La naturalización del conocimiento es el resultado de los avances de lo mejor de la investigación de punta en ciencia; en ciencia y en filosofía. El conocimiento ya es más un rasgo claro y distintivamente humano.
Mientras que, de manera atávica, el pensamiento occidental se fundó en la dicotomía: naturaleza–cultura, recientemente hemos aprendido a pensar: (a) que dicha distinción es artificiosa; (b) que no existen, propiamente hablando, dos cosas (naturaleza y cultura), y (c) que, por el contrario, el verdadero pensamiento y conocimiento no sucede del lado de los seres humanos, sino del lado de la naturaleza.
Arribamos a una intersección que se alimenta de la biología y la lógica, de la antropología y la botánica, de la filosofía y de las matemáticas. Nombres tan disímiles entre sí coinciden en este punto de encuentro: F. Maturana y H. Varela, W. V. H. Quine, la antropología de la selva o de los animales y la etnoecología, en fin, F. Baluska y S. Mancuso, B. Mandelbrot y R. Thom, entre muchos otros. Un cambio en el pensamiento está en proceso, desde hace poco, apuntando hacia nuevos horizontes y formas de vida.
Literalmente, desde varias vertientes, hemos empezado a considerar posibilidades totalmente inauditas en la historia de la humanidad occidental. Reflexiones e investigaciones que se interrogan sobre ¿Cómo es pensar como un murciélago? (Th. Nagel); o bien, ¿Cómo es pensar y vivir como un río? (Maturana y Varela); o acaso, ¿Cómo es pensar como una bacteria? (B. Jacob), o ¿Cómo sienten y piensan las selvas? (E. Kohn). Los ejemplos pueden multiplicarse sin dificultad, de la antropología a la filosofía de la mente, de la inteligencia de enjambre a las ciencias de la complejidad, por ejemplo.
Ya no nos interesa más saber qué es lo específico de los seres humanos, sino, por el contrario, qué es lo que tenemos en común con los animales y los ríos, con las aguas y los microorganismos y las plantas, entre otros niveles de la vida. La complejidad de la trama de la vida pone de manifiesto que es inmensamente más lo que nos une que lo que nos separa. Así, pensar en genética equivale a pensar en rasgos comunes a la cadena de la vida; pensar en ecología pone en evidencia que lo que nos une es infinitamente más poderoso que lo que nos separa, o también, pensar en la biología de la evolución deja a la luz que, incluso, el propio universo, con sus galaxias y cúmulos de nubes, con sus sistemas solares y estrellas, con sus agujeros negros y planetas, se organiza de una forma que no es muy distinta a como existe la vida en el planeta Tierra, o como se ha desenvuelto la historia humana.
El conocimiento, un plano anteriormente llamado epistemológico o psicológico, filosófico o emocional, encuentra sus raíces en la biología, y en la biología la física adquiere sentido y complejidad. Antiguamente, la base física de las ciencias naturales era la física, análogamente a como la economía era la base material de la economía. Sin ambages, podemos sostener que, hoy en día, es imposible hacer buena ciencia sin una base material, pero dicha base es la biología, que en su acepción más amplia e incluyente comprende a la biología (sintética), la ecología y las ciencias de la vida.
La naturalización del conocimiento es el resultado de los avances de lo mejor de la investigación de punta en ciencia; en ciencia y en filosofía. El conocimiento ya es más un rasgo claro y distintivamente humano. Incluso fenómenos abióticos se conocen, tal como los ríos o muchos materiales. Lo que antiguamente era herejía se pronuncia con la boca abierta en las mejores revistas y eventos científicos internacionales, aunque con otros nombres: el panteísmo, la idea de que hay cosas que son cosas o seres y que, sin embargo, exhiben vida. Un desafío formidable.
En el horizonte de la reflexión surgen otras preocupaciones subsiguientes. La vida es prácticamente ubicua en el universo. En otras palabras, es prácticamente imposible girar la mirada y no ver vida. Desde los extremófilos hasta el universo mismo, pasando por las escalas que se prefiera.
Pues bien, lo primario que hace un sistema físico o un sistema vivo es procesar información. El procesamiento de la información no significa únicamente procesarla del entorno y adaptarse al medio ambiente. Además y, principalmente, significa producir nueva información y entonces transformar el medio ambiente al cual se adapta la vida. Los sistemas vivos procesan información y ésta es el concepto físico que explica mucho mejor lo que el siglo XVIII explicaba con el concepto de materia, y lo que el siglo XIX explicaba mediante el concepto de energía.
Con una diferencia notable: información es un concepto físico intangible. La materia como la energía permanecen aún materiales o tangibles. Mejor aún, el concepto mismo de información es esencialmente contraintuitivo: mientras que la materia (masa) o la energía pueden verse, no sucede lo mismo con la información; por el contrario, se la construye o se la procesa.
Pues bien, la naturalización del conocimiento ha llegado a significar, por otro camino, perfectamente imprevisto, el triunfo de una visión perfectamente heraclítea de la realidad, de la naturaleza y del mundo. No solamente nadie se baña dos veces en el mismo río, sino, además, a la naturaleza le gusta ocultarse y aparecer, y no es nunca evidente ni transparente.
Una revolución cultural y científica está en marcha. La ciencia occidental, se ha dicho, ha alcanzado niveles de comprensión que ya tenían otras culturas y civilizaciones. Si ello es así, el estudio y la apropiación de lo mejor de la ciencia de frontera parece acercarnos a la sabiduría. ¿Puede la ciencia hacernos sabios? Lo cierto es que, siempre y cuando nos situemos en la frontera del conocimiento, asistimos a una verdadera revolución en el pensamiento y en el conocimiento. Pues bien, la expresión más abierta e inmediata de esta revolución es eso: la naturalización del conocimiento.
Pensar y vivir como la naturaleza, como sus componentes y niveles, como sus formas y fenómenos, como sus sistemas y procesos. Y al cabo, la tarea más difícil de todas: organizar la sociedad en términos de esta naturalización. Esto último encuentra serios impedimentos: el título en el que se condensan esos obstáculos se llama instituciones (institucionalismo y neoinstitucionalismo). La última expresión de una historia que se antoja ya vetusta, pero que aún domina y controla, gestiona y manipula.
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