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“No hay término medio, ¡venimos a derogar el Decreto 883!”

“No hay término medio, ¡venimos a derogar el Decreto 883!”

Los rumores se intensifican de cuanto en cuento. Son las 9:20 pm del domingo 13 de octubre, y en el Ágora de la Casa de la Cultura se encuentran indígenas de diferentes comunidades, en su mayoría mujeres, pendientes de una pantalla ya que en unos momentos serán testigas y guardianes del esperado y postergado encuentro entre el gobierno de Lenín Moreno y las dirigencias indígenas del la Conaie (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Feine (Consejo de Pueblos y Organizaciones indígenas evangélicos del Ecuador) y Fenocin (Confederación nacional de organizaciones campesinas indígenas y negras), la que se escenifica luego de la fallida reunión de las 3 de la tarde y que finalmente inició a las 5:48. Entre todas las presentes reina mucha expectativa, mucha desconfianza; conocen las tácticas del poder…

Aún está fresco el recuerdo del engaño del día 11, cuando fueron convocados a una reunión en la Asamblea Nacional de Ecuador. Mientras inicia la transmisión, que lleva dos horas de atraso, un testigo en primera persona, un quiteño de 30 años y que tiene una improvisada máscara hecha con una camiseta verde y una capucha, sus ojos irritados pues lleva tres días de mal dormir en la Casa de la Cultura junto con los indígenas, apoyando la protesta y sumando a la resistencia, relata y repite con insistencia, “¡fue ¡indignante!!, lo que pasó fue indignante, hay que hacer algo, hubo mucha gente herida, creo que hasta muertos”*.

Mientras la gente se agolpa alrededor de nuestro testigo, él continúa con su relato. “En las inmediaciones de la Asamblea nos emboscaron, nos llamaron a un diálogo para negociar, a la Asamblea ingresaron 50 mujeres, indígenas y mestizas. En eso, llegaron helicópteros con policías y municiones, nos engañaron con que vamos a dialogar y encendieron una bomba del lado de ellos, para simular que nosotros la habíamos arrojado. Nosotros íbamos en paz, con las manos arriba… empezaron a lanzar una cantidad tremenda de bombas, esa es la traición al pueblo, la mentira. Reaccionemos todos, este país es de todos”.

Entre voces de rabia y rechazo a lo sucedido, un brigadista de salud, con su tradicional bata blanca, repara en la censura sufrida por gran cantidad de medios de comunicación –emisoras en su inmensa mayoría–, pero también autocensurados y que no transmitieron nada de lo que estaba ocurriendo, lo único que se escucha en la radio, enfatiza, es música y en la televisión pasan películas viejas. Nadie dice ni sabe nada a través de esos canales, y cuando lo dicen es para desinformar, reina el desconcierto. Otra voz, esta vez de una joven universitaria, aclara que en redes sociales influencers, generadores de opinión, buscan desprestigiar constantemente las movilizaciones, con la misma táctica de siempre “lo que pierde el país con el paro”, enfatizando en daños de los bienes públicos y privados, interrumpiendo la transmisión cuando los entrevistados no son funcionales a su libreto.

Entretanto, en el parque el Árbolito, contiguo a la Casa de la Cultura, una mujer indígena menuda, joven, confronta a los mestizos y a la población en general que se acercan al recinto a dejar medicamentos, comida, cobijas, ropa. Su voz se quiebra y con lágrimas en los ojos reclama a los presentes: “Gracias por lo que dan pero no necesitamos más cosas, no estamos pidiendo limosna. Tenemos amontonada la comida, porque la gente viene y deja la comida para sentirse bien. Hablen con sus familias, nosotros dejamos nuestros terrenos, nuestros animales, nuestros hijos, (mientras) ustedes duermen bien, acá no se puede ni siquiera dormir, hubo días en que nos gasearon hasta las 3 de la mañana. Hagan conciencia, vayan golpeando de puerta en puerta y cuenten lo que está pasando, estábamos con las manos vacías, sin armas, dando de amamantar a nuestros hijos, hasta les dimos comida a los policías y nos atacaron. Luego el gobierno dice: ‘dejen la violencia’, ¿de dónde viene la violencia? Toda la vida el indio ha sido pisoteado ¿va a seguir siendo pisoteado, hermanos? Y acá los vecinos no se organizan, están en la ciudad y no se organizan, ¿acaso somos el ejército de ustedes? !No! Organicen la gente, esto no lo podemos hacer solos”.

Este llamado desesperado y común entre los indígenas parece encontrar aliados en amplios sectores de la sociedad quiteña y de otras ciudades del país. El movimiento indígena es el principal protagonista de la protesta y el paro nacional. La sorpresa provino de sectores sociales urbano, marginales, muchos de ellos muy jóvenes, que se sumaron de forma decidida a la lucha, estudiantes universitarios, voluntarios en salud y otros. Así fue como fracasó la estrategia de confrontar a los urbanos contra los rurales, mestizos contra indígenas.

El silencio es total, inicia la transmisión en directo, que no es dádiva gubernamental sino exigencia de la Conaie, para que así todo el país participe de una negociación a puerta abierta entre los ricos y el pueblo; para que toda la gente levantada por el país –en El Napo, El Oro, Santo Domingo de los Colorados, Otavalo, Ambato, Riobamba, Cuenca…– se sienta partícipe de la negociación, para que la rechace en caso de no lograrse en ella el propósito inmediato de la misma: la derogación del Decreto 883.

La transmisión va pasando las distintas intervenciones de quienes están en la mesa de negociación. Una mujer con gesto de preocupación mira una y otra vez la pantalla, su rostro está curtido por el evidente trabajo en el campo, su color de piel es el mismo que el de la tierra, sus manos grandes y fuertes no se quedan quietas, escucha con atención, ante un comentario frunce el ceño y dice con una voz potente, “estamos aquí y vinimos aquí, para la derogación del decreto 883 del FMI”, alguien menciona que hay que negociar, que se puede buscar un “término medio”, a lo que replica evidentemente molesta, “no hay término medio, ¡venimos a derogar el Decreto 883!”.

Y como si la estuvieran escuchando, por la televisión se escucha una de las exigencias de la Conaie en la vocería de Leonidas Iza: la inmediata derogación del Decreto 883. De parte del gobierno se cruzan las miradas, pero la decisión la habían tomado desde antes de llegar al recinto –seguramente sondearon el ambiente social, y su misma incapacidad para contener la furia popular– y confirman la aceptación de la exigencia.

La explosión de alegría popular es inmediata y copa las calles de diversas ciudades, a la par que los voladores hacen sentir, como eco, ese sentimiento de triunfo, el que una vez más confirma que desatada la furia popular no hay gas, bala, tolete (el garrote que lleva la policía), que la contenga.

Y así fue. El martes 15 de octubre Lenín Moreno firma el decreto 884 por medio del cual se deroga el derrotado por el alzamiento indígena y popular ecuatoriano. Las tarifas del transporte urbano regresan al histórico 0,25 de dólar, y el galón de gasolina a 1,45 dólares.

Mientras tanto la negociación, para los detalles de otro conjunto de aspectos que trae el paquetazo del FMI, continúa en el predio de la Iglesia en la zona de Lumbisí, a 30 kilómetros de Quito.

 

* La represión a lo largo de estos días alcanzó niveles nunca antes vistos en Ecuador, especialmente el viernes 11, los ataques indiscriminados, la violencia física de las fuerzas del orden, desnudaron su esencia, obedecer y liquidar al contrario, desconociendo al otro como un igual. Las cifras de la Defensoría del Pueblo, del 3 al 13 días de octubre, son aterradoras: 8 personas fallecidas, 1.192 detenidas y 1.340 heridas. Ante ello, emana un interrogante también presente en todos los países donde han alzamientos sociales: ¿Qué hacer con la policía y el ejército, igual de violentos por doquier, verdaderos violadores de los derechos humanos, verdugos de la voluntad popular?

 


 

Guayaquil 14 de octubre de 2019

 

• Amaranta Pico

 

Anoche, en el centro de Guayaquil, después de seguir atentamente los diálogos de paz, nos reunimos algunos amigos y amigas con quienes compartimos calle, refugio, comunicación, acompañamiento y cuidado estos días. Nos embargaba una mezcla de sensaciones: alegría por la potencia radical de vida del movimiento indígena y los logros de esta inmensa jornada; dolor y rabia por los crímenes de Estado, los muertos, heridos, detenidos y desaparecidos; agotamiento extremo; inquietud por las engañosas jugadas políticas por parte del gobierno; nuevamente alegría por todo lo que develó esta crisis a muchos niveles y por las redes de solidaridad y conciencia política que fortaleció; gratitud con la gente valiente y luchadora de Quito; certeza de que se trata de un proceso largo y complejo; extrañeza, vacío…

De pronto, escuchamos sonidos provenientes de la avenida 9 de Octubre, que se extendieron por la calle Pichincha, y luego por Aguirre y Malecón. Era la multitud que se había lanzado a celebrar. Al bajar, nos dimos cuenta que se trataba de la población indígena de los distintos barrios de Guayaquil y Durán. No sólo era baile, canto y festejo, era también manifestación, “toma de la plaza”. Nos unimos a la extraordinaria caravana que avanzó con fuerza hasta la Gobernación y el Municipio.

Al caminar con todas esas personas que la ciudad intenta ocultar, que la ciudad no quiere ver… sentimos que presenciábamos y éramos parte de un hecho inédito, una respuesta eufórica sí, pero también un acontecimiento simbólico fundamental.

Por un altoparlante, exclamaban: “…esta calle 9 de Octubre, donde se nos tenía prohibida la entrada, ahora nos la tomamos, pacíficamente, somos runas, nosotros que sembramos la tierra ahora estamos aquí por primera vez, porque nosotros vivimos y trabajamos aquí, venimos del páramo y nuestros hijos han nacido aquí, también somos guayaquileños, ¡carajo! Hoy hemos vencido”.

Con nuestros cuerpos íbamos limpiando los espacios de violencia y miedo, los lugares en los que se exteriorizó la represión y confusión estos días. Pasamos por donde poco antes habíamos corrido escapando de las bombas lacrimógenas y todo el amedrentamiento policial y militar, por los sitios donde se expresó también la alevosía de la marcha racista convocada por el Partido Social Cristiano. Caminamos por la 9 de Octubre, pasamos por Boyacá, hasta el parque Centenario.

Creo que en Guayaquil, en esta ciudad que habito y quiero tanto, podemos más que nunca potenciar la escucha al otro, mirarnos en nuestra diversidad. Creo en las redes humanas comunitarias, en los tejidos colectivos que nos sostienen. Creo en el vínculo, en la memoria presente, en pulsar amor. Creo en la reafirmación de la vida.

Información adicional

Autor/a: Sofía Cevallos S.
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