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La dificultad y complejidad de cambiar el mundo hoy en día

La dificultad y complejidad de cambiar el mundo hoy en día

Cambiar el mundo hoy en día es altamente difícil, porque requiere de capacidades sistémicas, en toda la línea de la palabra. Pero ese es, al mismo tiempo, el mérito y la calidad de la idea de querer tiempos mejores.

 

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Jamás hay que perder la capacidad de soñar: esa es la única obligación moral de un ser humano auténtico en el mundo (de hoy). Y soñar significa, simple y llanamente, querer un mundo nuevo, querer un país mejor, querer una vida diferente, siempre más llenos de sentido y posibilidades.

Lo contrario es el triunfo del realismo, y eso vuelve vieja a la gente y termina por matarla.

Los revolucionarios de toda índole —más allá de los colores de las banderas, o la música de las tonadas—, los soñadores, sí: incluso los idealistas, todos aquellos que luchan por los demás, que no se conforman con el statu quo, aquellos que se sacrifican por sus ideales, aquellos que definen su existencia a partir del futuro, y no predominantemente por el presente o el pasado; todos ellos confluyen en una misma meta, a saber: ese sano sentido de inconformidad con los estados dados de las cosas y el decidido talante de apostarle a realidades diferentes, nuevas y mejores. La revolución, así, es una forma de vida, no simplemente una cuestión de ideologías, credos o principios. Pues a decir verdad, estos elementos son simplemente coadyuvantes del hecho mismo de pensar, imaginar y querer un mundo mejor.

Las revoluciones tienen una seria dificultad en el mundo actual, en contraste con el pasado. Se trata del hecho de que el mundo se ha vuelto sistémico. Más exactamente, el capitalismo desarrolló una robusta estructura y visión sistémica que, acaso, puede condensarse con cualquiera de los siguientes tres términos: “globalización”, “mundialización”, “internacionalización”; tres formas de llamar a una sola y misma cosa.

Hoy en día las revoluciones no son posible, ni lo serán hacia futuro, a la manera como lo fueron hasta mediados del siglo XX. Procesos como Vietnam, China, Nicaragua, Cuba o los intentos y experimentos a medio camino en países de América Latina. O como Mahatma Gandhi o Tolstoi, en otro plano. Por ejemplo.

La razón principal estriba en el hecho de que el capitalismo ha aprendido y desarrollado tres estrategias fundamentales: la resiliencia, la cibernética y el carácter sistémico de los procesos y estructuras. Todo lo cual significa, sencillamente, que ya hoy y hacia futuro no serán, en absoluto, posibles, cambios locales con apoyos externos. Por el contrario, y este es el reto magnífico de las políticas en el mundo actual, hacia futuro los cambios deberán ser correspondientemente sistémicos o no serán.

En efecto, la característica principal de la realidad actual es que el capitalismo ha tejido tal red que:

a. Los cambios sólo pueden emprenderse hoy por hoy por vía de reformas, y, etc.

b. Los cambios estructurales deberán ser de proporciones planetarias simultáneamente.

En una reflexión sobre la forma superior de lucha, R. Zilbechi, en La Jornada (ver artículo) ha puesto, con acierto, creo, el dedo en la llaga. Hoy en día no es posible ya más hablar de una forma superior de lucha —a costa de las demás. En consecuencia, no solamente el lenguaje, sino también las estructuras y las dinámicas deben ser acordes a los tiempos. Y una cosa determinante: las ideas; esto es, la capacidad cognitiva y de información de los agentes sociales, en toda la línea de la palabra.

La complejidad de los soñadores de toda clase consiste en el hecho de que sus ideas, acciones, y coordinaciones exigen la capacidad de que el mundo les quepa en la cabeza y que, por tanto, incorporen lo mejor de las ciencias y disciplinas que se ocupan de las nuevas dinámicas y estructuras. Con una condición sensible: la capacidad de aprovechar las oportunidades, de adaptarse al instante, de anticiparse al momento, por definición, siempre contingente y pasajero.

No cabe, por consiguiente, desdeñar unas formas de acción sobre otras, y ciertamente no jerarquizar la práctica por sobre la teoría, o al revés. Se exigen equilibrios dinámicos, y se imponen capacidades y habilidades conformes a los mismos. En esto consiste el nuevo liderazgo, acaso el liderazgo transformador.

Nadie puede hoy cambiar las cosas si, para decirlo de manera fractal, esos cambios no implican a los propios individuos y sus afiliaciones. La historia es suficientemente ilustrativa en cuanto a la futilidad de cambiar las estructuras sin cambiar la forma de vida. Y también es prolija la historia en los casos que ilustran que cambiar las estructuras es demasiado fácil, pero que es inútil si no se cambian al mismo tiempo la forma, los estilos, y los estándares de vida. En esto consiste la complejidad de las revoluciones en el presente y hacia futuro.

No cabe ya desdeñar ejemplos y querer jerarquizar enseñanzas. Por el contrario, el buen aprendizaje consiste en poder incorporar los mejores ejemplos y prácticas con el reconocimiento expreso de que:

I. Una teoría que surge en un contexto y en un momento, y

II. Una práctica que tiene lugar en un espacio y un tiempo precisos

tienen valores y desarrollos perfectamente distintos en otros lugares y momentos, dependiendo de los resortes culturales, de las capacidades biográficas y de las circunstancias históricas de cada nación y pueblo; por ejemplo.

Cambiar el mundo hoy en día es altamente difícil, porque requiere de capacidades sistémicas, en toda la línea de la palabra. Pero ese es, al mismo tiempo, el mérito y la calidad de la idea de querer tiempos mejores. En otras palabras, si la política es en el mundo de hoy geopolítica, asimismo, los procesos individuales y sociales tienen siempre una raíz local pero una gran interdependencia con lo que acontece en otros escenarios y modos.

En una palabra, el carácter sistémico del capitalismo exige transformarlo de forma sistémica, correspondientemente. Nunca la historia se enfrentó con una situación semejante. Es eso exactamente lo que significa un mundo diferente de suma cero, esto es, un mundo en el que si uno pierde, todos pierden, así sea con diferencias; y por el contrario, si alguien gana, otros también ganarán, así sea con diferencias. El capitalismo se ha vuelto sistémico, o si se quiere, también, la realidad se ha convertido en una estructura altamente entrelazada, resiliente y cibernética de tal suerte que si se quiere cambiar una parte es absolutamente necesario cambiar también otra. El cambio de la realidad es más que mero cambio de uno de sus componentes. Una tarea de inmensa complejidad, pero por ello mismo, de inmenso significado.

Las banderas y los discursos, los colores y los principios son subsidiarios del hecho primero, a saber: la capacidad de soñar mundos mejores, y el compromiso denodado con los sueños propios. Pues esa capacidad de imaginar futuros posibles convoca a la política, pero se alimenta de poesía y arte, se nutre de filosofía y ciencia, y se enfocan en la vida como en el valor único y absoluto que no puede traicionarse. Todo lo demás no es otra cosa que traicionar lo que nos hace más humanos.

 

Información adicional

Autor/a: Carlos Eduardo Maldonado
País: Colombia
Región: Sur América
Fuente:

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