En varios países del Cono Sur se realizarán –en un lapso relativamente breve– elecciones muy importantes. Sobre todas ellas pesa la sombra de la muerte dramática de Hugo Chávez y la incertidumbre respecto al curso posterior del proceso bolivariano, que crea la difícil situación económica en que se encuentra el gobierno de Nicolás Maduro, socio de todos esos países en el Mercosur y la Unasur.
Si tuviésemos que resumir al máximo el análisis, se podría decir que en Bolivia, Brasil, Uruguay y Argentina los futuros gobiernos estarán en una situación más difícil que en el pasado y entrarán en un periodo de turbulencias, y que sólo Chile estará mejor, ya que es casi segura la derrota de la derecha en la sucesión del gobierno desastroso y conflictivo de Sebastián Piñera.
En primer lugar, los que por profesión o masoquismo intelectual se dedican a echar incienso a los gobiernos “progresistas”, sólo ven cuando hay que encontrar excusa a una mala noticia nacional, debe ser considerado, en cambio, como un factor fundamental para el análisis de las perspectivas. Me refiero al curso probable de la economía mundial, del cual ellos prescinden en sus proyecciones como si sus respectivos países estuviesen situados en Marte y no en este atribulado planeta en crisis económica política, social y ecológica.
Ahora bien, la levísima recuperación de la economía estadunidense tiene bases muy frágiles, y el único sector al que realmente le va bien es el financiero, precisamente el causante de la crisis. Por su parte, las economías china y la de India, cada vez más importantes para Venezuela, Brasil y Argentina, tienen ahora un crecimiento inferior al de hace unos años (China crece cerca de 6 por ciento, contra el 8 considerado mínimo para evitar graves conflictos sociales, y muy lejos del 10 de hace un lustro). Por consiguiente, las cuantiosas inversiones, sobre todo chinas, y las compras masivas de bienes primarios, si bien no pueden disminuir demasiado, dado el tamaño que han logrado esas economías, de todos modos podrían estancarse o incluso disminuir. La recesión europea, al mismo tiempo, perdurará y se agravará en el periodo próximo y Estados Unidos está sustituyendo el petróleo que importa con el que extrae de los exquistos bituminosos, lo que disminuye, tendencialmente, su dependencia de Venezuela (y también tendencialmente hace temer por los excedentes venezolanos de la venta de petróleo que han servido para sostener el Alba, Petrocaribe y los planes en Unasur). En cuanto a Caracas, estamos en la hora del ahorro y del reordenamiento de una economía que gasta más de lo que obtiene vendiendo su petróleo, tiene deudas que hay que pagar y deberá recurrir a la racionalización económica, si no al racionamiento de muchos productos de consumo esencial que deben ser pagados en divisas cada vez más escasas.
En segundo lugar, la “luna de miel” de gobiernos como el argentino o el boliviano con las mayorías dejó el paso a un “casamiento de interés”, o sea, al apoyo a gobernantes que empiezan a aparecer no como salvadores, sino como los menos peores. No hay duda de que el kirchnerismo ganará las elecciones parlamentarias de octubre próximo y muy probablemente mantendrá su mayoría en ambas cámaras, pero 54 por ciento de los votos que obtuvo Cristina Fernández posiblemente se reducirá a 35 o 40 por ciento, lo que convertirá al kirchnerismo en la primera minoría, agravando sus tensiones internas, con vistas a las presidenciales de 2015.
Igualmente, la sucesión de José Pepe Mujica –casi seguramente por un segundo mandato de Tabaré Vázquez– marcará una oscilación hacia la derecha en el Frente Amplio y en el país, y agravará la posibilidad de nuevos conflictos con Argentina y de acercamientos a Estados Unidos.
En Bolivia, por su parte, Evo Morales sin duda reafirmará su mayoría con el apoyo de los campesinos, pero en las ciudades –con el Movimiento Sin Miedo y la Central Obrera Boliviana y su partido de los trabajadores– tendrá una oposición de izquierda, y ya no una de derecha, porque la misma está hecha trizas. Los conflictos sociales y ecológicos estarán a la orden del día y Bolivia agravará su dependencia de los mercados brasileño y argentino, y de la exportación de gas y minerales para la industria ajena.
En Chile, en cambio, la candidatura de Michelle Bachelet, que cuenta con el apoyo del Partido Comunista, probablemente, si la futura presidenta cumple sus promesas sobre la educación estatal, gratuita y laica, canalizará hacia el aparato estatal parte de la protesta social urbana y rural, lo cual dará relativa paz y oxígeno político al gobierno reformista y tibio de Bachelet, pero habrá que ver qué cambios se producen en la política exterior de Chile y si el país se acercará al Mercosur y reforzará la Unasur o mantendrá su alianza privilegiada del Pacífico con Perú, Colombia, México (y Estados Unidos). La piedra de toque será próximamente la posición chilena ante el conflicto marítimo con Perú y ante la reivindicación boliviana de su salida al mar.
En todos los partidos y grupos que apoyan a los gobiernos del Cono Sur se están tejiendo y retejiendo a toda máquina alianzas externas e internas, pues también estarán en juego gubernaturas, diputaciones, bancas de senador y alcaldías, o sea, poderes locales.
En todas partes las oposiciones, como en Argentina, son muy heterogéneas y están muy desunidas como para presentar en las urnas una alternativa creíble. Por ese motivo recurrirán cada vez más brutalmente a su poder de facto, a los medios de información, que funcionan como partidos de opinión, y a las palancas económicas que dominan en el campo financiero o de la exportación. En resumen: dada la falta de una alternativa de izquierda, la lucha en el establishment será aún más dura en este periodo de “vacas flacas”.
Brasil y su duda: ¿cómo votará la nueva clase media?
Por Eric Nepomuceno
En Brasil se dice que Luiz Inacio Lula da Silva anda comentando con amigos que está un tanto arrepentido por haber adelantado la campaña política para las elecciones que, en octubre de 2014, decidirán si Dilma Rousseff permanece en la presidencia o si es sucedida por algún opositor.
En Brasil –bueno: en realidad, en todas partes– se rumora mucho sobre lo que dicen que andan comentando los políticos. Pero la verdad es que hay una cierta lógica en lo que se rumorea. El ambiente está tenso, y ya empiezan a ser trazadas las estrategias con la mirada puesta en 2014, principalmente en la oposición.
Acorde a la legislación electoral, la campaña empieza en julio del año que viene, tres meses antes de las elecciones. ¿Por qué Lula se anticipó un año y medio? Para terminar con otro rumor, que decía que él sería el candidato del Partido de los Trabajadores, el PT. Frente al riesgo de que tal rumor debilitara al gobierno de Dilma Rousseff, Lula da Silva quiso aclarar el escenario.
Resulta difícil imaginar que con su habilidad y, principalmente, intuición, Lula no haya sopesado los riesgos. Quizá por esa experiencia acumulada en décadas del quehacer político siga aparentando tranquilidad frente a la tensión que impera entre los partidos de la esdrújula y muy desigual alianza de gobierno, de un lado, y la presidenta de otro.
Tampoco aparenta inquietud por la contundencia del postulante del Partido de la Social Democracia Brasileña, el mismo PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, el senador Aécio Neves, único hasta ahora declaradamente candidato.
Neves parece dispuesto a realizar lo que el sociólogo y ex presidente Cardoso viene defendiendo desde hace tiempo, hasta ahora en vano: entender que su PSDB no tiene cómo disputar con el PT el electorado más pobre. Sus propuestas son mejor digeridas y defendidas por las clases medias. Son su mejor platea. Cualquier intento de conquistar el voto de los pobres resultará inútil.
Ahora bien: a lo largo de los últimos 10 años Brasil experimentó una extraordinaria ola de inclusión social. Alrededor de 50 millones de brasileños ingresaron en la clase media. Es verdad que integran la llamada ‘clase C’, o sea, la baja clase media, el último peldaño. Pero ya no se sienten pobres. Tienen otras demandas, otras exigencias y expectativas.
Son el resultado de un intenso programa social llevado a cabo por el PT, primero con Lula y ahora con Dilma. Los estrategas del PSDB pretenden lanzarse a un juego tan osado como arriesgado: dejar claro, a la clase C, que el PT es perfectamente capaz de solucionar los grandes dramas sociales del país, pero muy poco capaz de dar los pasos siguientes.
Es decir: incapaz de asegurar crecimiento económico y desarrollo, neutralizar el dragón de la inflación, garantizar las conquistas alcanzadas por esos mismos millones de brasileños. El PT es bueno para emergencias, pero malo para asegurar lo conquistado.
El liberal PSDB tiene a su favor la estabilidad monetaria alcanzada en 1994: fulminó el fantasma de la hiperinflación y llevó a Fernando Henrique Cardoso a la presidencia por dos veces consecutivas. Pretende mostrar ahora que tiene mejor capacidad de gestión que el PT, y que está mejor habilitado para retomar el crecimiento de la economía, mantener y ampliar la oferta de empleos y proyectar el futuro con bases sólidas.
Es una apuesta de altísimo riesgo. La popularidad de Dilma Rousseff sigue por encima de 60 por ciento de la población, acorde a las encuestas más recientes. Lula continúa siendo un formidable transferidor de popularidad. El carisma que falta en Dilma sobra en Lula.
La estrategia de Dilma pasa por varios puntos. Todo dependerá, en buena medida, de la economía. Este año hay consenso: el crecimiento será pequeño, inferior al 3.5 por ciento del PIB inicialmente proyectado. Y la inflación podrá, una vez más, situarse alrededor de 6 por ciento anual.
No es el mejor cuadro. Crecimiento flojo e inflación fuerte son el plato favorito de la oposición. Por esa razón Dilma dio un giro fuerte en su política económica: decidió dar combate abierto contra la inflación y esperar que la retoma de la economía empiece a ganar impulso a partir del cuarto trimestre del año, avanzando con fuerza en 2014, el año clave.
El PSDB parece dispuesto a apostar todas sus fichas en un escenario que sea el inverso del previsto por Dilma y el PT.
Queda, entonces, la gran duda: ¿cómo reaccionará la nueva clase media? ¿Esos 50 millones de brasileños defenderán el proyecto que los sacó de la pobreza, o defenderán los intereses de los que siempre les pidieron que esperasen un poquito más porque su hora ya llegaría?
Bueno, su hora ya llegó, ¿y ahora, qué?
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