La agenda comercial y migratoria del mandatario estadounidense en la región pasa por apoyar a gobiernos autocráticos con el objetivo de debilitar la fuerte presencia de China.
02/05/2025. A punto de caer en el abismo por su errática política económica, al Gobierno del ultraderechista Javier Milei le cayó recientemente del cielo un salvavidas con el sello del Fondo Monetario Internacional (FMI) y un cheque de 20.000 millones de dólares. El enésimo rescate financiero a Argentina, auspiciado por Estados Unidos, pone de manifiesto la estrategia de Donald Trump hacia América Latina y su predilección por gobernantes autoritarios de derechas, como Milei, el salvadoreño Nayib Bukele o el ecuatoriano Daniel Noboa.
Si en su primer mandato (2017-2021) Trump contó con el respaldo de tres de los principales países de la región (Brasil, Argentina y Colombia), hoy sus apoyos principales provienen de dos mandatarios autocráticos (Bukele y Noboa) y un Milei con fuerte oposición interna. El desdén del presidente estadounidense hacia Latinoamérica fue notorio durante su primera Administración. Ahora, su guerra comercial con China -que ha ampliado de manera mayúscula su presencia en la zona-, le obliga a prestar más atención a lo que se cuece al sur del río Bravo. América Latina va a convertirse en una suerte de laboratorio del expansionismo neoimperial de Estados Unidos, con sus nuevas (y no tan nuevas) recetas en materia de seguridad, migración, control fronterizo y comercio.
Milei, el alumno aventajado
Para apuntalar el acuerdo de Argentina con el FMI, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, viajó hace unas semanas a Buenos Aires, donde se deshizo en elogios hacia su anfitrión: “Gracias al audaz liderazgo del presidente Javier Milei, la relación entre Estados Unidos y Argentina es más sólida que nunca”. El cheque del FMI trae, como siempre sucede, contrapartidas. La Casa Rosada accedió a eliminar las restricciones cambiarias para dejar al peso en una banda de flotación que, en un primer momento, provocó una devaluación de más del 10% de la moneda argentina.
El salvavidas financiero le llega a Milei seis meses antes de la celebración de unas cruciales elecciones legislativas de medio mandato y cuando su popularidad está en declive. No ha hecho falta que la oposición peronista denunciara la gratificación política que conlleva el crédito del FMI. La propia directora gerente de la entidad, Kristalina Georgieva, defendió así el acuerdo con Buenos Aires: “El país se dirige a elecciones en octubre. Es muy importante que no se descarrile la voluntad de cambio. Hasta ahora, no vemos que ese riesgo se esté materializando, pero insto a Argentina a que mantenga el rumbo”. El organismo multilateral ya rescató en 2018 al entonces hundido Gobierno conservador de Mauricio Macri. En esa ocasión, con 50.000 millones de dólares, el mayor crédito otorgado por el FMI en toda su historia. Un préstamo que los argentinos todavía están pagando.
Objetivo: alejar a China de la región
La nueva estrategia de la Casa Blanca hacia América Latina prioriza los deseos de Trump de debilitar la influencia de China en la región. El respaldo económico a los gobiernos aliados y la imposición gradual de aranceles según el color político de cada país viene acompañado de un despliegue militar muy visible. Pocos días después de la visita de Bessent, aterrizó en Argentina el almirante Alvin Holsey, jefe del Comando Sur estadounidense, quien se reunión con Milei antes de viajar a Ushuaia, en el extremo sur del país, donde ambos países pretenden construir una base naval conjunta con la vista puesta en la Antártida.
La ofensiva de Washington por hacerse con el control de los pasos bioceánicos del continente había comenzado unas semanas antes en Centroamérica. Si en un primer momento el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, se mostró en contra de ceder la gestión del Canal a Estados Unidos, tal y como había exigido Trump en su retorno a la Casa Blanca, semanas después se comprometía ante las autoridades norteamericanas a no renovar el acuerdo de entendimiento firmado con China en 2017 en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. A Mulino le han visitado ya el secretario de Estado, Marco Rubio, y el de Defensa, Pete Hegseth. Ambos con un doble propósito: el despliegue de tropas y un mayor control comercial en la zona. En los últimos 25 años, los intercambios comerciales entre China y Latinoamérica han pasado de 14.000 millones de dólares a cerca de 500.000 millones, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Bukele y Noboa, alfiles para la seguridad
Además del comercio, la otra gran obsesión de Trump es la seguridad, con sus vertientes de migración y defensa. Para llevar a cabo deportaciones masivas ha encontrado un socio muy disciplinado en El Salvador. Nayib Bukele revalidó su presidencia en 2024 con un apoyo masivo en las urnas. El régimen de excepción impuesto por el mandatario para erradicar la delincuencia quedaba avalado pese a las innumerables denuncias de organismos de derechos humanos. Para limpiar las calles de pandilleros, construyó una gran prisión, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), adonde han recluido ya a un buen número de migrantes deportados por Estados Unidos y acusados de pertenecer a bandas criminales como la venezolana Tren de Aragua o la salvadoreña Mara Salvatrucha. Con el acuerdo, Bukele ingresa suculentas divisas a cambio de convertir a El Salvador en un Guantánamo centroamericano.
A punto de caer en el abismo por su errática política económica, al Gobierno del ultraderechista Javier Milei le cayó recientemente del cielo un salvavidas con el sello del Fondo Monetario Internacional (FMI) y un cheque de 20.000 millones de dólares. El enésimo rescate financiero a Argentina, auspiciado por Estados Unidos, pone de manifiesto la estrategia de Donald Trump hacia América Latina y su predilección por gobernantes autoritarios de derechas, como Milei, el salvadoreño Nayib Bukele o el ecuatoriano Daniel Noboa.
Si en su primer mandato (2017-2021) Trump contó con el respaldo de tres de los principales países de la región (Brasil, Argentina y Colombia), hoy sus apoyos principales provienen de dos mandatarios autocráticos (Bukele y Noboa) y un Milei con fuerte oposición interna. El desdén del presidente estadounidense hacia Latinoamérica fue notorio durante su primera Administración. Ahora, su guerra comercial con China -que ha ampliado de manera mayúscula su presencia en la zona-, le obliga a prestar más atención a lo que se cuece al sur del río Bravo. América Latina va a convertirse en una suerte de laboratorio del expansionismo neoimperial de Estados Unidos, con sus nuevas (y no tan nuevas) recetas en materia de seguridad, migración, control fronterizo y comercio.
Milei, el alumno aventajado
Para apuntalar el acuerdo de Argentina con el FMI, el secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, viajó hace unas semanas a Buenos Aires, donde se deshizo en elogios hacia su anfitrión: “Gracias al audaz liderazgo del presidente Javier Milei, la relación entre Estados Unidos y Argentina es más sólida que nunca”. El cheque del FMI trae, como siempre sucede, contrapartidas. La Casa Rosada accedió a eliminar las restricciones cambiarias para dejar al peso en una banda de flotación que, en un primer momento, provocó una devaluación de más del 10% de la moneda argentina.
América Latina va a convertirse en una suerte de laboratorio del expansionismo neoimperial de Estados Unidos
El salvavidas financiero le llega a Milei seis meses antes de la celebración de unas cruciales elecciones legislativas de medio mandato y cuando su popularidad está en declive. No ha hecho falta que la oposición peronista denunciara la gratificación política que conlleva el crédito del FMI. La propia directora gerente de la entidad, Kristalina Georgieva, defendió así el acuerdo con Buenos Aires: “El país se dirige a elecciones en octubre. Es muy importante que no se descarrile la voluntad de cambio. Hasta ahora, no vemos que ese riesgo se esté materializando, pero insto a Argentina a que mantenga el rumbo”. El organismo multilateral ya rescató en 2018 al entonces hundido Gobierno conservador de Mauricio Macri. En esa ocasión, con 50.000 millones de dólares, el mayor crédito otorgado por el FMI en toda su historia. Un préstamo que los argentinos todavía están pagando.
Objetivo: alejar a China de la región
La nueva estrategia de la Casa Blanca hacia América Latina prioriza los deseos de Trump de debilitar la influencia de China en la región. El respaldo económico a los gobiernos aliados y la imposición gradual de aranceles según el color político de cada país viene acompañado de un despliegue militar muy visible. Pocos días después de la visita de Bessent, aterrizó en Argentina el almirante Alvin Holsey, jefe del Comando Sur estadounidense, quien se reunión con Milei antes de viajar a Ushuaia, en el extremo sur del país, donde ambos países pretenden construir una base naval conjunta con la vista puesta en la Antártida.
La ofensiva de Washington por hacerse con el control de los pasos bioceánicos del continente había comenzado unas semanas antes en Centroamérica. Si en un primer momento el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, se mostró en contra de ceder la gestión del Canal a Estados Unidos, tal y como había exigido Trump en su retorno a la Casa Blanca, semanas después se comprometía ante las autoridades norteamericanas a no renovar el acuerdo de entendimiento firmado con China en 2017 en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda. A Mulino le han visitado ya el secretario de Estado, Marco Rubio, y el de Defensa, Pete Hegseth. Ambos con un doble propósito: el despliegue de tropas y un mayor control comercial en la zona. En los últimos 25 años, los intercambios comerciales entre China y Latinoamérica han pasado de 14.000 millones de dólares a cerca de 500.000 millones, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Bukele y Noboa, alfiles para la seguridad
Además del comercio, la otra gran obsesión de Trump es la seguridad, con sus vertientes de migración y defensa. Para llevar a cabo deportaciones masivas ha encontrado un socio muy disciplinado en El Salvador. Nayib Bukele revalidó su presidencia en 2024 con un apoyo masivo en las urnas. El régimen de excepción impuesto por el mandatario para erradicar la delincuencia quedaba avalado pese a las innumerables denuncias de organismos de derechos humanos. Para limpiar las calles de pandilleros, construyó una gran prisión, el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), adonde han recluido ya a un buen número de migrantes deportados por Estados Unidos y acusados de pertenecer a bandas criminales como la venezolana Tren de Aragua o la salvadoreña Mara Salvatrucha. Con el acuerdo, Bukele ingresa suculentas divisas a cambio de convertir a El Salvador en un Guantánamo centroamericano.
Bukele ingresa suculentas divisas a cambio de convertir a El Salvador en un Guantánamo centroamericano
Daniel Noboa, recientemente reelecto en unas controvertidas elecciones, ha querido seguir los pasos de Bukele en Ecuador, un país militarizado y sometido por los cárteles del narcotráfico. De momento, solo ha conseguido imitarle en su afán de erigirse en un autócrata. La oposición correísta ha denunciado múltiples irregularidades cometidas a lo largo de la última campaña electoral. Protegido por Trump, Noboa recibirá ayuda económica y militar estadounidense en su segundo mandato.
¿Nuevos socios?
El club trumpista es todavía minoritario en Latinoamérica. La izquierda gobierna en una mayoría de países, pero el mapa político podría cambiar en los próximos meses. Bolivia (agosto), Chile y Honduras (noviembre) celebran elecciones este año. El cisma abierto entre Evo Morales y el actual mandatario, Luis Arce, puede penalizar a la izquierda, en el poder desde 2006 (salvo el breve interregno del golpe de Estado de 2019), y dar alas a la derecha. En Chile, el Frente Amplio de Gabriel Boric no ha cumplido con las expectativas de cambio generadas en 2021. A día de hoy la derecha y la ultraderecha lideran las encuestas, aunque el candidato pinochetista José Antonio Kast -un habitual de los cónclaves internacionales del populismo reaccionario- ha perdido algo de fuelle. Y en Honduras, la progresista Xiomara Castro no puede presentarse a la reelección. Su triunfo en 2021 supuso un paréntesis en la tradición de gobiernos neoliberales del país centroamericano.
El afán de Trump por adueñarse ideológica y comercialmente de la región ha encontrado de momento un dique de contención en Brasil, Colombia y México, cuyos gobiernos progresistas se han mostrado firmes ante las amenazas arancelarias de Washington. La hegemonía de la izquierda es indiscutible en México, con una Claudia Sheinbaum al alza en sus primeros meses de mandato. En Brasil y Colombia, Lula da Silva y Gustavo Petro, sin embargo, gobiernan con minoría legislativa. Ambos países irán a las urnas el año que viene. Dos citas clave para frenar o expandir la penetración trumpista en la región.
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