El domingo 10 de diciembre fue un día muy interesante en Venezuela. En medio de la crisis económica más fuerte en la historia moderna del país, el gobierno pudo asestar otro duro golpe a la moral de la oposición. De manera categórica el chavismo ganó el 91 por ciento de los municipios y arañó el 70 por ciento de los votos totales. Cabría preguntarse cómo y por qué se gestó una nueva victoria (la segunda en menos de tres meses) en medio de semejante crisis, y cuáles son las perspectivas para un futuro que se torna aciago para la clase obrera venezolana.
Es menester decir que por cuarto año consecutivo Venezuela presentará la inflación más alta del mundo (estimada en cerca de 1.200 por ciento para el año 2017), un déficit fiscal de dos dígitos (por sexto año consecutivo), el riesgo país a la inversión más alto del globo, la cantidad de reservas internacionales más baja de los últimos 20 años (menos de 9.800 millones de dólares, menos del 15 por ciento de las importaciones Cif del año 2012) y una tremebunda escasez de toda clase de bienes y servicios esenciales. El dólar paralelo (que sirve para fijar casi todos los precios de la economía) se ha incrementado en más de 2.500 por ciento en lo que va del año, lo cual ha desintegrado el poder adquisitivo por completo.
Según las estimaciones más moderadas, desde 2013 hasta 2017 puede haber una caída acumulada de 32,5 por ciento del Pbi. Las estimaciones más conservadoras nos llevan a pensar que el Pbi per cápita para 2017 será tan bajo como el de 1961. Los números son tan abrumadoramente negativos que desde hace varios años el gobierno se ha negado a publicar el grueso de ellos. Jamás en su historia la economía de Venezuela había descendido por más de dos años consecutivos. A la fecha, con toda seguridad tendremos cuatro años de decrecimiento consecutivo.
Según la firma Econométrica, Venezuela entró en hiperinflación el pasado mes de octubre, registrando un incremento en los precios de 50,6 por ciento con respecto al mes anterior. Antes del arribo del gobierno bolivariano la inflación anual máxima que sufrimos fue de 103,2 por ciento, en 1996; ahora en sólo un mes hemos alcanzado la mitad de nuestra máxima inflación registrada en un año.
De manera extraña –para un gobierno que se precia de ser zurdo–, la dirección del proceso bolivariano cree que debe pagar la deuda externa así no haya un solo dólar para importar vacunas o harina de trigo. Así que ha desoído propuestas de muchos grupos que esgrimimos la necesidad de una moratoria y atender las necesidades más elementales de una clase obrera ferozmente depauperada. Luego de caer en default parcial por no pagar un par de bonos que alcanzan los 200 millones de dólares, el gobierno ha decidido reestructurar su deuda y llamar a sus acreedores a una extraña reunión. Como era de esperarse, los bonistas estadounidenses (cerca del 70 por ciento del total de los tenedores de nuestra deuda) no vinieron a la reunión y la comisión nombrada por Maduro para tal negociación ni siquiera ofreció un plan alternativo de pagos, solamente hizo un discurso ideológicamente centrado en las sanciones de Donald Trump. En tal sentido sólo se avanzó en reestructurar la deuda con Rusia (un 2 por ciento del total).
Por más horripilante que parezca el tema económico, la máxima preocupación parece ser el desborde del hampa, producto de la súbita conversión de millones de personas en población obrera (relativamente) sobrante para el capital. Más allá de la expansión del ejército industrial de reserva, la cuasi desaparición del aparato productivo ha impulsado un proceso de lumpenización estructural que empuja a millones a actividades cuasi delincuenciales o directamente delictivas. La policía está completamente desbordada y el ejército ha demostrado ser completamente inútil para combatir ese flagelo. Las cifras que algunas Ong publican (en ausencia de números oficiales) son realmente pavorosas.
En el sector de la salud parece ser más patente la implosión del proceso nacional de acumulación de capital. El último boletín epidemiológico mostraba que 11.446 niños menores de un año habían muerto en 2016: un aumento del 30 por ciento en sólo 12 meses. Un informe reciente de las Naciones Unidas y de la Ops encontró que 1,3 millones de venezolanos que antes podían alimentarse en su país no han podido encontrar la comida necesaria desde que se desató la crisis hace tres años. Un asunto dramático que se refleja en centenares de personas hurgando en la basura para poder comer cualquier desecho, y en miles de mendigos dolorosamente harapientos y hambreados.
En medio de semejante cataclismo la oposición que nuclea a casi toda la derecha antichavista (la Mud) debió frotarse las manos y preparar una campaña para una victoria cómoda. Sin embargo, ya sabemos que los resultados fueron otros…
UNA PÉSIMA PARTICIPACIÓN ELECTORAL.
Luego de una estrepitosa derrota en las elecciones de gobernadores (el chavismo ganó 18 de 23 gobernaciones) y de tímidos cánticos de fraude, la reacción de los tres partidos más importantes de la Mud fue declinar su participación electoral y llamar a la abstención. Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular, devenidos en abstencionistas, dijeron que sí participarían en las elecciones presidenciales. Algunos de sus voceros fueron ridiculizados por periodistas que les preguntaban: “¿Por qué abstenerse acá y no en las presidenciales? ¿Cómo aseguran ustedes que las condiciones para las presidenciales cambiarán?”. Sus respuestas fueron sorprendentes: “Estamos guardando fuerzas para las presidenciales (!), no tenemos recursos (!) y vamos a luchar por mejores condiciones…”.
La Mud es habitualmente más vilipendiada por sus seguidores que por los chavistas contratados para esa labor, y su decisión enfureció a sus acólitos. Por una parte los opositores más encarnizados decían que la Mud había entregado la lucha callejera y que no se había comprometido a acompañar a los mártires opositores que murieron en una (anodina) lucha por defenestrar al gobierno. Cuando la Mud dijo que el camino era electoral y que todo lo demás era una aventura, los opositores más radicales se enfurecieron. Cuando la Mud dijo que se iba a abstener “por ahora”, se molestaron más aun. Para ellos, la Mud no lucha en la calle y ahora tampoco en las elecciones.
Los opositores más apegados a los valores democráticos, que se sonrojan por las aventuras golpistas de la Mud y por sus odiseas sanguinarias del tipo guarimba más trancazo –que dejaron alrededor de 150 muertes (incluyendo cerca de 20 personas quemadas vivas en linchamientos) y miles de heridos en una causa perdida–, quedaron atónitos y francamente asqueados al enterarse de que la Mud no iba a las elecciones. Ante la espantosa situación económica, la propuesta de la clase política opositora fue la retracción.
LA TRÍADA.
En las elecciones de alcaldes votaron 9.139.564 personas, un 14,3 por ciento menos que en las elecciones municipales de 2013 (casi un millón y medio de votos menos). La participación fue de 47 por ciento, un poco baja para el entusiasmo electoral venezolano, pero nada mal comparada con la abstención de 2005 en las elecciones municipales, que llegó al 69 por ciento.
Según los inefables señores de Misión Verdad, el chavismo aumentó en 945 mil votos su caudal electoral en estas elecciones, con respecto a las regionales de este año. La oposición perdió en total 2.103.000 votos a nivel nacional. El chavismo obtuvo 6.517.000 sufragios (70 por ciento) y la oposición 2.749.000 (29 por ciento). Más de 72 partidos obtuvieron votos, algo rara vez visto. Así las cosas, el chavismo pasó de tener 204 alcaldías a lograr más de 308; o sea, aumentó en 50 por ciento la cantidad de despachos obtenidos. La oposición en bloque apenas obtuvo 27 alcaldías de las 335 en disputa.
El gobierno aprovechó el impulso político de la debacle de la Mud (que incluso luego de las elecciones a gobernadores se disolvió). En tales circunstancias la campaña electoral de tres semanas encontró a la oposición (de derecha y de izquierda) más atomizada que nunca. Artistas, periodistas, deportistas y cientos de opositores independientes se lanzaron al ruedo y fragmentaron los votos en candidaturas protagonizadas por personajes que desconocen la actividad política, por viejos políticos oxidados o por personas con escasos recursos y capacidades gerenciales. Por ende, en varios municipios donde históricamente han triunfado, su división les jugó en contra y el chavismo en unidad monolítica venció. Lenin decía: “un puño pega más que cinco dedos”.
En las elecciones municipales se potenció con extremo vigor el ventajismo y el uso obsceno de los recursos del Estado por parte del partido del gobierno: el Psuv. De manera sintética, se puede afirmar que el chavismo construyó una sólida unión partido-gobierno-Estado-ejército. Los miembros que los controlan actúan como un cuerpo bajo un solo mando. Cuando hay campañas trabajan como engranajes de una máquina. No es sólo que usan los recursos estatales como caja chica, sino que disponen de sus empleados. Es decir, los convierten en propagandistas y agitadores proselitistas. Cierran oficinas y cambian horarios en aras de asistir a tareas de “apoyo electoral”. Es un gobierno que está en campaña los 365 días del año y todo el día. Algo asombroso. El descuido administrativo es atroz (por la ineficiencia que conlleva), pero nada de eso importa, la prioridad es triunfar en las elecciones a toda costa.
A “la tríada” podríamos describirla de la siguiente manera:
1. La engrasada maquinaria electoral del Psuv en franco maridaje con la distribución de prebendas clientelares. Claps, electrodomésticos, bonos, tiques de premio y un sinfín de productos fueron regalados a miles de familias que demostraban intención de voto bolivariana. A diferencia de otros procesos, los candidatos a alcaldes hacían los obsequios de manera directa y prometían que con más apoyo llegarían más dádivas.
En regiones rurales la dádiva es una de las pocas formas de acceder a algún bien que alivie una miseria vertiginosa. Lejos de parecer “populismo clientelar” para sus bases, las prebendas lucen como un esfuerzo sublime de un gobierno que entrega alimentos y mercaderías (generalmente importadas) que la “guerra económica” impide obtener. De tal forma se solidifican los lazos ideológicos entre la honesta base chavista que cree que el gobierno hace “milagros” para ayudarla con alguna canonjía y la dirección que hace “lo posible” por hacerle llegar la gratificación estatal.
Quedó para la historia el post en Facebook de la flamante ganadora chavista de la Alcaldía Libertador, de Caracas: “Maduro habló de un regalo a través del carné de la patria a los que voten. Sáquenle punta a eso”.
2. La aceitadísima maquinita de imprimir dinero inorgánico que produjo un aumento de 490.091,80 por ciento (la incrementaron en más de 4.900 veces) en la base monetaria emitida por el Banco Central de Venezuela (Bcv) para el período 1999-2017 (setiembre), lo que hace que virtualmente el gobierno tenga recursos infinitos y en cada elección dispare el gasto de manera exponencial.
De esta forma, el Bcv simplemente destina “préstamos” a instituciones estatales contra pagarés, y esas instituciones ejecutan gastos que sirven para pagar miles de prebendas y campañas publicitarias propias de jeques sauditas. Con tan munificentes arcas, la cornucopia fluye en autos de lujo, casas y toda clase de objetos suntuosos (para los más cercanos al poder), y miles de estipendios que dimanan a microespacios de poder donde organizaciones paraestatales administran, con absoluta discrecionalidad, unas migajas que en una situación de pobreza extrema sirven para mucho.
El correlato inflacionario de esta política no le incumbe al gobierno. El dinero recién emitido no pierde su valor por entero y sirve para hacer políticas electorales. Para quienes se quejan de la hiperinflación, el gobierno les lanza a sus intelectuales de choque, personas como Pascualina Curcio y Luis Salas, que tenazmente salen en la tevé diciendo que la emisión de dinero excesiva no afecta en nada los precios de las mercaderías. Es decir, que si imprimen billetes equivalentes a 20 salarios mínimos y se los confieren a millones de sus adeptos, los precios no deberían subir.
A pesar de lo secreto del voto, muchos empleados públicos no afines al proceso son empujados a votar mediante un sinfín de presiones. Con otros controles aprietan tuercas a receptores de las sinecuras estatales y les dicen claramente: “Pero si te damos este beneficio, ¿cómo vas a votar en nuestra contra? ¿Quieres que ganen ellos y te quiten el beneficio que te doy? Si ellos ganan será como en la cuarta república, cuando nadie te daba nada. Si no votas por nosotros estás colaborando con el enemigo y no eres merecedor de la ayuda que te doy”.
3. La postergación del ajuste macroeconómico sosteniendo subsidios del 99,99 por ciento en el precio de la gasolina, luz, transporte, agua etcétera.
Los servicios públicos que se obsequian empeoran día a día, y debido a que las empresas no tienen cómo cubrir sus costos de mantenimiento, tienden a ser escasos, de muy mala calidad y eventualmente a punto de colapsar. Aun cuando ha habido una inflación sideral, los precios de esos servicios siguen congelados. Un ejemplo: podríamos ver que una docena de huevos de gallina es más costosa que dos camiones de 30 mil litros (c/u) de gasolina de 91 octanos, una verdadera chifladura. Un tique de metro para la ruta más larga equivale a 0,000032 dólares a precio de mercado paralelo.
Los precios verdaderamente ornamentales de los servicios vitales complementan un salario indirecto que es nada despreciable y que permite que los salarios en metálico sean extremadamente bajos. Muchos políticos y economistas ultraliberales hablan de ajustar drásticamente estos precios, sin siquiera diseñar planes de compensación social. Dichas promesas asustan y alejan a personas que, sumidas en la pobreza extrema, no podrían pagar prácticamente nada, ya que su salario (más el bono alimentación) equivale a menos de cuatro dólares mensuales según la cotización en negro.
El cálculo del salario en términos del dólar paralelo es tremendamente inexacto. Distorsiona al extremo la posibilidad de establecer con certeza el poder adquisitivo. Este artículo no tiene espacio para tratar ese tema, sin embargo es necesario señalar que el salario más el bono alimentación (que no reciben los obreros informales, ni los pensionados) no alcanza para comprar –en un mes–: tres pollos, o cuatro quilos del queso más barato, o dos quilos de jamón de espalda, o cinco quilos de azúcar. Los obreros se ríen pensando que no pueden comprar ni dos quilos de chuleta de cerdo al mes, y que una gallina al poner un huevo gana más por día que uno de ellos. El gobierno ha sido exitoso en vender esa situación como una “guerra económica”; las lesivas sanciones de Trump y de la Unión Europea le dan alas para reforzar esa tesis disparatada e irracional. Ha implantado el concepto de que los precios deberían permanecer estáticos y que todo aumento es artificial, inducido por una conspiración política orquestada desde el imperio.
La expansión del gasto público clientelar funge como un igualador social muy eficaz y muestra un camino de ascenso social acelerado a quienes tan siquiera administren algún “microprovento” que el gobierno suelte.
FUTURO POLÍTICO INCIERTO.
La oposición desprecia el enorme poder político que puede desplegar “la tríada”. De manera dramática ha recogido los frutos de las desastrosas aventuras golpistas. Los saqueos y el vandalismo anarquista fueron vistos con horror por opositores que los sufrieron y decidieron abstenerse.
En tales circunstancias Maduro ha decidido desde ya lanzarse a las elecciones presidenciales como rutilante candidato del Psuv. De competir con una oposición de derecha y ultraderecha dividida podría fácilmente ganar con un 30 por ciento de los votos, en un ámbito de fuerte abstención y con candidatos desprestigiados como rancios carcamanes. Obviamente, el gobierno dispone de un caudal ilimitado de bolívares que podría imprimir sin problemas y repartir entre sus más fieles clérigos. Éstos distribuirían hacia más abajo y, con un sedoso efecto de goteo, podría caerle algo a millones de personas que en la inanición pura anhelan al menos un auxilio.
Parece que para la oposición de derecha la única vía es un outsider, un empresario exitoso en la extracción de plusvalía a la clase obrera, un maestro de la explotación, muy fuertemente mediatizado y con perfil apolítico. Este “mesías” se vendería como el gran gerente ajeno a la “politiquería” y con una sólida aversión a los politicastros. Un Macri venezolano parece la garantía de un proyecto derechista que busca competir con otra derecha de discurso antagónico y acción análogamente nociva a los estómagos obreros. La clase obrera y la izquierda socialista aún siguen siendo los convidados de piedra.
* Director del Centro de Investigación y Formación Obrera (Cifo) en Venezuela.
Esta columna fue publicada en el sitio web del Centro de Investigación y Formación Obrera (alemcifo.wordpress.com). Brecha reproduce fragmentos con la autorización del autor.
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