Según los datos recogidos por el satélite Copérnico y recopilados por la Red Europea de Periodismo de Datos [European Data Journalism Network], las ciudades se están calentando mucho más deprisa que el resto del planeta. En comparación con la década de 1960, la temperatura en Roma ha aumentado 3,7 grados centígrados, con incrementos de 3,3 grados en Milán y 3,1 en Bari, entre las ciudades más calurosas de Europa. La construcción extensiva, el transporte y el uso de sistemas de aire acondicionado están convirtiendo estas ciudades en “islas de calor”, donde las olas de calor estivales, cada vez más intensas debido al cambio climático, van matando a miles de personas cada año, especialmente entre los ancianos más vulnerables. Sin embargo, un estudio publicado este martes en la revista médica The Lancet sugiere que mitigar las consecuencias de las islas de calor no es algo imposible, sino todo lo contrario: bastaría con devolver los árboles a las ciudades.
El estudio, realizado por un equipo de investigadores entre España, Italia y Reino Unido, se refiere a 93 grandes ciudades europeas con una población total de unos 58 millones de habitantes, en las que, para el año 2015 (tomado como referencia), la mortalidad debida a las altas temperaturas estivales se estimó en 6.700 fallecimientos. Analizando la relación entre mortalidad y temperatura y la existente entre temperatura y superficie cubierta de árboles, los investigadores determinaron que si el follaje cubriera el 30% de la superficie de las ciudades -en lugar del 15% actual-, la temperatura en las ciudades descendería 0,4 grados. Se evitaría el 40% de las muertes relacionadas con el calor, lo que sería sólo una de las numerosas consecuencias positivas de vivir en ciudades menos tórridas.
“Ya sabemos que las altas temperaturas en entornos urbanos se asocian a resultados sanitarios negativos, como insuficiencias cardiorrespiratorias, ingresos hospitalarios y muertes prematuras”, explica Tamara Iungman, del Instituto de Salud Global de Barcelona (España) y autora principal del estudio.
Además, el estudio cuantifica específicamente el beneficio concreto de las medidas adoptadas por las autoridades municipales para devolver los espacios verdes a las ciudades: “Esto es cada vez más urgente a medida que Europa experimenta más fluctuaciones extremas de temperatura causadas por el cambio climático”, explica Iungman. “A pesar de que las condiciones de frío causan actualmente más muertes en Europa, las predicciones basadas en las emisiones actuales revelan que las enfermedades y muertes relacionadas con el calor supondrán una carga mayor para nuestros servicios sanitarios en la próxima década”.
Este es también uno de los objetivos del Plan Nacional de Recuperación (PNR), que prevé la plantación de 6,6 millones de árboles y la creación de 6.600 hectáreas de “bosque urbano” en las 14 ciudades metropolitanas de Italia (el 0,14% de la superficie total). Sobre el papel, las ciudades están actuando. A finales de 2022 se asignó el primer tramo de financiación, que servirá para plantar los primeros 1,6 millones de árboles previstos por las ciudades. Una de ellas es Roma, donde hace unos días el alcalde Roberto Gualtieri anunció planes para plantar un millón de árboles en la capital utilizando los fondos del PNR.
En Milán, el proyecto ForestaMI [ReforestadME] -cuyo comité científico está presidido por el arquitecto estrella Stefano Boeri- comenzó ya en 2018 con un objetivo aún más ambicioso que el de Roma: 3 millones de nuevos árboles en los 133 municipios de la antigua periferia de Milán para 2030. El proyecto también cuenta con la financiación de prestigiosos inversores como Amazon, Axa, Esselunga, Prada y la Fundación SNAM, y ya ha recaudado más de 5,5 millones de euros. Según los datos oficiales que ha publicado, es un éxito: a finales de 2022 ya se habían plantado 427.000 árboles.
Sin embargo, como en el caso de la reforestación suburbana, tan amada por las empresas, pero cuyos beneficios son en realidad más limitados de lo que parece, la idea de plantar árboles en las ciudades también presenta un alto riesgo de “ecoblanqueo”. Y el caso milanés parece demostrarlo: al parecer, muchos de los nuevos árboles plantados ya han muerto por falta de agua. Según los responsables de ForestaMI, los árboles muertos representan aproximadamente una cuarta parte del total, y el proyecto se ha comprometido a substituirlos. Pero los activistas del comité ciudadano “Forestami … e poi bagnami” (“Reforestadme – y luego regadme”) y una investigación del sitio digital MilanoToday -uno de los socios de ForestaMI- han demostrado que las pérdidas son mucho mayores y afectan a la mitad de los árboles ya plantados.
Por Andrea Capocci, divulgador científico y colaborador del diario ‘il manifesto’, es profesor de un instituto romano, tras haber trabajado en las universidades de la Sapienza y Friburgo. Entre sus libros se cuentan ‘Networkology’ (il Saggiatore, 2011) e ‘Il brevetto’ (Ediesse, 2012).
Fuente: il manifesto global, 7 de febrero de 2023
Traducción: Lucas Antón
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