La universidad siempre ha sido un momento de transición importante en la vida de las y los jóvenes, una oportunidad única para desarrollar la propia identidad individual al tiempo que se exploran intereses, creencias y relaciones. Inevitablemente, hay estudiantes que tienen dificultades para adaptarse a su nueva independencia. Sin embargo, aunque las tensiones de iniciar una vida lejos de casa no son nada nuevo, el malestar del estudiantado universitario ha aumentado rápidamente en estos últimos años y, con ello, se ha producido un cambio cultural generalizado en la forma en que pensamos sobre dicho malestar.
A las y los estudiantes se les anima cada vez más a interpretarse a sí mismos a través de un punto de vista médico, definiendo sus problemas como síntomas de diagnósticos oficiales y tratándolos con psicofármacos o terapia. Por ejemplo, un estudio de 2023 informó que el 46% de estudiantes universitarios había padecido un trastorno psiquiátrico diagnosticado en algún momento de sus vidas, mientras que un estudio de 2017 encontró que el uso de tratamiento psiquiátrico casi se había duplicado en el estudiantado universitarios desde 2007, aumentando del 19% al 34%.
En un artículo anterior, informé sobre la “TikTokificación” de la salud mental, un fenómeno en el que los contenidos de las redes sociales animan a los y la jóvenes a autodiagnosticarse, que describía la omnipresencia de las etiquetas psiquiátricas en su vida cotidiana, lo que les lleva a adoptarlas como marcadores de identidad y a redefinir los problemas cotidianos como enfermedad.
Pero, ¿qué efectos tienen estas etiquetas en quienes tienen verdaderas dificultades? ¿Cómo influye en las y los estudiantes la definición del sufrimiento a través de una mirada biomédica tanto en la forma de entenderse así mismos, como sobre su capacidad para sentirse mejor?
Muchos y muchas estudiantes se sienten cómodos con el modelo médico de salud mental porque simplifica experiencias que, de otro modo, serían confusas, incómodas y difíciles de entender. “Me resulta muy útil poner nombre a las cosas”, dice Lucy, estudiante de último curso del Sarah Lawrence College, que aprecia la forma en que las etiquetas diagnósticas le ayudan a comunicarse con su terapeuta y su familia. Aun así, Lucy y muchos de sus compañeros también sienten que el modelo médico puede llegar a ser demasiado simple, haciendo que aspectos importantes de su sufrimiento mental queden catalogados como irrelevantes. “La investigación es realmente útil para muchas cosas”, explica Lucy, “pero cuando te fijas en ella, no ves la experiencia humana”.
En conversaciones con estudiantes universitarios y recién licenciados y licenciadas de todo el país y de todo el mundo, describieron que se sentían desestimados por visiones de la salud mental que reducen sus experiencias a problemas médicos individuales. Cuando los y las estudiantes se ven obligados a recurrir a tratamientos que suponen poner una tirita sin abordar las causas profundas de su malestar, se pasa por alto -y a veces incluso se perpetúa- el impacto de factores estructurales más amplios.
“Soluciones rápidas”Una recién licenciada, que ha pedido permanecer en el anonimato, está preocupada por la proliferación de los medicamentos psiquiátricos en el campus de su universidad. No lo dice para juzgar a sus compañeros, sino a partir de su propia experiencia con la medicación para la ansiedad.
“Me hacía sentir muy rara”, dice, y añade que sólo la tomó unos meses antes de dejarla. “Me sentí mucho mejor cuando empecé a centrarme en la dieta, el ejercicio, el sueño y todas esas cosas”, añade. Después de “establecer esas rutinas” y desarrollar sus habilidades de gestión del estrés, su ansiedad empezó a disminuir, lo que nunca había ocurrido con la medicación.
“No creo que tomar pastillas sea siempre la solución”, afirma. Aunque cree que pueden ser útiles para algunas personas, desearía no haberlas utilizado como “primera línea de defensa” cuando empezó a tener problemas. Después de todo, el fármaco le impidió reconocer los factores del estilo de vida que influían en su ansiedad, y también conllevaba un riesgo de efectos secundarios que, en su opinión, muchos de sus compañeros desconocen.
“[La medicación] se está promoviendo entre la gente adolescente y la infancia, que realmente no pueden defenderse por sí mismos y a quienes no se recomienda que busquen información por sí mismos”, explica. “Creo que muchos ni siquiera se dan cuenta de los efectos secundarios porque no los tienen en cuenta”.
En cambio, muchos de sus compañeros y compañeras confían en esta “solución rápida” con una actitud incuestionable que la licenciada considera preocupante. Recuerda cómo, cuando empezó a tomar el ansiolítico, sus amigos y amigas le preguntaron qué pastilla estaba tomando, comparándola con sus propios medicamentos de una forma que resultaba inquietantemente despreocupada.
“Compartimos qué medicamentos reguladores del estado de ánimo tomamos”, dice. “Hay algo en ello que me parece distópico”.
Los problemas mentales como la depresión y la ansiedad se han relacionado con factores del estilo de vida, como trastornos del sueño, inflamación relacionada con la dieta y falta de actividad física, que pueden pasarse por alto cuando se prescribe medicación al primer síntoma de malestar. Para estudiantes con problemas de salud mental más leves, centrarse primero en estos factores evitaría los efectos secundarios y abordaría la raíz del problema en lugar de aliviar temporalmente los síntomas.
Y aunque la información sobre cómo los hábitos personales pueden beneficiar a la salud mental es frecuente en Internet, tiende a llegarles en forma de tendencias en las redes sociales que anuncian prácticas de estilo de vida como si fueran productos. Amy, una estudiante universitaria del Reino Unido, ve a menudo contenidos que promueven el “paseo diario” (Hot Girl Walk), en el que la y los usuarios se graban dando un paseo y pensando en temas como sus objetivos y aquello con lo que están a gusto. Esta tendencia, que comenzó en 2020, ha evolucionado hasta convertirse en una empresa de bienestar con marca registrada que organiza eventos y vende productos, al tiempo que se asocia con marcas populares de fitness.
En opinión de Amy, la tendencia consiste ahora más en vender a los espectadores una imagen deseable y animarles a “comprar su camino” hacia la felicidad que en informarles realmente sobre los beneficios de caminar al aire libre. “Realmente entiendo el atractivo de, por ejemplo, ‘me compraré ropa de entrenamiento mona, AirPods, zapatillas nuevas para correr… y entonces empezaré a ir al gimnasio, a dar paseos'”, dice Amy. Después de todo, reconoce el atractivo de poder distraerse de las complicadas situaciones de la vida real que afectan a tu salud mental.
Aun así, los hábitos personales y el autocuidado sólo pueden ser útiles hasta cierto punto. «Se llega a un punto de un beneficio limitado, que es marginal», señala Amy. «Puede que comprar una mascarilla de belleza te haga sentir bien, pero realizar con frecuencia estas compras de productos de autocuidado no acabará siendo bueno para tu salud».
Esto es especialmente cierto si el malestar de alguien tiene su origen en sus circunstancias. “Se nos anima a tratar todos nuestros problemas como si fueran problemas nuestros individuales que podemos resolver con soluciones individuales”, dice Amy. “En realidad, hay razones reales y materiales por las que las cosas van mal en el mundo, y estas conduce realmente a problemas de salud mental”.
De este modo, tendencias como el “paseo diario”, que promueve el sentirse agradecidos como un paso hacia el bienestar, puede en realidad estar animando a los receptores del mensaje a pasar por alto los problemas reales que les afectan, haciéndolos más difíciles de abordar.
“Una desconexión interesante”Pocos de las y los estudiantes con los que hablé atribuyen su salud mental principalmente a ellos mismos. Lo más frecuente es que mencionen problemas externos que no pueden resolverse con medicación y autocuidado.
Por ejemplo, cuando se le pregunta por los problemas de salud mental que oye comentar a los estudiantes en el campus, Adriana Adame, estudiante de tercer año de la Universidad de Texas en Austin, no enumera diagnósticos, sino circunstancias vitales que dificultan la vida de los universitarios: “estudiantes que no se ajustan a la identidad de género, estudiantes de grupos minoritarios, estudiantes que no hablan inglés” y los que estudian asignaturas “emocionalmente estresantes”.
Adame, junto con muchos otros y otras, también cree que el estrés académico es uno de los principales factores que contribuyen a los problemas de salud mental de los universitarios. “Los estudiantes trabajan demasiado y asumen más de lo que pueden”, explica.
“Apenas tengo tiempo para mí”, añade Harsh Vardhan Shaw, estudiante del Kalyani Government Engineering College (India). “Me canso tanto que no puedo hacer nada, sólo duermo”. Antes encontraba una válvula de escape en actividades como la escritura, pero ahora la escuela consume su energía mental y le deja incapaz de encontrar un desahogo.
Las elevadas matrículas de muchas universidades pueden agravar el estrés existente. Los estudiantes mencionan que es habitual que sus compañeros tengan problemas de salud mental porque están compaginando un trabajo con una pesada carga académica. Esto está respaldado por la investigación: un estudio de 2021 descubrió que el 70% de los estudiantes que describían su situación financiera como “siempre estresante” cumplían los criterios de un problema de salud mental, cifra que descendía a sólo el 37% entre los que describían su situación como “nunca estresante”.
Puede parecer obvio que quienes viven situaciones más estresantes tengan más problemas de salud mental, pero la concepción médica de la salud mental suele caracterizar las circunstancias del mundo real como secundarias o sin importancia, y sitúa el sufrimiento en el individuo. “Sitúa la forma de llevar las cosas en una perspectiva médica muy lineal”, señala Verónica, recién licenciada en Sarah Lawrence.
Basarse en esta definición reductora de la salud mental puede llevar incluso a quienes intentan brindar apoyo a pasar por alto cómo sus propias acciones influyen en el bienestar de los demás. En los campus universitarios, por ejemplo, los tutores individuales y los protocolos administrativos pueden hacer hincapié en la importancia de la salud mental de los estudiantes en abstracto o en relación con el autocuidado, mientras le quitan importancia a como ellos la pueden empeorar.
Finn O’Sullivan, recién licenciada por la Universidad de Colorado en Denver, describe una clase de interpretación musical en la que al principio le entusiasmó lo abiertamente que su profesor hablaba de la salud mental. Sin embargo, cuando llegó el momento de que los alumnos tocaran, recuerda cómo el profesor hizo comentarios negativos sobre los estudiantes que dudaban en ofrecerse voluntarios primero.
“Algunas personas tienen mucha ansiedad ante la actuación”, dice O’Sullivan, y añade que saber con antelación cuándo va a actuar le ayuda a controlar su ansiedad. “En las clases que daba el profesor, hablaba de los problemas de salud mental y de cómo pueden afectar a alguien. Así que fue una discordancia interesante”.
Amy ha observado pautas similares en su universidad, donde las conversaciones sobre salud mental suelen centrarse en las prácticas de bienestar individual y rara vez se reconocen los factores estructurales que afectan a los estudiantes. “Para ellos es mucho más fácil decir: ‘Asegúrate de que comes, asegúrate de que sales a pasear'”, señala, y añade que la universidad podría hacer cambios para ayudar realmente a los estudiantes con problemas.
Pone como ejemplo “la forma en como está configurado nuestro horario, el cual es realmente estresante para los estudiantes discapacitados”. “Sólo tenemos un margen de diez minutos para ir de una clase a otra, y cuando nuestro campus está tan disperso, es muy difícil desplazarse entre los distintos edificios”.
Adame, mientras tanto, ha tenido experiencias positivas en el centro de asesoramiento de su escuela, pero siente que algunas de las otras iniciativas de salud mental de la universidad se perciben como “teatrales” e ignoran el papel que la escuela desempeña en la salud mental de los estudiantes. Por ejemplo, Adame se refiere a la forma en como la escuela manejó las protestas pro palestinas en el campus la primavera pasada, que Adame describe como “excesivamente violenta”.
“Fue muy violento”, dice. «Vi a muchos estudiantes furiosos… Y esto ocurría durante los exámenes finales, así que conozco a mucha gente que ni siquiera terminó el semestre». Por este motivo, la escuela siguió enviando mensajes de texto como parte de una línea de ayuda destinada a apoyar la salud mental de los estudiantes. Por lo general, estos mensajes fomentaban prácticas de vida saludable, como hacer una pausa en el estudio, que enmarcaban la salud mental como una responsabilidad individual de los estudiantes.
“Los recibía (mensajes de texto) y me enfadaba”, dice Adame. “Sé que podrían hacer más para ayudar de verdad a los estudiantes”.
“Trabajo emocional”Las y los estudiantes también identifican la falta de interacción social como una influencia negativa sobre su salud mental. Para algunos, esto se agrava por la limitación del tiempo libre y la escasez de lugares para relacionarse fuera del hogar y del trabajo. “Si todo lo que haces es moverte entre el trabajo, la escuela y casa, ¿dónde ves a la gente?” pregunta Amy. “¿Dónde sientes que integras tu vida?”.
El cambio a la socialización en línea que se produjo al principio de la pandemia también sigue afectando a muchos estudiantes hoy en día, y las amistades virtuales no consiguen sustituir a las conexiones personales que tenían antes. “A veces, en las videoconferencias, no tengo la sensación de estar hablando realmente con una persona”, dice Shaw. Señala que esta ausencia de amistades más profundas le dificulta hacer frente a los problemas de salud mental que padece, ya que le resulta difícil hablar de ellos con los demás. “Cuando todo es en persona, siento que puedo abrirme”, explica. Ahora, apenas “se comunica con alguien”.
Lucy culpa a los conceptos de moda de la “psicología pop”, promovidos por la industria de la autoayuda y las redes sociales, de la falta de vínculos estrechos en su generación. Por ejemplo, a menudo oye a la gente hablar de “trabajo emocional”, un término que originalmente se refería al proceso de gestionar sentimientos y expresiones que debían llevar cabo las trabajadoras para cumplir con los requisitos emocionales de un trabajo, pero que se ha ampliado para describir el apoyo emocional no remunerado que se da en las relaciones personales.
Hemos construido una idea muy individualista según la cual se supone que uno debe ocuparse de sus emociones por sí mismo, sin agobiar a los demás”, sugiere Lucy. “Hemos perdido de vista que los humanos somos criaturas que pertenecemos a una comunidad.
Lucy descubre que los intentos de proteger el bienestar individual acaban dañando las relaciones cuando las personas se vuelven reacias a hablar de sus sentimientos o a hacer favores a sus amigos. “Si las amistades no son recíprocas, eso no es beneficioso”, dice Lucy. “Pero tiene que haber un trabajo emocional para que las amistades sean reales”.
Quienes experimentan una cercanía emocional con sus amigos y amigas a menudo lo consideran valioso para su salud mental. Por ejemplo, una estudiante de segundo año que prefiere permanecer en el anonimato tiene una rutina dentro de su grupo de amigos en la que se comunican entre sí al menos una vez al día para ver cómo están todos. Aunque tienden a centrarse en su bienestar diario, esta práctica también supone una fuente de apoyo cuando alguien está luchando con algo más serio. “Creo que es una forma agradable de desahogo», explica el estudiante, «porque puedo hablar abiertamente de lo que me pasa sin que sea como una sesión de terapia”.
Después de todo, un menor apoyo social percibido se ha relacionado con peores resultados en la depresión y otros problemas de salud mental -y en los estudiantes universitarios en particular, este factor ha sido identificado como un predictor de los síntomas de depresión. Por lo tanto, los estudiantes pueden estar cerrándose a importantes fuentes de apoyo cuando intentan evitar el trabajo emocional, con lo que, sin saberlo, su salud mental empeora a pesar de estar pretendiendo lo contrario.
Los límites de la terapiaSnow, estudiante universitaria de último curso, propone que el énfasis en la terapia entre sus compañeros también dificulta la formación de conexiones más profundas con los amigos. “Según mi experiencia, la opinión general es que necesitas atención profesional individualizada, que «tus problemas son tuyos y que necesitas un profesional que te ayude».
Aunque Snow quiere evitar ser una “carga” para los demás al desahogarse sobre temas de mayor intensidad emocional, a veces también le resulta difícil hablar incluso de problemas leves y cotidianos sin oír que lo que debería hacer sería hablar con un profesional. «La gente es cauta a la hora de dar consejos o sugerencias porque saben que no son profesionales», sugiere Snow, y señala que, aunque esta actitud pueda ser bienintencionada, sigue sintiéndose «alienada» ante estas formas tan frías de relacionarse.
Si te digo que me siento sola, o que últimamente he estado estresada o deprimida, y me dices que necesito un terapeuta, probablemente no lo hablaré contigo”, dice Snow. “Me hará sentir que la amistad no es el espacio para compartir lo que estoy experimentando, lo que hace que la lucha contra la enfermedad mental sea aún más solitaria.
Muchas de estas interacciones se han producido cuando Snow ya acudía a un terapeuta, y sugiere que sus compañeros sobrestiman el papel que se pretende que desempeñe la terapia. “La gente suele pensar que la terapia es la respuesta para todo y que si vas a terapia se resuelven todos tus problemas”, dice, pero, según su experiencia, esto está muy lejos de la realidad.
Amy opina lo mismo y explica que sus experiencias en terapia para el trastorno de estrés postraumático complejo (TEPT-C), derivado de traumas repetidos o continuos, le han mostrado los límites de lo que se puede conseguir en la consulta de un terapeuta. Amy se describe como una “auténtica teórica”, y explica que “sé lo que hago y por qué lo hago … te puedo hacer una lista, poner ejemplos, te puedo hacer un PowerPoint. Pero eso no es lo mismo que afrontarlo”.
Para afrontarlo, Amy cree que debe “sacar los conocimientos conseguidos en la terapia de la consulta y llevarlos a mi vida”, identificar las situaciones del mundo real que están en la raíz del problema. En palabras de Amy, esto es mucho más difícil que “permanecer sentada durante horas y sacar una buena nota en terapia”.
En el caso de Snow, las sesiones de terapia se han centrado con frecuencia en el tema de construir relaciones de amistad más satisfactorias. Sin embargo, no puede avanzar mucho cuando las personas que la rodean evitan establecer conexiones más profundas, y le gustaría que los demás reconocieran la inutilidad de continuar sugiriéndole que lo resuelva todo yendo a terapia.
Si encuentras satisfacción, felicidad y alegría en las relaciones sociales, tu salud mental será mucho mejor”, explica. “Creo que hay cosas que pueden hacer los amigos que son tan importantes como la terapia, si no más.
Cambiar la orientaciónIncluso aunque los tratamientos centrados en el individuo son eficaces, muchos estudiantes universitarios tienen dificultades para acceder a ellos; de hecho, un estudio de 2022 reveló que alrededor del 80% de los estudiantes universitarios comunicaron de al menos una barrera para acceder a los servicios de salud mental. Muchas de estas barreras son económicas, y un estudio de 2020 documentó que casi la mitad de los estudiantes con un elevado riesgo de suicidio comunicaron que las barreras económicas les impedían buscar ayuda. Esto es especialmente problemático si se tiene en cuenta que los estudiantes con dificultades económicas son más propensos a tener problemas de salud mental.
Los servicios de asesoramiento de las universidades cubren este vacío hasta cierto punto, pero muchos de ellos se ven desbordados por el gran número de estudiantes que buscan tratamiento. Algunos estudiantes afirman incluso que nadie que conozcan ha conseguido una cita. Dado que cada vez más el sufrimiento psíquico se enmarca en el ámbito médico, las consecuencias son una mayor demanda de servicios de salud mental, y mayores problemas para acceder a ellos.
Por lo tanto, mirar más allá de los tratamientos médicos podría ser un importante paso adelante. Por ejemplo, Amy sugiere que aumentar el salario mínimo tendría un efecto importante en la salud mental de muchos de sus compañeros que luchan por pagarse la universidad. (De hecho, las investigaciones demuestran que las intervenciones económicas tienen un gran impacto. Aumentar el salario mínimo en tan sólo 1 dólar disminuye significativamente las tasas de suicidio entre los estadounidenses con niveles educativos más bajos; del mismo modo, la ampliación en 2021 del programa de crédito fiscal por hijos redujo los síntomas de depresión y ansiedad entre las familias con ingresos bajos).
Aunque este tipo de cambios no son tan rápidos ni tan sencillos como una receta de pastillas, podrían tener un efecto mucho mayor si se aplicaran, y dado que factores como el salario mínimo suelen quedar fuera de las convenciones habituales sobre salud mental, el simple hecho de plantear estos temas en un debate podría marcar la diferencia. Es hora de abrir la puerta a un diálogo real con ideas nuevas.
Algunos estudiantes universitarios ya están tratando de reconfigurar su forma de hablar del malestar psíquico alejándose del lenguaje biomédico. Lucy, cuya experiencia como estudiante de psicología la lleva a menudo a basarse en este marco, dice que intenta evitar “saltar con cosas científicas” cuando alguien le habla de su salud mental. “Por mucho que el campo de la psicología sea importante”, dice, “se aprende más hablando con la gente sobre su experiencia que leyendo un artículo”.
Verónica, por su parte, se describe a sí misma como una “profana” en lo que se refiere a términos psiquiátricos y se siente recelosa a la hora de aplicarlos en su vida real. “Hay un límite muy claro en cuanto a lo que sé sobre ese campo”, dice. “Mi pericia es mucho mayor, sencillamente, cuando interactuo emocionalmente con la gente que cuando intento aplicar esas etiquetas”. Añade que otros también podrían “expresarse mejor si utilizaran vocabularios en los que tuvieran más experiencia”.
Aun así, Verónica reconoce que es fácil “inclinarse” por usar esa terminología tan popular; incluso se ha encontrado a veces esforzándose contra el impulso de utilizarla. “Me di cuenta de que lo estaba aplicando a muchas cosas sin prestar mucha atención”, dice Veronica. “Así que cada vez que me sorprendo haciéndolo, intento preguntarme: ‘¿Es eso realmente lo que está pasando? ¿O es solo la primera palabra que se te ocurre para explicarte la situación a ti misma?’”.
La simplificación del lenguaje psiquiátrico puede hacer que resulte tentador recurrir a él, pero limitar nuestra definición de salud mental a lo médico deja fuera los factores sociales, estructurales y de estilo de vida que dificultan la superación. En los campus universitarios y en la sociedad en general, tenemos que dejar de esperar que las personas mejoren por sí solas utilizando soluciones médicas; después de todo, estas estrategias en realidad empeoran la salud mental al interrumpir el valioso apoyo social y pasar por alto problemas sociales relevantes. Si más de nosotros adoptáramos el enfoque de Veronica, no sólo podríamos extender las concepciones corrientes de la salud mental más allá del ámbito del individuo, sino también crear oportunidades para hacer frente a las fuerzas reales que exacerban el malestar psicológico.
20/7/2024
http://zoeelisabeth.substack.comZoe Cunniffe es licenciada por el Sarah Lawrence College y se interesa por la antropología médica y la reforma sanitaria. Escribe un boletín Substack, Reality Tunnels, sobre las formas en que la percepción, la cultura y la biología dan forma a nuestras realidades individuales, y también se la puede encontrar en Instagram en @zoe.elisabethh
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