Carta de navidad al próximo alcalde de Bogotá

Aprovechemos el peliculero espíritu navideño para pedir por Bogotá y por sus gentes

Bogotá, diciembre 17 de 2023

Señor futuro alcalde de Bogotá Distrito Capital (DC)

En esta misiva quiero abogar por una ciudad incluyente y acogedora que sea punto amable de encuentro y pedirle que se sume a ello.

Como ateo, no creo en reyes, ni magos ni de los otros, ni en niños dioses, sean de la religión que sean. Pero como ciudadano sí creo que tenemos que ser parte de la política que se hace en el lugar que habitamos y por eso esta misiva de deseos y esperanza.

Ya que ejercí mi derecho al voto en las pasadas elecciones regionales, tengo derecho a expresarme para no sentir que lo boté. Lo perdí porque no salieron los que había elegido, pero espero que no lo perdamos todas y todos los que participamos del juego democrático viendo que nuestra ciudad, bajo su alcaldía, sigue bajando en calidad de vida.

Por ello y pese a que no voté por usted como alcalde de la capital del país, me atrevo a demandar su atención y le escribo esta carta de navidad para hacer la clásica misiva de final de año con anhelos que desearíamos recibir. Lo primero es sugerirle que cuente con toda la ciudadanía y no solamente con quienes le bailen el agua.

Lo segundo, y ahora que, con buen criterio, la capital ya no tendrá cambio de eslogan con cada administración y eso supondrá el ahorro de una buena plata, que es hora de que invierta el dinero público en un lema común que la mayoría, espero, suscribiríamos: humanidad.

Sí, la plata para que la nueva alcaldía trabaje por una Bogotá más humana. Sí, humana y humanizada, vivible, mejor para todas y todos de verdad, pisando el suelo y sus realidades, que, estar, siempre estaremos “dos mil seiscientos metros más cerca de las estrellas”, una ciudad que no sea indiferente y que más que positiva sea alterativa, mejor para la mayoría.

Se necesita una Bogotá para su ciudadanía. Y en eso, una de las claves es la revitalización y adecuación del centro. En las ciudades capitales el centro suele ser la imagen que las sitúa en el mundo y las ofrece a sus visitantes, nacionales o extranjeros. Además de ser, como espacio público, tal como señalaba Hannah Arendt, el lugar donde los sujetos actúan, se relacionan, elaboran significados y construyen la libertad humana entendida como “la participación de los ciudadanos en los asuntos de una polis” y que solamente se puede hacer realidad “en la participación activa de los ciudadanos en los asuntos públicos” (Habermas, 1975).

El perímetro que sitúo como centro recoge una buena parte de la cultura de Bogotá y su estado no es el más adecuado para que lo (nos) visiten. Y no me refiero a las personas sin hogar ni a las que venden de manera ambulante cualquier cachivache. Esas personas necesitan también estar incluidas en su ciudad y requieren de una regulación que las permita vivir y vender para sentirse parte activa de la urbe.

Tampoco lo digo por las pintadas, murales o grafitis, que la embellecen y le dan color, además de recoger demandas entre las que tal vez podría estar esta carta.

Es esa imagen de abandono institucional, de dejadez corporativa, de suciedad de espíritu, que conlleva que se afiance una reiterada, histórica, endémica, falta de seguridad, una sensación de temor al pobre en lugar de a la pobreza, una suciedad que no mancha al humano sino al alma de la ciudad.

Apostarle al futuro es reconocer el presente y poner en valor lo que hay para que sigamos creciendo como capitalinas y capitalinos que entiendan que la ciudad es de todas y todos, que hay que sentirla para quererla y quererla para transformarla. Para que sea ese espacio público ideológico en el que se puedan materializar “categorías abstractas como democracia, ciudadanía, convivencia, civismo, consenso […] un proscenio en el que ver deslizarse a una ordenada masa de seres libres e iguales que emplean ese espacio para ir y venir de trabajar o de consumir y que, en sus ratos libres, pasean despreocupados por un paraíso de cortesía” (Delgado, 2011).

En el espacio que delimitan la carrera segunda por el oriente y la carrera séptima por el occidente -aprox. 1,5 km.-, y la calle 30 por el norte y la calle 10 por el sur -aprox. 2,2 km.- se encuentran algunos de los más importantes centros culturales, académicos, políticos, económicos y religiosos de esta enorme urbe capitalina.

En apenas 3,5 km2, aproximadamente cien cuadras, podemos encontrarnos con: el teatro Jorge Eliécer Gaitán, que está cumpliendo 50 años rodeado de más mugre de la que merece; la Biblioteca Nacional de Colombia, un tesoro casi desconocido y que, pese a guardar la memoria de este país, gran parte no lo visita; el Museo Nacional, que nos acompaña y enseña desde hace doscientos años; el Museo de Arte Moderno, que también está celebrando cumpleaños (60); el museo del Oro, con esa parte de la riqueza patria que no fue esquilmada por los ´conquistadores`; la sala Mapa Teatro, que, gracias al empeño de sus promotores, se resiste al derrumbe; la Red Cultural del Banco de la República, con la Biblioteca Luis Ángel Arango, el museo Botero, la Casa de la Moneda y el Museo de Arte Miguel Urrutia; el centro cultural Gabriel García Márquez, el teatro Colón, el de la Candelaria, el teatro Faenza, el Espacio Odeón, el teatro México o el reciente Centro Nacional de las Artes Delia Zapata. A eso se suman, el centro Gilberto Alzate Avendaño, el Planetario, la Cinemateca Distrital, el Centro Colombo Americano, la Alianza Francesa o el instituto Caro y Cuervo; además de universidades como la Central, la Tadeo, los Andes, el Externado o el Rosario.

También se encuentran, además de decenas de comercios, restaurantes tradicionales e históricas librerías, las sedes de instituciones fundamentales para el país como el palacio de Liévano, su futura sede de mando de la alcaldía, la Procuraduría General de la Nación, el palacio de Justicia, el Congreso de la República, la sede Centro de la DIAN o el Banco de la República, junto a diferentes sedes distritales de la Registraduría o de otros organismos. Sin olvidar las iglesias que, como no podría ser de otro modo en un país oficialmente aconfesional pero tradicionalmente religioso, lo pueblan por doquier. Empezando por la Catedral primada a la que se suman, entre otras, las Aguas, las Nieves, la Candelaria o san Francisco y, sobre todas ellas, el santuario de Montserrate que, desde su privilegiada situación en uno de los cerros orientales y a más de tres mil metros de altitud, otea su ciudad y creo que cada día reza y llora por su deterioro.

Toda esa riqueza social y cultural, junto con una cada vez más numerosa población que habita el centro, se merece una ciudad más humana, más cuidada, más habitable y más saludable. Porque no queremos que Bogotá sea, como lo definía Marc Augé, un no lugar, “ese espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico”.

Las y los bogotanos, nativos y adoptados, necesitan de espacio público, tal como promete el decreto 072 de 2023 de la Alcaldía, pero que sea habitable y solidario con las diversidades de una ciudad donde el verde debería poder ser de todos los colores y en la que las personas que la habitamos podamos hacerlo con dignidad.

Queremos vivir como ciudadanas y ciudadanos de una ciudad mito, en el sentido de que podamos habitar y coexistir con lo real, con lo simbólico y con lo imaginario que cada persona siente y vive en su ciudad.

Ya sabemos que contra el vicio de pedir está la virtud de no dar, pero esto no es pedir por pedir. Es una solicitud ciudadana que, de momento, la firma solamente quien la suscribe con la nada secreta intención de que, si quiere, si lo quieren, puedan leerla como un poema que nos invite a soñar la Bogotá que todxs queremos.

Atentamente, un ciudadano bogotano y ateo que cree que la comunicación que hacemos determina la sociedad en que vivimos.

17DIC2023

Información adicional

Autor/a: Iñaki Chaves
País: Colombia
Región: Colombia
Fuente:

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