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¡Ilusos!

¡Ilusos!

Luces y sombras. Lo más llamativo de la generalidad de las campañas electorales en Colombia y el mundo –además de sus lugares comunes en escenografía, comunicación y propuestas, limitadas al marco de lo establecido– es que, sin excepción, cada uno de los candidatos considera ser el mejor, que saldrá elegido y que todo lo que se le critica es errado. Ninguna campaña electoral se adelanta, al menos públicamente, con la conciencia de que desde antes de iniciar ya está perdida. ¿Error? ¿Acierto? (1).

Esto sucede por igual en el conjunto de las campañas, pese a que unas son abiertamente afines al establecimiento y otras dicen ser contrarias al mismo. Paradoja: entre estas últimas, ninguna alcanza a proponer las líneas fundamentales que llevarían a un candidato dado, en caso de ser electo, a romper con lo heredado. Pero esa sería la novedad en una coyuntura electoral: ¿Resulta iluso proponer que un candidato, como vocero de un proyecto social e histórico, sin reducirse a lugares comunes, corriera el riesgo de liderar una anticampaña llamando a la sociedad a romper y/o superar todo aquello que propicia el estado real de cosas que la postran, que la dividen entre ricos y pobres, entre poderosos y marginados, entre incluidos y excluidos, entre quienes mandan y quienes obedecen, entre quienes votan y quienes escrutan? Más allá de lo recomendado por los asesores de marketing, conscientes de la desigualdad y las limitantes a que se enfrentan las campañas alternativas, pero también al propósito profundo que debiera regir a un gobierno alternativo, ¿no valdrá la pena correr este riesgo?

Dirán las voces pragmáticas que en los tiempos que corren eso es un desafuero. Pero, preguntémonos: ¿Existirá mayor desafuero que un sistema social, económico y político que atenta cada día y en todo momento, a pesar de las evidencias, contra la vida misma? Y sin embargo domina desde hace siglos sobre el conjunto de países que integran el sistema mundo. Es necesario recordar que la crisis ambiental a que estamos sometidos, que es un atentado directo contra el conjunto de la Tierra, también lo es, en otras palabas, contra el centro de la propia existencia, esto sí un desafuero de marca mayor.

¿Ilusos? Sí y no, pues es sabido que acceder al gobierno no cambia en esencia la realidad del poder realmente existente; como también es conocido que asumir el reto de pretender el gobierno por parte de un proceso social, una organización dada o similar, con la promesa de cambio social, es enfrentarlo ante un imposible, mucho más cuando ese gobierno es producto de un simple triunfo electoral, es decir, del cambio de Ejecutivo, lo cual no toca los poderes legislativo y judicial, así como el militar, y otros factores de poder como Procuraduría, Contraloría y similares. Esto, sin adentrarnos en aguas profundas como la necesaria afectación de la cultura dominante, sin lo cual ningún cambio es real ni duradero, así como los factores de las fuerzas productivas y la propiedad de los medios de producción, o el factor internacional, determinante en todas las instancias de aquello que pueda adelantar un régimen dado.

Es decir, un cambio dentro de los factores de poder, con algún asomo de estructural, pudiera animarse desde un triunfo electoral pero no puede limitarse al mismo, pues, de así proceder, estaría engañándose quien lo lidera, como engañando al conjunto social que deposita sus esperanzas en quien es ungido. De alguna manera así lo recuerda Lucía Topolansky, actual vicepresidenta de Uruguay, quien reconoce que el financiero es el real poder en el mundo actual, para subrayar a renglón seguido que lo alcanzado por el Frente Amplio en Uruguay, “este pequeño escalón, no es la llegada al poder sino al gobierno, que es una cosa diferente” (2).

¿Ilusos o realistas? Más allá de la democracia formal y su consuetudinaria expresión electoral, un cambio de alguna manera estructural sólo será posible luego de una intensa lucha social, con arraigo en infinitud de formas de organización comunitaria y otras, así como de la producción de todo tipo de saberes y riquezas, potenciado además, aunque no necesariamente, desde el Ejecutivo anhelante de cambio, una cabeza de gobierno dispuesta por tanto a someterse al mismo tiempo a las novísimas dinámicas y exigencias derivadas de la insurgencia social. Es decir, un poder formal decidido a reconocer, potenciar y someterse al poder informal, dispuesto a romper la cultura política dominante, la misma que la limita a la administración del Estado, cuando de lo que realmente se trata es de la vida, de defenderla y elevarla a su máxima satisfacción para el conjunto humano de que se trate. Ilusos, sí.

Es decir, crearle expectativas a una sociedad sobre un posible cambio de fondo, por el simple ejercicio gubernamental, es conducirla a la desilusión, ya que desde las limitantes del Ejecutivo, mucho más que reformas, y eso parciales, es poco lo que se puede acometer. En la dinámica educativa que ha de caracterizar a todo gobierno que se diga vocero de las gentes, es obligatorio explicarles a esas mismas gentes que, en el ejercicio del poder real, el Ejecutivo tiene que hacer en todo momento equilibrio –negociaciones– con los otros poderes, que lo sostienen y soportan: el Legislativo, el Judicial, pero también el militar, así como con los gremios económicos y los liderazgos internacionales –gubernamentales pero también organismos multilaterales, así como multinacionales de diverso orden, poder real detrás de todo trono.

¿Quiénes pueden romper los (des)equilibrios dominantes? Las recientes experiencias en el continente (ver págs. 4-7) nos muestran algo que no es nuevo pero sí parece olvidarse: si la sociedad no se mueve de manera mayoritaria en defensa de lo suyo, poco o nada puede hacer la cabeza del gobierno. La mejor foto de lo dicho es lo sucedido con el expresidente Lula, cabeza de un partido que se suponía fuerte, jefe de gobierno durante dos períodos –además de su partido controlar el gobierno por un período más–, y sin embargo en el limbo al enfrentar una disputa con lo más tradicional y retrogrado de la sociedad que encabezó durante años. ¿Dónde están las mayorías que se suponía que él representó? ¿Las suplantó en vez de estimularlas como cabeza de un poder emergente que llevaría a Brasil hacia nuevas coordenadas? Y sin embargo, pese a la reacción desatada y asimismo a las limitantes que su propia edad le depara, es postulado de nuevo como cabeza de su partido para las elecciones por escenificarse durante el segundo semestre de 2018.

¿Poder para quién? Parece ser que en esta particularidad se olvidó la lección compartida por el expresidente Pepe Mujica: “Los hombres trascendentes son muy importantes pero a la larga no pueden sustituir a las formaciones políticas […] El mejor dirigente no es el que hace más, o el que ladra más, o el que tiene el letrero más grande, o marquesina, o aplausos, o reconocimiento. No: el mejor dirigente es el que deja una barra que lo suplante con ventaja, porque la vida se nos va y las causas quedan, y el camino queda. Porque la lucha no es ni siquiera coyuntural: la lucha es el camino eterno de la vida” (3).

Sin embargo, contra esa realidad riñe la concepción tradicional de la política, la estructura del Estado dominante en el conjunto de países, así como la escenografía desprendida de la lógica del presidencialismo y de “una campaña – un candidato”. Herederos de un modelo social en el que lo individual es lo central, las elecciones, pese a las transformaciones de todo orden vividas por el conjunto global desde hace décadas, continúan sometidas y potenciando los liderazgos individuales. Todo un contrasentido, pues no existe algo más alejado de la realidad que un gobierno de uno.

Como es conocido, todo gobierno tiene una cabeza para las declaraciones y los actos formales, pero, más allá de él, a su alrededor, o como un solo cuerpo, existen ministerios, secretarias, y otro conjunto de despachos y dependencias sin las cuales sería imposible gobernar.
Entonces, si esa es la realidad, ¿por qué conservar el culto al individuo, en este caso al candidato, posible presidente? ¿No sería más lógico que la campaña electoral fuera adelantada por el conjunto de personas que asumirían las principales responsabilidades de un posible próximo gobierno? ¿Ilusos? ¿No reflejaría esta posibilidad, de mejor manera y ante todo el país, los intereses de diverso tipo representados por una y otras campañas electorales? ¿Le permitiría esta nueva realidad al conjunto social, sí o no, identificar el real carácter que eventualmente tendrá tal o cual gobierno, y por esta vía comprender, una vez pasada las elecciones, el porqué de los incumplimientos de lo dicho en la campaña?

En tiempos de cambio, hay que obrar en consecuencia, pues así lo permite el conjunto de recursos técnicos de los cuales hoy nos dota la industria. ¿Serviría esta forma de proceder, de manera renovada con la formalidad democrática liberal, para una oxigenación de formas, lenguajes, simbolismos, métodos, para concitar de mejor manera el interés comunitario y la disposición para la participación en la cosa pública, rompiendo por esta vía, en uno u otro grado, con la apatía reinante entre las mayorías por lo que se supone que es público? Un cambio de forma y una necesaria movilización social, más allá de la propia particularidad electoral, para que el conjunto humano que habita un territorio dado deje de observar la administración pública como algo que no le compete.

Al proceder así, superado su escepticismo por la política y la deformación sufrida por la misma, vía expropiación liderada por los políticos profesionales, las mayorías bien pudieran no sólo supervisar con rigor la administración pública sino igualmente –y esto sería otra ilusión– acometer la política como una prioridad de su día a día, es decir, adentrarse en asuntos trascendentes que determinan su calidad de vida, y la vida misma, tales como: el medio ambiente, la salud pública, la propiedad de la tierra y su cuidado, el diseño y la organización de las ciudades y de todos los territorios por habitar, el agua y su cuidado, la redistribución de lo colectivo, la concepción y la administración de la justicia, el castigo, su sentido y sus límites, etcétera.

Un giro necesario por dar en el sentido, los propósitos y las formas de la política, para no seguir sometidos a procederes formales que terminaron por indiferenciar y cuestionar la remoción dada a la misma durante los últimos años en América Latina, a través de la forma de gobierno conocida como progresismo, que, limitado a los rituales que pretendió romper finalmente, no logró concretar la insurgencia social, soporte de cualquier cambio de fondo.

Ilusión y realidad que le plantea un reto en Colombia a la campaña alternativa que disputa con la tradicional el favor del voto: convencidos de que romperán la historia nacional y que el próximo 7 de agosto ocupará la Casa de Nariño, preparándose para el inmenso reto por afrontar, y superando los errores que propiciaron la crisis ya aludida del progresismo, constituir comités de gobierno de las gentes en todas y cada una de las ciudades y pueblos de Colombia, en todos y cada uno de los sitios donde más de dos alcen la voz por mejores condiciones de vida. Comités para que la gente sienta que es gobierno, y que por su conducto es que se gobernará. ¿Ilusión? No. Tal vez consecuencia con lo dicho, para que la política sea otra y para que los individuos actúen conscientes de que, más allá de sus condiciones y sus capacidades, son una circunstancia pasajera en el largo sueño y la historia de la humanidad de lucha por la vida, en dignidad.

Comités con el reto de poner a andar la autonomía comunitaria (opción real y verdadera para reducir el tamaño y funciones del Estado, el que, además, desde una concepción wiki –abierta a todo el mundo por el auge de las nuevas tecnologías y la misma desmonopolización del saber– deberá de dejar a un lado su rol opresor y violento), así como formas otras de economía, con la conciencia de que en medio de la crisis sistémica que de muy diversa manera aprietan la garganta del capitalismo, han tomado cuerpo formas socialistas empresariales y la misma necesidad de socializar el sistema financiero, el mundo del trabajo se transforma abriendo la puerta al “derecho a la pereza” tras su misma robotización, retomada y puesta a la orden del día la necesidad de una relación de armonía y respeto con la naturaleza, entre otras de las cualidades de un socialismo posible que va tomando cuerpo dentro del moribundo que lo engendra (4).

Y si finalmente la campaña aludida no rompe la historia nacional, conformar estos comités para que los miles que se movilizaron en su favor queden relacionados en una forma organizativa a través de la cual le den cuerpo a una dualidad de poder con la cual disputen con el próximo gobierno las políticas por implementar, que como lo indica Libardo Sarmiento (ver págs. 8-11), pretenderán recortar derechos sociales, ahondando hasta el límite la doctrina neoliberal. Actuar con ilusión, para que la decisoria participación social no quede reducida a la coyuntura electoral; para que de verdad la política sea otra.

 

1. ¿Si una campaña tal reconociera de entrada sus limitantes, no tendría la ventaja –pedagogía– de indicarles a sus posibles electores que el accionar por las propuestas que lideran va mucho más allá del limitado marco de unos pocos meses y, tal vez, del también limitado marco del aparato gubernamental? ¿No quebraría este proceder el electorerismo, es decir, el actuar político limitado al tiempo de la campaña oficial? ¿No potenciaría esta forma de actuar los procesos organizativos?
2. https://www.desdeabajo.info/mundo/item/33964-entrevista-a-lucia-topolansky-lucia-topolansky-el-tema-de-las-nacionalidades-en-espana-me-recuerda-a-isabel-la-catolica-a-sangre-y-fuego.html).
3. También dice el expresidente: “Si uno tiene la humildad estratégica de reconocer que vamos pasando, que la lucha es eterna y permanente, y que es en el fondo por mejorar la civilización humana, no sólo por una cuota de poder, se da cuenta de que tiene que contribuir a crear la rueda de la historia, y esos son colectivos que quedan luego de nosotros”. https://www.desdeabajo.info/sociedad/item/33957-por-que-hay-tanta-enfermedad-del-balero.html.
4. Mason, Paul, “Hacia el poscapitalismo”, periódico desdeabajo No.237, julio 20 – agosto 20 de 2017, suplemento Caleidoscopio Nº14, pp. 7-12

Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Le Monde diplomatique Nº177, edición Colombia

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