Es 15 de junio en Bogotá, Colombia. Hacemos check-in en un hotel antiguo. El cuarto es difícil de encontrar. Las instrucciones para llegar son confusas. Un obrero de cara conforme, pintando de soledad toda la pared arañada de un pasillo, nos indica con dulzura hacia la puerta que nuestra llave abriría. Ya en el cuarto, nuestra ventana revela, sobre la herencia de un monte con bosques, las nubes, siempre ahí desbordándose espumosas, blancas, tupidas. Abierta, la brisa fresca de la noche terrestre alegra el presente perfecto de todo lo que tenemos en América Latina y el Caribe.
El 16 de junio, cuando despertamos, el obrero todavía estaba allí. Intercambiamos saludos, desayunamos y nos preparamos para darle seguimiento a la Declaración de Acapulco. En la mesa de trabajo no somos Argentina, no somos Brasil, no somos Chile, no somos Colombia, no somos Cuba, no somos México, somos América Latina y el Caribe buscando la autosuficiencia regulatoria y la soberanía sanitaria.
Es la oportunidad más clara, desde la regulación sanitaria, para (1) confiar en las decisiones basadas en rigor científico de cada agencia de la región en favor de nuestros pueblos y (2) converger en una sola voz de autoridad sanitaria que se pronuncie y proteja a la población desde la salud pública.
En el Encuentro de Bogotá, las seis agencias regulatorias de referencia regional pudimos intercambiar información, pensamientos, obstáculos y preocupaciones comunes para fortalecer nuestra misión de garantizar el acceso a medicamentos, insumos y servicios de salud para todas las personas, en todos los lugares.
Nos preguntamos: ¿de qué sirve que tengamos seis autoridades de referencia regional, si América Latina y el Caribe continúan como la región más desigual en materia de regulación sanitaria? Nos autocriticamos: pareciera que sólo adecuamos nuestros sistemas regulatorios en beneficio de los intereses de grandes productores, pues todos contamos con mecanismos de evaluación y autorización expeditos para registros provenientes de dichos países, pero no contemplamos algo similar entre los países latinoamericanos y caribeños.
Este tipo de condicionantes regulatorias tienen un impacto directo en el comercio regional. Perpetúan nuestra dependencia al priorizar importaciones de las grandes potencias, pues es más fácil registrar un medicamento de estos países –con el capital de la industria farmacéutica–, que de un fabricante de la región, pese a que pueda ofrecer calidad, seguridad y eficacia en sus productos. Como prueba, observamos que tenemos mercados farmacéuticos poco integrados. El comercio intrarregional de productos farmacéuticos se redujo 32 por ciento entre 2015 y 2020. Con cifras de la Cepal, comentamos que 72 por ciento de las exportaciones intrarregionales de productos farmacéuticos se concentra en la Alianza del Pacífico y el Mercosur, lo que demuestra que la construcción de marcos comunes regionales contribuyen desde lo regulatorio a la integración de los mercados farmacéuticos.
Concluimos el día detectando las barreras ilusorias a derrumbar que mantienen dividida y excluida de sí misma a nuestra región. Como países hermanos, intercambiamos ideas y propuestas para avanzar en armonización, convergencia y reconocimiento de regulaciones de medicamentos.
Esta ambición de la autosuficiencia sanitaria regional es de particular importancia en nuestras sociedades plagadas de profunda inequidad. El derecho a obtener una educación, una vida digna, una buena alimentación, una cama en un entorno sano, disfrutar del atardecer en un ambiente seguro, tener acceso a la información, así como tantos otros derechos humanos, no son independientes del derecho a la salud, ni son ajenos a las libertades y alegrías de nuestros pueblos. Por eso, para lograr el derecho a la salud para todas las personas en todos los lugares, es necesario fortalecer la regulación sanitaria.
El 17 de junio, desde Bogotá, firmamos para tomar decisiones que mejoren la calidad de vida de todos los pueblos de nuestro continente; desde aquí resolvimos atender los obstáculos nacionales para beneficiar a la salud pública regional; desde aquí buscamos curar las heridas de un neoliberalismo que en su avaricia rasguña la salud de nuestros pueblos y gente.
Al salir del cuarto, listos para hacer el check-out, reflexionamos que si el mundo fuera un hotel, quién sabe en cuál habitación habría estado América Latina y el Caribe; tal vez sería ese obrero de cara conforme pintando de soledad la pared arañada. Pero hoy, América Latina y el Caribe tienen frente a ella una oportunidad clara de reclamar una habitación propia, y de la puerta que se le ha cerrado hoy tiene la llave.
* Titular de la Cofepris
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