La participación de la mujer en la lucha de Independencia contra España*
Contribución femenina
La historiadora Mercedes Guhl sostiene que las mujeres, a diferencia de los hombres, contribuyen de distintas formas a la causa independentista, pues “lucharon a su manera, con medios femeninos”. Tradicionalmente la historia ha reconocido solo la contribución militar directa y la participación activa en combate, como digna de estudio histórico. Como resultado, se ha oscurecido la documentación referente a la contribución femenina en la Independencia. No se encuentran estos datos en los archivos militares. Los relatos de los extranjeros, los periódicos, las cartas personales y los testamentos son fuentes poco utilizadas, no obstante estos materia-les ofrecen información importante.
Estas fuentes revelan que algunas mujeres del siglo XIX eran alfabetas, educadas y letradas. Eran reconocidas por su inteligencia e intelectualidad. Las mujeres establecieron una verdadera red informativa, dentro de la cual ellas eran los eslabones principales. Asistían y orga-nizaban las tertulias de la época y servían como informantes para las fuerzas patriotas. Además, las mujeres de a las élites ofrecieron respaldo económico a las campañas militares. Finalmente, las mujeres participaron activamente en las rebeliones de aquella época: salvaron a los líderes patriotas, ayudaron a derro-tar a los oficiales realistas y algunas se disfrazaron de hombres para luchar en el campo de batalla. Aunque la participación militar de la mujer era menos común que su participación en las ter-tulias o en las redes de espionaje, ocurría también con suficiente frecuencia para merecer atención.
Vocacion intelectual
El padre Mario Cicala, sacerdote italiano que residió en Quito entre 1743 y 1767, describió el papel de la mujer en la vida cotidiana. Expresó francamente su sorpresa al encontrar que la población femenina recibía no solo instrucción doméstica, sino también educación literaria y política: “Como todas las nobles señoras, primero aprenden a leer o escribir antes que a cocinar, y desde la infancia se aplican a leer libros espirituales y libros de historias y otras materias políticas”. También anotó la “vivacidad” y “agudeza” con las cuales estas mujeres se unían al discurso. Cicala concluyó que la buena educación conducía a las mujeres quiteñas a “resaltar maravillosamente su capacidad en las conversaciones, haciendo ostentación de palabras selectas y de erudición, más con discreta sabiduría y sin afectación”.
En los relatos del siglo XIX, los viajeros demostraron una apreciación igual del discurso lúcido de las mujeres ecuatorianas. Durante su estadía en Guayaquil en 1832, el estadounidense Adrian Terry observó, aunque con arrogancia, la habilidad de mujeres guayaquileñas para la conversación: “Tienen una inteligencia y una educación que me sorprendió debido a las escasas fuentes de cultura a las que pudieron haber tenido acceso”. El diplomático estadounidense Friedrich Hassurek comentó sobre la astucia de la mujer ecuatoriana para el discurso político. Se-gún Hassurek, las mujeres quiteñas tenían una tradición política “muy activa e inclu-so apasionada”, y también “eran agentes secretos muy enérgicos. Ellas llevan cartas y despachos, mueven el descontento, es-conden a refugiados políticos y facilitan su escape”. A pesar de que Hassurek escribió posteriormente al período independentista, sus observaciones concuerdan con las de los extranjeros que le precedieron. Por medio de la observación extranjera y los relatos que proporcionó a la historia, se evidenció la larga tradición de participa-ción femenina en la vida intelectual y la cultura política de la región.
El activo papel político de la mujer también se manifiesta en la documentación legal de la época. En 1809. Rosa Montúfar presentó un caso en nombre de su padre, el Marqués de Selva Alegre, quien se hallaba preso por su alianza con los partidarios de un Quito Independiente. En este alegato. Montúfar demostró una tremenda habilidad para el discurso político, un profundo conocimiento del pensamiento ilustrado, y una amplia comprensión de las leyes. No basó su argumento en su relación filial con el acusado, sino “en el mérito del proceso, en los principios jurídicos, en hechos ciertos y constantes por la notoriedad pública, de modo, que la verdad y la razón, serán las que merezcan la absolución de mi padre”. Luego, cuando ella citó estos “principios jurídicos”, lo hizo en su forma original: en latín. La sofisticación de su palabra señala la erudición que poseían las mujeres de las élites de la época. En otra carta que Rosa Montúfar presentó sólo un año des-pués, en la misma causa, se manifiesta su identificación con el proyecto independentista. Con coraje y sin temor, le dirigió al Virrey, don Antonio de Amar y Borbón, las siguientes palabras: “Por lo que hace a mí, no me falta espíritu, ni fortaleza para morir en defensa de la buena causa.
El papel de informante
La participación de las mujeres en la independencia, sin embargo, fue más allá de las palabras y los discursos. Las mujeres tomaron acciones claras y a veces peligrosas para apoyar a la causa patriota. Una de sus contribuciones principales fue el manejo de una red de información para las fuerzas patriotas. Se encargaban de la transmisión de mensajes de alta importancia; primero, por medio de las tertulias, y segundo, trabajaban como informantes anónimos que obtenían y co-municaban las noticias de mayor interés a las tropas patriotas.
Según Guhl, las tertulias del siglo XIX sirvieron “para difundir y discutir las ideas de la Ilustración”. Las conspiracio-nes para rebelarse contra el yugo español nacieron de estas reuniones políticas; fue allí donde los próceres de la Revolución Quiteña propusieron la autonomía de la Audiencia de Quito del dominio borbó-nico. Las mujeres asistían a las tertulias y con similar frecuencia las patrocinaban. En 1808. Josefa Palacios organizó una reunión en su casa en Caracas para ganar más partidarios a la causa independentista. El 9 de agosto de 1809, los rebeldes se reunieron en la casa de Manuela Cañizares en Quito, para planificar su revuelta contra el gobierno audiencial. En Colombia, Joaquina Aroca ofreció su casa para la reunión de los indígenas que se alzaron contra los españoles en Natagaima. Por auspiciar este evento, ella fue fusilada el 5 de septiembre de 1816. Aunque sus nom-bres apenas constan entre los héroes de la patria, la lista de mujeres que arriesgaron sus hogares y sus vidas para auspiciar estas tertulias es extensa.
Las mujeres también actuaban como informantes. La heroína colombiana, Policarpa Salavarrieta, ejemplifica cómo las mujeres adquirieron información sobre las maquinaciones del ejército realista: “Trabajó como costurera y eso le dio libre acceso a las casas de las damas de la ciudad, tanto de las patriotas como de las realistas”. Al escuchar un dato pertinente a la causa revolucionaria, Salavarrieta lo comunicaba de inmediato a la tertulia que se realizaba en la casa de Andrea Ricaurte de Lozano: “De allí salía la información de las juntas patriotas de la ciudad para las guerrillas del Norte y del Sur”. Los logros de Policarpa Salavarrieta dependían del trabajo de varias mujeres. Las élites compartían lo que sabían sobre la Revolución. ‘La Po-la’ transmitía los datos, y las mujeres que participaban en las tertulias los comunicaban a los soldados patriotas ubicados en el campo de batalla. La contribución de las mujeres, por medio de esta red de información, tuvo eco en todo el movimiento independentista y a lo largo del continente.
Las mujeres usaron su influencia en la esfera doméstica para conseguir acceso a información privada. Sobresalieron en este trabajo porque eran menos sospechosas que sus esposos, hermanos e hijos, quienes luchaban directamente en el conflicto. Un ejemplo de esta influencia doméstica es el caso de Baltazara Terán, latacungueña y partidaria de los independentistas. Ella tenía una fonda en donde alojaba con preferencia a los oficiales de las tropas del gobierno audiencial. De esta manera, Baltazara se enteraba de los planes de los realistas y consecuentemente informaba a los patriotas sobre los mismos. Al presidente de la Real Audiencia de Quito, Toribio Montes, le disgustó que sus oficiales se hospedasen en la fonda de Terán, pues señalaba que “ni en ella, ni en su familia puedo tener confianza”. Montes añadió que uno de los soldados que estaba allí, el teniente Juan Rosí, era conocido por “publicar los defectos de la tropa de su mando… dando con esto grandes apoyos a los Insurgentes, a pesar de habérselo advertido yo muchas veces”. El fácil acceso que Baltazara Terán tuvo a los secretos realistas la convirtió en una fuente valiosa para la causa patriota. Al mantener a las tropas patriotas bien informadas, ella, como Salavarrieta, ayudó a promover la campaña independentista.
Las patriotas eran fieles a su causa prestaban invalorable ayuda a los insurgentes y simultáneamente la negaban a las fuerzas realistas. Aunque los militares intentaron sacarles información, ellas permanecían calladas. Toribio Montes se quejó de la dificultad de obtener información de la joven Antonia Vela, miembro de una familia patriota que había escondido unos patriotas perseguidos por el gobierno:
“ … No ha querido confesar por ningún modo de intimidación, al contrario niega todo con tantos bríos que se le debe inferir castigo en presidio, y niega que han estado aquí en presencia de lo interceptado que doy a V. E.: un cañón de cara y cuarta del año 1766; 15 balas razas, varios cartuchos de alquitrán vacíos, como dos arrobas de plomo cortado, 7 bayonetas”.
A pesar de la plena evidencia de la presencia de las tropas patriotas, Vela rehusó revelar su secreto. Ni las amenazas de prisión o muerte la afectaban. Vela fue presa a la cárcel de Riobamba y perdió sus bienes. Por rehusar denunciar un patriota escondido con el cual mantenía correspondencia. Mercedes Loaisa, de Villavieja, fue sacrificada el 16 de septiembre de 1817.
Así, las mujeres no solo abrían redes informativas a sus compañeros patriotas, sino también las cerraban a los realistas, aun cuando enfrentaran la muerte. Las mujeres actuaban como informantes en todos los niveles de la sociedad, incluso a nivel del gobierno. Un ejemplo de cómo estas redes de espionaje afectaban a los altos jefes en el poder se manifestó el 25 de septiembre de 1828. Esta fecha generalmente se celebra por ser la noche en que Manuela Sáenz salvó la vida del libertador, Simón Bolívar, enfrentando a quienes procuraban asesinarlo y dejándolo escapar por una ventana. Pero al conmemorar este acto valiente es fácil descuidar la obra de otras mujeres. La persona que avisó a Bolívar sobre el atentado contra su vida fue una mujer. Se presentó en el palacio, y reveló la conspiración en su contra con precisión y exactitud.
Esta señora se atrevió a implicar a los militares y ministros más prominentes en un conato de traición. Ella cometió un acto arriesgado y además valiente. Como resultado la “noche septembrina” no solo demuestra el heroísmo de Manuela Sáenz, sino también la contribución significativa de la mujer informante a la causa bolivariana. Aun años después de la Independencia, las mujeres seguían informando a los líderes de la nueva República Gran Colombiana sobre las conspiraciones en su contra. Este caso demuestra cómo la labor de las mujeres afectaba directamente el curso de los eventos históricos, y cómo fue requerida por los altos dirigentes en el poder.
Asistencia económica
Otra manera como las mujeres contri-buyeron a la causa independentista fue la donación de fondos a las tropas patriotas. Algunas mujeres de la élite generosamen-te regalaban sus bienes y riqueza a las campañas para la libertad. Antonia San-tos, de Charalá, organizó y aprovisionó con sus bienes la guerrilla de Coromoro y un cuerpo de espionaje. María Donoso Larrea, Balentina Serrano, Rosa Carrión, Josefa Marcos, Rafaela Jaramillo, Lorenza Fierro y Rosa Falconí, fueron reconocidas públicamente en ‘El Patriota de Quito’ por “la suscripción que tan jenerosamente han contribuido… para gratificar a las tropas libertadoras”. También existían otras mujeres cuyas contribuciones nunca fueron hechas públicas. En otro artí-culo del mismo periódico, se reconoció a “las tantas ecuatorianas ilustres quienes se han consagrado prestar todo jenero de auxilios para derrocar el trono de la tirania”. Evidentemente, la contribución económica era un medio por el cual las mujeres de las élites del siglo XIX podían apoyar a la causa patriota.
Intervención activa
La participación de la mujer en la Independencia implicaba el intercambio de información y préstamos de dinero, pero también la toma de acciones. Las mujeres participaron directamente en los eventos históricos, las rebeliones y las batallas más cruciales de la época, procurando rescatar a los presos revolucionarios y derrotar a los líderes realistas.
Las mujeres ayudaron a fugar a los líde-res patriotas que se hallaban presos por las campañas de la independencia a cualquier precio. Bárbara Espalza y María Josefa Riofrío, ambas ibarreñas, y Dolores Zabala, quiteña, fueron ajusticiadas el 18 de octubre de 1809 por intentar rescatar al prócer independentista Manuel Zambrano. De igual manera, Luisa Góngora perdió la vida por arreglar la fuga de la cárcel de los jefes Caicedo y Macaulay. Bárbara Alfaro, ibarreña, había proyecta-do facilitar la fuga de la cárcel de Francisco Calderón, Manuel Aguilar y Marcos Guyón, intriga que fue descubierta; Bárbara Alfaro fue apresada, torturada, y finalmente desterrada a Bogotá. Aunque tal vez se considere la fuga de los patriotas un trabajo auxiliar, es importante reconocer que el castigo que sufrieron estas mujeres a veces era mayor al infligido sobre los mismos presos. Sin embargo, es larga la lista de mujeres quienes participaron en campañas de este estilo.
Del mismo modo en que ayudaron a proteger a los líderes patriotas, las mujeres ayudaron a la derrota de los realistas en el poder. Uno de los casos mejor documentados es el de María Larraín. Ella escogió y encabezó un grupo de mujeres de San Roque y San BIas para hacer guardia en la casa donde Carlos Montúfar estaba hospedado. Por lo visto, el 15 de junio de 1812 estas mujeres tuvieron un enfrentamiento con los mandatarios realistas y participaron en la caída subsecuente del presidente conde Ruiz de Castilla. Toribio Montes testificó que “la mujer de Sanroque de Quito, la Larrain… es acusada de que fue cabeza de las mujeres que apedrearon al señor conde Ruiz de Castilla”. Una carta anónima dirigida a Montes también implicó a Larraín y sus compañeras en el escándalo: “Fueron las que insultaban y apedreaban al bajar el puente, las mismas que hicieron la guardia al traidor Montúfar”.
Otro caso de interés es el de Rosa Zárate, quien asimismo fue acusada de participar en la derrota y subsecuente asesinato del conde Ruíz de Castilla. Rosa Zárate, su esposo Nicolás de la Peña, José Mogro, y José Larrea fueron acusados del “delito de alta traición y omisión executado en la persona del Exmo. Sor. Conde Ruíz de Castilla, presidente que fue de esta Real Audiencia”. Según el genealogista e historiador Fernando Jurado Noboa, Zárate da setenta y dos cuchillos a Manuel Pineda, alcalde indígena, con los cuales la muchedumbre descendió sobre el Conde y le apuñaló antes de arrastrarle al Cabildo.
Después de este evento, Zárate y su esposo huyeron del proceso judicial hasta que fueron capturados y sacrificados al norte de Ibarra. Las cabezas de la pareja fueron enviadas a Quito para ser exhibidas en la Plaza Grande. El hecho de que los gober-nantes de la Real Audiencia usaran a Zárate como un ejemplo de la conspiración patriota, demuestra que las mujeres fueron consideradas activas participantes políticas, y en este caso, peligrosas. La derrota del poder realista se debió también a una activa contribución femenina, que formó parte de los eventos históricos que condu-jeron el país hacia la Independencia.
Otro ejemplo de la participación femenina en las rebeliones políticas fue el levantamiento en Bogotá, en 1810. La documentación sobre este evento se encuentra en el Diario Político de Santa Fe de Bogotá, que encomió la participación femenina en el levantamiento por medio de la siguiente relación de una mujer en el combate: “Las mujeres daban ejemplo a los soldados. Un valiente patriota que avanzaba con espada en mano pidió a una mujer se apartase para ocupar ese lugar. Esta replica: “¿La piedra que yo lance no hará tanto efecto como tus golpes?”. Despreció el consejo y mantuvo su puesto.
Esta mujer empleaba la misma técnica de combate que María Larraín y sus compañeras usaron en la derrota del conde Ruiz de Castilla: el apedreamiento contra el opositor. Esta técnica mostró que las mujeres “lucharon a su manera” y asimismo demostró la fuerte voluntad con la cual defendían la causa independentista.
El campo de batalla
Las mujeres también participaron en el campo de batalla. Las esposas, amantes, y compañeras de los soldados frecuentemente marchaban con las tropas para proveer compañía y apoyo emocional en sus campañas. Además, preparaban los campamentos y las comidas, cuidaban a los enfermos y heridos, y cuando era necesario tomaban las armas. Jurado Noboa reconoce que estas mujeres estaban “expuestas a las mismas condiciones que los soldados, solo que llegaron cuatro o cinco horas más temprano, al sitio del campamento para prepararlo”.
Estas mujeres, pertenecientes a la plebe, eran denominadas ‘guarichas’ en el Ecuador y seguían a los soldados durante todas las campañas para la Independencia. Según Cherpak, en 1817 y 1819, los generales Pablo Morillo y Francisco Santander prohibieron que las mujeres marchasen con las tropas. El hecho de que tuvieron que repetir esta orden dos veces sugiere que las ‘guarichas’ no hicieron caso. A pesar de los impedimentos legales y los rigores de batalla, estas mujeres estaban comprometidas a ofrecer su apoyo y servicios a la tropa. También había mujeres que tomaron armas y lucharon directamente en el campo de batalla. Generalmente se disfrazaban de hombres y asumían una identidad masculina para combatir. Nicolasa Jurado, Gertrudis Espalza e Inés Jiménez, tomaron los seudónimos de Manuel Jurado, Manuel Espalza y Manuel Jiménez para poder luchar en la campaña de Babahoyo el 21 de agosto de 1821, y luego en la batalla de Pichincha el 24 de mayo de 1822. Solo se descubrió la identidad de estas mujeres cuando Jurado resultó herida en esta segunda batalla. El general Manuel Anto-nio López, en sus ‘Recuerdos Históricos’, anotó que el general Sucre la ascendió al rango de sargento, y públicamente la recomendó. En cambio, Jiménez y Espalza siguieron luchando hasta la Batalla de Ayacucho, donde fueron condecoradas. En otras batallas a lo largo del continente, como las de Gámeza, Pantano de Vargas y Boyacá, mujeres como Teresa Cornejo, Manuel Tinoco y Rosa Canelones de Arauca hicieron lo mismo. Vestirse de hombre, tomar armas y acudir al campo de batalla fue una manera como las mujeres contri-buyeron a la causa patriota.
La contribución militar femenina fue públicamente reconocida y recomendada durante el período independentista. Algunos de los más altos jefes militares expresaron un sincero aprecio por estas mujeres-soldados. El general Simón Bolí-var públicamente reconoció y agradeció la participación de las mujeres en los combates para librar la Provincia de Trujillo en Venezuela, del yugo español: “…Hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos (quienes)… han dirigido las infames armas contra los candidos y femeninos pechos de nuestras beldades; han derramado su sangre”.
En este discurso, Bolívar rindió homenaje no solamente a las mujeres que fueron presas y/o sacrificadas en el combate, sino también al sentimiento patriótico tras estas acciones valientes, “el sublime designio de libertar a su adorada patria”. De hecho, las mujeres no solo contribuyeron a la batalla para apoyar a sus familiares masculinos que se hallaban en el combate. Más bien hicieron contribuciones “muy activas e incluso apasionadas” para demostrar su auténtica lealtad a la causa independentista.
En resumen, las mujeres contribuyeron en muchos aspectos a las campañas a favor de la Independencia. Ofrecieron información, y una mano de apoyo a los soldados patriotas en el combate. De igual manera, rehusaron cooperar con los oficiales realistas, les negaron información valiosa y facilitaron las armas necesarias (como el caso de los setenta y dos cuchillos) para derrotarlos. La eficacia de la contribución femenina a la Independencia es indiscutible. Se conocía por los relatos del siglo XIX, durante y posterior a la época independentista. Y la reconocieron públicamente los líderes patriotas más renombrados de la época: los generales Sucre y Bolívar. A pesar de la escasa mención de la participación femenina en los textos históricos y los documentos oficiales de la Independencia, constituyó una contribución real e integral al éxito de las campañas patriotas.
* Tomado de periódico El Comercio, fascículo 13, “La revolución quiteña”, 2009. Quito, Ecuador.
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