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Lula, de vegetariano a carnívoro

Lula, de vegetariano a carnívoro

En los últimos meses, Brasil ha puesto sobre la mesa que la política siempre es “más compleja”. El estallido del Lava Jato y la lucha anticorrupción empoderaron a una parte de la Justicia pero, lejos de mejorarla, erosionaron la ya débil democracia brasileña; la presidenta Dilma Rousseff comenzó su segundo mandato con un programa volcado hacia el neoliberalismo y terminó destituida en medio de acusaciones de comunismo; la ley de “ficha limpia”, aprobada durante el gobierno de Lula, acabó por cerrarle el paso a la candidatura presidencial. Es difícil reducir lo que ocurre en Brasil a una “proscripción” del ex presidente obrero, pero tampoco se puede dejar de advertir la saña de una parte de las elites contra el Partido de los Trabajadores, y sobre todo contra lo que representa, junto con la debilidad de las pruebas en el caso por el que se lo condenó.

Lula, que alguna vez fue considerado parte de la “izquierda vegetariana” –“me encanta ese tipo”, dijo Barack Obama– terminó considerado por muchos como la encarnación de la “izquierda carnívora”. La lucha de clases soft que durante su gobierno mejoró la situación de los de abajo sin quitarles a los de arriba terminó por ser considerada intolerable para las elites. El caso de Brasil confirma que las clases dominantes sólo aceptan las reformas si existe una amenaza de “revolución”, y la llegada al poder del PT estuvo lejos de la radicalización social. En todo caso, la experiencia petista terminó exhibiendo unas relaciones demasiado estrechas entre el gobierno y una opaca “burguesía nacional” (como frigoríficos o constructoras) que debilitaron su proyecto de reforma moral de la política.

Sin que se haya producido el ascenso de una alternativa “antipolítica” emergente desde el Poder Judicial, como podría haber sido la candidatura del juez Sérgio Moro, una parte de la población se vio seducida por la “antipolítica” de ultraderecha con resonancias militares de Jair Messias Bolsonaro, que hace campaña con biblias y balas y reivindica sin complejos la dictadura del 64.

Sin embargo, finalmente el nuevo escenario parece propicio para una resurrección del “lulismo”: con un presidente sin popularidad (Michel Temer cuenta con la aprobación de un escaso 4%), sin candidatos moderados fuertes y con un Lula que aún encarna un “momento feliz” de Brasil, el postulante del PT Fernando Haddad hoy no sólo “es Lula” –y hasta imita su voz ronca en un spot– sino que representa una opción democrática contra el autoritarismo, moderada contra el extremismo violento, feminista contra la misoginia y diversa contra la discriminación. Al mismo tiempo, la promesa de un “Brasil feliz de nuevo” revela las dificultades para proponer imágenes de futuro, en un contexto de crisis intelectual y programática de los progresismos latinoamericanos.

*Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

Información adicional

Autor/a: Pablo Stefanoni
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