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Vamos por los derechos con los deberes

Vamos por los derechos con los deberes

Solo resisten el vaho venenoso del poder las cabezas fuertes.

Nada es un hombre en sí, y lo que es, lo pone en él su pueblo.
En vano concede la naturaleza a algunos de sus hijos cualidades privilegiadas;
porque serán polvo y azote si no se hacen carne de su pueblo, mientras que sí van con él,
y le sirven de brazo y de voz, por él se verán encumbradas, como las flores que lleva en su cima una montaña.

Martí

 

Hay una estela de mujeres y de hombres que ha germinado en nuestra tierra desde las cenizas y las lágrimas. Una colectividad que encarna el carácter que un día Gaitán esclareció: “Somos ante todo la restauración del viejo tipo colombiano que sabe que la vida nada vale al frente del ideal porque se lucha”. Esta agrupación abierta está guiada por un deber sagrado: resguardar la brasa del decoro en nuestra tierra.

Esta colectividad preserva con su obrar una semilla de pureza, de honestidad sin fisuras, de calor de amistad y no de amiguismo. Esta agrupación delibera públicamente, privilegia la labor bien hecha, y no guía su acción colectiva por los conciliábulos y las componendas.

Allí donde las comunidades se encuentran olvidadas, donde falta el pan y la cultura, donde la banca insaciable y despiadada arrebata los techos precarios de los humildes, y los más vulnerables sufren abandono y violencia, esta colectividad de mujeres y hombres que viven con la lumbre en el pecho de una forma superior del amor, que entienden la vida como posibilidad de servir, desatan y hacen florecer la fuerza incontenible de la cooperación, realizan el milagro cotidiano de hacer mucho con muy poco, y alientan la vida y siembran en el ímpetu en donde reina la desesperación y la ausencia de fe.

Somos un pueblo que a punta de golpes mortales y engaños incesantes nos asqueamos de la política y muchas veces rechazamos todo lo que tenga que ver con la política. De manera paradójica, este proceder ha servido mucho a quienes contemplan el Estado como un botín y como una pasarela. Pero estando a las puertas de una paz que significa un emprendimiento colectivo largo tiempo anhelado, tenemos el deber de sustraer el dominio de lo público de las mafias que lo apropiaron.

Como ciudadanos tenemos el deber de conocer, diferenciar, acompañar y participar, para no resignar la política –que en realidad es el arte de hacer felices a los pueblos–, a quienes van por los presupuestos y la repartición de puestos entre los amiguetes. Necesitamos recuperar el poder de la palabra sincera y honesta, recuperar el poder de la comunicación que esclarece, y transmite vida y entusiasmo.

Los que no sabemos tenemos el deber de saber. Y quienes saben, tienen el deber de comunicar de manera respetuosa y gallarda la existencia de esta colectividad que es un fruto puro de las entrañas de nuestra nación: mujeres y hombres unidos en torno a ideales. Seres fraternos nutridos en cantos y poesías, en penas insondables, labores abnegadas, y en el estudio sin pausa. Seres curtidos en la resistencia pacífica y fiera a la represión y al exterminio. Mujeres y hombres que no se venden ni por uno, ni por mil millones, ni por todo el oro de la tierra.

Esos hombres y mujeres existen y se han congregado en una semilla, la semilla del decoro. Han bautizado su movimiento con un nombre que es una invitación a la creación colectiva del país que ensoñamos: Vamos por los derechos, con los deberes. Vamos por la justicia con nuestra labor apenas sin pausa. Vamos por la vida, con nuestro amor. Vamos a sanar y a cuidar la tierra con nuestro sudor, con nuestra dignidad y firmeza. Vamos por la creación de una atmosfera que libere a las niñas y a los niños de la angustia y el miedo, el hambre y los abusos, la violencia y la estulticia; no con nuestras palabras, sino con nuestras acciones cotidianas.

Estas mujeres y hombres reunidos son las columnas del amor sin tregua de nuestra tierra. Dignifican a su paso porque saben que la dignidad no tiene precio, la han sabido preservar, y respetan de verdad a quienes sirven. No compran votos. No conceden puestos. No mienten. No halagan. Son tenaces, son indoblegables y, como Bolívar, se crecen ante la adversidad y logran imposibles. Hacedores de imposibles, han vencido en mil batallas en las que su capacidad de decir lo cierto bravamente ha enfrentado el mal, la marginación y las amenazas.

Estas mujeres y hombres agrupados bajo el signo de la fraternidad, son madres ejemplares, campesinos laboriosos, fieros estudiantes, abogados en los que el valor corona la bondad, cineastas brillantes, más cercanos a la libertad que al poder, activistas incansables, defensores de derechos humanos, lideres serenos con el pensamiento concentrado en la colosal obra que ya despunta en el horizonte, labriegos, organizadores populares, ediles comprometidos con sus comunidades, maestros talentosos, sabios cocineros, voces ancestrales que hablan por la tierra, sindicalistas que no se vendieron ni vendieron a los trabajadores, comunicadoras de imaginación desbordante, albañiles de mente clara y manos encallecidas, mecánicos magos de corazón dulce, guardianes de la vida y de memoria, cantadoras, oficinistas geniales, mensajeros eficaces, pequeños comerciantes, gestores culturales, artistas…. son un mosaico de resplandores, una trenza de la esperanza sobreviviente, el magnetismo de un porvenir alterno enraizado en la bondad y la alegría de la creación colectiva.

Información adicional

Unir para cambiar
Autor/a: Héctor Arenas
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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