Entrevista a Ilya Budraitskis: “Este régimen no va a evolucionar”

El escritor y analista político Ilya Budraitskis explica la visión de la izquierda sobre la gobernanza descentralizada y por qué el Partido Comunista de Rusia debe irse al igual que Putin.

La invasión de Ucrania confrontó a la sociedad rusa con las consecuencias de una transformación de décadas que comenzó, entre otras cosas, con la introducción por Vladimir Putin de un nuevo Código Laboral. La nueva legislación laboral, aprobada en diciembre de 2001, recortó los derechos de los sindicatos, lo que contribuyó a la fractura social y al desmoronamiento de las políticas de solidaridad. El historiador y analista político Ilya Budraitskis viene formando parte de la escena política de la izquierda rusa desde la década de 1990 y ha participado en el activismo sindical y en otras iniciativas ciudadanas. ‘Meduza’ ha hablado con él sobre las políticas de  izquierdas rusa en tiempos de guerra, el papel del PCFR (el Partido Comunista de la Federación Rusa) en el contexto general de la izquierda rusa, la supervivencia de dicho partido en lo que Budraitskis denomina “las condiciones de la dictadura”, y los objetivos a los que sus militantes pueden aspirar en la actualidad para lograr una futura Rusia descentralizada y democrática, en la que el Estado sirva realmente a los intereses de la mayoría.

P.: ¿Cuáles son los elementos que componen la izquierda política rusa actual?

R.: Desde el 24 de febrero de 2022, el régimen actual de Rusia entró en una fase de flagrante dictadura que cuestiona toda actividad política legal en el país. Por lo tanto, las organizaciones y movimientos políticos que existían hasta esa fecha se dividieron en dos grandes bloques: uno que respaldó la llamada operación militar especial en Ucrania, y otro que la condenó y protestó contra ella. El mismo tipo de división tuvo lugar en la izquierda política en general. Fue una evolución previsible que incrementaba las tendencias que pueden rastrearse desde 2014. La Rusia de hoy tiene dos tipos diferentes de izquierdistas, y tenemos que tener claro a cuál de estos dos movimientos antagónicos nos estamos refiriendo.

P.: Empecemos por el bloque favorable a la guerra. Al referirnos a la izquierda parlamentaria del stablishment representada por el Partido Comunista (PCFR), ¿podemos considerarla una auténtica fuerza de izquierdas?

R.: La izquierda a favor de la guerra está representada ante todo por la dirección del PCFR y por quienes apoyan su posición. Por ejemplo, el Frente de Izquierda de Sergey Udaltsov ha adoptado una postura favorable a la guerra y se ha aliado con el PCFR. Consideran que la guerra y el conflicto con Occidente constituyen un desafío radical para el anterior modelo sociopolítico de Rusia, un desafío que inevitablemente llevará al país en la dirección de lo que les gusta llamar socialismo.

El principal problema de su posición –sin entrar en su moralidad y viabilidad– es que no explica quién va a ser el sujeto de la transformación política hacia su socialismo. No pueden referirse a las masas ni al trabajo asalariado organizado porque en Rusia se ha erradicado esa posibilidad. Se ha acabado con toda la vida política pública, incluida la libertad de reunión. Las huelgas han dejado de existir. La sociedad rusa se halla en un estado de máxima depresión y humillación. En la Rusia de Putin no hay lugar para ninguna clase de progreso hacia la justicia social.

Desde el punto de vista de la izquierda favorable a la guerra, el sujeto de la transformación socialista ha de ser la élite gobernante actual. Su estrategia, por lo tanto, es convencer a la élite para que siga la vía de las reformas socioeconómicas. Mientras tanto, el motivo de estos cambios (nos referimos a cosas como la nacionalización de las principales empresas industriales, o una redistribución más equitativa de los recursos del país) son las necesidades objetivas de un país enfrentado a un conflicto externo crucial. De ahí la orientación hacia el socialismo militarizado, incluida la planificación de arriba abajo para satisfacer las necesidades de la guerra en curso.

En las condiciones actuales de dictadura, Putin se ha convertido en el único destinatario de toda la propaganda del PCFR. Es a él a quien este partido debe persuadir para que haga efectivas las reformas que promueve. Así, en la reunión del presidente con las fracciones parlamentarias en julio de 2022, el presidente del PCFR, Gennady Zyuganov, declaró que su partido respalda sin fisuras el rumbo político de Putin, aunque le gustaría ver un movimiento hacia el socialismo. Putin respondió, con cierto rintintín, que se trata de una idea interesante pero que sería bueno hacer primero algunos cálculos sobre cómo sería el socialismo en la práctica.

Hay muy buenas razones para dudar de que el PCFR y sus aliados puedan describirse como una auténtica fuerza política de izquierdas dado que la premisa socialista se funda en la idea de que son las masas privadas de derechos quienes deben recuperar el poder político y económico mediante la autoorganización de las bases. El socialismo, en este sentido clásico de la izquierda, es algo que pone en marcha el pueblo, que es quien establece un nuevo orden social en beneficio de muchos y no de unos pocos.

El actual PCFR y sus aliados han rechazado esta idea ya que no ven a las masas interesadas en el cambio de abajo arriba como sujeto o motor del cambio. La idea de socialismo de Ziugánov no requiere ninguna participación de las masas; en su opinión, la actividad de base es en realidad no es deseable porque el comportamiento de la gente corriente es impredecible y, por tanto, susceptible de ser explotado por los enemigos de Rusia, que podrían seducirla con sus falsos valores. Es mucho más seguro llevar a cabo las reformas teniendo en cuenta los intereses del Estado.

P.: ¿El PCFR tiene poder político real? Aunque haya abandonado las ideas fundamentales de la política de izquierdas, ¿tiene una influencia real en las reformas del país?

R.: El PCFR acaba de celebrar su 30 aniversario con gran boato. El partido, dirigido por su inmutable líder Gennady Zyuganov, es prácticamente coetáneo del propio sistema político postsoviético. Merece la pena mencionar que su lugar en dicho sistema es bastante ambiguo. Como partido de democracia gestionada nunca ha reivindicado el poder político real sino que ha  coordinado cada uno de sus pasos con el Kremlin y en los últimos tiempos ha seguido sus directrices explícitas.

Este partido nunca ha intentado que la gente salga a las calles. Su orientación no atiende a lo que pasa fuera del parlamento; al contrario, se ocupa de redistribuir los escaños en la Duma Estatal y en el gobierno regional. En otras palabras, este partido no tiene grandes ambiciones políticas. Simplemente se mantiene a sí mismo y a su propio aparato y proporciona un trampolín para la  carrera política.

Son muchas las personas que se han convertido en gobernadores o representantes solo por haber pasado sus primeros años ascendiendo en la jerarquía del Partido Comunista. Por ejemplo, el gobernador de Oryol, Andrey Klychkov, o diputados de la Duma de Moscú como Leonid Zyuganov, nieto de Gennady Zyuganov, o el gobernador de Khakassia, Valentin Konovalov. Todos ellos han hecho carrera en el PCFR, dónde han alcanzado su modesta cuota de poder político. En el sistema político actual es poco probable que el PCFR te lleve más allá del puesto de diputado o de un puesto en el gobierno local.

El nicho del PCFR en el sistema  político ruso es producto de su función, que no es otra que  absorber a los votantes disidentes con mentalidad reivindicativa durante las elecciones. La gente que vota al PCFR no lo hace porque quiera que el nieto de Ziugánov haga carrera, o porque su partido apoye cada nueva empresa de Putin. Votan al PCFR porque están descontentos con la vida rusa en varios aspectos, el social en primer lugar. Están descontentos con la desigualdad y la pobreza.

Desde hace 30 años el PCFR ha traicionado sistemáticamente los intereses del pueblo que le ha votado. En cada etapa de la historia política contemporánea de Rusia hemos sido testigos de este abismo entre los votantes y quienes han acabado representándolos en el Gobierno. Vérase, por ejemplo, en 2011, cuando tras las elecciones a la Duma Estatal falsificadas a favor de Rusia Unida, se puso en marcha el movimiento Voto Justo, junto con el movimiento de protesta Bolotnaya. En esas elecciones los votos se robaron  a los comunistas. La oposición liberal o bien no participó en esas elecciones, o bien obtuvo resultados mucho más modestos que los de los comunistas. Las protestas de Voto Justo fueron sobretodo la expresión de indignación de quienes habían votado al PCFR. Pero el partido no se unió a las protestas sino que se sumó a la persecución de los manifestantes.

Otro ejemplo es el de las elecciones a la Duma Estatal de septiembre de 2021. Gracias en gran parte a la estrategia del voto inteligente que defendía el equipo de Navalny, la mayoría de los votantes de la oposición dieron su voto a los candidatos del PCFR. Una parte importante de esos candidatos ganaron en sus distritos pero aun así no alcanzaron un escaño en el parlamento debido a la cantidad de falsificaciones, incluida la manipulación de votos en linea. Entre tanto, la posición de la dirección del partido fue la siguiente: es cierto, se han producido ciertas violaciones pero no tan graves como para cuestionar los resultados electorales o cargar contra el régimen.

Esta ambigüedad del PCFR, un partido del stablishment que atrajo a votantes propensos a protestar, también se reflejó en su composición. El PCFR ha sido un imán para quienes querían tomarse en serio la política de oposición de izquierdas sin plegarse al Kremlin, defender los intereses de sus electores y desarrollar movimientos de base. A lo largo de toda su existencia, el PCFR ha incluido a estos dos grupos en conflicto con motivos completamente diferentes. Su dirección, sin embargo, siempre estuvo integrada por colaboradores del Kremlin satisfechos de ver al PCFR como un partido del stablishment. Al mismo tiempo, las secciones locales del partido atraían a menudo a personas con expectativas completamente distintas.

En 2021 esta contradicción se puso de manifiesto cuando la estrategia del voto inteligente obtuvo el apoyo de candidatos del PCFR, como Mijaíl Lobanov, en Moscú, gracias sobretodo a que defendían posiciones auténticas y coherentes contrarias al stablishment. Cuando estalló la guerra sólo unos pocos diputados de la Duma Estatal declararon su posición antibelicista pero todos los que la defendieron eran miembros del PCFR.

P.: ¿Se las arreglaron los militantes del PCFR para conseguir resultados a pesar de estos antagonismos internos?

R.: Cuando uno se convierte en diputado municipal o regional se abren ciertas oportunidades. Por supuesto, son muy limitadas dado que cualquier partido de la oposición, incluido el PCFR, va a contar con una presencia minoritaria. Aun así, un diputado es alguien que puede amplificar significativamente las voces de las comunidades locales, como en el caso del diputado de la Duma de Moscú Evgeny Stupin, que resulta ser miembro del PCFR.

P.: Hablemos del otro campo de la izquierda, el que no apoyó la invasión. A quien no esté afiliado al PCFR, ¿qué otras opciones de izquierda le quedan?

Entre las organizaciones de izquierda que condenaron la invasión hay una serie de pequeños grupos que operan esencialmente como medios de información. En un contexto en que prácticamente cualquier actividad pacifista o contra la guerra está prohibida, estos grupos rozan la ilegalidad. Las organizaciones políticas que adoptaron una posición abiertamente contra la guerra se han visto obligadas a pasar a la clandestinidad y ahora deben ser extremadamente cuidadosas. Ello genera un serio problema estratégico para todos los grupos de izquierda que existían en Rusia antes de la invasión, ya sean socialistas o anarquistas. Son varias las estrategias básicas que utilizan para adaptarse a las severas condiciones de hoy en día.

La primera es la acción directa ilícita, difícil de adoptar si ya se es una figura pública. La segunda es limitar la propia actividad a la propaganda en pequeñas comunidades como grupos cerrados de lectura. Por último, está la estrategia de la defensa laboral que por ahora sigue siendo legal. Hablamos del sindicato de mensajeros Courier, del sindicato de trabajadores médicos Deistvie y de otros sindicatos más pequeños en los que participan activistas contra la guerra.

P.: ¿Cómo se convirtieron los sindicatos rusos en una fuerza política?, y ¿está cambiando eso en la actualidad?

Empecemos diciendo que en Rusia existen sindicatos oficiales e independientes. Los oficiales, los del stablishment, reciben muy poca atención de los medios de comunicación y la mayoría de sus supuestos afiliados apenas sospechan que lo son. Sin embargo, su burocracia es enorme. La Federación Rusa de Sindicatos Independientes (FRSI) ha funcionado durante décadas como una extensión del gobierno en el marco de las relaciones laborales y como herramienta de control de los empresarios sobre las y los trabajadores. Obviamente no tienen nada que ver con los verdaderos sindicatos. Si buscamos paralelismos históricos, varios regímenes fascistas tuvieron sus propios sindicatos y asociaciones estatales tanto de empresarios como de trabajadores.

En lo que respecta a los sindicatos independientes, las escasas vías de actividad pública que quedan aún legales (como la defensa de los derechos sindicales, relacionada con la propaganda de la autoeducación) han pasado a ser arriesgadas. Por ejemplo, Kirill Ukraintsev, el dirigente del sindicato de mensajeros Courier, fue detenido y encarcelado la primavera pasada y no ha sido puesto en libertad hasta hace muy poco.

Hay que entender que a pesar de sus logros concretos, estas organizaciones no pueden considerarse sindicatos de pleno derecho habida cuenta de que un auténtico sindicato es capaz de negociar convenios colectivos con los grandes empresarios de la industria. Pero en la Rusia actual eso es prácticamente imposible, y no sólo por la presión que ejerce la represión del gobierno y los empresarios. Es imposible debido a la propia legislación vigente: una de las primeras medidas de Putin cuando llegó al poder fue adoptar un nuevo Código Laboral que recortó los poderes de los sindicatos.

Ello significa que es prácticamente imposible hacer una verdadera huelga en la Rusia actual. El alcance legal de los sindicatos es prácticamente nulo. Asociaciones como Courier, Deistvie o la Alianza de Profesores son iniciativas excelentes y muy importantes que operan, no obstante, en condiciones casi clandestinas. Se parecen más a organizaciones de apoyo que a sindicatos propiamente dichos. Por comparar y ver la diferencia, basta con echar un vistazo a las protestas por la reforma de las pensiones en Francia.

P.: ¿Y los anarquistas? Durante mucho tiempo han sido objeto de represiones estatales, ¿crecen los movimientos anarquistas en respuesta a la invasión? ¿Son los anarquistas quienes organizan los sabotajes ferroviarios e incendian las oficinas de reclutamiento?

R.: Tenemos muy poca información sobre quién está realmente detrás de esas iniciativas. No dispongo de datos a cerca de si crecen o disminuyen los movimientos anarquistas porque operan bajo una presión muy grande y en una clandestinidad de facto. Pero es muy difícil crecer en la clandestinidad.

El régimen se ha afanado en reducir la influencia indomable de los anarquistas sobre la generación de la población rusa más jóvenes. Hace aproximadamente una década se estableció en Rusia una importante subcultura antifascista apuntalada considerablemente en ciertas ideas anarquistas. Su influencia era muy palpable. El régimen invirtió muchos esfuerzos para aplastar esta atmósfera antifascista. Fue eso lo que motivó el procesamiento de La Red y muchas otras causas penales de motivación política. El régimen consiguió liquidar un movimiento más o menos masivo mediante la eliminación de sus principales activistas.

Está claro que algo de ese elemento antifascista ha sobrevivido y ha dado lugar a grupos de militantes. La cuestión relevante no es tanto sobre el presente como sobre el futuro. ¿Cuánto de lo que estos grupos hacen hoy seguirá teniendo sentido en el futuro? Las acciones aisladas, por heroicas que sean, son incapaces de acabar con el fuerza de la situación actual. Pero creo que si la sociedad rusa reclama un movimiento popular contra la guerra, todas sus formas disponibles, incluidas las que ya existen, serán bienvenidas.

P.: ¿Es cierto entonces que ningún movimiento de izquierdas puede aumentar significativamente en 2023? ¿No es más bien este el momento perfecto para aspirar a crecer?

R.: Creo que las condiciones dictatoriales, por principio, no dejan espacio para los derechos políticos y cívicos. No permiten ningún tipo de actividad política legal, lo que impide que estos movimientos consigan nuevos adeptos o difundan activamente su mensaje en la sociedad.

La cuestión es si de la sociedad rusa puede emerger un cambio lo suficientemente serio como para engendrar una nueva clase de política, y también qué tiene que ofrecer la propia izquierda en términos de desarrollo del país después de Putin. Esta es la principal tarea a la que se enfrenta la izquierda en este momento y cualquier grupo de la oposición en Rusia, y ello significa que lo que están haciendo ahora es un cálculo a largo plazo y no de efecto inmediato.

P.: ¿Cómo entiende la izquierda rusa la descolonización y cómo debería ser en Rusia?

Es una cuestión complicada ya que, por un lado, está el término descolonización tal y como se entiende en el contexto de los estudios poscoloniales y, por otro, hay cuestiones prácticas sobre el futuro político de Rusia tras el callejón sin salida en el que se halla en este momento. Y ambas cosas no tienen nada que ver. Así que quizá sea mejor centrarse en el orden político actual de Rusia entroncado en su pasado imperial.

En primer lugar, la guerra se fundamenta en el revisionismo histórico y en la idea de que no hay existencia auténtica posible para Rusia dentro de sus fronteras actuales. Tal y como lo ve el régimen, las fronteras de Rusia deben avanzar constantemente para recuperar las tierras que supuestamente son históricamente rusas. Lamentablemente esta línea de pensamiento goza de cierta tradición: no se la ha inventado Putin sino que viene condicionada por toda la herencia imperial prerrevolucionaria de Rusia así como por la experiencia soviética de la era de Stalin y posterior a Stalin.

Esta tradición ya se ha arraigado en la conciencia de gran parte de la población, y eso es lo que hace que la propaganda sea tan eficaz. Conseguir que la Rusia post-Putin viva en paz con sus vecinos sin amenazar a otros países –incluidos los Estados postsoviéticos y de Europa del Este– requiere revisar los fundamentos de la mentalidad imperial. No solo tenemos que resolver nuestro presente sino también nuestro pasado, y cómo ven nuestra ciudadanía la historia de Rusia y sus relaciones con los países de su entorno. Este es el primer punto.

El segundo punto tiene que ver con el actual estatuto oficial de Rusia como federación, cuando en realidad se trata de un Estado hipercentralizado en el que Moscú se apropia de todos los recursos para diseminarlos en las regiones dependiendo de su grado de lealtad política al régimen. Eso es lo que determina las políticas de Rusia con respecto a sus minorías indígenas, ya que el Kremlin considera una amenaza la mera existencia de identidades no rusas dentro del país. De ahí la supresión de las lenguas autóctonas y de los vestigios de autonomía remanentes en las regiones con importante población autóctona no rusa.

Estas políticas han estado en vigor durante la totalidad de las dos décadas que lleva Putin en el poder y están directamente relacionadas con la naturaleza centralista y moscovita de este régimen y la ausencia de democracia real en el país. En este sentido, es imprescindible revisar seriamente el lugar que ocupa Moscú en la gobernanza rusa.

P.: ¿Implicaría esto necesariamente la desintegración de Rusia en una entidad política única?

R.: La Rusia que conocemos hoy en día impide el desarrollo de sus regiones aplicando el poder coercitivo y con dinero. No tiene otro programa positivo que ofrecer a esas regiones. Por eso cuando que el poder político del régimen empiece a decaer y el dinero deje de fluir –y  va a ocurrir en un futuro previsible– veremos cómo emergen fuerzas centrífugas dentro del país.

Los resultados no serán del todo cómodos para quienes viven en las regiones. Si queremos preservar algún espacio político común –no en el sentido de que esté vinculado a un único poder político, sino en el de un entorno que permita algún tipo de intercambio humano intercultural– tenemos que pensar en los valores, ideas y principios que Rusia como tal puede ofrecer a las regiones. Las ideas de tolerancia, igualdad, de políticas sociales bien desarrolladas y el derecho de las regiones a gestionar sus propios recursos ayudarían a preservar ese espacio en forma de federación o mancomunidad.

Si seguimos negando que la centralización es un problema, si seguimos tratando de forzar que las regiones étnicas adopten el modelo único de Procusto desde la consideración de que todos los signos de singularidad son una amenaza para el Estado y su integridad, eso llevará a la desintegración. Si Rusia sigue su curso actual es posible que desemboque en un escenario de desintegración muy duro. Pero también es posible cambiar este rumbo y evitar la desintegración.

P.: ¿Cuál es la actitud general de los rusos hacia la política de izquierdas? ¿Hasta qué punto se han construido estos movimientos una base para el futuro?

Los políticos de izquierdas han tenido cierto éxito en la Rusia postsoviética. Están, por ejemplo, las victorias electorales de Mijaíl Lobanov y otros, así como toda una serie de carismáticos diputados municipales como Serguéi Tsukásov, que en su día fue jefe del distrito municipal moscovita de Ostankino. O el papel de la política de izquierdas en movimientos sociales populares como las protestas ecologistas de Shies en la región de Arkhangelsk. Luego está la tarea de los sindicatos independientes y su papel en victorias locales como la eficaz labor de la Confederación Sindical para devolver sus puestos de trabajo a decenas de empleados del metro de Moscú, despedidos ilegalmente en 2021.

Durante la última década Rusia presentó una dinámica dual. Por un lado, fuimos testigos de un creciente compromiso político entre los más jóvenes, un aumento de los movimientos populares y de la protesta política, y una participación activa en las campañas electorales y en las elecciones. Por otro lado, también asistimos al crecimiento del aparato represivo del Estado y a su constante presión sobre esta sociedad que despierta. Todo lo que hizo este régimen en respuesta a la Revolución de Maidan en Ucrania hasta el lanzamiento de la invasión, perseguía no sólo objetivos de política exterior sino también objetivos internos. El principal objetivo del régimen era reprimir completamente a la sociedad fragmentando a la población e infundiendo una atmósfera de pánico y terror ante cualquier actividad política.

Todo lo ocurrido en la última década en la política de izquierdas rusa formaba parte de esta tendencia dual. La situación a la que llegamos el 24 de febrero de 2022 puede considerarse el triunfo del Estado sobre la sociedad en este tramo histórico concreto. Y dado que la izquierda siempre se pone del lado de la sociedad en oposición al Estado, este triunfo supone asimismo una derrota para el movimiento de izquierdas.

No soy sociólogo y no puedo presentar cifras concretas, pero basándome en mi propia experiencia, también como militante, puedo afirmar que la mayoría de los rusos considera que la desigualdad social y la falta de equidad son la cuestión política clave. Una mayoría absoluta de la gente estaría a favor de redistribuir los recursos y la riqueza. También estarían de acuerdo en que Rusia necesita convertirse en un auténtico Estado del bienestar que trabaje en interés de la mayoría. Por eso la agenda de la izquierda es tan importante aquí.

Incluso los logros del tres veces proscrito Alexey Navalny tienen mucho que ver con su adopción de algunos elementos del programa izquierdista en su propia retórica contra la corrupción. Yo diría que la mayoría de los espectadores se dan cuenta de que los vídeos de Navalny no se refieren sólo a funcionarios estatales corruptos. En realidad tratan de cómo una minoría insignificante se ha apoderado de toda la riqueza de un país que, por lo demás, es indigente. Esta es una situación manifiestamente injusta. Que los funcionarios se enriquezcan legal o ilegalmente es lo último que importa a la gente: las mismas leyes que han permitido a este grupo usurpar las riquezas han sido redactadas por los propios usurpadores.

Otro aspecto importante de la tradición izquierdista es su orientación hacia la democracia, y no sólo hacia la democracia formal. Para la izquierda política la democracia no consiste sólo en que funcionen las instituciones electorales. Se trata de cómo la gente corriente puede participar en las decisiones que afectan a su propia vida. El socialismo, como lo concibieron sus fundadores hace unos 150 años, era una visión internamente coherente de la democracia llevada a sus límites lógicos. Era una idea de la democracia como gobierno de la mayoría no sólo en política sino también en economía. Por eso las reivindicaciones democráticas que han sido tan importantes para la sociedad rusa en las últimas décadas –las reivindicaciones de elecciones justas, libertad de reunión, sindicatos libres y derecho de huelga– son endémicas de la izquierda política.

Creo que si Rusia hubiera conservado alguna auténtica vida política pública, con la creación de un partido liberal de izquierdas legal que pudiera participar en las elecciones, ya habríamos visto un apogeo de políticas de izquierda en este país. En la última década se dieron todas las condiciones y las masas también estaban muy a su favor.

P.: Aparte de la represión estatal, ¿existieron otros factores que impidieron que los movimientos de izquierda penetraran más profundamente en la sociedad?

R.: A pesar de las reclamaciones de democratización y justicia social de la sociedad rusa, la mayor parte sigue siendo políticamente pasiva. La gente ha demostrado no estar preparada para la acción, y no creo que se deba sólo a la obstrucción que se impone a la autoorganización de base o al miedo a la represión.

En una sociedad de mercado puro y duro en la que cada persona mira por sí misma, en la que el dinero es sinónimo de poder, y en la que todo el mundo se apunta a alguna estrategia personal de supervivencia, cualquier sugerencia del interés común suena a basura total. Este sentido común ruso de preguerra se interpuso en el camino de la agenda izquierdista y de cualquier autoorganización de base. A los activistas rusos les ha costado mucho explicar por qué los inquilinos de un edificio de apartamentos deben crear un comité para defender sus derechos ante las empresas locales de gestión. A los trabajadores contratados también les cuesta entender en qué consiste la lucha colectiva organizada por los derechos comunes. Al contrario: lo que hacían era preguntarse si la lucha no les traería más problemas que beneficios. Esta era la realidad de Rusia, responsable en buena medida de la apatía de la que éramos testigos y de la vulnerabilidad de la población a la propaganda militarista.

P.: La preocupación de la izquierda por las luchas localizadas contra la desigualdad parece alejarla de la gente .Al mismo tiempo, la izquierda no propone ninguna reforma sistémica, ni económica ni de ningún otro tipo. ¿Es injusta esta visión?

Hay un problema real en que los activistas se centren en cuestiones prácticas cotidianas. Es más fácil motivar a la gente cuando hay algo que pueden hacer aquí y ahora. Generalmente es algo bueno pues los activistas consiguen a menudo ayudar a alguien. Al mismo tiempo, la fijación en el aquí y ahora aleja a los activistas de conceptualizar programas y propuestas políticas, de producir  una interpretación global elaborada que explique la realidad social. Pero la gente corriente necesita esos relatos.

Vemos que la obsesión de los rusos con YouTube y con todo tipo de cabezas parlantes tiene que ver con esta demanda de una visión global del mundo: para entender lo que deben hacer, la gente necesita a alguien que vincule todos los acontecimientos y sucesos en una imagen holística coherente. Por lo general, las personas que están completamente inmersas en el activismo no pueden ofrecer esa imagen. O no creen que sea tan importante, o no tienen tiempo ni recursos. Esto es perjudicial para el movimiento de izquierdas tal y como lo tenemos en la Rusia actual.

Pero no se trata sólo de un problema sobre cómo una pocas personas desarrollan programas políticos a gran escala. Las propuestas que se desvinculan de la práctica y de los movimientos populares reales acaban por volverse abstractas. Cuando los economistas liberales, por ejemplo, hablan de “cómo reformar Rusia” suelen hacerlo con cierta claridad sobre cómo hacerlo: “Hay que substituir a Putin por un Evgeny Chichvarkin figurado que transforme la economía como mejor le parezca”. Para la izquierda, la cuestión de cómo hacerlo es radicalmente distinta. Se trata de cómo reformar el sistema político para que sirva a la mayoría. La respuesta a esta pregunta no puede anticiparse ni obtenerse mediante un experimento mental.

Vladimir Lenin dijo que nunca sabremos cómo es el socialismo en detalle hasta que las masas no se pongan a trabajar. Sigue siendo cierto para el movimiento de izquierdas. No sabremos cómo es una sociedad justa hasta que esta idea no llegue a millones de personas y las masas decidan que quieren verla realizada en la práctica.

P.: ¿Cómo podemos saber qué objetivos a largo plazo deben de ser prioritarios en la política de izquierdas rusa? ¿En qué deben hacer hincapié los políticos si quieren que se les escuche?

La izquierda debe aprender la lección y extraer conclusiones de lo que le ha ocurrido al país. Debemos tener muy claro que este régimen no va a evolucionar. No va a cambiar por sí solo; es necesaria una transformación bastante radical. Tal transformación tendrá lugar si Rusia experimenta una crisis de gobernabilidad simultáneamente con una voluntad activa de cambio desde abajo.

Es por ello que la izquierda debe reflexionar sobre cómo piensa participar en un futuro movimiento de masas. El régimen actual ha hecho que el cambio sea imposible dentro del marco institucional existente. El país necesitará una nueva constitución, nuevas leyes, nuevos partidos políticos, y el PCFR, con toda probabilidad, acabará en el contenedor de la basura junto con el resto del sistema político actual.

Será necesario reevaluar las privatizaciones del pasado que fueron los fundamentos del actual régimen de Rusia. Será necesaria una revisión radical de la política social, desmantelar la legislación laboral instituida por Putin, instituir una fiscalidad progresiva, nuevas políticas presupuestarias para la educación y la sanidad ahora financiadas por goteo.

Más allá de esto, lo que la sociedad necesita no es sólo una redistribución de los recursos sino una revisión de toda la filosofía que apuntala la política social de Rusia tal y como la tenemos ahora. En la actualidad, se rige por el principio de eficiencia: las universidades, los hospitales y los museos son agentes del libre mercado que deben generar ingresos y financiarse a sí mismos. Las instituciones improductivas se cierran, lo que garantiza que el Estado no tenga que asumir pérdidas. Hay que acabar con la premisa de que el Estado debe obtener siempre beneficios, que debe obtener más de lo que gasta. Toda la esfera de influencia del bienestar social debe estar determinada por las necesidades de la sociedad, no por la productividad o la rentabilidad del mercado.

Asimismo tiene que haber un programa para la igualdad de género, hay que enmendar todas esas leyes anti-LGBT, y elaborar nuevas leyes contra la violencia doméstica. Debe establecerse un programa especial para que Rusia sea una auténtica federación que permita a los gobiernos locales gestionar los presupuestos regionales. Igualmente debemos permitir que las minorías étnicas desarrollen sus lenguas y culturas sin las cuales se sitúa a dichas minorías sen una posición de impotencia y victimismo.

Todos estos objetivos están definitivamente ligados a la descentralización de la gobernanza en Rusia. Qué forma adoptará todo ello es una cuestión abierta pero estoy convencido de que la descentralización está directamente relacionada con la democracia. Cuanto más poder tenga la población a nivel local, y menos retenga el centro, más duraderas serán en el futuro las instituciones democráticas de Rusia.

Ilya Budraitskis (1981) es historiador, militante y activista cultural. Desde 2009 es doctorado en el Instituto de Historia Mundial de la Academia Rusa de Ciencias, en Moscú. En 2001-2004 participó en la organización del activismo ruso a través de movilizaciones contra el G8, en Foros Sociales Europeos y Mundiales. Desde 2011 es militante y portavoz del Movimiento Socialista Ruso. Es miembro del consejo editorial de Moscow Art Magazine y colabora regularmente en numerosas webs de contenido político y cultural.

https://meduza.io/en/feature/2023/04/18/this-regime-is-not-subject-to-evolution

Traducción: viento sur

Información adicional

Rusia
Autor/a: Ilyá Budraitskis
País: Rusia
Región: Euroasia
Fuente: Viento Sur

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