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Bolívar, Arismendi, Piar…/Petion, Brion. De la reconquista a la defensa activa

Bolívar, Arismendi, Piar…/Petion, Brion. De la reconquista a la defensa activa

Repliegue. Derrota. Dispersión. Defensa. Meditación. Los tiempos de 1816 y 1817 fueron años de tristeza y dolor para los líderes de la epopeya libertadora en Venezuela, Colombia y Ecuador. Pero también de esperanza. La pérdida de la II República en Venezuela cuestionó, en especial en el pensamiento de Simón Bolívar, todo el soporte político en boga y costumbre para los intentos independentistas. Pero la derrota era profunda. El arribo del nuevo ejército del Rey, bajo el mando de Pablo Morillo, destruyó el escaso o mucho espacio político y de hombres en armas que crecía en la Nueva Granada. Por doquier, Morillo dispersó a todos aquellos que hasta entonces salvaban su vida del cadalso.

La derrota en el ejercicio del terror –de Morillo en Santafé y Salvador Moxó en Caracas y sus agentes enviados a cada rincón del territorio patrio– profundizó los mecanismos de control social. Unos y otros llevaron el dolor y el espanto al corazón de todos. No hubo rincón que no conociera de fusilamientos, ahorcamientos, degollamientos, secuestros, delaciones, atentados, barrotes, correr de la sangre, concreción de la opresión. Entre 1816 y 1817, todo fue lágrimas, terror, ruina, muerte violenta de casi todos los caudillos a manos de los fusileros españoles, pese a lo cual no cesaron las rencillas que impidieron la unidad nacional.

Mientras estos eran los signos característicos de la vida cotidiana en tierra firme, en las islas del Caribe y las Antillas, a pesar de las amarguras y las estrecheces de la vida que debió sobrellevar, Bolívar se esforzaba con obsesión por retomar la iniciativa, meta inmediata que demandó recursos económicos y militares, y apoyos políticos, financieros y logísticos, para reconstruir y transportar un ejército que pudiera hacerle frente a la inmensa máquina de terror española que desembarcó en el primer semestre de 1815.

Audaz, Bolívar buscó apoyo. En ese empeño, no dejó de escribir y sustentar la viabilidad de la empresa que tenía entre manos, en el propósito de ganar simpatías para la causa de la Independencia. La Carta de Jamaica fue parte de ese esfuerzo, pero también las visitas y las conversaciones con variedad de personalidades del Caribe. En una de estas expuso sus proyectos a Luis Brion, empresario de Curazao que disponía de una mediana flotilla naviera de su propiedad, y que tenía en su poder un embarque de armas por encargo de Cartagena, que no pudo entregar a causa del bloqueo impuesto por Morillo. Otra, la sostenida con Alejandro Petion, presidente de Haití. Pronto se vieron los frutos de estos intercambios.

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