Simona Levi: “Las instituciones tienen que crear sistemas democráticos para sustituir el monopolio digital de las ‘big tech'”

Prácticamente todos utilizamos herramientas digitales cotidianas propiedad de grandes tecnológicas, probablemente de alguna de las GAFAM -el acrónimo que se utiliza para referirse a Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft-. Estas herramientas son “privativas” y “violan los derechos fundamentales de sus usuarios”, afirma la activista Simona Levi, fundadora de Xnet, el Instituto para la Digitalización Democrática.

Con el objetivo de retratar la situación actual, poner el foco en la necesidad que las instituciones públicas ejerzan su “responsabilidad” y actúen contra lo que también define como “latifundios extractivos privados”, y mostrar alternativas posibles, Levi publica en la editorial Rayo Verde Digitalitzación democrática. Soberanía digital para las personas.

La activista reclama a las instituciones que faciliten y potencien “alternativas democráticas” -necesariamente de software libre- a las herramientas privativas dominantes, que los últimos años además han recibido el apoyo de gobiernos a través de numerosos contratos. Para profundizar en aquello que detalla el libro y mostrar varias experiencias enfocadas a lograr esta digitalización democrática, Xnet junto con la Fundació.cat organiza el próximo 9 de octubre en Barcelona una conferencia europea sobre el tema y los derechos digitales.

El libro defiende la necesidad de una digitalización democrática, que garantice la soberanía digital para las personas. ¿Cuáles tendrían que ser sus pilares?

Servidores soberanos, es decir, controlados por las personas, y software auditable y, por lo tanto, software libre, porque es el único que se puede auditar de manera distribuida. El libro quiere insistir en que no se trata de una tarea heroica de las personas, sino de una obligación de las instituciones que no se está cumpliendo. Se trata de que las instituciones den ejemplo y dejan de utilizar servidores en los cuales pierden el control de los datos.

De hecho, están vendiendo la población a las grandes plataformas. Por ejemplo, en el Estado todas las autonomías han firmado la digitalización de la educación con Google, Microsoft o ambos y esto es una responsabilidad institucional. Si desde los cuatro años aprendes a digitalizarte con herramientas que te quitan la soberanía, es decir, todo el trabajo que haces va a parar a la casa digital de otro, esto implica que estás perdiendo el control sobre lo que haces y sobre tus datos. Y esto son políticas liberticidas a nivel digital. Aquí hay una responsabilidad institucional que tenemos que reivindicar.

Parte de la base de que tenemos un entorno digital poco democrático. ¿Tiene la sensación de que en el mundo digital se aceptan cosas que serían inaceptables en el mundo físico?

Esto pasa porque las instituciones no dan ejemplo y, además, legislan para hacer del mundo digital un estado de excepción. En el libro hay un artículo sobre el correo porque creo que es el ejemplo más claro. Desde 2010 las instituciones han librado sus cuentas principales, como la educación o la Administración, para que sean soportadas por  Gmail y lo han hecho saltándose la licitación pública porque Gmail lo ofrece gratuitamente. Ya en 1700 conquistamos el secreto de la comunicación, es decir, poder tener nuestras cartas dentro de un sobre y que nadie las pudiera abrir y leer. Ahora, al pasar por Gmail, nuestra correspondencia pasa por una autoridad central que puede vigilar e, incluso, librar a una autoridad policial toda nuestra información sin nuestro consentimiento y conocimiento.

Si toda tu Administración te empuja hacia esta dirección es difícil darse cuenta que es peligroso usar Gmail y que está vulnerando tus derechos. Y creo que la gente que se da cuenta no tiene alternativa. Puedes hacer un parche en tu vida cotidiana y utilizar otro correo u otra estructura digital, pero si todo tu entorno usa Gmail aunque tu correo sea soberano pasará igualmente por sus servidores. Es una cosa estructural. Es como si aceptáramos que la comida de los comedores escolares fueran solo hamburguesas del McDonald’s porque nos las da gratis. Seguro que no lo aceptaríamos y entenderíamos que la gratuidad no puede ser una excusa para destruir la salud de las personas que utilizan los comedores.

¿Detrás hay algún tipo de voluntad de evitar cierta alfabetización digital del grueso de la población que le permita conocer y defender sus derechos?

Llevo 40 años de activismo y me encantaría pensar que es un plan estratégico súper inteligente, pero desgraciadamente creo que no lo es, simplemente creo que hay mucha ignorancia en el ámbito político y que les va muy bien que una multinacional les haga el trabajo. Tenemos que pensar que esta multinacional no solo provee las infraestructuras, sino también el protocolo y el programa y, por ejemplo, en el programa de educación digital son ellos los que hacen la formación. Te hacen el trabajo y el problema no se ve y solo lo denuncian los pesados de los activistas o la gente que paulatinamente se ha dado cuenta de que la pérdida de privacidad de los datos puede significar que puedan rastrear tus desplazamientos. Ahora mismo se trata de una política basada en no querer hacer política, es decir, dejarlo todo para que el poder no cambie.

En la práctica, las big tech o grandes tecnológicas, que fundamentalmente son las famosas GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft), cada vez son más grandes y tienen más poder y, por lo tanto, es más difícil actuar en su contra, en una dinámica típicamente capitalista.

Sí, ¿pero, qué hace el Gobierno? En vez de decir que esta manera de proceder no es correcta, intenta llegar a un acuerdo con estos poderes, cosa que los refuerza. Es lo mismo que pasó con la imprenta. Inicialmente, hubo una desintermediación y una pérdida de poder central, pero posteriormente se produjo un acuerdo de la máquina, de quien tenía los medios de producción, con el editor para controlar el libre pensamiento, no se nacionalizó la edición, sino que se permitió que unos privados poderosos ejercieran la función de policía [en este ámbito], aliados con el Estado, y ahora es lo mismo. Se dice que no está bien lo que hace Facebook, pero que si elimina lo que le dice el Estado que tiene que eliminar continuará teniendo este monopolio, mientras se tendría que hacer lo contrario y las instituciones tendrían que crear sistemas transparentes y democráticos que sustituyan a este monopolio de las big tech, además de desmantelarlos. Si hubiera una voluntad política, en realidad la solución es muy sencilla.

En el libro muestra cómo esta falta de soberanía, que afecta tanto a las personas como a los Estados, genera una dependencia y vulnerabilidad respecto a estas grandes tecnológicas. Teniendo en cuenta la evolución de los últimos años, ¿estamos a tiempo de revertir la situación?

Sí, si hay voluntad política. Escribo este libro con la idea de dar herramientas políticas a la gente para exigir cambios y, sobre todo, no creer esta narrativa de que la desinformación es culpa de la gente o que la desinformación se tiene que controlar, controlando los contenidos. El problema no son las big tech, que ocupan el campo que se le deja libre. Y lo mismo sucede con la Inteligencia Artificial (IA), que está muy bien, y lo que tenemos que impedir es que la controlen solo cinco personas, eso sí que es peligroso. Se trata de regular y poner límites a las empresas. En el caso de las big tech se trataría, por ejemplo, de poner límite a la destrucción que hace Amazon del pequeño comercio.

Las instituciones lo que tendrían que hacer es cumplir sus propias leyes, que a menudo ahora no lo hacen. Por ejemplo, cuando haces una licitación para digitalizar Catalunya, le das a una gran empresa, cuando la ley dice que se tiene que segmentar en el máximo de lotes posibles y no otorgarlos a las mismas empresas, sino a distintas, de forma que paulatinamente se genera más capacidad empresarial en los territorios. Esto no se está haciendo y comporta vulnerar el derecho de poder emprender. Naturalmente esto se puede revertir, limitando el alcance del negocio y transformando la licitación pública de forma que respete la ley.

¿El horizonte sería volver a la idea inicial de Internet, es decir, a una red descentralizada, neutra y horizontal?

Exacto, pero me permito decir que no sería horizontal, porque justamente la horizontalidad tiene la función que se dice de “ruido blanco”, es decir, es un tipo de información que es muy desordenada, pero que te permite reconocer los problemas, hacer aflorar necesidades, captar el clima, etc…, pero la horizontalidad tiene dificultades de coordinación y de eficiencia. La verticalidad, por el contrario, es rígida y autoritaria, pero toma decisiones más rápidas. E Internet propone tener liderazgo, pero no un único liderazgo para todos, sino un liderazgo cooperativo y coordinado.

Muchas veces lo que hacen las instituciones simplemente es digitalizar procedimientos que ya son verticales y, por lo tanto, añaden una capa absurda de burocracia sin cambiar el procedimiento, se hace todavía más farragoso. O pensar que trabajar en red es horizontal, que todo el mundo tiene la misma palabra, cuando no todo el mundo tiene las mismas necesidades y dependiendo de los ámbitos el volumen y la importancia de una cosa son distintos y no se puede poner todo en el mismo lugar. Ahora tenemos grandes multinacionales centralizadoras que se ocupan de gestionar un espacio descentralizado, tenemos una red pero en vez de crear un correo peer to peer [de igual a igual] creamos un correo centralizado, es decir, aplicamos a la centralización solo una capa digital.

Comentaba al inicio que el software libre tiene que ser un pilar para garantizar una digitalización democrática. Para alguien que sea profano en la materia, ¿qué es lo que permite y por qué haría falta que recibiera un impulso institucional?

Lo que hace falta es que las instituciones se ocupen de que podamos tener herramientas que sustituyen nubes, documentos colaborativos y calendarios privativos, con herramientas de software libre, porque es auditable. Es como el motor de un coche, cualquier persona puede abrir el motor y ver de dónde sale el humo y enseñarlo a alguien que sepa para arreglarlo o, incluso, para aprender él mismo a hacerlo. El software privativo es como un capote de coche cerrado, por lo cual tú tienes que creer lo que te dice el fabricante, sobre si se ha estropeado, si lo tienes que comprar nuevo, si le ha añadido un chip para controlar tu comunicación… El software libre es el único que permite ver qué está haciendo la máquina, qué hace con tus datos, y esto es la base para que sea democrático.

Pero nos encontramos que, en vez de potenciarlo, las instituciones hacen casi lo contrario, cerrando contratos con las grandes tecnológicas.

Sí, pero algo se está moviendo y por eso hago el libro ahora, porque es un momento importante. Las instituciones europeas se dan cuenta que necesitan datos y dicen que es por democracia, a pesar de que probablemente es porque quieren tener el control y ven que no lo tienen, pero aprovechamos que se llenan la boca con la soberanía para exigir la soberanía de las personas, no solo la soberanía de los Estados. Escribo el libro para que sea claro el camino para hacerlo y para impulsar la idea de un software público europeo, en un sentido público y comunitario y con un código que nadie lo pueda privatizar. En este sentido, empieza a haber movimiento en Francia o en Holanda y es por eso que también organizamos el evento del 9 de octubre junto con la Fundació.cat [la Conferencia Europea de digitalización democrática y derechos digitales]. Se están sumando instituciones y lo tenemos que aprovechar.

En el apartado de alternativas muestra prototipos que se han llevado a cabo, como por ejemplo el Plan de Digitalización Democrática de la Educación en Catalunya, diseñado por Xnet. ¿Cómo ha funcionado?

El prototipo está parado en el pequeño grupo de centros donde se ha probado, que son 10, porque necesita ultimar su desarrollo. El año pasado firmamos un acuerdo con la Generalitat, porque antes el plan se hacía con el Ayuntamiento de Barcelona, y se generó un grupo de trabajo con la institución muy bueno, se estaban preparando las licitaciones para abrirlas a las pequeñas y medianas empresas, pero se convocaron elecciones y cayó el Govern y ahora tengo una reunión con el nuevo. Este es el problema, que cada tres o cuatro años tenemos que empezar de cero [con las instituciones]. No sabemos qué pasará, pero es muy importante culminar su desarrollo, para poderlo hacer más extensivo y que las escuelas de Catalunya, si quieren, puedan utilizarlo. Queremos que haya una alternativa y que paulatinamente podamos reocupar las tierras libres de Internet que fueron ocupadas por las multinacionales.

A nivel de alternativas, hay una histórica que es el navegador Firefox, de software libre, pero ya hace años que ha ido perdiendo peso ante Chrome, de Google. A pesar de que haya herramientas potentes disponibles, ¿se dan pasos atrás?

Sí, pero nosotros lo que proponemos es que Europa lo rescate. Ahora mismo quien mantiene a Firefox es Google, que es su principal competidor. Si rescatas a bancos, puedes rescatar por mucho menos dinero a un navegador soberano, público, abierto y, además, que esté gestionado por una fundación para que este software continúe siendo libre. Lo que proponemos en el libro es tan sencillo y tan barato que es una vergüenza que no se esté haciendo ya.

28/09/2024

28/09/2024

Por, Marc Font@marcfontribas

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Autor/a: Marc Font
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Fuente: Público

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