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A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad”

A la caza del aliado o la muerte de la “nueva masculinidad”

Hoy criticamos el concepto de “nuevas masculinidades”. Y para ello, dejadme que juegue a dos bandas: la de hater y la de comprensivo.

 

Pensar la masculinidad siempre tiene algo de incómodo, algo de apasionante y algo de arriesgado. Sobre todo, si se hace desde un cuerpo que ha integrado ese amasijo que es el género masculino. Es incómodo porque implica reconocer posiciones de ventaja y que, aunque suframos (y claro que lo hacemos), la nuestra es la posición social de dominación.

Es también apasionante porque desmontar las capas de cebolla de la masculinidad abre a lo diverso, a relajarse y a sentirse menos atado. Abre un mundo de posibilidades. Pero también es arriesgado, porque es fácil pensar que cuestionando algunos de los elementos que nos atraviesan estamos automáticamente “más allá” del machismo, somos “nuevos hombres” y nos olvidamos de que la dominación masculina no puede romperse mediante hombres que individualmente se sienten más libres y mejores persona.

Me gustaría abrir este genial espacio que se crea en El Salto reflexionando sobre uno de los ámbitos más mencionados, más ironizados y más cuestionables de la reflexión sobre la masculinidad. Para empezar con buen pie y las cosas claras. Hoy criticamos el concepto de “nuevas masculinidades”. Y para ello, dejadme que juegue a dos bandas: la de hater y la de comprensivo.

Lo “nuevo” de las nuevas masculinidades

Momento hater: decía que pensar las masculinidades es arriesgado por la facilidad que tenemos para confundir cambios individuales con cambios estructurales. Y con el tema de las nuevas masculinidades pasa algo parecido. Evidentemente, repensar privilegios y decidir meternos en el camino del compromiso y la responsabilidad es genial. Pero cuando la cosa se vuelve moda, se complica. Hablando en plata: se lleva hablando de las “nuevas” masculinidades desde hace más de treinta años. Y si de algo ha servido el tiempo es para enseñarnos algo que, cuando se habla de “nuevas” masculinidades, el adjetivo es certero, pero no adecuado. Me explico.

Es certero para referirse al hecho de que la masculinidad cambia, es mutable y ni de lejos hoy en día la masculinidad hegemónica (aquella que tiene el liderazgo cultural) es la misma que hace veinte años. Son nuevas masculinidades en el sentido de que la forma de expresarse estética, laboral o socialmente, es novedosa. Entonces, el adjetivo nuevo hace referencia simplemente a que es distinto a lo anterior, pero no implica, per sé, una mejora.

Pensar que nuevo es sinónimo de mejor implica una idea del progreso que ya ha sido desmontada muchas veces. La política no entiende de historia y así como el fascismo puede volver (y de hecho, lo está haciendo), las “nuevas” masculinidades pueden no ser mejores que las anteriores. De hecho, esa novedad podría ser la forma que tiene el orden patriarcal de incluir ciertas demandas de igualdad, pero sin trastocar en lo fundamental el reparto desigual de género. Serían nuevas en el sentido de adaptadas.

De hecho, ya en el 2014, Tristan Bridges y Cheri J. Pascoe hablaban de las masculinidades híbridas, formas de masculinidad que, por un lado cuestionan algunos elementos de la masculinidad hegemónica y, por otro, refuerzan la jerarquía de dominación de géneros. Son hombres que incluyen selectivamente elementos que anteriormente pertenecían a feminidades o a masculinidades subalternas (recursos estéticos como pintarse las uñas, preocupación emocional, interés en comunicación no violenta, sensibilidad, etc.) pero que no cuestionan el orden último de la jerarquía de género.

Gran parte de las críticas a las “nuevas masculinidades” viene por aquí, a que son más bien híbridas: dominantes pero blanditas. Los softboys. Y eso, queridos amigos, aunque lo podamos vivir como un gran cambio respecto a lo éramos antes, no termina de romper las dinámicas de desigualdad. También porque erramos en las formas y dedicamos mucho tiempo a la lucha individual.

Un proyecto individual

Este modelo de hombres “nuevos”, más atentos a las emociones, más blanditos y respetuosos, alternativos, de formas menos agresivas al expresarnos corporal y verbalmente, me chirría. No sólo por lo que decía al principio, de que es muy fácil pensarnos que así ya estamos “más allá” del machismo. Sino también porque parecemos no entender que el cambio de género no es una cuestión meramente individual.

El género es colectivo, son sistemas de relaciones sociales. Son símbolos, discursos, formas institucionales de funcionar. No sólo son formas individuales de expresar el género. Es mucho más. Perder de vista lo colectivo, lo social, del género es pensar que un cuerpo individualmente puede romper con el orden de género cuando no es así.

Ya lo decía Connell en su genial libro Masculinidades (Universidad Nacional Autónoma México, 2003): “El riesgo político de un proyecto individualizado de reforma de la masculinidad es que al final ayudará a modernizar el patriarcado en lugar de abolirlo”. Dar salidas individuales a problemas colectivos nunca fue solución. Lo digo siempre que comienzo un nuevo grupo de hombres: mi objetivo no es que en Barcelona haya seis hombres menos machistas. Y creo que la trampa del cambio moral individual es que nos mantiene en el mercado de revalorización individual.

Las masculinidades híbridas son posibles porque los discursos de género están cambiando y es posible incluir nuevos elementos. Pero aunque cambie, mantiene la misma lógica. Sigue siendo una competición donde los ganadores, los que poseemos el mayor capital de género, dominamos el partido. Ahora, la dominación ya no la realizan los hombres duros, insensibles, poco comunicativos (bueno, esa masculinidad sigue cotizando en algunos sectores, pero no en el mainstream), sino que la cúspide la ocupamos hombres emprendedores, dinámicos, sonrientes, estilizados, amables, sensibles.

La trampa del cambio individual es que sigue siendo la lógica de hombres queriendo ser mejores para cotizar individualmente en un mercado cambiante. La norma es adaptarse al mercado, pero intentando no cambiar tanto como para ser un perdedor.

¡A por el aliado!

Ahora bien, también necesitamos un momento comprensivo. Evidentemente, el cambio en los hombres es una buena noticia. Es genial que nos cuestionemos, de hecho, es vital que lo hagamos. Por ello, ¿es positiva tanta mofa contra las “nuevas masculinidades”?

No se me malinterprete. Estoy absolutamente de acuerdo con machacar a esos hombres que utilizan a su favor el feminismo y los nuevos modelos de masculinidad para hacerse un huequito de éxito o para mantener privilegios de otra clase (ligar más, resultar más atractivos, más aceptación social, etc.). Ahora bien, veo en redes una energía enorme y una cantidad desorbitada de horas dedicadas a reírse de estos hombres a través de memes y chistes. ¿Merece la pena?

Entiendo la gracia y, de verdad, algunos son muy graciosos, pero me preocupan algunas cosas de este escepticismo automático:

Primero, caemos mucho en un esencialismo del machismo. La sospecha a priori contra cualquier compromiso masculino hace que no parezca que haya salida a los comportamientos machistas y, si los hubiese, sólo esconden más comportamientos machistas. Casi un pecado original del que es imposible librarse.

Segundo, si todo es machista es fácil caer en lo que decía la genial Laura Macaya en el podcast de Clara Serra cuando hablaba de que no podemos denominar a todo violencia: perdemos la capacidad de distinguir matices, formas y modos, y confundimos estrategias y rigurosidad.

Tercero, esta lógica de ridiculización del aliado opera reafirmando al machista de siempre que se suma en la mofa contra los hombres que se alinean con el feminismo.

Y cuarto, es un debatazo el de la deseabilidad del cambio. ¿Cómo va a intentar un profesor meterle al discurso de la masculinidad no violenta a su alumno cuando esa masculinidad aliada es ridiculizada socialmente? ¿No es más útil defender que un cambio en los hombres es deseable y aunque sea todo un reto, el cambio es positivo?

Encontrarse con un escepticismo de primeras muchas veces desmotiva, quema y hace más difícil todo. Evidentemente, hay que tener tolerancia cero con los casos de lavado de cara. Las “nuevas masculinidades” como blanqueo del machismo merecen todo el rechazo.

Pero creo que debemos tener también tolerancia al fallo. Veo constantemente hombres que intentan cambiar y no saben cómo o hacia dónde. Evidentemente, en este lodazal, nos tropezaremos inevitablemente (un comentario indebido, hablar de más, actuar de menos, etc.). En estos casos hay que tener cuidado con ser intransigentes al error. Evitemos ver aquí una dicotomía moralista donde el fallo demuestra la verdadera identidad machista.

No se trata de no tener errores, sino de ver qué hacemos con esos errores. Tenemos que pensar que el cambio es complicado y que los fallos forman parte del proceso. Tenemos que ser responsables de ellos, integrarlos y hacerlo mejor la próxima vez. Ni caer en una autocomplacencia comodona (“estoy roto, esto no puede cambiarse”) ni en una autoexigencia culpabilizante (“soy lo peor”).

Esto no va de fórmulas individuales de bondad moral. Ser mejor persona individualmente está genial como proyecto ético, pero no es un proyecto político. Le decía a mi colega Guada hace poco, “¿Nuevas masculinidades? Somos más bien viejas masculinidades repensándonos”. Y seguimos tan en el barro como el resto. En vez de salir individualmente, intentemos drenar el lodazal.

Por ionel S. Delgado

@Lio_Delg

15 nov 2020 07:00

Información adicional

Masculinidades
Autor/a: ionel S. Delgado
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Fuente: El Salto

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