El misterioso ocaso de la opinión pública
Foto de David F. Sabadell de un edificio en Toledo.

El caso del “equipo Jorge” destapado esta semana es un ejemplo de cómo los mejores contenidos periodísticos pueden no tener ninguna consecuencia.

La reciente publicación de un post del premio Pulitzer de periodismo Seymour Hersch titulado “Así eliminó Estados Unidos los gasoductos Nord Stream”, traducido y publicado por Ctxt en España, ha abierto un sano debate sobre las características que debe tener una investigación periodística. El caso habla también de lo más relevante cuando se exploran los límites del reporterismo: si esas piezas tienen algún efecto, si después de su publicación hay alguna consecuencia, si transforma algo el ecosistema en el que se publica. 

El silencio de Alemania y de los países bálticos en cuyas “zonas económicas” se produjo el ataque al Nord Stream, puede basarse, como se ha defendido, en la debilidad de las pruebas aportadas por Hersch, pero la investigación de la fiscalía Alemania avanza lenta, no se sabe si porque esa es la mejor forma para que prospere —lavorare con lentezza— o si se debe a que la cancillería teme saber lo que pasó.

La verdad final, o la versión oficial definitiva, tardará en aflorar, si es que lo hace. Durante los próximos meses o años, el caso Nord Stream lo tiene todo para atraer la atención del público europeo, de generar los más encendidos debates sobre el periodismo, las fuentes y los datos. El éxito de Hersch es rellenar esa espera con un relato plausible sobre un acontecimiento que pone a prueba la confianza de los países aliados de Estados Unidos; su fracaso, que su investigación haya dejado tantos cabos sueltos como para que aceptarla como la verdad de lo que pasó en el Báltico sea, al menos a día de hoy, una cuestión de posicionamiento político.

Pero las investigaciones o los scoops no se neutralizan únicamente porque tengan defectos de forma. Para medir el impacto de una noticia es importante ponderar el desequilibrio entre los distintos medios de comunicación: aunque el tema de Hersch sea verosímil, el hecho de que se publicara en un blog le resta impacto. Esté mal o esté bien, ese es el juego. Los medios menos asociados al poder suelen toparse con ese vacío cuando destapan un asunto. En algunas ocasiones, como en el caso Nóos, publicado por primera vez en la prensa balear, la denuncia periodística solo alcanzó trascendencia cuando pasó a los medios, radios y televisiones, controlados por el Ibex.

Aun más importante que la potencia de los medios es que un lobby, partido o un individuo con la suficiente influencia vea en esa investigación la pieza que falta para atacar a sus adversarios o a sus pares. Está claro que en este momento nadie con esa capacidad de influencia va a impulsar una narrativa que contravenga la corriente de opinión que determina que cualquier concesión a Rusia pone en peligro la nueva fase de globalización ideológica comandada desde Washington.

En el encuentro a la misma hora en el mismo bulevar de los profesionales dedicados a la investigación y de las ganas de destapar un caso por parte de de un grupo de presión o un individuo con cuentas pendientes suelen encontrarse los escándalos y las exclusivas más celebradas. También las fake news más peligrosas, por burdas que sean. La investigación sobre los GAL, los papeles del CESID o los de Bárcenas contaban antes, durante y después con un objetivo final y con alguien decidido a respaldar una operación en función de determinadas motivaciones, fueran estas impecablemente democráticas, espurias o algo a medio camino entre ambas. En el caso de la expresidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes, una buena investigación tuvo que ser apuntalada por una filtración navajera para conseguir no la rendición de cuentas sino que el caso tuviera consecuencias inmediatas.

Historias olvidadas

Esta semana una investigación de mucho nivel ha pasado muy desapercibida en la prensa española. Incluso El País, que llevaba la exclusiva en clave nacional, relegó desde el comienzo la noticia al tercer bloque de su portada. “Team Jorge” una red de desinformación —una etiqueta que se queda muy corta— se ha atribuido el sabotaje de las web de la Generalitat durante tres días, coincidiendo con la consulta soberanista organizada durante el Gobierno de Joan Mas, el 9 de noviembre de 2014. Como consecuencia de un ataque DDoS masivo, al conjunto de la población catalana, se sintiera independentista o no, le fue muy difícil o imposible fijar una cita médica, acceder a una receta o consultar el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya durante 72 horas. Por unos pocos cientos miles de euros, pagados no se sabe por quién, esa empresa puso patas arriba el sistema informático de una institución del Estado. 

Se trata de una investigación típica que finaliza con periodistas encubiertos sacando información del principal sospechoso. Uno de ellos se hizo pasar por agente de un país africano para conocer cómo operaba el equipo de “Jorge”, un contratista y exsoldado israelí llamado Tal Hanan. Jorge/Hanan era un cabo suelto de otro escándalo, el de Cambridge Analytica, la agencia británica de minería y análisis de datos que tuvo que echar el cierre después de que una investigación determinase que la compañía intervino en las elecciones de Estados Unidos y el referéndum del Brexit en 2016. En el verano de 2022 Hanan cayó en la trampa y presumió ante los periodistas/clientes de haber manipulado hasta 33 procesos electorales, de sus trabajos confidenciales para multinacionales, de su red de más de 30.000 bots —algunos de ellos sofisticados hasta el punto de operar con sus propias tarjetas de crédito—, del hackeo de cuentas en redes sociales y servicios de correo electrónico, y de sus infiltraciones para mejorar la imagen pública de un prófugo de la Justicia relacionado con la masacre de 43 personas en Ayotzinapa (México).

Aunque no cubrió todos los trabajos de su equipo, la compañía que dirige Hanan está registrada en el Ministerio de Defensa israelí, que también autoriza las exportaciones de ciberarmas como Pegasus llevadas a cabo por NSO Group. En el caso español, hay una sospechosa confluencia entre las investigaciones del mismo consorcio que han revelado el espionaje a líderes independentistas mediante el software de NSO con las prácticas de sabotaje y fake news desveladas esta semana, dado que el objetivo parece ser en ambos casos el movimiento independentista y los cargos políticos que lo quisieron cabalgar. La negativa de PSOE y PP a abrir una investigación sobre Pegasus, en 2022, evidencia otro de los límites que se encuentran las investigaciones fetén cuando chocan con la política real.

El hecho de que, salvo en Catalunya, el caso destapado por Forbidden Stories esté catalogado en la mayor parte de los portales que se han hecho eco en el apartado de “frikadas que pasan con la tecnología” o “cacicadas que solo suceden en África”, muestra que andamos por un terreno peligroso: ningún Gobierno, y menos el español, parece alarmado ante una práctica, la de la desinformación, que ya ha demostrado su capacidad de perturbar los sistemas democráticos que damos en llamar más avanzados. Una práctica que ya forma parte del repertorio imprescindible del golpismo en cualquier punto del planeta.

Mientras se produce un debate sobre las características de la perfecta investigación y sobre si el artículo del Nord Stream las cumple, las revelaciones de Forbidden Stories se han demostrado sólidas, documentadas y con decenas de ramificaciones internacionales, pero hasta ahora han tenido un recorrido muy limitado en la opinión pública. Lo que indica que el problema no está en el rigor, ojalá, sino que la criba se produce al margen de éste. Quizá por eso, la investigación más urgente que la profesión debe emprender en este momento es averiguar qué fue de la opinión pública, si se encuentra en paradero desconocido o si siempre fue una invención, otra fake news. Si, tal y como discurren Tal Hanan y su equipo, ya nos hemos convertido en bestias de un rebaño digital que no sabe muy bien hacia dónde va pero en el que todos sus individuos presumen de ser independientes y de pensar por sí mismos.

Pablo Elorduy

 @pelorduy

Información adicional

Autor/a: Pablo Elorduy
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Fuente: El Salto

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