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La oleada neofascista inviste la península

La oleada neofascista inviste la península

Italia en la encrucijada. Un gobierno de extrema derecha y una crisis socio-económica profunda retan a los movimientos sociales.

 

El 13 de diciembre de 2011, en Florencia, Gianluca Casseri, un hombre cercano a la organización neofascista Casa Pound, sale a la calle y dispara a varias personas de la comunidad senegalesa matando a Samb Modou e Diop Mor, e hiriendo a un tercer hombre. Samb Modou deja viuda a Rokhaya Mbengue, la cual regresará tristemente a la crónica siete años después. Casseri se suicida antes de ser detenido; su gesto inaugura una temporada abiertamente racista e injustificable, más aún porque en Italia no se ha cometido un solo atentado por parte del terrorismo islámico. Las violencias y las palizas punitivas neofascistas se dirigen contra los migrantes, la comunidad Lgbti y contra quienes militen en las izquierdas.

En 2016, en la ciudadela de Fermo, un hombre de tez negra es golpeado hasta la muerte por haber reaccionado a los insultos que un grupo de hinchas gritaba en contra de su esposa: la llamaban “asquerosa mona”. En febrero 2018, Luca Traini, candidato en 2017 del partido de extrema derecha Liga Norte, sale a las calles de la pequeña ciudad de Macerata con una pistola en la mano e hiere a seis migrantes, todos africanos. Marzo del mismo año, nuevamente en Florencia: Roberto Pirrone, desempleado de 65 años, víctima de la crisis económica, sale a la calle y dispara a Idy Diene, el único paseante de piel negra, que muere en el acto. Estalla la rabia de la comunidad senegalesa que vuelve a ser objeto del odio neofascista. Las instituciones de la ciudad reprimen la protesta, hablando tramposamente de un gesto desesperado, dirigido en contra de Diene por pura casualidad. La esposa de Diene, Rokhaya Mbengue, ya viuda por el primer atentado neofascista de 2011, llora a otro marido.

En julio, Soumaila Sacko, migrante y representante de la Unión Sindical de Base (USB), es asesinado con un disparo de carabina mientras ayuda a otros migrantes a recolectar láminas para construirse un refugio cerca de Rosarno, en Calabria. Sacko, originario de Mali, trabajaba en los campos de tomates bajo el control de la Ndrangheta, la mafia calabresa. Esos cárteles ya habían aparecido en los medios en 2008 y 2010 por disparar sobre los trabajadores migrantes que habían organizado una marcha para pedir un trato laboral justo, poniendo en luz la cara oculta de las migraciones y del racismo itálico: la semiesclavitud.

Paralelamente a la violencia callejera y mafiosa, el racismo institucional gana en intensidad en la última década. Hoy la vida de los migrantes representa una apuesta electoral que encubre con el manto de la legalidad prácticas xenófobas extremas. Todas las administraciones italianas, de centro-izquierda y de centro-derecha, en colaboración con las instituciones europeas, han pretendido manejar las migraciones a través de los Centros de Identificación y Expulsión que, de hecho, son campos de concentración donde los migrantes son privados de la libertad por un tiempo indefinido, en espera de ser expulsados al país de origen, a veces sin importar su estatus de prófugos ni el riesgo que enfrentarían al regreso.

El 4 marzo pasado, los resultados electorales otorgaron el poder a una coalición populista de derechas, de manera que el racismo corriente y el racismo institucional confluyen en un clima de intolerancia. El actual gobierno pactado entre los “euroescépticos” Movimiento 5 Estrellas y Liga Norte, y formalmente liderado por el jurista Giuseppe Conte, ha decretado en junio que el barco de rescate Aquarius fuera obligado a atravesar el Mediterráneo en condiciones precarias para alcanzar el puerto de Valencia. El ministro del interior Matteo Salvini, líder de la Liga Norte, había dado la orden de cerrarle el acceso a todos los puertos del país. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), los migrantes fallecidos en el Mediterráneo en los últimos 4 años son casi 17.000.

Después de la guerra que las potencias de la Otan declararon al régimen de Muamar Gadafi y su asesinato en octubre de 2011, los acuerdos entre el gobierno italiano y el imprevisible gobierno libio llevaron a la creación de unas fronteras de contención en territorio norteafricano, cuyos efectos son devastadores: campos en los cuales quienes migran son retenidos, privados ilegalmente de su libertad, vendidos como esclavos, sometidos a desapariciones, torturas y violaciones, según señalan varias Ongs.

Elecciones políticas y avanzada populista

El actual clima político poco a poco estructurado a lo largo de una crisis de referencias abismal, de la cual las elecciones parlamentarias de marzo de 2018 fueron el termómetro y, a la vez, su punto de aceleración. El principal partido de gobierno, el Partido Demócrata (PD), llegó a los comicios fragmentado y cayó a su mínimo histórico de 18.8 por ciento, cuando sólo cuatro años antes, en las elecciones europeas de 2014, había alcanzado su máximo de 40.8. En términos de votos, se trató de una baja de 11.172.861 alcanzados en 2014, a 6.161.896, en 2018; es decir, perdió casi la mitad del electorado.

Heredero de la unión entre el ala izquierda de la antigua Democracia Cristiana (DC), partido de gobierno entre 1946 – 1994, durante la llamada Primera República, y la parte mayoritaria del viejo Partido Comunista (PCI), el PD surgió como el último intento de esa estabilización política iniciada a finales de la década de 1970, cuando DC y PCI gobernaron juntos, mediante un “compromiso histórico”. Fundado en 2007, el PD abrazó desde sus inicios la llamada “tercera vía” (economía mixta y centrismo-reformismo), pero acentuó su orientación hacia las políticas de austeridad con la crisis económica de la última década y, en particular, con la secretaría del primer ministro Matteo Renzi (2014-2016), promotor de reformas estructurales de corte neoliberal en cuestiones de retiro, trabajo, escuela y obras de infraestructura.

Los altos índices de desempleo, sobre todo juvenil, y la frustración de las expectativas de crecimiento económico llevaron el PD a la debacle electoral, de la cual se beneficiaron la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas (M5S, por su sigla en italiano), partidos populistas que llevaron adelante una exitosa propaganda anti-inmigrantes, respaldada por los medios de comunicación. La Liga, nacida a finales de los años ochenta como partido autonomista del norte productivo de Italia en contra de la inmigración interna desde el sur y de las políticas asistenciales, fue ampliamente re-estructurado como partido de extrema derecha nacionalista bajo el liderazgo de Salvini. Su capacidad de capitalizar el descontento social con una retórica de odio hacia los inmigrantes, y con una postura crítica hacia la Unión Europea, lo llevó a su máximo histórico de 17.4 por ciento de los sufragios, rebasando a su antiguo aliado Forza Italia, del exprimer ministro Silvio Berlusconi, que se quedó con el 14 por ciento. Por otro lado, el M5S, creado por el cómico y showman Beppe Grillo como movimiento anti-corrupción y en contra de los altos costos de la política, se afirmó como primer partido con el 32.7 por ciento de los votos. Si bien en sus inicios logró aglutinar ecologistas, movimientos antimafia y personas descontentas con los partidos de izquierda, a lo largo de los últimos años su propuesta política se acercó cada vez más a una retórica “securitaria” de tintes racistas. No constituyó por lo tanto una sorpresa que, ante la ausencia de un único ganador de la mayoría parlamentaria, tanto en la Cámara como en el Senado, y tras dos meses de negociaciones, el gobierno conformado fuera el producto de la alianza entre estos dos partidos.

M5S y LN habían centrado su campaña electoral en una política de cierre a la inmigración y de contraste con las políticas de austeridad neoliberal de la UE, pero a la hora de tomar posesión el gobierno tuvo que renunciar de hecho a este segundo punto. Emblemático de su aceptación de los parámetros económicos europeos fue la casi-crisis diplomática del pasado 27 de mayo: el gobierno estaba listo para el nombramiento institucional por parte del presidente de la República, Sergio Mattarella, cuando éste impuso la sustitución del ministro de Economía, Paolo Savona, considerado por los mercados financieros contrario a las políticas comunitarias. Dicho episodio puso en claro que en la Unión Europea pueden caber políticas de limpieza étnica y de violación de los derechos humanos, pero no resulta viable un cuestionamiento de las políticas macroeconómicas de austeridad.

Una crisis de espectro completo

Las profundas transformaciones de la Italia de hoy sólo se entienden adentrándose en el sentimiento de crisis que las permea: el desequilibrio económico, producto de la crisis financiera de 2007/08, y también las tribulaciones del sistema político, así como la brutal descomposición del tejido social, cultural, de sentido, de identidad y de imaginación. Y, de manera cada vez más dramática y parcialmente discordante con las otras naciones europeas, una crisis de la capacidad de elaborar una alternativa por parte de la izquierda y de los movimientos sociales.

Es difícil hallar analogías entre la Italia contemporánea y la de hace medio siglo. Tras el boom económico de las décadas de 1950 -1960, el país se revelaba como una de las naciones más industrializadas del planeta: los automóviles Fiat, los neumáticos Pirelli, las máquinas de escribir de la Olivetti se vendían en todo el mundo, mientras enteras generaciones de jóvenes nacidos en el sur agrícola y empobrecido emigraban al norte para trabajar en la línea de montaje. El PCI era el más grande de Occidente y obtenía alrededor del 30 por ciento de los sufragios; a su izquierda, después del 68, crecieron vigorosas vanguardias revolucionarias obreras y estudiantiles. La clase obrera articulaba sus espacios de vida y de comunidad en el sindicato, en las “casas del pueblo” y en las fábricas ocupadas. Tras la crisis petrolera de 1973, un nuevo proletariado juvenil precarizado irrumpió con una crítica radical a la sociedad fordista con su ética del trabajo y explotación de la vida: su punto álgido fue el movimiento de 1977, cuando una nueva izquierda autónoma confrontó en las calles el reformismo al PCI y su “compromiso histórico” con la DC.

La represión que siguió, ampliamente favorecida por el propio PCI, empujó a esa generación rebelde hacia la cárcel, el exilio, la heroína, la lucha armada o el reflujo a lo privado. A su vez, el sistema productivo, en parte para desarticular a la clase obrera, en parte respondiendo a las nuevas directrices neoliberales, fue fragmentando las fábricas en una red de pequeños nudos productivos. La política garantizó un nuevo patrón anti-inflación, con consecuencias brutales sobre los salarios, y la privatización paulatina de las empresas públicas, desde las telecomunicaciones hasta las autopistas, para llegar, en el nuevo siglo, al sistema universitario. Efectos particularmente impactantes tuvo, en el plano cultural, la privatización del sistema televisivo, que benefició al magnate Berlusconi, quien impuso un nuevo imaginario social, individualista y machista en amplios sectores sociales, y logró ser elegido Primer Ministro en tres ocasiones: 1994, 2001 y 2008.

Frente a estos cambios, el PCI decidió adherir abiertamente al sistema, transformando sus sindicatos y sus cooperativas en poderosas agencias capitalistas. Después de la desintegración de la URSS, el partido cambió rápidamente de nombre por el de Partido Democrático de la Izquierda (PDS) y luego en PD. A su izquierda, nació el Partido de la Refundación Comunista (PRC), quien se propuso como un referente político para los movimientos que habían sobrevivido a la represión de los 70, recreando sus espacios de afinidad y de liberación a través de la ocupación de los inmuebles que el proceso de desindustrialización había dejado vacíos: los llamados “centros sociales”. En la década de 1990 hubo cierta recuperación de la izquierda anticapitalista, que votó (cuando lo hizo) por el PRC y otros partidos de izquierda (un 10%), y que se movilizó contra el sistema. Sin embargo, con el milenio sobrevino una nueva crisis de la izquierda política y social. La primera debido al involucramiento en dos gobiernos de coalición de centro-izquierda, en 1996-98 y en 2006-08, durante los cuales no supo incidir en nada contundente y participó en la aprobación de leyes de flexibilización del trabajo, de contraste a la inmigración y de refinanciamiento de la misión de guerra en Afganistán.

La izquierda social entró en crisis en Génova en 2001: en julio de ese año, el movimiento anti-globalización, creado en Seattle y Porto Alegre, se dio cita en la ciudad italiana para contestar al G8. La represión desatada en aquella ocasión produjo un muerto, cientos de heridos, arrestos, violencias sexuales y torturas por parte de la policía, provocando una división al interior del movimiento sobre el uso de la violencia política y las estrategias de acción.

El ascenso del Movimiento 5 Estrellas

La fragmentación de las clases populares siguió avanzando a la par del crecimiento de la inmigración extranjera y la crisis económica. La inmigración nunca llegó a los niveles de emergencia pregonados por la derecha, pero impactaba en un país que había sido de emigrantes. Desde los años noventa, el flujo migratorio proveniente de Albania, del ex bloque soviético y de la ex Yugoslavia, había permitido que la Liga Norte se aprovechara de la situación para insuflar el miedo al extranjero. Con la crisis económica de 2008, el dramático aumento de los índices de desempleo y el empobrecimiento de las clases medias, la retórica del miedo escaló un consenso político que abarcó prácticamente todo el espectro parlamentario. Además, con el aumento de los flujos migratorios desde África subsahariana, la propaganda xenófoba se asoció cada vez más a la línea del color, generando un odio de tintes explícitamente coloniales hacia los negros.

La inmigración es y ha sido un formidable distractor del aumento constante de la desigualdad y del abaratamiento del costo del trabajo. Un efecto parecido lo tuvo la propaganda alrededor de la “casta política”. El origen de este término se encuentra en la encuesta judiciaria “Mani Pulite” (manos limpias) que, en 1992, perturbó la clase dirigente al poner al descubierto un sistema de corrupción que involucraba políticos y clase empresarial. Los dos mayores partidos de gobierno, DC y Partido Socialista, fueron literalmente destruidos por las encuestas, generando el espacio para la emergencia de Berlusconi y el inicio de la llamada Segunda República. En 2007, Gian Antonio Stella y Sergio Rizzo, dos periodistas del Corriere della Sera, principal periódico italiano, publicaron un libro que tuvo un éxito editorial estrepitoso, La Casta, donde denunciaban el contexto de corrupción y de privilegios de la clase política italiana en la era del “berlusconismo”. Aprovechando la herencia de los movimientos anti-berlusconianos de la década de 2000, el M5S salió a flote como una propuesta anti-corrupción y anti-casta. El salto hacia adelante como fuerza política se lo debe a su capacidad de unir el discurso anti–casta al descontento social producido por la crisis.

En octubre de 2008, un mes después de la quiebra del gigante financiero estadounidense Lehman Brothers, un poderoso movimiento estudiantil llenó las calles de las ciudades italianas para manifestarse contra el recorte y privatización del sistema universitario, promovidos por la ministra berlusconiana Mariastella Gelmini. La negativa del gobierno a tratar con el movimiento lo radicalizó hacia finales de 2010, llevando a la ocupación de muchas universidades y palacios públicos, al bloqueo de autopistas, aeropuertos y estaciones ferroviarias, y a choques brutales con la policía. En 2011, el movimiento desbordó las universidades invadiendo el mundo del arte, con la ocupación de numerosos teatros y espacios de cultura, exigiendo la defensa de los bienes comunes y rechazando la privatización del agua y la utilización de la energía nuclear. Asimismo tomaban fuerza los movimientos en defensa del territorio, sobre todo en Val de Susa, cerca de Turín, donde se oponían a la construcción de una línea de ferrocarril de alta velocidad. Sin embargo, no lograron construir una plataforma política común que desafiara las políticas de austeridad de la UE en su conjunto, como en ese momento empezaban a estructurar el movimiento griego de Plaza Syntagma y el movimiento español de los indignados.

La total debacle de la izquierda política, que tras el fracaso de la participación en el gobierno de Romano Prodi había caído a menos de 4 por ciento del sufragio, quedando afuera del Parlamento, contribuyó a la anomalía italiana. Mientras los movimientos de la Europa mediterránea lograban conquistar espacios, en África del Norte se tumbaban dictadores con las Primaveras Árabes y en Estados Unidos emergía Occupy Wall Street, la manifestación oceánica de Roma el 15 de octubre de 2011 resultó en una fractura interna irresoluble en los movimientos sociales. Sólo un mes después, Berlusconi perdía la mayoría en el Parlamento, debido a su rechazo en aplicar algunas disposiciones de la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI). Tomaba su lugar Mario Monti, tecnócrata y ex asesor de Goldman Sachs, quien, beneficiándose de veinte años de anti-berlusconismo legalitario y justicialista, implementó una reforma de pensiones neoliberal, e incorporó el principio del equilibrio presupuestario en la propia Constitución.

En las elecciones de 2013, una izquierda sin brújula y un movimiento social en reflujo permitieron que el M5S explotara su naturaleza de partido anti-casta y anti-UE, cosechando sus frutos gracias a su apoyo, aunque marginal, a las luchas para el agua pública y en defensa de los territorios: llegó al 25 por ciento de los votos, presentándose como fuerza antisistémica y rompiendo el bipolarismo del sistema electoral. Como lúcidamente comentó el colectivo de escritores Wu Ming, los 5 Estrellas tuvieron un importante rol en la despolitización del descontento social, “ocupando un espacio… para dejarlo vacío”.

La economía política del racismo

En estos últimos años, M5S y Liga han capitalizado el descontento por las políticas de “lágrimas y sangre” impulsadas por los gobiernos de coalición liderados por el PD. En particular, el rechazo hacia las políticas económicas de la UE adoptadas integralmente por estos, empujó a los votantes hacia las dos fuerzas que se presentaban con un discurso nacionalista de soberanía monetaria. Tras el gobierno de Monti y el insípido paréntesis del gobierno Letta, llegó al poder sin pasar por elecciones, sino con un simple golpe al interior del PD, el joven alcalde de Florencia, Matteo Renzi. Presentándose como un renovador y un hombre de centro-izquierda, logró lo que Berlusconi no tuvo la capacidad de hacer. Obedeciendo a los banqueros europeos y a la asociación local de industriales (Confindustra), Renzi obró sobre dos vertientes: mantener bajo control el gasto del Estado, renunciando al estado de bienestar, y propiciar reformas neoliberales a favor de bancos y empresas. La reforma educativa, autodenominada “Buena escuela”, echó para atrás la democracia escolar, conquistada durante décadas de luchas estudiantiles, y obligó a los estudiantes a trabajar gratuitamente para las empresas durante el verano, lo que provocó casos de infortunios, muerte en el trabajo y acoso sexual a menores. Por otro lado, el Jobs Act, en inglés para dar un guiño al marketing, fue la reforma del trabajo que precarizó definitivamente la vida de miles de trabajadores: emendó el avanzadísimo Estatuto de los Trabajadores (hijo de las luchas obreras de los sesenta) que entre otras cosas imponía la recontratación de una persona despedida injustamente. Además, regaló 2 millones de euros a las empresas para que generaran puestos de trabajo.

El gobierno Renzi, sin embargo, fracasó el 4 de diciembre de 2016. Tuvo que renunciar por la derrota en el referendo constitucional con el cual había intentado crear un presidencialismo de facto, para garantizar la gobernabilidad a una democracia en crisis de credibilidad. En su lugar entró Paolo Gentiloni, de su mismo partido.

La profundización de la crisis durante los gobiernos del Partido Demócrata, sin importar sus liderazgos, provocó la urgencia de identificar a un chivo expiatorio. Pronto el PD adoptó una actitud de derecha contra los migrantes con la esperanza de contener la hemorragia de votos. Marco Minniti, ministro del interior del gobierno Gentiloni, tuvo una postura tan dura en contra del trabajo de las Ongs que se dedican al rescate de vidas en el Mediterráneo, que hasta su sucesor leghista Matteo Salvini le ha reconocido los méritos. Desató así mismo la represión hacia los movimientos sociales y cualquier forma de solidaridad con los migrantes. El caso de la ciudad de Ventimiglia, en la frontera con Francia, resulta emblemático: en el verano de 2015 a un plantón de migrantes que pedían entrar a Francia se unieron cientos de jóvenes de asociaciones y centros sociales, generando una de las expresiones más avanzadas de solidaridad real. La administración local del PD declaró ilegal dar de comer a los migrantes y desalojó violentamente el plantón.

¿Un nuevo fascismo? Los desafíos de los movimientos sociales

Es difícil definir con certeza qué es y qué consecuencias tendrá el régimen político italiano actual. Apelar al fascismo puede ser resbaloso, en cuanto las garantías constitucionales siguen vigentes. No obstante, ha deshecho culturalmente el pacto de lo no aceptable establecido tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. Cada vez más se encuentra la forma de justificar racionalmente el abandono inhumano de los náufragos en alta mar, los registros coactivos de la población gitana, las agresiones contra la población homosexual y negra, realizando la transición cultural a una sociedad represiva.

El racismo y la homofobia popular y la conducta del gobierno italiano se retroalimentan electoralmente, apelando a un bienestar que se sostiene en un implícito fundamento colonialista: que Europa no tiene porqué compartir con nadie su riqueza ni su territorio.

Desde abajo, los movimientos sociales hacen un trabajo fundamental ante la impotencia del asociacionismo institucionalizado: ocupan inmuebles para que todos tengan un techo, organizan escuelas populares de lengua italiana, y fortalecen sindicatos en sectores de mano de obra migrante, como en el caso de los peones en el sur y de los trabajadores de la logística en el norte. Y en las periferias urbanas intentan crear prácticas de autodefensa frente a las rondas neofascistas que circulan para “cazar” migrantes.

Sin embargo, es un dato dramático que estos movimientos no crezcan más allá de un estricto circuito de activistas ni construyan proyectos políticos que disputen la hegemonía cultural a la derecha. Recientemente, la única propuesta política alternativa fue el lanzamiento del movimiento ¡Poder al Pueblo!, que se ha presentado en las elecciones de marzo, obteniendo apenas el 1.1 por ciento de los votos. El nuevo gobierno, si bien es expresión de un consenso amplio entorno a su postura racista, en el largo plazo tendrá dificultad. Como señala Giacomo Cucignatto, economista de la Universidad de Roma 3: “Liga y M5S no parecen intencionados a cuestionar seriamente las reglas del juego europeas, ni sus desequilibrios distributivos que afectan el contexto italiano y las economías mediterráneas: la principal propuesta del M5S, la renta básica de ciudadanía, no es financieramente compatible con la propuesta de la Liga de flat tax, es decir de cancelación de la progresividad fiscal a favor de los ricos, y ambas propuestas han sido postergadas indefinidamente por incompatibilidad con los parámetros monetaristas de la UE”. Por tanto, es factible que se abran espacios para nuevas iniciativas de las izquierdas, cuyo principal reto hoy son la consecución de una estrategia efectiva que favorezca una amplia organización social y una posición clara acerca de la relación con la Unión Europea, que se exprese a través de un discurso comprensible y no sectario.

* Doctorandos en Estudios Latinoamericanos, Unam y co-redactores del blog “Lamericatina”.

Información adicional

Autor/a: Alessandro Peregalli y Federico De Stavola
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