recursos naturales son explotados por extranjeros y que nada de esa riqueza quede en la región donde se extrae y que históricamente se convierte en región devastada y desértica, como un irresoluble Potosí boliviano repetido durante cinco siglos en nuestra patria grande de Abya Yala (América). El subdesarrollo no es una fase de ningún proceso hacia el desarrollo, es su negación, su desvío, su holocausto social e histórico.
El problema es que la tradición, para ser subdesarrollados indefinidamente, enseña que el subdesarrollo –o sea, la dependencia y la improductividad–, son una característica de pueblos flojos y sin historia. Ni hay pueblos flojos ni hay pueblos que no tengan historia. El subdesarrollo no es una característica de nadie, porque nadie nace para ser subdesarrollado; el subdesarrollo es un error histórico que quien no lo ha superado lo padece en todos y cada uno de sus asuntos personales o colectivos, y quien lo ha superado ha hecho un proceso que rechaza completamente la condición de subdesarrollo por ser error que impide la auténtica civilización de la sociedad humana.
“Toda memoria es subversiva”, también porque reescribe con otro enfoque los hechos históricos y abre puertas y ventanas, tradicionalmente clausuradas. En todas partes, la Historia es una metáfora del presente; el presente crea desde su perspectiva una interpretación y valoración a su albedrío de los documentos arqueológicos todos de la historia. Y este es el abono insustituible de cualquier presente con dignidad, y de cualquier futuro con dignidad, y puertas y ventanas abiertas de par en par. Galeano nos recuerda que para toda la humanidad siempre, la memoria es subversiva, porque revive la conciencia de la necesidad, recobra el documento arqueológico perdido, lo saca de su socavón, lo limpia técnicamente y lo presenta en toda su vitalidad; y la asociación libre y argumentada de ideas permite el sin fin de interpretación absolutamente necesario para cualquier transformación o reforma histórica por cualquier cambio social que decida una sociedad. Galeano, en toda su obra, evoca el pasado como y con un lenguaje propio del presente de nuestra época: si habla del Paleolítico en Espejos, una casi historia universal del 2008, lo hace como ese documento arqueológico de hace 40 mil años como una evidencia de hoy, como imágenes y sentidos significativos para nuestro tiempo, e interpretados desde nuestro tiempo.
“Se obliga al zombia comer sin sal: la sal, peligrosa, podría despertarlo”. Por solo mencionar nuestra historia latinoamericana, nos han acostumbrado a considerar como instituciones nacionales a la austeridad y a la falta de sabor. Se requiere producir bien, producir oportunamente y producir en grande para no ser obstaculizados por una política de austeridad, de recorte, del mínimo necesario, del nivel más bajo, de cortar por lo bajo como nos han acostumbrado y eso está ligado a la falta de estilo y de sabor de la capacidad de producción del subdesarrollo. El estilo y el sabor de nuestras sociedades hay que ir a buscarlo lejos de las políticas económicas nacionales impuestas, en la profundidad de los pueblos y aldeas, en las características que rara vez exploramos, como en los cuentos propios de los pueblos o su cocina artesanal tradicional. Lejos de la economía nacional, prisionera de la austeridad y del sabor plástico al que nos han acostumbrado hasta en la comida que se ha convertido en la más habitual, más frecuente para las gentes en las ciudades y la más rentable al negocio de la industria “alimenticia” multinacional. ¿No será que producir con autonomía y a fondo y llegar hasta el mejor sabor tienen el riesgo de despertar la imaginación, el apetito y la calidad de vida?
“Y porque en la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”. Contra la hegemonía imperante y contra la coerción cerrada de los medios de comunicación, acostumbran a la mayoría a un solo modelo de pensar la sociedad, a un solo paisaje, a una sola tradición, a una historia única de la misma sociedad. Todos rechazan la guerra, pero todos están dispuestos ante la coerción comunicacional a tomar partido y perpetuar los conflictos y apoyar la guerra. Hecho evidente en un país como Colombia, en el que no hemos conocido, por lo menos desde 1948, sin hacer cuentas de los desastres anteriores, una década, ni siquiera un año que no esté desangrado por la guerra interna. Pero este acto de destrucción sucesiva siempre ha encontrado un acto contrario de creación por la justicia, tendencias y mártires que han pretendido un mundo mejor y diferente al relato único que nunca se ha desprendido del sesgo colonial y feudal.
Al comienzo de su evaluación de Siete años después, Galeano afirma: “No será la desgracia un producto de la historia, hecha por los hombres y que por los hombres puede, por lo tanto, ser deshecha?”. Galeano antepone las preguntas: “¿Es América Latina una región del mundo condenada a la humillación y a la pobreza? ¿Condenada por quién?”
De 1963 a 2015, Eduardo Galeano construye página a página, una obra densa que se convierte en una plataforma de lanzamiento en América Latina para tener una sólida base desde la cual volar lejos y construir otra mentalidad, otra forma de pensar el mundo y de pensarnos a nosotros mismos como latinoamericanos. Todo el horror y el desvarío que ha caracterizado la acumulación de violencias de nuestra historia en los últimos cinco siglos, se ha convertido en una condena que hemos aceptado tácitamente para ser los actores o jugadores que pierden en la partida económica mundial, con nuestra complicidad por elegir un modelo colonial de administración nacional que no deja otra salida.
Condenados por nosotros mismos. Pero todo lo que la sociedad de los hombres ha desencadenado pueden los hombres deshacerlo. La Historia es la demostración palmaria y necesaria de que cualquier sociedad puede deshacer la urdimbre de un destino que la autodestruye, deshacer esa ruta y construir bajo su propia responsabilidad y en contra de toda resignación a no cambiar, una ruta nueva que le permita otro destino completamente nuevo y refundar su modelo de nación. Tenemos que aprender a desear con inteligencia y ética y hacer el largo proceso necesario en el continente latinoamericano para salir del colonialismo feudal implantado en el siglo XVI, asumido ya por nosotros nativos americanos como ley y que gracias a pensadores y escritores como Simón Bolívar, José Martí, José Enrique Rodó, Jorge Eliécer Gaitán y Eduardo Galeano, estamos cada vez más cuestionando y rebatiendo ese peligroso relato único, hacia un destino que merecemos cada vez más, de sociedades más justas y que escalen otro grado de evolución humana.
* Docente de Historia, Literatura y Cinematografía en: Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Los Andes, Unitec y Universidad Manuela Beltrán.
** Galeano, Eduardo; Las venas abiertas de América Latina, Biblioteca Eduardo Galeano, Siglo XXI Editores SA, Bogotá 1988; p. 470.
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