En la actualidad, tanto para el sentido común como para la academia, es consenso referirse a la existencia de gobiernos de izquierda y de derecha. En nuestra consideración ese consenso tan generalizado entre los diversos dominios explicativos del sentido común y el buen sentido, resulta sospechoso, más tratándose de unos conceptos relacionados con lo más complejo de las relaciones humanas: las hipercomplejas relaciones del poder político.
Lo argumentado refleja diversidad de interpretaciones y significantes de interés, creencias y valores, los mismos que en términos científicos no resultan fáciles de operacionalizar, en tanto son unos conceptos cuya metamorfosis ha pasado por tres momentos en su resignificación, desde sus orígenes en el siglo XVIII en los prolegómenos de la Revolución Francesa, obliterado por el auge en el siglo XX del keynesianismo y la denominada “Guerra Fría entre capitalismo y comunismo” a partir del año 1945 y prolongada hasta el año 1990, para reemerger con el modelo neoliberal a fines del siglo XX e inicios del XXI con los gobiernos de carácter popular democrático de América Latina que toman cuerpo para entonces.
Interpretaciones y momentos que vale la pena considerar para evitar su uso anacrónico que, sabemos, resulta costoso para los intereses de las mayorías cuando se trata del manejo teórico y práctico del poder que gira alrededor de su hegemonía. En particular en una época de crisis civilizatoria, como la actual, dable para la mentira, la desinformación y engaño de la opinión pública por parte de quienes se resisten a formar parte del cuarto de San Alejo.
Es un devenir teórico y social que parte de una disposición espacial de clase y/o estamentos en el marco de las revoluciones liberales, a otro ideológico entre liberalismo y comunismo, es decir, entre propiedad privada o estatal y/o planeación estatal y libre acción de la mano invisible del mercado, para cerrar entre el ejercicio de la hegemonía de la razón populista de derecha o de izquierda1 en el marco del neoliberalismo y la implosión del socialismo real soviético.
Diestra y siniestra cortesana
El origen de los conceptos los encontramos en 1789 en los prolegómenos de la misma Revolución Francesa, en el escenario en donde se llevó a cabo la Asamblea extraordinaria de los llamados entonces Estados Generales por parte del rey francés Luis XVI, para darle salida a la crisis financiera (premoderna) del país.
Esos Estados eran la representación de los tres estamentos que componían la sociedad francesa: la nobleza o Primer Estado, el clero o Segundo Estado, y el pueblo llano –que incluía la burguesía entonces naciente– o Tercer Estado. En su disposición el clero, que estaba representado con un 25 por ciento de los asistentes, se sentó a la derecha del trono; la nobleza, con un 23 por ciento, se hizo a su izquierda, y el Tercer Estado compuesto por los burgueses y los sans-culottes (sin calzones) con el 50.1 por ciento, al frente. En ese orden podemos decir, que la definición se corresponde con una significación de tipo socio-espacial: la derecha ubicada a la diestra del Monarca, la izquierda a su siniestra y al centro los ambidiestros. Esa división se acabó convirtiendo en una división conceptual, distinguiendo a la derecha conservadora como los partidarios del poder establecido; a la izquierda, a los liberales y revolucionarios defensores de los cambios y las reformas, “Aunque la historia nos ha demostrado que esta división no siempre está muy clara”2.
Aunque obliterado el concepto después de la Revolución, en el siglo XIX podemos considerar que estaba subsumido en la definición acerca de las políticas de desarrollo a seguir por los Estados modernos de raíces liberales capitalistas, y socialistas reales; es decir, si se debía dejar su despliegue en manos de las leyes ciegas y deterministas del mercado o estar reguladas por el Estado y su razón.
Propósito desarrollista con raíces en los estados despóticos teocráticos premodernos, que tiene en Otto Von Bismarck (1871-1890, conocido como el modernizador de Alemania–, el arquetipo. El “Canciller de hierro”, como se le denominaba, fue defensor del Kaiser Guillermo I de Prusia coronado emperador del II Reich, nacionalista y enemigo confeso del socialismo, que consideraba clave al movimiento obrero y que para arrebatarlo a las ideas y partidos socialistas propone tres grandes reformas laborales: “en 1883, la creación del seguro de enfermedad; al año siguiente, la del seguro de accidentes; y en 1889, el que fue el primer sistema de pensiones de jubilación de la historia, que dotaba de una pensión a los trabajadores a partir de los 70 años”; seguros que se financiaban con la “aportación económica de los obreros, la patronal y el Estado”3.
Son las mismas reformas que posteriormente, a raíz de la crisis del capitalismo de los años treinta, se constituyen en fundamentales en los países capitalistas, al ser tenidas en cuenta en las ideas y propuestas keynesianas, y la política pública del New Deal (nuevo trato) del presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt (1933-1945). Reformas que no pasaron desapercibidas en la Revolución popular campesina mexicana (1910-1917) liderada por Emiliano Zapata y Francisco Villa. Cabe recordar que Bismarck, a pesar de sus credenciales conservadoras y ferviente lucha contra el socialismo, con la introducción de estas medidas fue tachado de “socialista” por los sectores más conservadores del Reich, al igual que le pasaría a Roosevelt en 1935, por aprobar la ley de Seguridad Social4.
Capitalismo y socialismo real
En medio de esas dos posturas encontramos, a mediados de los años veinte, al socialismo soviético con sus planes socioeconómicos quinquenales fundamentados en la Nueva Política Económica (NEP) propuesta por Lenin en 1921, que consistía en una economía mixta o combinada de elementos tanto del socialismo (eliminación de la propiedad privada), como del capitalismo (reconocer la propiedad privada), al permitir el regreso de los mercados y el pequeño comercio.
Estamos en este caso ante un énfasis en la planeación por parte del Estado que se constituye en el distintivo socioeconómico respecto a los demás países que apostaban su dinámica “al dejar hacer libre del mercado”, para quienes la pretensión de planificar la economía por parte de sus gobiernos se consideraba socialista y/o comunista. Entonces, ya no se hablaría de gobiernos de izquierdas y derechas, sino de capitalistas y comunistas.
Populismo de derecha y populismo de izquierda o neoliberalismo y neokynesianismo verde
Algunas décadas después, en los años setenta del siglo XX, con la crisis de capitalismo keynesiano, y en los años noventa con la implosión de la Unión Soviética y caída del muro de Berlín, van a resurgir los términos de gobiernos de derecha y de izquierda. Que, en el siglo XXI, con los triunfos electorales en Venezuela con Hugo Chávez (1999), Brasil con Ignacio Lula da Silva (2003), Bolivia con Evo Morales (2005), Ecuador con Rafel Correa (2006), Uruguay con José Mujica (2010), entre los más significativos, van a ser adjetivados con otro concepto: gobiernos populistas. Concepto posicionado y difundido por los grandes medios de comunicación, con una fuerte carga peyorativa y desobligante hacia las propuestas y planes de administración pública de los dignatarios elegidos, quienes colocan al centro de sus preocupaciones la alta desigualdad socio-economía que acusaba la mayoría de sus poblaciones. Desigualdad, por demás, debida a los efectos de las políticas neoliberales que se habían implementado a partir de los años setenta al trote de las dictaduras militares y/o estados autoritarios, que habían dado un giro de reingeniería en la administración pública por la vía de su tecnocratización.
Un giro que implica gestionar los asuntos públicos con las creencias, valores, estrategias y objetivos afines a la administración privada: ganancia, competencia, crecimiento, eficacia y eficiencia, privatización y desregulación de los bienes públicos, en contravía del logro del bienestar común, como se entendía hasta entonces el valor y objetivo fundamental de la gestión pública tanto de los sistemas capitalistas como socialistas reales. De ahí que si las administraciones gubernamentales no se correspondían ahora con los ideales, propósitos y objetivos neoliberales se les endilga de izquierda, acompañados, además, del mote “populistas”. Caracterización y significante difundidos con persistencia por parte de un diseño mediático que en todo momento pretende desacrediarlos.
Ahora bien, es evidente que tanto los gobiernos antes mencionados, como el recién elegido en Colombia de Gustavo Petro (2022), considerados de izquierda y populistas –que no como comunistas ni socialistas– retoman el objetivo de los Estados modernos republicanos de lograr el mayor bienestar común posible para sus gobernados, como lo rezan las Constituciones a las que se deben. De otro lado, nadie en sano juicio podrá decir que esas Constituciones son cartas normativas de corte comunista o socialista, o de izquierda y/o derecha, si es que tales perfiles políticos existen. O, acaso, por tener como objetivo el bien común las Constituciones de diversidad de países ¿son de izquierda? Interrogante del orden legal suficiente para poner entre paréntesis la existencia legítima y diferenciada de estos tipos de gobiernos –de izquierda y derecha–, tan mentados y consensuados en su uso entre el común y la misma academia.
Es así como lo que verificamos es que los mentados gobiernos de izquierda se corresponden con lo que en otros tiempos se denominaban democráticos liberales, y que ahora buscan concluir la modernización de sus países. Para cuyo efecto se apoyan en las recetas keynesianas que le dan papel protagónico al Estado, y regula la actividad y abusos en contra del bien común por parte de la acción privada y sus monopolios hoy financiarizados y que, a tono con la crisis ambiental, como lo declaraba uno de los ministros del gobierno: Colombia, potencia mundial de la vida, se trata de un keynesianismo verde.
Procomún colaborativo
Y si por gobierno de izquierda de corte socialista o comunista entendemos la realización de una Constitución y administración de relaciones humanas entre los hombres, mujeres y demás seres vivos en ella contemplada, es decir, de la realización del conatus de su utopía humanizante, requerimos entonces la consolidación de la nueva época civilizatoria del procomún colaborativo o Transmoderna, cuyos sistemas socioeconómicos se caractericen porque en ellos se de “menos mercado, menos Estado y más cogestión y autogestión comunitaria” en la producción, uso y disfrute de los factores energéticos limpios y comunicacionales en red que los sustentan.
1 Laclau, E. (2008). La razón populista. México: Fondo de Cultura Económica.
2 https://www.ideasimprescindibles.es/
3 https://www.lavanguardia
4 Ibídem.
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