¿Qué es hoy día la clase social?

05/May/2025. Partiendo de un punto de vista marxista, el sociólogo Gabriel Winant explica cómo debe evolucionar el análisis de las clases sociales, para poder comprender sobre todo los problemas ligados a la economía de servicios y de cuidados. Recorre así los cuestionamientos del feminismo materialista y llama a una revisión constante de los enfoques sobre las clases.

Gabriel Winant es un historiador de las estructuras sociales de la desigualdad en el moderno capitalismo estadounidense. Profesor asociado de historia en la Universidad de Chicago, es autor de The Next Shift: The Fall of Manufacturing and the Rise of Health Care in Rust Belt America [La caída de la industria manufacturera y el ascenso de las atenciones sanitarias en la América del cinturón manufacturero]. Ha trabajado también sobre la relación entre diversos fenómenos históricos clave del desarrollo capitalista en el cambio de siglo, para un proyecto titulado Our Weary Years: How the Working Class Survived Industrial America. Escribe con frecuencia para publicaciones como The Nation, Dissent y n+1.

Amelia Horgan: ¿Cómo deberíamos entender la noción de clase?

Gabriel Winant. Me alegra hablar de este tema porque pienso que, a pesar de recurrir al concepto de clase en la izquierda socialista, no siempre entendemos lo mismo con este término. Creo que la mejor manera de comprender la noción de clase es considerarla como un proceso.

Harry Braverman (1920-1976) explicaba que aunque tenemos tendencia a recurrir a un atajo para describir a la clase trabajadora, al examinarla más de cerca nos damos cuenta de que se trata de algo más fluído que sólido -la transformación constante tanto de las fuerzas como de las relaciones de producción. Las presiones ejercidas sobre la clase trabajadora por la reproducción social remodelan y recomponen sin cesar las realidades sociales concretas y particulares de los trabajadores y de su vida, de una manera que exige una atención empírica, aunque también, pienso, un cierto grado de flexibilidad conceptual.

Esto quiere decir que, aunque existe un núcleo conceptual duro y no negociable de lo que significa pertenecer al proletariado, hay una amplia zona de contingencia en torno al mismo. Tomemos el ejemplo del desempleo: se trata de una intervención clásica en las últimas dos décadas explicando el paro y el subempleo como una parte importante de la experiencia proletaria mundial, poniendo de manifiesto las formas de adhesión precaria al mercado de trabajo.

He escrito sobre una reivindicación similar, aunque en lo opuesto sociológicamente de la clase trabajadora, que consiste en pensar en los profesionales de la clase media y la manera como entendemos su relación con la clase [proletaria]. Una vez que se permite este tipo de flexibilidad empírica y, en cierta medida, conceptual en torno al núcleo marxista más duro del análisis de clase, se obtiene también nuevos instrumentos para reflexionar en la relación entre el género y la clase y entre la raza y la clase.

Los debates en torno a la teoría de la reproducción social y el trabajo doméstico constituyen otra versión de este tipo de innovación. Ello no cuestiona forzosamente el meollo cuando analizamos la clase. Pero requiere nuevas formas de investigación empírica, ajustes conceptuales y, sobre todo en este caso, exige de los marxistas que se inspiren en las ideas del feminismo, que es lo importante.

La razón de que estos temas se vuelvan tan controvertidos es porque plantean nuevas cuestiones sobre la acción política y los posibles espacios de solidaridad, porque es lo que es creativo en este enfoque descriptivo. Como marxistas y personas interesadas en el poder de la clase trabajadora, nos da un medio para responder a las luchas emergentes que a primera vista no parecen derivar de relaciones de clase clásicas; nos da un medio para comprenderlas, para responder, para conectarnos y afilianos a ellas potencialmente, sin obligarnos a abandonar nuestros propios compromisos o a considerarlos como errores o falsa conciencia.

A.H.: Pienso que es importante la apertura conceptual, mejor que la hipótesis corriente de que si tuviéramos los conceptos adecuados todo estaría en su sitio.

G.W.:. Me parece bastante difícil que esto pueda ocurrir partiendo de una lectura y de una fidelidad al marxismo; ¿cómo imaginar una especie de concepto estable y ordenado de la clase? Parece que toda la dinámica de la transformación de las fuerzas y de las relaciones de producción y la génesis del ejército industrial de reserva, una vez se comienza a desarrollar sociológica y empíricamente de una manera que Marx sólo hizo en parte, necesita este tipo de apertura.

A.H.: ¿Y cómo se ligan la raza y el sexo a la clase?

G.W.: Hay distintas maneras de reflexionar sobre eso. Son debates que me interesan y en los que participo, sobre todo en lo que se refiere al género. Pero creo que es importante que el análisis de estas cuestiones se inspire en las luchas y sea transformado por las luchas a medida que éstas se desarrollan. Me expreso por tanto a partir de un momento histórico de la evolución del capitalismo y de las luchas sociales. Si me vuelves a preguntar sobre esta cuestión dentro de diez años, es probable que mi respuesta sería diferente. Al menos es lo que imagino.

Pero en la actualidad, me parece que la manera de integrar la centralidad de la raza y del género en la constitución y la formación de la clase consiste en considerarlas como fenómenos materiales. Es el primer paso esencial: aunque existan importantes expresiones ideológicas, que a menudo son el nivel al que las comprendemos y las contestamos, no son simplemente epifenómenos.

El género y la raza son fenómenos de la base material. Utilizando la metáfora de la base y de la superestructura, esto significa que son formas de organización de las fuerzas productivas, o de una fuerza productiva en particular -la fuerza de trabajo- que las hacen disponibles bajo formas específicas, fijando los costes de reproducción a niveles particulares. Todo esto sigue siendo contingente, cuestionado, evolutivo.

Constituyen lugares de acumulación o de no acumulación, de empleo o de no empleo, en función de las relaciones entre estos hechos materiales referidos al coste y la disponibilidad de la fuerza de trabajo, por una parte, y otras dimensiones de la acumulación del capital, por otra.

Permíteme decir unas palabras más específicas sobre el género. Me parece, y aquí estoy muy en deuda con el trabajo de mi amiga y camarada Alyssa Battistoni, que el trabajo doméstico (que ha estado en el centro de muchos debates y análisis, sobre todo en los años 1970 y 1980) comparte con otros tipos de trabajo remunerado de género en la economía de servicios, sobre la que escribo, un proceso de trabajo interpersonal, relativamente personificado, que está particularmente mediatizado por el capital fijo.

Esto se relaciona, tal como lo muestra Alyssa, con la manera como el propio cuerpo, la persona humana, el trabajo vivo, resiste a la subsunción total en el capital. Sus ritmos, aunque puedan ser muy modificados al margen por su contexto social e histórico, no son o no pueden nunca ser reducidos por entero a la relación de valor, a la temporalidad y a los ritmos del capital.

Por esta razón, con algunas etapas teóricas suplementarias que hay que franquear, el trabajo de servicios en general, incluído el trabajo doméstico (podemos considerar el trabajo doméstico como un subconjunto no remunerado del trabajo de servicios), resiste a los aumentos de productividad y queda por tanto relegado por lo general a los márgenes del modo de producción capitalista: ya sea no mercantilizado como en el hogar, o tan sólo parcialmente incorporado a la economía monetaria por medio de subvenciones del Estado.

Es el caso de muchas formas de prestación de servicios o de trabajo de muy poco margen, a menudo auto-emprendedor, como el de la persona que trabaja como mujer de la limpieza. Los servicios alimentarios son similares en ciertos aspectos. En estos casos, hay una materialidad, una cuestión de procesos concretos de trabajo y su relación con las oportunidades de acumulación. Versiones de este análisis tienden por lo general a diferenciar el proletariado por clase, por sexo, por raza, e incluso por otras categarías.

Podríamos repetir en cierto modo una versión de este análisis aplicado a la raza. La cuestión es lo que Stuart Hall (1932-2014) llamaba la “articulación”. Acudiendo a Althusser (1918-1990) y en cierta medida a la teoría de los sistemas mundiales, las diferentes posiciones de los espacios de acumulación en un sistema capitalista mundial están relacionadas unas con otras, y esta diferenciación es en sí misma constitutiva del capitalismo mundial.

A.H.: Me preguntaba si podrías hablarnos del debate actual sobre la composición de las clases en los Estados Unidos. Puedes definir el debate bien por lo que la gente dice on-line, en Twitter, o por lo que dice en otros lugares, según te parezca más útil o más pertinente.

G.W.:. Permíteme intentar reconstruir las versiones más creativas más allá del debate -pienso que hay cosas útiles ahí dentro. Creo que la manera como está mediatizado por Twitter y las formas de escritura asociadas a Twitter no es la más útil. Pero hay una crítica que me interesa y que me parece válida.

La cuestión es doble. Por una parte, se trata de saber qué sentido dar a la trayectoria del empleo, a la composición de la clase trabajadora. Es una cuestión global que habría que plantearse sobre sociedades particulares. Este debate particular se refiere al Norte global, a las economías de servicios industrializadas. Limitaré por el momento mi respuesta a esta región. ¿Cómo debemos comprender la composición de la clase trabajadora en el Norte? ¿Cuál es su trayectoria? ¿Cuáles son las posibilidades políticas que permite o que impide?

Hay también otra cuestión que se plantea en el mismo debate, sobre la división del trabajo bajo el socialismo. ¿A qué podría parecerse? ¿A qué querríamos que se pareciera? Esta cuestión no deja de ser interesante, pero me parece un ejercicio un poco fútil. No quiero decir que piense que no deberíamos discutirlo. Pero, desde mi punto de vista, la idea central de mi propio trabajo es intentar construir, investigar y reconstruir las posibilidades de solidaridad y de poder de la clase trabajadora tal como emergen del mercado de trabajo capitalista en un momento dado.

Desde luego hay más de un marxismo, y no voy a pretender que éste sea el marxismo bueno. Pero es el espíritu con el que siempre he considerado al marxismo. La razón por la que se trata de un método dialéctico -nos permite examinar lar relaciones de explotación que se desarrollan, la división del trabajo que se desarrolla, e identificar en estas relaciones de explotación, en esta división del trabajo, formas de interdependencia que, aunque mediatizadas por el capital, podrían sin embargo generar la posibilidad de una solidaridad, de un poder y de una transformación social por parte de la clase trabajadora.

Mi propio trabajo intenta reinventar una parte de este análisis – el análisis muy familiar de las economías industriales que hemos tenido hace un siglo- para las economías de servicios desindustrializadas. Y mostrar que en todo momento del desarrollo del capitalismo, no hay necesariamente posibilidad inmediata de transformación social, pero que las bases materiales se desarrollan siempre de una manera que puede dar lugar a luchas.

Estas luchas pueden ser creativas y llevarnos a alguna parte. Y esto es tan característico de una economía de servicios post-industriales como de una economía industrial, aunque de forma diferente. No se trata simplemente de una especie de identidad repetitiva entre ambas. Por eso hay trabajo por hacer para comprender cómo una economía de servicios postindustriales contiene posibilidades finalmente equivalentes. Porque se trata de posibilidades equivalentes y no idénticas a las que habríamos reconocido en 1900.

El otro lado de este argumento consiste en decir que:

1/ Los trabajadores industriales disponían de formas distintas de poder económico que los trabajadores de los servicios no tienen, lo que me parece correcto, al menos al día de hoy.

2/ Existen necesidades específicas para la producción industrial que continuamos teniendo, lo que me parece lógico. Si se piensa en las cuestiones de transición ecológica y de renovación de nuestras infraestructuras y nuestro entorno construído, esta idea no es irrazonable.

3/ La producción industrial, o el trabajo manual, de cuello azul, tiene dimensiones humanistas y gratificantes, lo cual rechazo. Eso no quiere decir que no pueda tener estas cualidades, ni que de hecho no las haya tenido en ocasiones, sino que no las encarna intrínsecamente de una manera diferente a las otras formas de trabajo. Creo que no deberíamos dejar que estas tres dimensiones del argumento en favor del trabajo industrial se fundan unas con otras.

Se plantean cuestiones importantes en los programas de tipo Green New Deal, que apoyo con entusiasmo, y en los tipos de trabajo que implican, lo que supone plantear cuestiones sobre el poder de la clase obrera, cuestiones estratégicas, y soy favorable a estas discusiones. Pero no pienso que una relación fetichista en estos procesos particulares de trabajo deba resultar de las necesidades materiales de los productos industriales o de las posibilidades estratégicas del empleo industrial. Es algo que me he esforzado en mostrar en mi propio libro sobre la industria siderúrgica: aunque se trate de buenos empleos en muchos aspectos, hacen también que la gente sea bastante desgraciada.

De manera menos generosa, diría que la amalgama de estos tres puntos que acabo de exponer -el hundimiento de las cuestiones estratégicas y materiales en una cuestión humanista- es la señal de una especie de nostalgia. Y la nostalgia en general me parece estar en contradicción total con el marxismo. Me incita a recurrir a explicaciones sobre las razones por las que la gente es tan resistente a las formas de ajuste conceptual y empírico de las que he hablado antes. Me parece que hay en ello una extraña resistencia.

A.H.: Tu trabajo muestra la interdependencia entre la reproducción social y la producción, que no se trata de esferas distintas de actividad. ¿Qué hay que deducir conceptual y prácticamente del conocimiento de este entrelazamiento? ¿Qué se puede hacer?

G.W.: Muy buena pregunta. Y es una cuestión difícil. Me parece que se trata de una cuestión con dos aspectos. Por una parte, como dirían los teóricos de la reproducción social, la cuestión de la relación entre los lugares de reproducción social, la familia es lo más clásico, pero también las escuelas, los hospitales, las guarderías, las residencias, etc. Estas luchas pueden tomar la forma, y con frecuencia la toman, de luchas sindicales.

Puedes pensar en los enseñantes que hacen huelga para obtener clases más reducidas y más servicios para los estudiantes, por ejemplo. Yo vivo en Chicago, donde hay una dinámica importante en este sentido. El candidato de izquierda es un antiguo enseñante que ha participado en una huelga de hambre para mantener abierta una escuela que la administración neoliberal de Rahm Emanuel ha intentado cerrar, y que después se ha lanzado a la política por medio del sindicato de enseñantes, ha sido elegido para el ejecutivo del condado y se presenta ahora para alcalde. El candidato de derecha es el candidato del sindicato de la policía. En cierta manera, se trata de una confrontación directa entre la economía de cuidados y el Estado carcelario, o al menos parece evolucionar en esta dirección.

Pienso que la teoría de la reproducción social tiene algo muy valioso e importante que decir sobre la manera como la interacción entre la reproducción social y el capital genera conflictos.

Dicho esto, pienso que corremos un riesgo con este enfoque. He aprendido mucho de este enfoque. Estoy en deuda con él y me considero en cierto modo parte de esta tradición. Pero creo que corremos el riesgo de tratar los espacios de reproducción social como una esfera separada y protegida, organizada por su propia lógica ética -la ética de los cuidados, la política del Estado democrático, cualquiera que sea- que no está atravesada de una u otra manera por la lógica del capital.

Y vuelvo a la discusión anterior sobre lo que tienen en común el trabajo de servicios y el trabajo doméstico y su relación con la débil productividad, con los límites de la productividad, etcétera. Me parece en efecto que las instituciones de reproducción social no preexisten analíticamente a las relaciones sociales capitalistas que las envuelven. Son producidas en, alrededor y a través del tipo de desarrollo del capitalismo, de una manera que las impregna de forma mucho más poderosa que lo que este tipo de análisis sucinto pueda sugerir.

Esto no quiere decir que la lucha de los enseñantes por una clase más reducida no sea una lucha creativa e importante, pero creo que es importante pensar, simultáneamente, en la contestación de la división del trabajo productivo y reproductivo a mayor escala.

No es algo fácil de transformar en programa político, sobre todo al nivel de una elección municipal. Pero la cuestión no es sólo “¿Cuál es la calidad de este trabajo?” o “¿Cuál es la calidad de los servicios?”. Estas dos cuestiones son muy importantes, pero el problema es saber qué papel juegan estos servicios en nuestras vidas y quién se encarga de efectuar este trabajo. Estas cuestiones, pienso, llevan más allá de esta esfera ética protegida, a un conjunto más amplio de temas sobre la división del trabajo de manera diferente.

Digo esto de forma abstracta pero, para ser más concretos, tomemos el ejemplo de Medicaid. Medicaid es un progama de seguro médico federal y estatal con recursos destinados a los pobres. Si te encuentras por debajo de un determinado nivel de renta -que varía algo de un Estado a otro- puedes pretender obtener un seguro médico. Medicaid es el único programa público de atenciones sanitarias de larga duración. Si necesitas atención médica de larga duración, ya sea en tu domicilio o en una clínica, lo pagas de tu bolsillo o por medio de un seguro privado que has podido comprar, y que de hecho es una estafa, o eres lo suficientemente pobre para tener derecho a Medicaid.

En el sector de residencias de ancianos, este último determina el tipo de residencia y el tipo de cuidados a los que tendrás acceso, que suelen ser muy malos, razón por la cual es comprensible que la gente prefiera por lo general las atenciones a domicilio. Medicaid pagará para que una persona impedida sea atendida a domicilio por un miembro de su familia.

Por una parte, depende de las relaciones familiares preexistentes, lo que evidentemente se presta a una explotación sexuada; por otra parte, la idea de que el Estado pueda jugar un papel en la organización de los procesos de reproducción social implicando más profundamente a los individuos en las necesidades de unos y otros no es a primera vista una idea negativa, aunque la manera como actúa suele consistir en decir: que lo hagan las chicas.

Si cuento todo esto es para decir que espero que estas luchas en el espacio de reproducción sobre las condiciones de trabajo y la calidad de los servicios -a causa de los límites económicos de las reformas posibles en el horizonte próximo de las formaciones sociales capitalistas, en lo que se refiere a la manera como se aseguran la escolarización y los cuidados- pueden desembocar en una contestación más amplia de la división del trabajo, la idea de que deberíamos estár más implicados en la atención mutua en los ritmos de la vida cotidiana y que el Estado puede hacer algo para que esto sea posible y sostenerlo, por medio de la reducción de las horas de trabajo, así como la subvención de diversos tipos de atención.

Existen todo tipo de niveles intermedios de cuidados sanitarios y de reproducción imaginables entre, por una parte, la residencia de ancianos burocrática y, por otra, el hogar. Este podría ser un lugar fértil tanto para la inversión del Estado como para las luchas sociales -desde que se contempla seriamente esta idea, se llega pronto a cuestiones muy ligadas a la política de género. En efecto, una reorganización significativa de la división del trabajo necesitaría una revalorización de los papeles de los hombres y de las mujeres, así como una redefinición de lo que son los hombres y las mujeres.

Aunque es una especulación, me parece que la descomposición en curso del género normativo que podemos observar a nuestro alrededor es, en cierta medida, una especie de desarrollo automático, o más bien una especie de desarrollo mecánico, de la manera como el modo de producción capitalista ya no está en condiciones de reproducirse tan eficazmente por medio de una división del trabajo estrictamente sexuada.

Una mayor variedad de géneros es posible y necesaria, pero es extremadamente delicada y cuestionada en el plano político. Este argumento pretende relacionar la manera como son generados los seres humanos y se generan ellos mismos, con la división del trabajo. Me parece que la versión más estrecha del argumento de la teoría de la reproducción social no permite en verdad explorar estas vastas dimensiones de los roles que tenemos en la sociedad, en términos de nuestras responsabilidades íntimas de los unos hacia los otros. Y me resulta difícil ver cómo podríamos desarrollar una sociedad socialista o incluso mínimamente una sociedad humana en la que estas responsabilidades no se desarrollen.

A.H.: Estoy de acuerdo en que no se trata sólo de constatar la presencia de una cierta forma de interdependencia, sino de reflexionar en la dinámica de esta interdependencia. ¿Podrías hablarnos de la historia de la luchas por el control del proceso de trabajo por parte de los trabajadores y trabajadoras?

G.W.: Siempre cuento a mis estudiantes que al comienzo de la segunda revolución industrial y a finales del siglo XIX, en este país, los trabajadores industriales cualificados controlaban el proceso de producción en casi todos los detalles.Por lo general, el propietario compraba el equipamiento, el capital, la fábrica y los suministros que el obrero decía que necesitaba, y no se implicaba verdaderamente. Esto era cierto en muchos sectores de la metalurgia, por ejemplo en la construcción naval, en la ingeniería y en otras industrias de este tipo. Como dijo Big Bill Haywood (1869-1928), el líder del IWW [Industrialist Workers of the World], el cerebro del gerente se encuentra bajo el casco del obrero.

Si quieres identificar un momento en que el trabajo industrial tuvo este tipo de calidad humanista que criticaba hace un momento, sería éste. En efecto, existían verdaderos elementos de control democrático. Había también un fenómeno jerárquico -los artesanos estaban por lo general sindicados, mientras que los obreros no cualificados no lo estaban, y esta distinción tenía, en este país, dimensiones raciales y étnicas. Sin embargo, como siempre digo a mis estudiantes, en muchos talleres, cuando un director entraba al taller, todos los obreros plantaban sus herramientas y dejaban de trabajar, no trabajaban mientras el director les miraba.

Es el tipo de ética que hay que admirar y apreciar en general. Aunque existen distintos entornos materiales, y algunos tipos de complicaciones técnicas que requieren competencias particulares que los hacen más posibles, se encuentran momentos de este tipo en todos los empleos.

No quiero decir que todos los trabajadores puedan hacerlo de la misma manera. No es ciertamente el caso. Pero hay momentos de esos en cada empleo, a causa de la distinción entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto, o entre el trabajo y la fuerza de trabajo, si prefieres. De hecho, un empleador no puede dictar y controlar cada momento de la rutina personificada de un trabajador en su lugar de trabajo, aunque se trate de los trabajadores más vigilados, los más convertidos en marionetas.

Si pensamos en los trabajadores y trabajadoras de los almacenes de Amazon, vigilados tecnológicamente y coreografiados a una escala muy muy fina, incluso ellos tienen un millón de pequeñas astucias para intentar eludirlo, para intentar resistir, para intentar tomar sus propias decisiones en el lugar de trabajo por medios que no se podrían calificar de democráticos. Quiero decir que, bajo el régimen nazi, el hecho de que la gente tuviese pequeños momentos de disidencia no hace de Alemania una democracia. Lo mismo ocurre, por analogía, en un lugar de trabajo autoritario. Todo esto para decir que existe una especie de contradicción fundamental en el empleo capitalista, que genera una especie de práctica democrática a muy pequeña escala, en los poros de lo cotidiano.

Ganaríamos mucho si no sólo pensáramos en el gobierno, la política o las leyes, ni siquiera en la negociación colectiva, sino en un nivel más fundamental, sino que reflexionáramos en la manera de alimentar y desarrollar la solidaridad entre los trabajadores. Lo he intentado descubrir en los trabajadores, en sus trabajos y en las relaciones que mantienen entre ellos y ellas, cuando he trabajado en el ámbito de la organización de los lugares de trabajo. ¿Cuáles son estos pequeños momentos donde se identifica una minúscula esfera de autonomía, una minúscula práctica de resistencia? ¿Hablan entre ellos? ¿Los comparten? Y muchas veces se ve que es así. Ya lo sabes, “Eh, he encontrado una forma de escuchar música trabajando en el almacén, sin que el patrón se entere. He puesto un gorro sobre mis auriculares”, y cosas así.

En la economía de las atenciones existe una manera perversa donde esto funciona al revés: los trabajadores deben infringir las reglas para asegurarse de que los pacientes reciban las atenciones adecuadas. La dirección cuenta tácitamente con estas prácticas, que se podrían calificar de prácticas democráticas de los trabajadores. Sin embargo, estas prácticas conservan esta cualidad de constituir un caldo de cultivo o un germen de conexión solidaria entre la clase trabajadora, así como una convicción de que comprenden el valor de lo que hacen de una manera diferente y más profunda.

No ocurre igual en todos los empleos, no creo que muchos y muchas que trabajen en un almacén pudieran decirlo. Pero una asistente de enfermería en una residencia de ancianos, por ejemplo, lo diría. Comprende lo que significa cuidar a una persona vulnerable de una manera muy diferente a la que pretenden quienes poseen y gestionan el establecimiento, gracias a estos pequeños momentos de exceso, extras, etc.

Por tanto, una vez más, si queremos tomarnos en serio la idea del trabajo como un lugar de experiencia humana creativa y autocreadora -y es algo que debemos hacer- hay que imaginar cómo podríamos extender el espacio para estas prácticas, tanto a nivel de las luchas y de la organización como a nivel de los programas.

Los horarios de trabajo parecen ser un punto de partida evidente: muchas veces, estas micro-luchas están relacionadas con el ritmo de trabajo. Incluso cuando organizaciones moderadas, como los sindicatos, institucionalizan las prácticas de los trabajadores de compartir sus habilidades entre ellos, he constatado que puede ser muy útil para ampliar la percepción que tienen los trabajadores de sus capacidades en el lugar de  trabajo, y para reforzar su sentimiento de poseer poderes democráticos. Estos poderes emergen, por una parte, de la contradicción entre trabajo y fuerza de trabajo, o entre trabajo concreto y trabajo abstracto y, por otra parte, de sus conexiones entre unos y otros.

No es una respuesta programática clara a la cuestión de la democratización del trabajo, pero me parece que los materiales necesarios para esta democratización existen, bajo una forma u otra, en cada lugar de trabajo.

A.H.: En cierto modo habría que comenzar por ahí. Y es divertido cuando se produce de forma negativa, cuando se violan esas normas, cuando llega alguien nuevo y comienza a trabajar demasiado deprisa. Todo el mundo dice: “¿Qué haces? ¡Deténte, frena!”. Es un momento interesante.

G.W.: Siempre intento que la gente recupere la expresión “romper el ritmo” para designar el hecho de ir demasiado deprisa. En la universidad, tenía la costumbre de decir a la gente que terminaba el doctorado demasiado deprisa: “¿Pero qué haces? Estás superando el ritmo. Llevamos siete años en este taller”.

A.H.: Finalmente, ¿hay algún libro o texto que crees que la gente no lee lo suficiente y debería leer más?

G.W.: La gente sigue leyendo Trabajo y capital monopolista, de Harry Braverman [Fontamara, 1974] , pero no lo suficiente. Data de los años 1970. Es un viejo clásico que, en mi opinión, se suele dejar de lado. Creo que se puede encontrar en este libro casi todo lo que se necesita para reflexionar sobre casi todo de lo que hemos hablado, si estás dispuesta a explorarlo de manera creativa y expansiva.

Amelia Horganes escitora e investigadora. Escribe para diversas publicaciones, en particular Tribune, The Guardian y VICE. Es autora de Lost in Work. Escaping Capitalism

Traducción: viento sur

Información adicional

Entrevista a Gabriel Winant: 
Autor/a: Amelia Horganes
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Fuente: Viento Sur

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