Las ganancias y/o acumulación monetaria: ¿gatillan la inflación?
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Lo que todo mundo percibe, y da por sentado, es que la inflación es un fenómeno económico que se manifiesta en el hecho que la moneda (o monedas) pierde(n) precio ante los precios de los bienes y servicios. Así, un huevo que a principio del año 2021 tenía un precio promedio de $300, un año después –inicio del 2022– no podía adquirirse por menos de $600; ese huevo que, en los años referidos mantiene su mismo valor proteínico para quien lo consume, ha revaluado su precio en un 100 por ciento, porcentaje que equivale, igualmente a la devaluación o depreciación del peso. Este concepto económico de inflación es sinónimo, en medicina, al concepto de inflamación y, en consecuencia, equivalente a dolor para sus pacientes.

Como todo paciente, los consumidores del común reconocen el fenómeno como síntoma, lo sienten y lo describen, pero no logran explicarlo. Acuden, por lo general, a darse razones que van más allá de la realidad, sean mágicas o religiosas, “cosas de Dios” o, del sentido común “somos demalas”. Pero en términos académicos, ¿qué causa ese dolor?

Es propio de las ciencias sociales tener más de una interpretación racional o académica para los fenómenos hipercomplejos (construidos por los humanos) que estudia; aspecto que las diferencian de las ciencias naturales, que estudian fenómenos complejos adaptativos, o no adaptativos dados por la naturaleza, de los cuales tiende a dar explicaciones únicas y deterministas. En ese sentido, en relación con la inflación, un fenómeno hipercomplejo socioeconómico y político multicausal, encontramos varias interpretaciones a nivel de la academia.

En ese marco se pretende en este artículo, aportar una interpretación más, a otras tantas dadas, que puede resultar innovadora por cuanto considera que la inflación se debe a la búsqueda de ganancia monetaria, o acumulación de capital dinero, que rige la conducta de quienes la consideran como razón de la economía, y sentido de sus vidas.

A partir de los años setenta, con la financiarización de la economía bajo la hegemonía del capital financiero especulativo, la ganancia o acumulación de capital dinero sin más, se constituyó en la razón única de los asuntos económicos del capitalismo y, en consecuencia, el objetivo económico de nuestras vidas. Acaso, ¿no se volvió ley y moral aceptable por el común, que todos queramos obtener capital dinero, es decir, ganancias, de la forma más fácil, sin importar los medios? Pero lo que no percibimos es que a ese postulado y deseo lo acompaña el fenómeno de la inflación, en su versión estanflacionaria (inflación más desempleo), constituida en un cáncer socioeconómico, político y cultural, que se autoproduce y que, como todo cáncer, para sobrevivir debe eliminar el organismo en el cual se anida.

Asunto que parece un juego de inocentes en donde nadie se reconoce culpable, pues nos confesamos víctimas, al desconocer –o pasar de agache– nuestra particular ambición por la ganancia monetaria, como si fuera inmune a una epidemia que toca a los otros y, para la cual no hay vacuna ni tapabocas que valga, debido a que somos los mismos creadores, difusores y portadores del virus. Veamos la ilustración cotidiana práctica y una interpretación teórica.

Ante ese fenómeno de la nueva forma de inflación, cuando oficiamos como vendedores “emprendedores” culpamos al mercado del alza de precios, y el asunto parece quedar resuelto y las conciencias tranquilas, que no el cuerpo que lo padece. Pero lo que no confiesa el nuevo espíritu vendedor de la ganancia fácil, es que encuentra en ella la ocasión para incrementar su ganancia monetaria, aprovechando la situación para aumentar –a lo ya aumentado– el precio de la mercancía, escalando y generalizando su alza y, de esa manera “inocente”, contribuyendo a la devaluación de la moneda, la parálisis económica, el desempleo y el encarecimiento de la vida. Asunto más evidente ante una situación de escasez local, en donde quien monopoliza los productos necesarios para el común encuentra la ocasión para aumentar sus ganancias monetarias, como en días recientes lo validan, en pequeña escala, los consumidores de Nariño ante los recientes derrumbes y, en escala planetaria la FED (Sistema de la Reserva Federal) Norteamericana, que se aprovecha de la situación para incrementar las tasas de interés y, en consecuencia, multiplicar las deudas contraídas en dólares por los Estados y cuyas consecuencias nos hace a todos los ciudadanos del mundo sus “paganinis”. O, respecto a lo referido al inicio con el precio de los huevos, cuya alza se justificó en la guerra de Ucrania por la escasez de los insumos, pero que, pese a que los precios de estos bajaron, sin embargo, el de aquellos permanecieron, y no precisamente en las nubes.

Una interpretación del carácter científico del asunto en mención lo podemos encontrar en el pensamiento de Mariana Mazzucato, en su libro: El valor de las cosas (2019). Considera la autora que a partir de los años setenta, en el marco de una economía “financiarizada”, se da un cambio en el concepto de valor económico cuando los directivos financieros deciden gastar una mayor proporción de los beneficios logrados en comprar acciones –lo que a su vez dispara sus precios, las opciones de compra y la remuneración de los altos ejecutivos– en vez de invertir en el futuro del negocio a largo plazo. Estrategia que denominan “creación de valor”, pero que realmente no es otra cosa que “extracción de valor”, que no precisamente producen, como lo entendía la economía capitalista del libre mercado.

Estamos ante una concepción del valor proinflacionaria, compartida por empresas farmacéutica, como la gigante Gilead y Pfizer, que considera que el alto precio de los medicamentos especializados se justifica por lo beneficiosos que son para los pacientes y para la sociedad en general; pero también por empresas tecnológicas como la Patent Box, que logra le reduzcan los impuestos sobre los beneficios procedentes de la venta de productos cuyos componentes están patentados.

Estamos ante la lógica de la ganancia fácil, sin determinar sus consecuencias. Qué lejos están estas actitudes de los actuales capitalistas de las que caracterizaba a los propietarios agrarios de la Polonia feudal que, cuando subían los precios del Centeno –el principal producto alimentico del país–, producían menos y cuando el precio bajaba producían más. (Kula, W.1962. La teoría económica del sistema feudal).  

Información adicional

Opinión
Autor/a: LUIS H. HERNÁNDEZ
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo N°300, 23 de marzo-20 de abril de 2023

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