“No es un chiste”, ¿o sí?

Un meme: una foto en blanco y negro; una silueta borrosa de un coche suspendido por un instante en el aire a la altura de lo que parece el quinto piso (unos 20 metros); debajo una raya roja con una leyenda: “Límites del humor”; arriba una flecha dirigida al carro y un escrito: “Yo”. Una amiga vasca que lo manda dice: “Ya sabes, esa soy yo”. Un chiste dentro del chiste.

El carro es desde luego aquel Dodge 3700 GT del almirante Luis Carrero Blanco, el jefe del gobierno español franquista, que aunque pesa casi dos toneladas volará por encima del techo de la casa vecina y tras varias acrobacias acabará en un balcón de su patio interno. La foto es tomada en Madrid el 20 de diciembre de 1973 a las 9:27 horas cuando su ocupante, la segunda más importante figura del régimen fascista de Francisco Franco después del propio Generalísimo, queda asesinado por la ETA –un atentado que precipitará la caída del régimen– mediante la colocación de una potente carga explosiva en un túnel debajo de la calle en su ruta diaria desde la iglesia hacia el palacio de gobierno.

“La religión –aparentemente– sí mata.” Perdonen –o igual y no– el chiste.

Según otro amigo, la misma tarde en un bar en Bilbao aparece un cartelito: “Tome vino tinto, que el blanco está por los cielos”. La caja con chistes queda abierta. El genio del (¿post?)humor se sale de la botella y ya será imposible volver a meterlo allí (aunque algunos lo internarán): “Película: A tres metros sobre el cielo. Producción: ETA films. Director: Argala. Protagonista: Carrero Blanco. Género: carrera espacial”; “Kissinger le regaló a Carrero Blanco un trozo de la luna, ETA le pagó el viaje a ella”; “ETA impulsó una política contra los coches oficiales combinada con un programa espacial”; “‘De todos mis ascensos, el último fue el más rápido’, Carrero Blanco”. O más memes: “Me voy a subir esta foto a la nube” (Carrero Blanco en una ventana de su coche con celular en la mano); “Feliz Navidad” (los renos tirando al Dodge adornado con la gorra de Papá Noel); “Hostia, Carrero Blanco…” (sobrepuesto a una tira cómica de Spiderman observando un coche volador); “Arriba España” (en una imagen de su coche volando) y un largo etcétera. Seguido alguien trolea a la Wikipedia y le pone “astronauta” como ocupación.

Por los tres primeros chistes en marzo de 2017 Cassandra Vega, una tuitera de 21 años, fue condenada por la Audiencia Nacional, el tribunal del Estado Español, a un año de prisión. Aunque la sentencia fue revocada, ya que “pese a que los tuits eran reprochables social e incluso moralmente en cuanto se mofaban de una grave tragedia humana (¡sic!), la sanción era desproporcionada” y Cassandra nunca pisó la cárcel, todo el affaire desnudó al menos dos procesos en curso: 1) la hegemonía del relato franquista de la historia y del pasado traumático en España; 2) la creciente judialización de la historia (a punto de considerar delito ciertas formas del humor).

El hecho de que el fallo original apelara a los artículos sobre el terrorismo referentes al “descrédito, menosprecio o humillación de sus víctimas”, tratando a Carrero Blanco como una persona privada cuya “grave tragedia humana” no debería ser mofada y no un pilar de un sangriento régimen fascista (1939-78) –¡por cada asesinato de Mussolini, Franco en el marco de su represión de carácter genocida y una “solución al problema nacional”, cometió 10 mil!– es muestra de ambos. Lo explican sólo los escasos avances en materia de verdad, justicia y reparación (120 mil de víctimas del franquismo yacen aún en fosas comunes no identificadas…) y la impunidad de los verdugos, garantizada por décadas por diferentes gobiernos, mundo mediático y judicial, todo a lo que los recientes esfuerzos del gobierno de Sánchez (“memoria democrática”), a pesar de ciertos logros, han sido incapaces de enfrentarse.

Mientras en Alemania –país que más quizás avanzó en materia de “trabajar” el pasado– elogiar a Hitler o al nazismo es delito –lo mismo pasa con Mussolini y el fascismo en Italia–, en España el negacionismo y la apología del franquismo son institucionalizadas. Sin ir más lejos: la fundación Francisco Franco, que glorifica la figura del dictador, se financia con dinero público.

Mientras en Alemania los alegatos como los de Alternative für Deutschland (AfD) que asegura que “respecto a la historia los alemanes no tenemos nada de que avergonzarnos” –algo que en sí mismo parece un (mal) chiste o una de estas ocasiones cuando, como diría un clásico, “uno perdió la chance de quedarse callado”–, están relegados a los márgenes e indefendibles, en España –no sólo en los márgenes de Vox– reina el “orgullo” y la calificación de los que participaron en la lucha en contra de la dictadura y sus funcionarios como “terroristas”, junto aparentemente con los que bromean de ellos, como si en Alemania quedaría prohibido hacer chistes de Hitler o de Reinhard Heydrich o Franz Kutschera (para buscar ejemplos parecidos a los de Carrero Blanco).

Cuando Franco designó al Juan Carlos I el jefe del Estado y de las fuerzas armadas, éste, junto con la protección a las figuras del establishment fascista y el pacto del silencio respecto a la historia, extendió también el velo de la prohibición del humor. El hecho de que uno no pueda bromear del rey –o pueda, pero con riesgos (“las injurias a la corona”)– es fruto de las mismas prohibiciones. Eso sí, no es un chiste.

Información adicional

Autor/a: Maciek Wisniewski
País: España
Región: Europa
Fuente: La Jornada

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