Gestos políticos en la Copa del Mundo de Qatar: silencios y acusaciones entre Occidente y Oriente

Al igual que la COP27 celebrada en Egipto, el mundial de 2022 tiene lugar en un país dominado por un régimen autoritario. Ambos eventos muestran la contradicción entre la legitimación de dictaduras y la posibilidad de aprovechar una plataforma de resonancia global para demandar justicia e igualdad en todo el planeta.

Decía Eduardo Galeano que “a medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”. El mundial de Qatar es el epítome de cómo el neoliberalismo más voraz ha devorado una actividad cooperativa para monetizarla al servicio de intereses privados. Una sede elegida en un escándalo de corrupción, miles de muertos en la construcción de estadios y en un país de escasa tradición futbolística. La tercera razón es la menos relevante, ya que la idea de atravesar fronteras e integrar a diferentes colectivos a través del deporte es encomiable. En ese sentido, tendría sentido organizar grandes eventos en países donde el fútbol no estuviese tan arraigado para crear un sentido de comunidad. Ese que otorga el deporte cuando se practica de manera inclusiva y sin beneficios económicos como razón de ser. El problema es que los dos primeros motivos desnivelan la balanza, y que el tercero está íntimamente ligado con la malversación de fondos y las muertes. Es dinero manchado de sangre.

Según el reportaje publicado por The Guardian en febrero de 2021 y que ya es de sobra conocido, más de 6.500 trabajadores inmigrantes murieron durante la construcción de estadios para el mundial de Qatar. En un país donde el fútbol nunca fue relevante y por tanto no existía la infraestructura para albergar una competición de tal calibre, se utilizó mano de obra semiesclava procedente de India, Nepal, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka para construir estadios de fútbol. 

Como señaló Rothna Begum, investigadora de Human Rights Watch, “los trabajadores inmigrantes fueron indispensables para que llevar a cabo el Mundial 2022, pero ha tenido un gran coste para muchos inmigrantes y sus familias, que no solamente han llevado a cabo sacrificios personales, sino que también se han enfrentado a robos salariales, agravios y miles de muertes”.

La dialéctica evasiva: cómo legitimar una dictadura sin negar sus crímenes

Poco antes de comenzar el Mundial 2022, Gianni Infantino, presidente de la FIFA, habló ante los medios de comunicación acerca del torneo que iba a comenzar. Con un discurso de casi una hora, evitó responder de manera directa a las preguntas que apuntaban a los inmigrantes muertos en la construcción de los estadios, la vulneración de derechos a colectivos como LGTBIQ+, mujeres y minorías étnicas, y el uso del fútbol para legitimar un gobierno dictatorial. En su negación de la realidad, sus réplicas ofrecieron otro ejemplo del uso de la crítica ante abusos cometidos en otros países del mundo para intentar ganar la batalla dialéctica.

Aparte sus anacrónicos comentarios en los que aseguró sentirse gay, mujer e inmigrante, en relación a su simpatía con estos colectivos, contratacó con críticas el orientalismo del mundo occidental: “Antes de comenzar a dar lecciones de superioridad moral, deberíamos pedir perdón por todo lo que los europeos hemos hecho en los últimos 3.000 años”. También comparó a los inmigrantes en Qatar y los inmigrantes en Europa: “Mientras que Qatar les ofrece la oportunidad de llegar al país, en Europa cerramos las fronteras”. Esto concuerda con el hecho de que, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), más de 29.000 inmigrantes han muerto tratando de llegar a Europa desde 2014.

Eludiendo dar respuesta a los crímenes contra los trabajadores y la vulneración de derechos humanos en Qatar, Infantino se dedicó a alabar la mejora de derechos laborales en el país. Lejos de igualar fuerzas en un duelo retórico para dilucidar quién comete más atrocidades, hay una premisa evidente: debemos estar alerta para denunciar abusos en cualquier región del planeta.

Los movimientos sociales ante el lavado de imagen de Qatar y la COP27 de Egipto

Poco antes del mundial, se celebró en Egipto la cumbre del clima de la ONU. Gobernado desde 2013 por una dictadura liderada por Abdel Fattah el-Sisi, organizaciones de derechos humanos señalan el régimen egipcio como uno de los más represivos del planeta. De hecho, se estima que hay al menos 65.000 presos políticos en el país. De todos ellos, quizá el más famoso sea Alaa Abd El Fattah, participante en la Primavera Árabe de 2011 que acabó con la dictadura de Hosni Mubarak. Lleva en prisión desde 2013, y en 2019 se definió como “el fantasma de la primavera del pasado”.

En un excelente artículo publicado para The Intercept semanas antes de la COP27, Naomi Klein explicó que “ese fantasma atormentará la cumbre del clima, provocando escalofríos a través de sus palabras”. La escritora estadounidense escribía sobre los aspectos negativos obvios de celebrar un evento de tal calibre en una dictadura. Al igual que en Catar, en Egipto se oprime a minorías, se prohíben las libertades y las desigualdades son abrumadoras. Celebrar un evento de escala mundial en un país regido por un régimen autoritario legitima de cierta manera al propio gobierno. Al mismo tiempo y como sucede en Catar, la COP27 ofreció una plataforma de protesta, de diálogo entre diferentes grupos, y una forma de mostrar las atrocidades cometidas por el gobierno de Abdel Fattah el-Sisi.

El pasado 12 de noviembre, cientos de activistas protestaron frente a la sede de la delegación de Naciones Unidas durante la COP27, gritando lemas como “libertad para todos” y “no existe justicia climática sin derechos humanos.” Los derechos implican proteger el planeta y a todos los seres que lo habitan. De manera similar a lo acontecido con las protestas en Irán y las denuncias en Qatar, la interconexión global ha posibilitado que se lleven a cabo manifestaciones a escala mundial. Aquel día, miles de personas marchamos por las calles de Londres, portando pancartas demandando justicia climática y libertad para los activistas presos en Egipto. “Free Alaa” figuraba en muchas de las pancartas.

Al llegar a Trafalgar Square, personas procedentes de América Latina, África o Asia iban subiendo al escenario para exigir que se cumpliesen los derechos humanos en todas las regiones del planeta. Al tiempo que las personas hablaban, llegaban a Trafalgar Square diversos grupos. Unos denunciaban la matanza de kurdos en Turquía enarbolando banderas del Partido Comunista, indígenas bolivianas reclamaban que les devolviesen sus tierras y que terminase la opresión en su país de origen, y otro grupo protestaba contra la República Islámica en Irán. Los movimientos sociales se intercalaron, en una muestra de solidaridad internacional. Se escuchaban cánticos en inglés, español, farsi o kurdo.

Observando algunas de las banderas de Irán, podría sorprender el sol y el león que figuraban en la franja blanca del medio. Era el diseño previó a la instauración de la República Islámica y que muchas comunidades de exiliados la utilizan como muestra de rechazo al actual gobierno. No obstante, ciertos grupos ondeaban la bandera junto a imágenes de Mohammad Reza Pahlavi, el Shah que gobernó Irán desde 1941 hasta 1979. Tras el golpe de Estado perpetrado por Inglaterra y Estados Unidos contra Mohammad Mossadegh en 1953, el Primer Ministro que quiso nacionalizar el petróleo propiedad de los británicos, el Shah adquirió mayor autoridad en el país para exterminar disidentes.

Ante esta visible contradicción de querer derrocar la dictadura islámica y al mismo tiempo apoyar la dictadura monárquica del pasado, a mi espalda, una persona se preguntaba en voz alta por qué había gente que apoyaba al Shah. Especialmente llamativa era la imagen de más de dos metros del Shah que colgaba desde una de las barandillas de la plaza. Pero también destacaba la pancartas en las que se especificaba que lo de Irán no era ni una República ni era Islámica, era simplemente algo endemoniado. Y por encima del resto, se escuchaban los cánticos en kurdo “zan, zendegi, azadi” y en inglés “woman, life freedom”.

Es por ello que, al igual que la COP27 y el Mundial 2022, eventos celebrados en regímenes autoritarios, es nuestro momento para protestar y visibilizar la crueldad sistémica perpetrada en aquellas regiones con la complicidad de los gobiernos occidentales. Se ha de demandar justicia también hacia aquellos que enarbolan la bandera de la libertad cuando se ha de denunciar a Irán, pero que olvidan de manera conveniente mencionar las atrocidades cometidas por Arabia Saudí o los crímenes en Palestina. Los 81 muertos el 12 de marzo de 2022 en el país asiático, el bombardeo constante en Yemen que, a finales de 2021, había causado 377.000 muertes, o el estado de Apartheid impuesto por Israel en Palestina como denunció Amnistía Internacional son claros ejemplos de la situación horripilante que sucede en diversas zonas del planeta

En el evento realizado por Stop the War Coalition el pasado 2 de marzo, poco después de la invasión rusa en Ucrania, Tariq Ali, Lindsey German, Jeremy Corbyn y el resto de ponentes criticaron ferozmente el gobierno de Rusia, el bombardeo de Arabia Saudí a Yemen que comenzó en 2015 y las políticas expansionistas de la OTAN. De manera significativa, al comparar los asesinatos masivos hacia la población ucraniana y yemení, no utilizaron la conjunción “pero” por si la dialéctica pudiese implicar que otorgaban mayor seriedad las atrocidades cometidas en una región. O para distanciarse sin miramientos de ciertos grupos de izquierda que, en sus esfuerzos de contorsionismo retórico por criticar con menor intensidad a Putin que a la OTAN, se confunden en un laberinto que parece recordarles con cierta nostalgia a la aparentemente sencilla dicotomía de la Guerra Fría. Como si se hubiesen equivocado de espacio temporal.

De manera consciente, los ponentes de Stop the War Coalition no cesaban de usar el conector “al mismo tiempo” para señalar abusos en Ucrania, Yemen, Afganistán, Irak, Siria o Palestina. Porque esa es la idea: no se trata de esconder una realidad y dar mayor visibilidad a otra. Se ha de denunciar cualquier abuso. Hemos de situarnos siempre del lado que proteja a los seres vivos y el planeta. La solidaridad internacional exige demandar explicaciones y cambios a cualquier régimen que vulnere esas premisas. Y si Qatar permite denunciar los movimientos en Irán, las muertes de inmigrantes en Europa, las atrocidades cometidas por el gobierno local, o la invasión afgana de los países occidentales, utilizamos esa plataforma para salvar un planeta que agoniza.

Qatar 2022: una plataforma para denunciar la opresión de colectivos

Aunque en menor medida que los movimientos activistas que tuvieron lugar durante la COP27, en Qatar ha habido momentos en los que la política ha permeado el evento. En un panorama de abuso de los derechos humanos en un mundial construido sobre los cimientos de cadáveres de trabajadores, el sorteo deparó que en el grupo B se encuadrasen Estados Unidos, Inglaterra, Gales e Irán. Teniendo en cuenta la enemistad geopolítica entre americanos y asiáticos, la relación de los primeros con los ingleses, y las protestas en Irán, se preveía que las cuestiones políticas imbuirían el ambiente de los partidos. Ese es un aspecto positivo, puesto que no se puede negar la vulneración de derechos humanos. Si hay una plataforma de denuncia, un evento seguido por millones de personas ofrece un altavoz resonante. Se ha de aprovechar esa oportunidad, al igual que sucedió en la COP27 de Egipto.

Días antes del encuentro entre Inglaterra e Irán, el seleccionador del equipo asiático, Carlos Queiroz, compareció frente a los medios de comunicación. Un periodista británico le preguntó acerca de los movimientos sociales en Irán contra el gobierno, que comenzaron de tras el asesinato de Jina Mahsa Amini, la joven iraní de origen kurdo que fue golpeada por la policía de la moral en Irán y falleció tres días después en el hospital. El seleccionador seleccionador le contestó lo siguiente: “Deberías pensar lo que sucedió en tu país con la inmigración”.

Queiroz seguramente se refería a la decisión que tomó el gobierno británico el 14 de abril de 2022 de deportar refugiados a Ruanda. O quizás aludía a los inmigrantes que estuvieron detenidos en Manston, el centro de detención situado en Kent al que la Home Office envió 4,000 personas en un lugar donde cabían 1,600. Prisioneros que vivieron situaciones abominables. También podría haberse referido al hecho de que, en 2021, alrededor de 24,500 estuvieron retenidas en centros de detención. La política contra los inmigrantes llevada a cabo por el gobierno británico es tan desoladora que únicamente las protestas han sido capaces de contraponerse para proteger a las personas. Cuando el 13 de junio, el tribunal de apelación aprobó la iniciativa propuesta por Priti Patel, la ex ministra del Interior de Reino Unido, para deportar a los inmigrantes a Ruanda, cientos de personas se congregaron a las puertas de la Home Office en señal de protesta. A su vez, manifestantes bloquearon las carreteras para evitar que los autobuses trasladasen a los prisioneros de los centros de detención hacia el aeropuerto. En este paradigma, la Corte Europea de Derechos Humanos intervino para evitar su deportación.

Ante la imposibilidad de negar evidencias

Entonces, ¿qué conclusión se puede extraer de la respuesta de Carlos Queiroz? En primer lugar, el seleccionador portugués no negó que se vulnerasen los derechos humanos en Irán. Evitó responder, ofreciendo una muestra clara de que lo sucedido en el país asiático es imposible de esconder o de defender. Al mismo tiempo, hizo referencia a las políticas antiinmigración perpetradas por el gobierno británico en los últimos tiempos. Lo que venía a señalar Queiroz, aunque de manera implícita, es que tanto en Irán como en Inglaterra se cometen abusos contra los derechos humanos. Algo que dista mucho de ser un consuelo, especialmente para las personas oprimidas en cualquier región del planeta. 

Días después, antes del enfrentamiento entre Gales e Irán, la periodista de la BBC Shaimaa Khalil preguntó a Queiroz sobre los abusos de derechos humanos en Irán. Siguiendo sin negar la evidencia, replicó a la periodista preguntándole qué pensaba ella sobre el desastre provocado en Afganistán por Estados Unidos e Inglaterra, y la complicidad de ambos gobiernos en los abusos perpetrados contra las mujeres en la región. Khalil respondió que era el momento de hablar de Irán. Es decir, no negó la evidencia, al igual que Queiroz. Muertes en Irán y Afganistán, abusos cometidos por los gobiernos en ambos países. Pero sin obviar los crímenes cometidos por los países occidentales en Afganistán e Irak. WikiLeaks les señaló con pruebas: más de 400.000 documentos demostrando que hubo más de 300 casos de torturas y abusos perpetrados de manera secreta por las fuerzas americanas en Afganistán, y 180.000 iraquíes fueron encarcelados. Por eso Julian Assange se pudre en prisión: por contar la verdad. Mientras medios de comunicación se unen para reclamar a Estados Unidos que no se extradite al fundador de WikiLeaks y miles de personas organizan protestas reclamando su libertad, el precio por combatir la hegemonía occidental la está pagando con su vida.

El silencio del himno, las protestas sociales y el racismo: Irán y Estados Unidos

En el partido frente a Inglaterra, los jugadores iraníes se negaron a cantar el himno en apoyo a las protestas que están teniendo lugar en su país. En el segundo encuentro frente a Gales, si que cantaron el himno, mientras los movimientos continuaban en Irán. En el estadio, aficionados iraníes abuchearon el himno, hubo muestras de apoyo a las protestas y una mujer llevó la camiseta con el número 22 y el nombre de Mahsa Amini, asesinada con 22 años y cuya muerte supuso el catalizador de las protestas.

Iran Human Rights (IHRNGO) publicó el pasado 22 de noviembre que, para reprimir las manifestaciones, al menos 416 personas habían sido asesinadas por las fuerzas de seguridad de Irán. Marjane Satrapi, escritora de la excelente novela gráfica Persépolis, explicó que “el gran enemigo de la democracia es la cultura patriarcal”. Su historia es la de Irán en los años 70 y 80, tras el derrocamiento de la dictadura del Shah y la introducción de un gobierno que supuestamente sería democrático e igualitario. Pero que fue desfigurado por los fundamentalistas Islámicos con la inestimable ayuda de los países occidentales.

La periodista Nazanín Armanian explicó cómo la revolución democrática en Irán de 1978 fue abortada por el pacto firmado entre Francia, Estados Unido, Reino Unido y Alemania Occidental. Reunidos en la isla de Guadalupe con la extrema derecha anticomunista chiita, se acordó llevar a un tal Jomeini de Irak a Francia después de tres meses de una campaña incesante para convertirle en el Ayatolá. De hecho, fue trasladado a Teherán en un Air France y escoltado por los cazas franceses, para instalar un régimen fascista.

Desde entonces, el autoritarismo del régimen iraní ha vulnerado constantemente los derechos humanos. Es por todo ello que el rol de las manifestaciones y las denuncias es fundamental para cambiar la sociedad. En esta tesitura, el fútbol como plataforma masiva ha de involucrarse en la política, al igual que hicieron figuras como Sócrates, jugador de la selección brasileña que en los años 70 y 80 que no cesó de denunciar la dictadura militar que gobernaba en su país durante aquellos años. En Algiers, Third World Capital, Elaine Mokthefi habla de su entrevista con Pelé para Radio-Télévision Algérienne y cómo la estrella de la selección brasileña criticó la invasión de Estados Unidos en Vietnam.

Porque el fútbol es política, y al igual que se trató de usar el mundial de 1978 para legitimar la dictadura sangrienta en Argentina, los dirigentes de Qatar sonríen y disfrutan mientras los cadáveres de los inmigrantes asesinados yacen enterrados bajo gigantescos estadios manchados de sangre. Polémicas sobre la opresión a colectivos, la desigualdad social en uno de los ejemplos del capitalismo más sanguinario, la celebración del mundial al menos está sirviendo para ofrecer una visión de que necesitan generar más debates a nivel mundial para cambiar las sociedades.

Pero como se ha señalado con el caso de la inmigración en el Reino Unido, la vulneración de derechos no sucede únicamente en los países de oriente. El día antes del partido entre Estados Unidos e Irán, el periodista iraní Milad Javanmardi preguntó al jugador Tyler Adams como se sentía representando “un país que discrimina sistemáticamente a la gente negra dentro de sus fronteras”, señalando el movimiento Black Lives Matter como muestra de la continua batalla contra el racismo que envuelve la sociedad estadounidense.

La respuesta del jugador se asemejó en cierta manera a las de Gianni Infantino y Carlos Queiroz. Es decir, no negó la evidencia, señalando que “existe discriminación en todas partes”. Su discurso realizado en un tono comedido disfraza la terrible realidad que nos envuelve y que parece indicar que, aunque es obvio que la vulneración de libertades es un aspecto negativo, no es posible erradicarla, ya que sucede a escala global. Como si fuese algo inherente en la naturaleza, como si la opresión sistémica y la desigualdad social fuesen irremediables. El famoso refrán “mal de muchos, consuelo de tontos”, se podría extrapolar a muchos discursos ofrecidos durante la copa del mundo. Ante esta permisividad y apatía, los movimientos sociales han de seguir siendo fundamentales para cambiar el orden establecido.

Información adicional

Autor/a: Juanjo Andrés Cuervo
País: Qtar
Región: Asia-África
Fuente: El Salto

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