
La periodista Natalia Zuazo publicó en 2015 el libro “Guerras de internet. Un viaje al centro de la red para entender cómo afecta tu vida”, donde se mete con el mundo virtual: desde el cable que nos conecta hasta el hiperconsumo al que nos somete la red. En diálogo con Brecha apunta a la necesidad de controlar a los grandes monopolios a partir de la conciencia y la formación ciudadana.
—En su libro deja sembrada la idea de que se puede luchar contra los dueños de Internet. Pero a la vez da la sensación de que ellos tienen muy claro su negocio. ¿Cómo se logra entonces el objetivo?
—La idea del libro surgió de la necesidad de difundir que Internet es un espacio de poder donde hay actores que dominan, y que se constituyeron –no casualmente– en monopólicos y concentrados. Si no sabemos eso no vamos a poder avanzar en reclamar nuestros derechos, que es la segunda cosa que planteo hacia el final del libro. Por eso en toda la primera parte explico cómo funciona, desde el primer caño que nos conecta y lleva los datos, todo el recorrido de la información, hasta llegar a las empresas, con nombre y apellido. En Argentina y en todo el mundo. Son los dueños de Internet, que están entre los más grandes millonarios del mundo y tienen vínculos con la política en Estados Unidos, que es el país donde nació Internet. También explico una serie de instancias en la toma de decisiones internacionales, donde están jugando muy fuerte. En principio lo más importante es conocer el mapa de Internet. Después, empezar a verla menos ingenuamente. Ver lo que llamo las guerras de Internet que, como todo invento que ya está metido en nuestra vida, tiene contradicciones y genera contradicciones en cada lugar que pisa. En principio usamos Internet para mandar un mail, después para mirar películas, para hacer circular la cultura, luego llegaron los medios, y ahora hacemos todo por Internet. Trabajamos, pagamos los impuestos, sacamos un turno para el hospital, todo está en Internet. Entonces, lógicamente va a concentrar mucho poder y por lo tanto mucha contradicción. Hay que empezar a ver esa contradicción y ver que, como en todo, aquí tampoco es todo blanco o negro, malos o buenos. Hay gobiernos que usan Internet para perseguir a sus ciudadanos, y hay países que lo controlan menos pero que permiten la concentración empresarial. En Argentina no hay un control de Internet, pero por muchos años no se hizo nada para ir contra la concentración empresarial, esa también es una forma de modificar el mapa.
—En tu libro mencionás a Edward Snowden y a su contracara, que es China y su utilización de Internet. Snowden es una bocanada de aire fresco divulgando información sobre lo que hace Estados Unidos espiando a sus ciudadanos, y China un poderoso que censura. No parece que haya otro camino que ese.
—Lo importante siempre es reclamar la soberanía, de la misma forma que le podemos poner límites a otras corporaciones, a las mineras, por ejemplo. Tenemos que darnos cuenta de que la soberanía sobre nuestras decisiones tecnológicas es una decisión ideológica. Darle la soberanía sobre las computadoras a Microsoft o a Google es una decisión tecnológica pero también ideológica.
—No es un acto inocente.
—No. Que el gobierno argentino hoy esté hablando de usar en el Estado Facebook at Work, que es una herramienta de gestión empresarial, es una decisión ideológica que implica muchas cosas. Primero renunciar a la soberanía, a lo que podamos crear nosotros, a nuestro software. Es comprar una herramienta “llave en mano” y darle los datos a una corporación que los va a tener en su servidor en Estados Unidos, con el poco control que eso implica. Cada gobierno decide una relación con Internet. Internet es un mecanismo planetario, que está en todos lados y en ninguno, pero en definitiva depende de decisiones locales. Todo el tiempo se habla del debilitamiento del Estado, pero en estos temas tecnológicos, que progresivamente están más presentes, los gobiernos deben decidir cada vez más y no cada vez menos. Hay cosas necesariamente regulables, pero también hay que ver cómo convivimos con una economía manejada desde Internet cuyas aplicaciones tributan en el país. Esas formas de comercio generan riqueza y datos que hay que administrar.
—Es un cambio muy fuerte pasar a la cultura digital…
—Claro, y no se va a resolver ahora. Pero además venimos de un tipo y forma de trabajo que está en transición y debe ser repensado. Venimos de la cultura de trabajo dependiente, con sindicatos que defienden a los trabajadores, y vamos hacia otra forma de organizar el trabajo mundial que requiere tomar decisiones nuevas.
—¿Cree que el movimiento del software libre es apenas una contracultura de Internet, o se trata de un horizonte posible para la red en el futuro?
—Ambas cosas: es un movimiento contracultural y puede ser una opción futura. Es una respuesta contracultural que apunta contra la concentración que hay en Internet. Cinco de cada diez personas que navegan en Internet están en algún servicio de Google, Facebook, Yahoo, Aol o Microsoft. Si existe esta concentración es porque el movimiento de software libre sigue siendo contracultural.
—Salvo el Ecuador de Rafael Correa que adoptó el software libre como opción para gestionar la administración pública…
—Las grandes empresas tienen un poder de lobby muy importante en cada gobierno. En Estados Unidos se publicó un informe que daba cuenta de que las industrias informáticas son de las que más inciden sobre el Estado. Acá sucede lo mismo. Necesariamente tiene que haber una respuesta frente a eso. Pueden ser movimientos por el software libre o usuarios que reclaman derechos de Internet. El movimiento de Richard Stalman tiene muchos años y un respeto ganado. Y lo valioso de ese movimiento es la prédica por un Internet menos concentrado y a favor de un Internet como fue pensado originalmente, es decir una herramienta para compartir y difundir, algo muy distinto a esto que vemos hoy, que se fue privatizando cada vez más.
—¿Se podría pensar en un futuro con un Internet sin dueños y accesible como el aire que respiramos?
—Seré pesimista en eso. Tiene que generarse una conciencia con educación crítica permanente. Google no es un motor de búsqueda sino una empresa de publicidad que ordena la información de una determinada manera y organiza las noticias. Facebook es otra empresa de publicidad y no una red social, que además nos ordena el mundo. Y así nos metemos en burbujas de filtro –que es un concepto desarrollado por Eli Parisier– y en un punto lo utilizamos sin conciencia de que esos algoritmos los construyen empresas con intereses y no gente desinteresada. La escuela debería tener una materia que implique la educación tecnológica, para entender cómo se construye ese lenguaje que no es inocente. Del mismo modo que cuando yo era chica se estudiaba inglés para aprovechar mejor el mundo. Educarse en tecnología tendría que ser hoy un derecho de los niños y una obligación del Estado.
—¿Hubo algún momento en que su trabajo chocó contra el silencio de sus fuentes?
—Es un mundo muy cerrado por el prejuicio de pensar que otros no entienden el lenguaje técnico. Yo hago divulgación política de la tecnología y me importa que los usuarios entiendan cómo están usando esos medios novedosos. A veces eso es molesto para los técnicos. Pero también hubo reticencias desde el gobierno para divulgar información sobre los avances en el campo de la fibra óptica, que fue uno de los logros del kirchnerismo en materia de soberanía digital. También encontré resistencia cuando analicé el uso de cámaras de seguridad callejeras para un capítulo del libro. Se compra tecnología “llave en mano” sin analizar para qué usarla y aprovecharla, más que para vigilar a los ciudadanos, y sin que eso haga bajar los índices del delito. Se compra tecnología sin que haya estadísticas confiables que orienten. Cuando pregunté sobre ese tema también se cerraron puertas. Hay tres empresas que venden tecnología y se quedan con un negocio millonario. Eso es porque en casi todos los países las políticas en materia de comunicaciones las deciden las empresas, y no el Estado. En Brasil es distinto, hay más cooperación entre el Estado y las empresas, vienen trabajando desde hace años. En México el organismo regulador se enfrenta a las empresas, con pocos resultados pero con firmeza.
—La guerra de Internet ¿tiene como protagonistas excluyentes a Europa y Estados Unidos?
—En principio, sí. Rusia se mantiene como contrapeso en esa guerra que Estados Unidos pretende ganar por haber sido el creador de Internet, digamos. India también es un país muy fuerte en esta cuestión y tiene una sociedad civil muy organizada en este tema.
—¿Quiénes ganan y quiénes pierden en esta guerra, por ahora?
—Internet es un producto capitalista y va hacia la concentración de las empresas que lo proveen. Lo que planteo es que dentro de ese capitalismo hay espacios donde podemos organizarnos y cooperar para encontrar el antídoto contra esa concentración con fines políticos contrarios a los ciudadanos. Hay que pensar en nuestros derechos desde un punto de vista político y pensar que el consumo también es un acto político.
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