Desde algún lugar de la imaginación*

La noche se encuentra cerca de dar paso al amanecer, justo ese momento en el cual la oscuridad es más profunda, los pensamientos son más acuciantes y la insoportable levedad del existir se experimenta con mayor rigor. En medio de todo eso, se enciende una pipa, sólo veo como el fuego centellea, mientras el humo invade mi habitación. Experimentó cierto miedo ante la incertidumbre de aquel momento, la chispa fue adquiriendo forma, la de un hombre robusto, un poco achacado por la vida, pero que con un pasó firme y calmado, se estaba acercando a donde me encontraba, no se veía su rostro, pensé que era por la oscuridad, pero al dar otro calada a su pipa, vi que este se encontraba cubierto por un pasamontañas.

Tuve la sensación de conocerlo, pero la memoria que es caprichosa, esconde los recuerdos detrás de esa expresión de tontos que ponemos frente aquellos que creemos conocer. La noche no pudo ocultar los gestos de mi rostro y la inquietud de mi mirada al intentar identificar a quien tenía al frente. Sin titubear, se presentó como el finado Marcos, evidentemente quedé en las mismas y mi interlocutor se percató de inmediato de ello, “ombe, que el Sub”, escucharle un “ombe” a un mexicano fue sumamente particular. 

Al tener tal invitado en mi cuarto, me emocioné tanto, que le ofrecí tomar un tinto, al ir a prepararlo me di cuenta ni siquiera tenía café en la casa.Así que, se sentó en una silla, fumó su pipa y con sus ojos me interrogó ¿y vos qué? Iba a responder con un simple bien, como lo haría cualquier persona, pero en medio de la complicidad de la noche, inicie a narrar tantas cosas. que ahora que lo pienso muchas de ellas no tuvieron coherencia, pero que ante lo absorto que me encontraba en mi monólogo, ni me percate en su momento. 

Como un intento que espero no sea en vano, intentaré reconstruir el momento y todo aquello que le dije. Lo primero que pregunté fue la razón por la cual Elías Contreras no le entregó la carta a la Magdalena, porque no me bastaba con saber que otros eran sus mundos y calendarios, eso no era razón suficiente para que el Elías, quien pese al hacer el firme propósito de tomar distancia y anteponer muchas razones para irse alejando, no pudo hacerlo, porque al verla olvidó cada uno de estos propósitos, al desbocarse sus corazones y sus ganas. El Sub me miraba fijamente mientras me escuchaba, fumó un poco y sin ninguna duda, dijo que él no sabía nada de Elías Contreras, que hace unos años había desaparecido en una misión, que no sabe si se perdió con la Magdalena para con su piel decirle aquello que las palabras callan, o fue desaparecido por el mal gobierno. 

Si bien no me convenció su respuesta, no quise seguir insistiendo en buscar otras soluciones a preguntas que no las tenían. Sólo puedo imaginar que, en la tormenta de la noche, sus cuerpos son una barca que los lleva a parajes desconocidos. Le conté al Sub que tenía una hija, que con el pasar de los días me recordó aquello que escribió sobre la SubComandanta Ramona y qué pese a que aún tiene sólo unos años, tengo la certeza, que ella es de esas personas que los dioses primeros hicieron grandes para que con su caminar dejará huella en la tierra. Al terminar de hablar, el Sub me dijo que, como profesionales de la esperanza, debíamos cultivar el árbol del amor que es viento que limpia y sana, por eso era necesario poner el cuerpo, el alma, el aliento y la vida misma en ese cultivo.

Yo le conté que hace poco había descubierto los pasos para sembrar abrazos, incluso me habían regalado unas semillas, pero eso de sembrar amores, sonaba a que era algo que ameritaba mucho más cuidado,

“Eso realmente no es de mucho complique” anunciaba con voz despreocupada, que el viejo Antonio le había dado una fórmula infalible para eso y que todo radicaba en la mirada, en la capacidad de mirar dentro del otro y ver lo que siente su corazón, pero que no basta sólo con eso, sino que se debe aprender a escuchar las diversas formas como habla el corazón, que no siempre lo hace con las palabras que nacen de los labios, sino que en muchas ocasiones lo hace con la piel, con la mirada, con los pasos y así como cuando uno siente que tiene algo importante por decir, dije emocionado “¡con los abrazos!”.

Al Sub le disgustó un poco que lo interrumpiera, nuevamente tomó su pipa y dejó que el disgusto se carburara, creo que fuma demasiado, aunque en medio de la selva, y la amenaza de que la calma de la noche sea interrumpida por un ataque del ejército, hace que cualquiera busque la forma de calmar las ansias, o eso creo yo. Para romper el silencio, le cuento que hice parte de una Casa Cultural, que cuando comenzamos, iba a ser un guayacán amarillo, pero como en muchas ocasiones las cosas no son como uno quiere, sino como la realidad las configura, se convirtió en un botón. Debo reconocer que aún me suena raro, en especial porque a veces no sé si es una flor que está por germinar, o un utensilio costurería para unir. 

Pero que esa rareza se volvió cotidiana, que incluso ha adquirido otros significados, que prácticamente si le preguntase a cada una de las integrantes del proceso, todas le van a decir algo distinto, porque todas lo vivimos a nuestra manera, pero que hemos intentando abrir un poco las orejas para escuchar aquello que tienen las personas por decirnos y que en muchas ocasiones hemos hecho eco de su voz, aunque no como quisiéramos, que por momentos anhelamos que todo caminara más rápido, a nuestro ritmo, pero que como los caracoles, es un transcurrir lento, a veces creo que la paciencia no me va a alcanzar, mientras que otras simplemente disfruto de ese momento. 

Ustedes no me lo van a creer, pero les puedo asegurar que en su capucha se dibujó una sonrisa, que esperaba pasarse un día por la Casa, o que nosotros nos pasáramos por Chiapas. Vemos la hora y ya pronto está por salir el sol, la conversa hizo que el tedio de la madrugada se disipara, optamos por salir a la calle para ver esas primeras luces del día que despuntan en la montaña, mientras la luz se acerca cada vez más dónde estamos, le digo que ahí donde me ve, mejor dicho que ahí donde nos ve, hemos aprendido a amar con berraquera porque hemos ido aprendiendo que el amor es la certeza de la vida y a ser personas sentidas, para que en nosotros se den cita una gran cantidad de afectos fuertes. El Sub Marcos sabe que esas no son mis palabras, sino las del Flaco Bateman, pero pesé a ello son sentidas como si fuesen propias, mientras se va alejando para retornar nuevamente su marcha a la Selva Lacandona, me dice un adiós sin palabras, que siempre será el adiós más artero. 

Me quedé allí esperando a que el sol se terminara de pronunciarse, para poder ir a comprar café y poder estar preparado para alguna de esas visitas inesperadas en la madrugada.  

* Este escrito inicialmente fue escrito en el año 2020 para una actividad en la Casa Cultural Botones que se encuentra en el municipio de Bello. Hoy lo retomo y le hago unas modificaciones como una manifestación del profundo cariño y apreció con la cual les llevo conmigo.

Información adicional

Autor/a: Jhon Trujillo Caro
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Fuente: Periódico desdeabajo Nº322, marzo 20 - abril 20 de 2025

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