Taiwán marca la línea roja del acercamiento entre China y EEUU

Aunque Joe Biden y Xi Jinping hayan acercado sus posiciones en San Francisco, la reivindicación china de Taiwán marca una línea roja que defenderá Pekín aún a riesgo de una guerra.

En una cumbre histórica, y pese a las nuevas salidas de tono de Biden, los líderes de las dos grandes superpotencias han aceptado empezar a entenderse en los ámbitos del comercio, la lucha contra la crisis climática, la batalla contra la producción ilícita de fentanilo, los intercambios tecnológicos en inteligencia artificial e incluso con la reanudación de los dañados contactos militares.

El presidente chino, Xi Jinping, y su anfitrión estadounidense, Joe Biden, se reunieron este miércoles durante cuatro horas en San Francisco, en vísperas de la reunión del Foro de Cooperación Económica de Asia Pacífico (APEC) que acoge esa ciudad del oeste de Estados Unidos, y aliviaron, en parte, algunas de las fricciones que agravaron la tensión entre sus dos países en el último año.

No obstante, el asunto de la soberanía de Taiwán, el más “peligroso” de la agenda bilateral, según Xi, sigue siendo una brecha casi imposible de salvar entre China y EEUU, ni siquiera en el cuerpo a cuerpo de sus presidentes.

 “No hay nada como el debate cara a cara. Siempre he encontrado nuestros debates directos y francos”, dijo Biden a Xi. “Existen desafíos globales críticos que exigen nuestro liderazgo conjunto. Y hoy hemos logrado un progreso real”, aseguró.

Pero en una muestra más de su falta de tacto diplomático, Biden calificó de nuevo a Xi como un “dictador” en la rueda de prensa en solitario que dio al culminar la cumbre bilateral. “Es un dictador en el sentido de que es un tipo que dirige un país que es comunista», aseguró Biden ante la pregunta de un periodista, añadiendo que el Gobierno chino «es totalmente diferente” al estadounidense.

Poco antes Xi había indicado que “para dos grandes países como China y Estados Unidos, darse la espalda mutuamente no es una opción”, pues, al fin y al cabo, “el planeta es lo suficientemente grande como para que los dos países tengan éxito”. Como muestra de distensión, los dos países acordaron establecer mecanismos de contacto al más alto nivel, entre los respectivos departamentos de Defensa y entre sus autoridades marítimas a fin de evitar peligrosos errores de cálculo militares.

Una cumbre clave que no acaba con la rivalidad geopolítica

Sin embargo, el entendimiento logrado en San Francisco ha sido el justo. Estados Unidos y China pueden tender puentes, como han tratado Xi y Biden, pero otra cosa es convertirse en compadres y menos aún en socios estratégicos. Ambos países son rivales en la lucha por la hegemonía de la región de Asia y el Pacífico, y son también enemigos ideológicos, como demostró el calificativo de dictador comunista asignado por Biden a Xi.

Las diferencias ante conflictos regionales como el de Oriente Medio o la guerra entre Ucrania y Rusia, donde China no comparte el aislacionismo de Moscú propugnado por Estados Unidos, son de momento difíciles de gestionar, incluso en una cumbre tan afable como ésta de San Francisco.

Los dos líderes no se reunían ni habían hablado desde la reunión que celebraron en noviembre del año pasado en Bali, dentro de los encuentros bilaterales que propició la cumbre del G20 acogida por Indonesia.

El ambiente correcto de aquella cumbre, a la que Xi acudía reforzado por el Congreso del Partido Comunista Chino celebrado en octubre, se vería oscurecido meses después, en febrero, por el incidente del globo aerostático chino derribado sobre Estados Unidos tras recopilar información sensible sobre instalaciones militares de este país.

Pero pese a los buenos deseos intercambiados por Biden y Xi en esta reunión de San Francisco, por ejemplo, con el compromiso de reducir los gases de efecto invernadero (China y EEUU son los países más contaminantes del mundo) o la reanudación del diálogo en materia de defensa, hay caminos por los que ni Washington ni Pekín están dispuestos a transitar.

El escollo de Taiwán sigue ahí

Tanto Xi como Biden saben que hay un escollo en ese eventual entendimiento que en estos momentos es infranqueable: Taiwán. Esta isla independiente de facto desde 1949, cuando se desgajó del control de Pekín, se ha convertido en el asunto “más importante y sensible” de las relaciones entre China y Estados Unidos, como reconoció este miércoles Xi, y en un potencial factor de confrontación bélica abierta entre las dos potencias.

Las elecciones presidenciales que celebrará Taiwán dentro de dos meses no alivian la tensión entre China y EEUU, sino más bien todo lo contrario, pues la confrontación entre Taipéi y Pekín será uno de los asuntos más destacados de la campaña para los comicios de enero. En este sentido, Biden le ha pedido a Xi que China no se inmiscuya en el proceso electoral taiwanés.

En este delicado ambiente, cualquier apuesta estadounidense por la independencia de Taiwán puede llevar a los dos países a un punto de no retorno muy peligroso. “De una forma u otra, China conseguirá la reunificación”, afirmó Xi ante Biden. El presidente chino reclamó a EEUU que deje de armar a Taiwán y proceda a apoyar esa “reunificación pacífica”.

Pocas horas antes del encuentro entre los dos mandatarios, la portavoz de la Oficina de Asuntos de Taiwán del Gobierno chino, Zhu Fenglian, subrayaba ese extremo y el riesgo real de conflicto armado en caso de que Washington traspase la línea roja del apoyo abierto a la independencia de la isla.

“Las personas que persiguen la independencia de Taiwán son esencialmente instigadores de la guerra”, aseveró Zhu en referencia a los políticos taiwaneses que insisten en esa dirección. También la portavoz aprovechó para reclamar a EEUU que respete el principio de “una sola china” y se comprometa a respetar la paz y estabilidad en la región de Asia Pacífico.

La peligrosa política taiwanesa de Washington

Estados Unidos se ha erigido en el protector de Taiwán ante las aspiraciones chinas de recuperar el control de la isla. Pese a que Washington no reconoce diplomáticamente a Taiwán, sin embargo, ha subrayado su compromiso para defender la isla en caso de que China trate de recuperarla por las armas, una opción que ha reconocido como factible el propio Xi en diversas ocasiones.

Aunque Biden en la cumbre de San Francisco aseguró que EEUU no respaldará un cambio unilateral del statu quo actual de la isla derivado de una eventual declaración de independencia, sin embargo, Xi insistió a Washington de que se abstenga de cualquier tentación de apoyar tal paso, militar o diplomáticamente.

El año pasado, la inoportuna visita a Taipéi de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense, Nancy Pelosi, provocó una tempestad con Pekín y llevó a cortar de raíz contactos tan necesarios como los referidos al diálogo militar y al control de armamentos en la región de Asia Pacífico.

En estos momentos hay una auténtica carrera de armamentos en Extremo Oriente protagonizada no solo por China, sino por los aliados principales de EEUU en la región, como Japón o Corea del Sur. La proliferación de maniobras militares en el último año ha elevado varios grados esa tensión y había alejado hasta ahora un nivel de diálogo conveniente.

Además, la importancia de Taiwán en el mercado mundial de la tecnología de los semiconductores convierten a esa díscola ínsula en un territorio estratégico muy deseable para Washington. Cuando Estados Unidos restringió las exportaciones a China de semiconductores y de otras tecnologías de última generación destinadas al desarrollo de la inteligencia artificial, los dos países blandieron sus espadas y la batalla política por Taiwán se vio reforzada por la batalla tecnológica.

Pese a todo, una cumbre importante para el deshielo

Los acuerdos alcanzados, pese a todo, son importantes, sobre todo porque los dos mandatarios acudían a su encuentro de San Francisco debilitados internamente, en sus respectivos países, y han salido en cierta manera reforzados.

Xi trata de apuntalar la economía china, acuciada por el alto desempleo juvenil, la crisis inmobiliaria y la recuperación de los confinamientos impuestos durante la pandemia de covid. Biden hace frente a la presión republicana mayoritaria en la Cámara de Representantes y la incógnita de las elecciones de noviembre de 2024.

Por otra parte, la Administración Biden se encuentra empantanada en una guerra, la de Ucrania contra Rusia, en la que el apoyo de Washington a Kiev con miles de millones de dólares en armas y otras asistencias está levantando todos los recelos y la oposición abierta de los republicanos y de buena parte de la población estadounidense por el alto costo monetario que están suponiendo.

La guerra desatada por Israel contra los palestinos de Gaza, tras la masacre causada por Hamás en territorio israelí el pasado 7 de octubre, y el cierre de filas de Estados Unidos con sus aliados judíos han provocado numerosas protestas en ese país, agitadas por las matanzas israelíes de población palestina.

Más de 11.500 palestinos muertos por el Ejército de Israel en poco más de un mes de guerra han quitado toda legitimidad al manido “derecho a la defensa” proclamado por Tel Aviv tras los ataques terroristas de Hamás en aquella negra fecha y han desatado la ira de las comunidades palestinas y musulmanas de Estados Unidos, tradicionalmente votantes del partido demócrata.

Biden es señalado por esa comunidad palestino-estadounidense, y por buena parte de la población musulmana de EEUU, como encubridor de las matanzas realizadas por el ejército israelí, al tiempo que empuja hacia una nueva contienda en Oriente Medio con el envío de varias flotillas de guerra a la región. En este sentido, y al igual que el calificativo de “dictador” brindado a Xi, sonó también muy poca oportuna y casi cínica otra afirmación lanzada por Biden en vísperas de esta cumbre. China “tiene problemas”, acusó el presidente estadounidense, obviando todo lo que se le echa encima de cara a la carrera electoral de noviembre de 2024

16/11/2023

Información adicional

Autor/a: Juan Antonio Sanz
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Fuente: Público

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