Cuando el fútbol se lo comió todo, Qatar descansó y celebró


Mientras la FIFA trataba de contrarrestar las críticas, Qatar seguía con la misma estrategia que utilizó desde el momento en que se confirmó que sería anfitrión de este Mundial: le bastaba con paliar las críticas a base de dinero, cambiar alguna ley para decirle al mundo que estaban en el buen camino y resistir. Resistir porque sabían que, cuando la pelota echara a rodar, se callarían las críticas.

Pocos días antes del inicio del Mundial, la FIFA envió una carta a todas las federaciones participantes recomendándoles dejar a un lado cualquier manifestación política y centrarse en la competición deportiva. Al mismo tiempo, su presidente, Gianni Infantino, cuestionó la moralidad y la historia de los países europeos. Era su respuesta a las críticas que venían recibiendo tanto el órgano regulador del fútbol como el propio país anfitrión. También, la evidencia de la preocupación que había dentro de la FIFA por el prestigio del torneo que es su principal fuente de ingresos.

Lo cierto es que, a medida que se acercaba el inicio del Mundial, se extendían las críticas alrededor de la elección de Qatar como anfitrión, de todo lo que hizo su gobierno para lograrlo, dentro y fuera de la ley, y de la calamitosa situación de los derechos humanos y laborales en el país. Se ha convertido así en uno de los mundiales más politizados de la historia, pero mientras la FIFA trataba de contrarrestar las críticas, Qatar seguía con la misma estrategia que utilizó desde el momento en que se confirmó que sería anfitrión de este Mundial. Con el respaldo inquebrantable de Infantino, le bastaba con paliar las críticas a base de dinero, cambiar alguna ley para decirle al mundo que estaban en el buen camino y resistir. Resistir porque sabían que, cuando la pelota echara a rodar, se callarían las críticas.

Qatar vs Europa

Y la pelota echó a rodar, pero las críticas seguían presentes. La BBC renunció a retransmitir la ceremonia de inauguración del torneo y no tardó en iniciarse la batalla de los símbolos. Ante el anuncio de que varias selecciones lucirían un brazalete reivindicando los derechos del colectivo LGTBI+, la organización amenazó con sancionar con una tarjeta amarilla a los capitanes que lo lucieran y fue suficiente para echar la protesta por tierra. Sí lo lució en el césped del estadio qatarí la exfutbolista y comentarista de la BBC Alex Scott. En el palco, sentada al lado de Infantino, lo lució también la ministra de interior alemana, mientras los jugadores de su selección se tapaban la boca al hacerse la protocolaria foto de equipo. Todo entraba dentro de la campaña de algunos países europeos por la falta de derechos en Qatar, que incluía una representación diplomática de perfil bajo, sin la presencia de presidentes de gobierno. Otros, con España a la cabeza, respaldaron a la organización y la selección estuvo representada en su estreno por el jefe de Estado, Felipe VI. La misma actitud que ha mantenido la federación cuando la Supercopa se ha disputado en Arabía Saudí.

La contracara de esta campaña revela la implicación de los Estados europeos en la organización del Mundial, iniciada desde la reunión en el Elíseo entre Sarkozy, Platini y las autoridades qataríes y que resultó fundamental para que el pequeño país fuera elegido como sede de la competición. Después, como señaló Jaume Portell en El Salto, varias empresas europeas, entre las que están españolas como el BBVA, Santander, OHL o Sacyr, se beneficiaron de importantes contratos en la construcción y financiación del Mundial.

Diplomacia mundialista

A pesar de la implicación de numerosas empresas europeas, las críticas de la prensa despertaban preocupación, principalmente dentro de la FIFA, organización en la que el peso de los representantes del viejo continente es considerable. Dentro del gobierno catarí, por el contrario, están más acostumbrados a lidiar con las críticas a la falta de derechos humanos y la apuesta por el Mundial iba encaminada a consolidarse como un país poderoso, referente en la región. Así, en la ceremonia de inauguración, el emir de Qatar se permitió sentar a su lado al príncipe saudí, Mohamed Bin Salman, otro de los mandatarios más criticados en los medios occidentales y lució una bandera saudí en la histórica victoria de la selección árabe frente a Argentina. Al mismo tiempo, ejercía de buen anfitrión e impulsaba el apretón de manos entre dos enemigos regionales como el presidente de Turquía, Erdogan, y el de Egipto, al-Sissi. Pura diplomacia mundialista.

Qatar evidenciaba que la campaña de críticas no ha dejado de tener un carácter simbólico. En plena competición, Qatar anunció un importante acuerdo para vender gas licuado a la empresa china Sinopec y, unos días más tarde, se anunciaba un acuerdo similar para suministrar gas licuado a Alemania. Al mismo tiempo, el gobierno de Estados Unidos aprobaba la venta de armas a Qatar por valor de mil millones de dólares.

Era una nueva confirmación de que las críticas al Mundial habían llegado demasiado tarde y apenas se habían circunscrito al ámbito de la prensa. Demasiado poco como para hacer mella en un país anfitrión que ejerce una creciente influencia internacional gracias a sus grandes reservas de gas y petroleo. Qatar se sentía cada vez más segura y reconoció el fallecimiento de entre 400 y 500 trabajadores en los preparativos para el torneo, lejos de la cifra oficial de tres muertes admitida hasta entonces y muy lejos de los 6.500 denunciados un año atrás por The Guardian.Las condiciones de los trabajadores extranjeros contratados para la construcción de las diferentes instalaciones del Mundial habían sido uno de los aspectos más polémicos. Sin embargo, una vez iniciado el torneo y con miles de enviados especiales en el país, fueron contados los que quisieron comprobar cuáles eran exactamente esas condiciones. Quienes se acercaron a Asia Town, el barrio a las afueras de Doha en el que viven muchos de esos trabajadores, fueron testigos de un lugar alejado del lujo que ha tratado de mostrar la organización. Habitada por trabajadores, todos hombres, viviendo en casas colectivas de entre cuatro y 12 personas que son las que les permite pagar su salario de alrededor de 400 euros. La presencia del Mundial en Asia Town se vive únicamente a través de la pantalla gigante instalada en el campo de cricket para que puedan seguir los partidos.

El Mundial global

Mientras tanto, el balón seguía rodando y atrayendo, cada vez más, los focos de los medios de comunicación. La selección de Irán adquirió protagonismo cuando los jugadores decidieron no cantar el himno de su país en protesta por la represión ejercida sobre la población en las revueltas iniciadas tras el asesinato de la joven Mahsa Amini. Una de las víctimas de la represión es el futbolista Amir Nasr-Azadani, condenado a muerte por apoyar las protestas en favor de los derechos de las mujeres en su país, según confirmó la Federación Internacional de Asociaciones de Futbolistas Profesionales (FIFPRO). Las consecuencias de las guerras de los Balcanes volvieron a hacerse presentes cuando Serbia se enfrentó a una selección suiza en la que formaban varios jugadores de origen albanés. También cuando la afición croata mostró una pancarta muy ofensiva contra el portero de Canadá, Milan Borjan, cuya familia huyó de Krajina tras la entrada del ejército croata.

Y la gran sorpresa de este Mundial, la selección de Marruecos, se ha convertido en la defensora del orgullo de África y de los países árabes, tras eliminar a Bélgica y España, dos de los países a los que más ha emigrado su población, y caer en semifinales ante Francia, su antigua metrópoli. Infantino debió de revolverse en su asiento al ver a los jugadores marroquíes en el césped ondeando la bandera palestina, en un gesto muy aplaudido en los países árabes. Habría sido un buen momento también para que alguno de esos jugadores hubiera recordado el olvido al que se ha reducido la causa del pueblo saharaui, porque, por más que la FIFA trate de evitarlo, el Mundial es un gran altavoz que puede poner en primer plano causas que parecen olvidadas.

La corrupción una vez más

Y cuando Modric, Messi o Mbappe habían absorbido todo el protagonismo de la competición, la corrupción alrededor del Mundial volvió a saltar al primer plano informativo. Sin embargo, esta vez el terremoto no se produjo en Qatar; se trataba más bien de una réplica con epicentro en el corazón de la Unión Europea, porque la policía belga detuvo a la vicepresidenta del Parlamento Europeo, la griega Eva Kaili, acusada de recibir sobornos a cambio de mejorar la imagen de Qatar ante la UE. Una investigación que implica también al gobierno de Marruecos y a otros seis eurodiputados y que amenaza con dar todavía algún coletazo más.En pleno Mundial, la tantas veces denunciada corrupción que rodea al gobierno catarí terminaba ensuciando el prestigio de las instituciones europeas, en un final de guion insospechado para una competición que ha venido arrastrando lodo desde hace 12 años. Por el camino ha quedado buena parte del prestigio de la FIFA, además de toda una generación de dirigentes que terminaron detenidos o se vieron obligados a dimitir. El país que generó toda la trama, en cambio, ha sobrevivido indemne. Corrompieron a quien hizo falta y resistieron con el apoyo fundamental, primero de Blatter y luego de Infantino. Llegado el momento, han agasajado a sus invitados, han mostrado la mejor cara del país y han ocultado la más siniestra. Porque, al final, como dijo el músico argentino León Gieco, el fútbol se lo comió todo y entonces, Qatar dejó que fueran los futbolistas quienes mostraran la mejor cara del país. El Mundial será recordado por la actuación de Messi y por una final para la historia y esa es la mejor noticia para los organizadores. Por eso el deporte es una herramienta tan potente y por eso son tantos los que quieren exprimirlo.

Por Xabier Rodríguez

@xabierRodriguez

21 DIC 2022

Información adicional

MUNDIAL QATAR
Autor/a: Xabier Rodríguez
País: Qtar
Región: Asia-áfrica
Fuente: El Salto

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