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La condición existencial de la economía

La condición existencial de la economía

“Me preguntaron cómo vivía,
me preguntaron. Sobreviviendo dije, sobreviviendo…”

Víctor Heredia. Sobreviviendo

 

Sobrevivir. Si me piden explicar cuál es el objetivo de la economía, diría que es la comprensión sobre cómo hacemos los seres humanos –e incluso los demás seres vivos– para sobrevivir en términos materiales, cómo hacemos para alcanzar los “medios materiales de vida” –en palabras de Friedrich Engels– y cómo los usamos para sobrevivir. De ahí, temas como la “producción, distribución, circulación, consumo y reproducción” serían de relevancia solo en tanto contribuyan a sostener la vida.

Seguro muchos dirán que ver a la economía como un estudio de la supervivencia material de la vida es demasiado reduccionista. Posiblemente, pero prefiero a una economía que se centre en estudiar la pugna material de la vida contra la muerte, a una economía desesperada por optimizar las ganancias del capital (incluso exacerbando la muerte). ¿Para qué sirve pensar en cuestiones tales como el “crecimiento”, la “optimización”, la “escasez”, la “producción”, la “distribución”, la “sustentabilidad”, etc., cuando las personas –y los demás seres vivos– dejen de ser y deje de existir todo tipo de consciencia? Quizá quienes piensen que la supervivencia material de la vida no es el tema fundamental de la economía sean, sobre todo, aquellos que tienen asegurada su supervivencia y, por tanto, la cuestión no les parece particularmente relevante ni urgente.

Por desgracia vivimos en un mundo donde la supervivencia es, para muchos, un logro extraordinario. En un mundo donde una de cada nueve personas sufre de hambre, en donde unos 3 millones de niños mueren al año por mala nutrición, mientras que –al parecer– 42 personas tienen la misma riqueza que la mitad de la Humanidad… en un mundo lleno de tanta porquería en contra de la vida, el hecho de que quienes estudien economía no pongan a la subsistencia como objeto principal de estudio parece realmente repudiable.

Incluso pensadores clásicos como Adam Smith tenían claro que uno de los objetos de la llamada “economía política” es justamente el estudio de la “subsistencia del pueblo” (véase, por ejemplo, el inicio del libro IV de la Riqueza de las Naciones). Y, ¿qué es la subsistencia?, ¿qué es sobrevivir? Evitar la muerte diría yo. Evitar la muerte… ¿no es ese el fin mismo de los seres humanos que han decidido seguir aceptando el privilegio –o el castigo– de la consciencia?

Si aceptamos a la supervivencia material como objeto principal de estudio de la economía, entonces la condición existencial de la economía emerge de inmediato. Las condiciones materiales que vuelven posible “el existir” serían el corazón mismo de una mal llamada “ciencia” que en la actualidad, penosamente, se ha centrado en discutir la superficialidad de forma muy sofisticada (como sugirió alguna vez Joan Robinson).

La condición existencial, de hecho, parece un elemento crucial, en especial para entablar mayores diálogos entre economía y filosofía; un diálogo que empaparía a la economía de una profundidad de la cual hoy carece (llegando al punto de microeconómicamente banalizar hasta a las relaciones interpersonales). Pero la cuestión iría mucho más lejos que la mera construcción teórica. Al reconocer que la subsistencia debería ser el corazón de la economía, entonces la lógica de la acumulación capitalista sería, en esencia, antieconómica pues termina sofocando a la vida con el fin de concentrar y centralizar el poder en manos de las clases explotadoras y sus sanguijuelas. Asimismo, serían antieconómicas las acciones de aquellos canallas que embargan la subsistencia actual y futura de sus pueblos por medio del saqueo –muchas veces elegante y de corbata– y el abuso de su poder. Por ende, la condición existencial de la economía también nos lleva a un –inevitable– diálogo entre economía y política.

Solo pensemos: en un mundo donde la economía reconozca la finitud humana, reconozca con humildad que solo somos seres de paso, pequeños, quizá hasta ínfimos frente al tamaño de todo el Universo que nos rodea, y que nuestra única real posesión es la vida (o quizá ni eso), seguramente la propia idea de capital y de poder se verían vanos y dejarían de existir. Los esfuerzos por acumular se verían ridículos –y criminales– frente a la amenaza de la muerte, a la vez que el consumo exacerbado perdería sentido pues bastaría con sabernos vivos y saber que nuestras hermanas y hermanos también siguen vivos para sentirnos realizados. Esto no implica –para nada– aceptar una economía de subsistencia mínima, sino simplemente aceptar una economía de subsistencia digna para todas las personas y todas las demás formas de vida de este planeta.

Posiblemente nada sea más relevante que la dialéctica entre la vida y la muerte, y si la economía acepta su condición existencial y contribuye en la dialéctica inclinando la balanza en favor de la vida, entonces quizá ahí la “ciencia lúgubre” gané un poco de luz y sentido.

 

* Economista ecuatoriano. Profesor de la Universidad Central. Estudiante de doctorado en economía del desarrollo de Flacso-Ecuador.

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