¿Por qué Ucrania tiene dificultades para movilizar a sus ciudadanos para luchar?
Militares ucranianos asisten a ejercicios militares durante unas maniobras en un campo de entrenamiento en la región de Chernihiv, Ucrania, el 22 de noviembre de 2024

Al Jazeera

En los últimos meses, Ucrania se ha visto cada vez más presionada por sus aliados occidentales para que empiece a movilizar a jóvenes menores de 25 años. Esto se produjo después que la ley de movilización aprobada en abril no consiguiera el número de reclutas esperado. Ni siquiera la rebaja de los requisitos médicos (permitir el servicio a hombres que habían padecido infecciones por VIH y tuberculosis) ayudó mucho.

Algunos funcionarios ucranianos prooccidentales, como Roman Kostenko, secretario del comité parlamentario de seguridad de Ucrania, también han presionado para que se rebaje la edad. Kostenko afirmó que los miembros del Congreso estadounidense le preguntan constantemente por qué el gobierno ucraniano pide armas, pero no está dispuesto a movilizar a sus jóvenes. Hasta ahora, el presidente Volodímir Zelenski se ha negado a dar ese paso. En parte, el motivo es el temor demográfico: sacrificar a la juventud en masa en un conflicto prolongado conlleva el riesgo de condenar a Ucrania a un futuro aún más sombrío, en el que el declive demográfico merme su capacidad de reconstrucción económica, social y política.

Pero el presidente ucraniano también teme la ira de la opinión pública. Hay una creciente y palpable reticencia entre los ucranianos a luchar en la guerra. Y ello a pesar de que sus líderes y la sociedad civil la enmarcan como una lucha existencial por la supervivencia. Muchos ucranianos y ucranianas están fatigados después de casi tres años de guerra a gran escala, pero su cansancio ante la guerra no se debe sólo a la fatiga. Es fruto de fracturas preexistentes en los cimientos sociopolíticos de la nación, que la guerra no ha hecho más que agrandar. Las encuestas de opinión pública, los informes de los medios de comunicación ucranianos y las publicaciones en las redes sociales que hemos examinado, así como las entrevistas en profundidad que hemos realizado como parte de nuestra investigación sobre las consecuencias de las revoluciones y guerras postsoviéticas, ayudan a dilucidar algunas de estas dinámicas.

El contrato social postsoviético

Como en todos los Estados postsoviéticos y poscomunistas, en la década de 1990 surgió un nuevo contrato social que reflejaba la nueva realidad sociopolítica de Ucrania. Las relaciones entre el Estado y la ciudadanía se redujeron a lo siguiente: el Estado no te ayudará, pero a cambio, el Estado tampoco te perjudicará. Mientras tanto, la política se revitalizó con las dramáticas revoluciones del Maidán de 2004 y 2014. Las oportunidades creadas por estos levantamientos fueron repetidamente cooptadas por estrechos grupos de élite -oligarcas, la clase media profesional y potencias extranjeras- dejando a grandes porciones de la sociedad ucraniana excluidas y sus intereses infrarrepresentados.

Antes de 2022, esta situación era hasta cierto punto tolerable para muchos ucranianos y ucranianas. Las fronteras estaban abiertas, por lo que millones de personas pudieron emigrar. En 2021, Ucrania ocupaba el octavo lugar en la clasificación de países con más emigrantes internacionales: sólo ese año se marcharon más de 600.000 personas. Las remesas de los emigrantes ayudaron a los que se quedaron a mantener un nivel de vida aceptable.

Pero a largo plazo, esta trayectoria no parecía sostenible. En 2020, el Primer Ministro Denys Shmyhal admitió que el Estado tendría dificultades para pagar las pensiones estatales en una década y media. Tras años de disminución de la capacidad estatal y de subdesarrollo, las y los ucranianos no se sorprendieron. La noticia se recibió como otra indicación de que había que ahorrar dólares estadounidenses e intentar emigrar.

Una crisis de motivación

A punto de concluir el tercer año de guerra, las consecuencias de este débil contrato social son cada vez más evidentes. La narrativa de la  guerra existencial ya no parece conmover a la mayoría de la población ucraniana. Las palabras de uno de nuestros entrevistados son bastante esclarecedoras. Esta persona recauda fondos para equipos militares no letales para el Ejército, pero no drones ni otras armas, porque cree que “el Estado fracasó completamente en su función más importante de prevenir la guerra”. Nos dijo: “No entiendo por qué esta guerra debe convertirse plenamente en mi guerra en el sentido más estricto de la palabra». Dice que le resultaba difícil expresar sus puntos de vista: “Cuando quieres vivir como quieres, sólo hablas abiertamente en círculos cerrados. O tienes que renunciar a todas tus ambiciones, a parte de tu identidad, o plantearte la emigración, porque este país acabará siendo completamente ajeno a ti”.

La actitud de que ésta no es nuestra guerra puede verse reflejada en las encuestas realizadas a lo largo del año pasado, en las que una mayoría silenciosa no parece dispuesta a movilizarse para luchar. En una encuesta de abril de 2024, sólo el 10 por ciento de los encuestados afirmó que la mayoría de sus familiares estaban dispuestos a movilizarse. Una encuesta de junio mostraba que sólo el 32 por ciento “apoyaba total o parcialmente” la nueva ley de movilización; el 52 por ciento se oponía, y el resto se negaba a contestar. En una encuesta de julio, sólo el 32% estaba en desacuerdo con la afirmación “la movilización no tendrá otro efecto que incrementar las muertes”. Sólo el 27% creía que la movilización forzosa era necesaria para resolver los problemas en el frente. Según otra encuesta realizada en julio, sólo el 29% consideraba vergonzoso eludir el servicio militar.

En estas encuestas puede observarse un patrón coherente: los partidarios de mantener o reforzar el servicio militar obligatorio sólo constituyen alrededor de un tercio de la población; una minoría significativa elude responder a estas preguntas, lo que se refleja en el gran número de respuestas “difícil de decir” o “no sabe”; y el resto rechaza abiertamente la movilización. Estas actitudes sobre el servicio militar obligatorio pueden parecer contradictorias con los resultados de las encuestas sobre la victoria. La mayoría de estas encuestas siguen indicando que la victoria para Ucrania debería significar recuperar todos los territorios dentro de sus fronteras de 1991 y rechazar cualquier concesión a Rusia. Pero en realidad no hay ninguna contradicción. Aunque a la mayoría de los ucranianos les gustaría ver la victoria total, no están dispuestos a sacrificar sus vidas por este objetivo y empatizan con otros que sienten lo mismo. Por eso la mayoría también apoya una paz negociada lo antes posible.

La falta de motivación para luchar también se manifiesta en las tasas de evasión del servicio militar. Según la ley de movilización de abril, todos los hombres con derecho a movilizarse debían presentar sus datos en las oficinas de reclutamiento antes del 17 de julio. En la fecha límite, sólo 4 millones de hombres lo habían hecho, mientras que 6 millones no lo habían hecho. Y de los que lo hicieron, varios funcionarios han declarado que entre el 50 y el 70-80 por ciento tenían razones médicas o de otro tipo que les permitían eludir legalmente la movilización. Mientras tanto, han proliferado grupos y canales en Telegram para alertar a la gente de la presencia de agentes de movilización en determinadas zonas; funcionando a pesar de que algunos miembros han sido detenidos. Hasta la fecha, las autoridades de movilización han abierto investigaciones contra 500.000 hombres por evasión del servicio militar obligatorio.

Tensión socioeconómica

La evasión del servicio militar no sólo ha puesto de manifiesto el alcance de la crisis de motivación, sino también hasta qué punto la guerra ha profundizado masivamente las divisiones de clase. A lo largo del último año se han publicado regularmente noticias sobre funcionarios que aceptaban sobornos masivos a cambio de eximir a hombres del servicio militar. En un caso que se hizo público a principios de octubre, un alto funcionario médico, que también formaba parte de un consejo local en representación del partido gobernante Sluhá Narodu (Servidor del Pueblo), amasó una fortuna aceptando sobornos para facilitar la evasión del servicio militar mediante permisos de incapacidad. La policía local dijo haber encontrado 6 millones de dólares en efectivo y difundió la foto de un familiar que se había fotografiado en la cama con montones de dólares. Menos de dos semanas después, los medios de comunicación ucranianos informaron que casi todos los fiscales de la región en la que operaba el funcionario médico estaban registrados como incapacitados. Tras el escándalo, Zelenski destituyó a algunos funcionarios y suprimió triunfalmente la institución encargada de otorgar bajas por incapacidad. Las preguntas incómodas sobre por qué los altos funcionarios no se percataron de estas tramas corruptas quedaron descartadas.

Quienes no disponen de miles de dólares para pagar una exención médica o sobornar a la policía fronteriza, intentan peligrosos viajes por las fronteras occidentales de Ucrania. Como resultado, una parte significativa de la patrulla fronteriza de Ucrania está destinada en las pacíficas fronteras occidentales. Desde 2022, 45 ucranianos se han ahogado en el río Tysa, en la frontera con Rumanía y Hungría, en intentos desesperados de huir. Se han dado múltiples casos de hombres ucranianos que intentaban escapar del país tiroteados y asesinados por la patrulla fronteriza de su propio país. En marzo, se hizo viral un vídeo en el que un guardia de la patrulla fronteriza disparaba enloquecido al Tysa para demostrar lo que hace con los que eluden el servicio militar obligatorio, diciendo: “1000 dólares por cruzar este río no merecen la pena”. Se han dado casos de docenas de hombres que intentaban cruzar la frontera a la vez. Una vez capturados, las fotografías de estos vergonzosos evasores de la conscripción se han compartido en las redes sociales, con pies de foto que a menudo afirman que están siendo enviados al frente.

Así, los que consiguen llegar al frente suelen ser demasiado pobres o demasiado desafortunados para haber sido capturados por los agentes de reclutamiento. Como dijo la parlamentaria Mariana Bezuhla a mediados de septiembre tras visitar las líneas del frente cerca de Pokrovsk, la gente que estaba allí era principalmente la que no podía “decidir las cosas” con un soborno. En una entrevista televisiva de noviembre, un comandante militar afirmó que el 90 por ciento de los que están en el frente son “aldeanos movilizados a la fuerza”. Los oficiales del ejército se quejan a menudo de la baja calidad de estas tropas busificadas, término que hace referencia a los minibuses en los que se arrastra a los hombres en edad de servicio militar desde las calles. No es de extrañar que se hayan producido cientos de incendios provocados contra estos vehículos.

El efecto de esta coerción violenta desatada sobre hombres ucranianos, en su mayoría empobrecidos, es la bajísima moral en el frente. En noviembre de 2024, había cuatro soldados movilizados por cada voluntario. Las deserciones masivas de los soldados movilizados han provocado constantes retiradas. En las últimas semanas, han surgido informes de que cientos de hombres busificados de la Brigada 155 desertaron antes de ser desplegados para detener el avance de los rusos cerca de Pokrovsk.

En un post de Facebook de julio, un periodista ucraniano movilizado se lamentaba de la falta de patriotismo entre sus compañeros reclutas. Escribió que la mayoría de las personas con las que servía procedían de regiones rurales pobres y estaban más interesadas en hablar de la corrupción del gobierno que en cualquier otra cosa. Sus intentos de recordarles su deber patriótico no lograron convencerles: ”Una parte significativa de la gente declara abiertamente: en mis 30-40-50 años, el Estado no me ha dado nada, salvo una Kalashnikov. ¿Por qué debería ser patriota?”, observó.

Sin duda, estos soldados no están insuficientemente familiarizados con las realidades de la guerra. No son civiles distantes cansados de las imágenes del frente en la televisión. Pero tienen buenas razones para desconfiar de los imperativos patrióticos. Los problemas de moral se ven agravados por los malos tratos que sufren los reclutas durante la movilización y el despliegue. Cada mes se produce un nuevo caso de alguien golpeado hasta la muerte en los puestos de movilización. En diciembre, los medios de comunicación revelaron torturas y extorsiones sistemáticas en las filas del Ejército ucraniano. En una entrevista concedida en septiembre a un medio de comunicación local, el oficial ucraniano Yusuf Walid afirmó que el 90 por ciento de los oficiales tratan a los movilizados “como animales”. Walid también afirmó que a la generación de los nacidos en las décadas de 1980 y 1990 no siente propio el compromiso con la guerra: lo único que les importa es la supervivencia económica. No es de extrañar, dado que el contrato social ucraniano postsoviético convencía a los individuos para que se centraran en su propia supervivencia en lugar de pedir limosnas al Estado.

La élite guerrera

Mientras los pobres de las zonas rurales son obligados a luchar en el frente, existe una minoría urbana acomodada que vive una vida relativamente protegida y cómoda en Kiev y Lviv. Esta élite guerrera -compuesta por activistas, intelectuales, periodistas y trabajadores de ONG- mantiene la narrativa patriótica de que Ucrania debe luchar hasta la victoria. Sin embargo, parece que muchos miembros de esta élite son reacios a unirse a la lucha en primera línea. Ha habido una serie de periodistas y activistas patrióticos de alto nivel que han llamado a la movilización de masas, mientras que ellos mismos buscaban exenciones por razones médicas o de otro tipo. Entre ellos se encuentra Yury Butusov, un periodista militar muy conocido, que al parecer solicitó una exención por ser padre de tres hijos, y Serhiy Sternenko, un destacado activista nacionalista, que solicitó la exención por discapacidad debido a su mala visión. En junio, se concedió la exención oficial de movilización a los empleados de 133 ONG y empresas que recibían financiación extranjera. Muchas de estas organizaciones no participan en el mantenimiento de ninguna infraestructura crítica.

Mientras apoya con entusiasmo la narrativa pro-guerra de luchar hasta la victoria total, la intelligentsia patriótica ucraniana culpa de toda la corrupción y de los crecientes fracasos del Estado al pasado estatista soviético. En su opinión, la solución es simplemente seguir disminuyendo el papel del Estado. Pero la austeridad no sólo ha hecho poco por ganarse el cariño de los ucranianos hacia su gobierno, especialmente en tiempos de guerra, sino que también ha fracasado en gran medida en cuanto a sus objetivos declarados. No hay más que ver los diversos escándalos de corrupción en empresas dirigidas por funcionarios reformistas muy bien pagados, que cuentan con el apoyo de aliados occidentales. Estas empresas reformadas luchan principalmente contra la corrupción manteniendo al resto con salarios minúsculos, como la empresa estatal de ferrocarriles Ukrzalyznytsia, o despidiendo a sus trabajadores.

La retórica anticorrupción es ciega ante las divisiones de clase que contribuye a afianzar. Los ucranianos de a pie suelen bromear sobre los elevados salarios que reciben los observadores anticorrupción y los jóvenes reformistas miembros de los consejos de administración de las principales empresas estatales. La mayoría de las veces, la lucha contra la corrupción sirve como justificación de las políticas neoliberales que favorecen los intereses empresariales del capital internacional. Irónicamente, el desmantelamiento de empresas estatales impulsado por tales consideraciones debilitó gravemente el enorme complejo militar-industrial de la era soviética de Ucrania después de 2014, lo que afectó a sus capacidades bélicas.

Pero en lugar de culparse a sí mismos por el actual estado de cosas, los nacionalistas tienden a culpar al pueblo ucraniano. Dmytro Kukharchuk, un conocido oficial nacionalista, concedió una larga entrevista en julio sobre las sombrías perspectivas militares de Ucrania. Según él, “hoy en día hay muchos más khokhols (el insulto colonial ruso contra los ucranianos)” que verdaderos ucranianos”. Define a los khokhols como aquellos que no están dispuestos a luchar por la integridad territorial de Ucrania. Kukharchuk pertenece a la dirección del partido de extrema derecha Cuerpo Nacional y manda un batallón en una brigada vinculada al movimiento Azov. Los sentimientos que expresa pueden parecer marginales, pero su retórica dista mucho de ser única. Se hace eco de una narrativa que ha dominado la sociedad civil y la intelectualidad ucranianas y, más ampliamente, postsoviéticas, nacional-liberales, desde la década de 1990. Esta narrativa, repetida sin cesar, se burla de la mayoría de la población, a la que se califica despectivamente de bydlo, o ganado. Este término despectivo va dirigido a quienes, en opinión de estas élites, se aferran a los hábitos soviéticos, dan prioridad al bienestar personal, valoran el bienestar proporcionado por el Estado y se resisten a sacrificarse por la construcción de la nación. Este discurso no sólo es etnonacionalista, sino profundamente clasista, ya que pinta a un amplio segmento de la población -principalmente trabajadores, pobres y pensionistas- como obstáculos para el progreso social definido por los reaccionarios, al tiempo que valora a una estrecha vanguardia autodefinida de la nación.

La desconexión

Los crecientes reveses de Ucrania en la guerra no pueden atribuirse al poder abrumador de Rusia ni a la insuficiente ayuda occidental. La historia ofrece numerosos ejemplos de naciones que han vencido a adversarios mucho más fuertes en conflictos prolongados, a menudo con escaso o nulo apoyo militar o financiero de poderosos aliados como la OTAN. Pensemos no sólo en Vietnam en las décadas de 1960 y 1970 y en Afganistán entre 1979 y 2021, sino también en la Francia revolucionaria después de 1789 y en la Rusia revolucionaria después de 1917, que repelieron con éxito las intervenciones contrarrevolucionarias de otras grandes potencias. Estos movimientos revolucionarios no sólo sobrevivieron, sino que llegaron a dominar amplias zonas de Europa. Una y otra vez, las revoluciones sociales y las luchas de liberación nacional han demostrado su capacidad para forjar Estados más fuertes y movilizados contra todo pronóstico.

Según la narrativa dominante, Ucrania debería encajar en este patrón: una nación que emerge de la opresión rusa y soviética, impulsada por sucesivos movimientos de liberación nacional, la intelectualidad disidente, las revoluciones de Maidán y la resistencia a la guerra híbrida de Rusia en el Donbás. Esta historia culmina con la unidad y la resistencia del pueblo ucraniano que repele la invasión a gran escala de 2022. Pero esta narrativa parece fundamentalmente errónea. Esto puede deberse a que la de Ucrania es simplemente una de las muchas trayectorias postsoviéticas moldeadas por los éxitos modernizadores y posteriormente la degradación de la revolución soviética. Como en muchos otros países de la región, tras la independencia el Estado fue capturado por élites depredadoras y compradoras que priorizaron sus propios intereses sobre el bien público. Esta incapacidad para ofrecer oportunidades y protecciones significativas a la mayoría de los ucranianos ha hecho que el Estado sea incapaz de exigirles mucho a cambio. En consecuencia, Ucrania es incapaz de movilizar plenamente a su población, dividida por una profunda desconexión sociopolítica.

Contrariamente a la narrativa popular de unidad nacional, no ha habido ningún proyecto cohesivo de desarrollo nacional que salve la brecha entre los más castigados por la guerra y las élites políticas e intelectuales que dicen representarlos, tanto dentro como fuera del país. Esta desconexión socava la idea de un propósito compartido que impulse a la nación hacia adelante. Cada vez más, parece que la única emoción que realmente une a la fragmentada nación ucraniana es el miedo. No a los nobles ideales de la construcción nacional, sino al temor visceral a la devastación personal y comunitaria. Este miedo proviene de la aprensión a perder el hogar si el frente se acerca, la angustia de convertirse en refugiados precarios o el terror de pasar meses en sótanos, escondiéndose de los incesantes bombardeos y batallas callejeras. Incluso para aquellos cuyos hogares permanecen intactos, persiste el miedo a la anarquía, los saqueos, los asesinatos y la violencia sexual, las sombrías realidades que suelen acompañar a las ocupaciones militares.

Si a las y los ucranianos sólo les une una coalición fundamentalmente negativa (miedos compartidos más que aspiraciones compartidas), ¿qué ocurre cuando esos miedos empiezan a cambiar y a competir? Algunas personas empiezan a sopesarlos entre sí. El miedo a perder el hogar ante una invasión se mide con el miedo a soportar el reclutamiento forzoso, convirtiéndose en carne de cañón en una guerra que parece cada vez más difícil de ganar. Está el miedo a la represión bajo la ocupación, yuxtapuesto al miedo a ser detenido en un Estado en el que la sociedad civil y el gobierno se apartan cada vez más de sus propios puntos de vista sobre la libertad y los derechos humanos. Está el miedo a ser humillado como khokhol por los rusos o como mankurt rusoparlante (término despectivo para alguien que ha perdido el contacto con sus raíces) por sus propios nacionalistas. Estos temores cambiantes impulsan a la población ucraniana, pero no la unen.

Hablamos con un ucraniano de unos 50 años que no abandonó su ciudad, en la región de Kharkiv, ni siquiera cuando el frente estaba a pocos kilómetros de ella y los rusos bombardeaban con regularidad. Podría haberse marchado a una parte más segura de Ucrania, pero no lo hizo y se quedó para ayudar, distribuyendo ayuda humanitaria a sus vecinos. No es un cobarde, es un patriota. Pero, como él mismo dijo, no está dispuesto a “morir por el Estado que tenemos ahora. No por esa Ucrania que se nos impone ahora… Este es mi país, pero este no es mi Estado”.

30/Ene/2025

Peter Korotaev es un periodista independiente que ha visitado y vivido en Ucrania desde su infancia. Ahora vive en el extranjero y cubre la historia y la política ucranianas en Events in Ukraine

Volodymyr Ishchenko es investigador asociado en el Instituto de Estudios de Europa Oriental, Universidad Libre de Berlín.

Traducción: Josu Egireun para viento sur

Información adicional

Autor/a: Volodymyr Ishchenko | Peter Korotaev
País: Ucrania
Región: Euroasia
Fuente: Virnto Sur

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