¿Quién podría figurarse que la construcción de la Unión Europea tuvo lugar sobre un manto de terrorismo de Estado, torturas, alteración de procesos electorales y golpes articulados por Washington? La Operación Gladio fue durante 40 años el secreto mejor guardado en Europa.
Develado hace 25 años por el juez italiano Felice Casson, y reconocido por el primer ministro de entones, Giulio Andreotti, el ejército secreto conocido como Gladio consistió en unidades militares reclutadas por la Cia estadounidense entre las fuerzas de la antigua Wehrmacht alemana, secciones neofascistas del ejército italiano, así como grupos anticomunistas que operaban en los distintos países europeos. Su organización y entrenamiento estaban en principio destinados a prepararlo para actuar en territorio ocupado por el enemigo en caso de una supuesta invasión soviética a Europa occidental. Sin embargo, al no darse nunca esta acción, su actividad se destinó a socavar las amenazas internas, es decir, el posible triunfo de fuerzas de izquierda críticas con Estados Unidos en las elecciones de cada país. Eventos como el golpe de Estado de los coroneles en Grecia, atentados terroristas como el de la estación de trenes de Bolonia –en el que murieron 85 personas y más de 200 resultaron heridas–, y las matanzas indiscriminadas de Bravante en Bélgica, fueron orquestados por estas unidades en complicidad con Washington, según han declarado sus propios artífices.
Fue en Italia donde el juez Felice Casson descubrió, a partir de la reapertura de un caso que presentaba notorias irregularidades, el hilo que finalmente lo llevó a la revelación de los ejércitos secretos de la Otan y de sus actividades paramilitares. La nueva investigación que realizó sobre el atentado de Peteano, Italia, de 1972, en el que un coche bomba mató a un policía y dejó a otro herido, alumbró la conexión entre grupos neofascistas como Ordine Nuovo, los servicios secretos italianos y la Otan en la realización de éste y de muchos otros atentados que tuvieron lugar en esos años. Entre ellos, la bomba que estalló en la plaza Fontana en 1969 (dejando 17 muertos y 88 heridos) y la matanza de Bolonia. Todos estos actos fueron asignados en su momento a las Brigadas Rojas y a grupos anarquistas, en aras de crear un clima de tensión favorable a la implementación de medidas represivas por parte del Estado, y a dar razones a los medios de comunicación para desprestigiar a los partidos de izquierda.
El propio autor del atentado de Peteano, Vicenzo Vinciguerra, declaró en su momento que los grupos de extrema derecha Avanguardia Nazionale y Ordine Nuovo “eran movilizados en el marco de una estrategia anticomunista que no emanaba de grupúsculos que gravitaban en las esferas del poder sino del poder mismo y que formaba parte de las relaciones de Italia con la alianza atlántica”. El mismo terrorista diría más adelante: “Había que actuar contra los civiles, la gente del pueblo, las mujeres, los inocentes. La razón era muy simple: se suponía que tenían que forzar a aquella gente a recurrir al Estado para pedir más seguridad”.
Esta no fue la única actividad de la Cia en la Italia de los sesenta y setenta. También a su cargo estuvieron el amaño de las elecciones posteriores a la guerra mediante la millonaria financiación secreta de la Democracia Cristiana, la implantación de estrategias mediáticas basadas en la difusión de difamaciones y calumnias sobre líderes socialistas y comunistas, así como los golpes de Estado silenciosos conocidos bajo los nombres de “Piano Solo” (1964) y “Golpe Borghese” (1970). En un documento secreto del Comité de Seguridad Nacional estadounidense (Nsc), el presidente Harry Truman señalaba que, en aras de inhabilitar al entonces poderoso Partido Comunista italiano, Washington debía “estar dispuesto a utilizar todo su poder político, económico y, de ser necesario, militar”, y añadía que “en caso de que los comunistas lograsen entrar al gobierno de forma democrática, o si ese gobierno tuviese que dejar de oponerse firmemente al comunismo dentro y fuera del país, Estados Unidos tiene que prepararse para tomar las medidas necesarias”.
EL SILENCIO EUROPEO.
Según el historiador suizo Daniel Ganser, principal investigador de la red, además de en Italia, Gladio operaba en otros 15 países: Francia, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca, Suecia, Finlandia, Turquía, España, Portugal, Austria, Suiza, Grecia, Luxemburgo y Alemania. Por toda Europa occidental estaban distribuidos numerosos alijos ocultos de armas, así como lugares en los que los agentes, reclutados entre la población civil, eran entrenados por profesionales de la Cia y el MI6 británico en técnicas de guerrilla, espionaje, uso de explosivos. En Alemania occidental, Washington colocó directamente al mando del servicio alemán de inteligencia nada menos que a Reinhard Gehlen, un alto funcionario de la inteligencia nazi conocido por sus métodos de tortura, entre los que está dejar morir de inanición a unos cuatro millones de prisioneros soviéticos. Como él, varios miles de altos jerarcas nazis fueron reintegrados por Estados Unidos al nuevo proyecto anticomunista.
Tras las turbulentas declaraciones de Andreotti desvelando el caso en plenos prolegómenos de la Guerra del Golfo, sólo tres países crearon comités de investigación: Italia, Suiza y Bélgica.
Los belgas descubrieron que su red “stay-behind” estaba compuesta por un organismo de inteligencia (Stc/Mob) dependiente del Ministerio de Defensa, y por una rama militar (Sdra 8). Los crímenes más notables perpetrados por estas unidades fueron las matanzas de Brabante, que tuvieron lugar entre 1983 y 1985, dejando 28 muertos y numerosos heridos. Estas matanzas consistieron en una serie de robos sangrientos a comercios y supermercados, mayoritariamente, en los que grupos entrenados con tácticas militares disparaban sin criterio a civiles en el transcurso de asaltos por cantidades insignificantes de dinero. Varios comités de investigación acabaron apuntando a los servicios secretos belgas. Sin embargo, la negativa, tanto de éstos como de la Cia y el MI6, a revelar la lista de sus agentes secretos para ser interrogados imposibilitó la resolución definitiva del caso.
En 1997 dos miembros de organizaciones de ultraderecha asociadas al Gladio belga reconocieron la implicación de los servicios secretos en estos crímenes. “Ejecutamos las órdenes y enviamos nuestros informes: horarios de apertura y cierre, toda la información que usted pudiera pedir sobre un supermercado. ¿Con qué objetivo? Sólo era una misión entre cientos de otras. Algo que había que hacer. El uso que iban a darle a aquello es el gran interrogante”, dijo uno de ellos.
RETAGUARDIAS IBÉRICAS. Portugal y España, con sus respectivas dictaduras (Salazar y Franco), funcionaban como escondite de miembros de la red europea, así como lugar de formación y entrenamiento. La red portuguesa, denominada Aginter Press, se dedicó fundamentalmente a asesinar a figuras de los movimientos de independencia en las colonias. Su líder, el experto terrorista de ultraderecha Gerain-Serac, se refugió en España al abrigo del franquismo tras la Revolución de los Claveles, y luego de la muerte de Franco emigró a Chile para colaborar con la dictadura de Augusto Pinochet eliminando opositores. “En la primera fase de nuestra actividad política –dijo en su momento– tenemos que sembrar el caos en todas las estructuras del régimen (…). Dos formas de terrorismo permiten obtener ese tipo de resultado: el terrorismo ciego (a través de atentados contra gran número de civiles), y el terrorismo selectivo (a través de la eliminación de personalidades seleccionadas) (…). Esos ataques contra el Estado deben presentarse, siempre que sea posible, como actividades comunistas.”
España, por su parte, supuso el principal refugio para los asesinos más importantes del Gladio, como Stephano delle Chiae, fundador de la Liga Mundial Anticomunista, quien perpetró toda clase de atentados y asesinatos tanto en la red Gladio por Europa como posteriormente en el marco del Plan Cóndor en Latinoamérica. A cambio de la protección que les brindaba el régimen franquista, estos criminales colaboraban eliminando a miembros de la resistencia antifranquista. El ministro de Defensa del gobierno español de Calvo-Sotelo, Alberto Oliart, llegó a reconocer que en la dictadura de Franco “Gladio era el gobierno”.
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