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Todos se van

Todos se van

En frente de la intimidante presencia del juez Generoso se encuentra la pequeña Nieve, con su vestido blanco, dándole la espalda a los asistentes de la austera sala de justicia –¿Con quién te quieres quedar? le pregunta el juez a la niña, ¿Con tu padre? –ella gira la cabeza a la izquierda para verlo sobre el hombro mientras éste, con gesto de satisfacción, le pica el ojo izquierdo; –o ¿con tu madre?, continúa el Juez y Nieve vuelve a girar su mirada, esta vez a su derecha, y recibe de ella, su “mami”, una sonrisa nerviosa, fingida. Pasan los segundos pero Nieve no habla, de su delicada boca, cuyos labios parecen cocidos con aguja baquetera, no salió palabra que diera respuesta a su deseo, lo cual generó, inevitablemente, desconcierto en quienes nos encontramos en la sala de cine esperando lo que inocentemente creíamos era una respuesta sencilla; nada más lejos de la realidad del personaje de Nieve, quien momentos después del juicio nos aterrizó en su realidad al confesarnos desde las viejas páginas de su confidente amigo sin voz, que es la presencia de su padre Manuel lo que logró enmudecerla, como siempre lo hace. Pero ya es tarde, sus palabras, las únicas que la ayudan, resuenan en la oscura cueva del lobo, quien, vestido con piel de oveja, logró obtener la custodia de su hija gracias a la influencia de su jefe Armando.

 

En estas parafraseadas escenas que corresponde a Todos se van, la última producción del director cinematográfico Sergio Cabrera, se sintetiza en buena medida la trama de la conmovedora historia. Cabrera, el mismo que en la década de los noventa realizó La estrategia del caracol y que, dígase de paso, fue superada lamentablemente como la película más taquillera en la historia del cine nacional hace pocos meses por Uno al año no hace daño de Dago García (expresando categóricamente con ello que el progreso lineal no existe), vuelve a la pantalla grande con una versión libre de la primera parte de la novela homónima escrita por la cubana Wendy Guerra. En esta historia se relata una compleja historia familiar donde el foco esta puesto en Nieve Guerra, una niña de 8 años que vive en el contexto de la Cuba de los años 80.

 

Este contexto, al serle tan familiar a Cabrera, fue en parte lo que lo llevó a realizar la adaptación al cine de Todos se van, pero más allá del contexto fue en sí el hecho de identificarse con esa niña que tiene miedo de perder a sus padres, de estar confundida dentro y, a la vez, poniéndole pecho a una sociedad cuyo Estado pretende controlar todo. En sí, Cabrera identificó su vida con la historia de Nieve porque su infancia y adolescencia las vivió en la China de la Revolución Cultural, lugar donde vio, sobre todo, las implicaciones en la vida cotidiana de un Estado autoritario, donde es éste quien tiene la custodia de los niños y, por tanto, es el principal responsable de su suerte. Además, fue en este lugar donde Cabrera se identificó con las corrientes de pensamiento izquierdista que lo llevaron a participar en movimientos guerrilleros como el Epl, cosa que Nieve Guerra no hace ni logra identificarse, como bien se muestra en la segunda parte de la novela. Sin embargo, con el tiempo Cabrera se alejó de estos movimientos pero sin dejar de ser un cineasta que en entrevistas y en sus propias obras manifiesta un pensamiento crítico*.

 

Tal es la crítica de su pensamiento que lo lleva a exponer la opresión del Estado cubano en Todos se van, pero de tal forma que no es una crítica en la que cae en los lugares comunes de los enemigos acérrimos de la revolución cubana, sino que su postura está basada en una lógica distinta manifiesta al mostrar cómo una niña sufre tanto el autoritarismo familiar como el estatal, sin dejarse victimizar. Esta Cuba de Todos se van no es la construida a partir de sesgos ideológicos, sino la vivida desde las formas cotidianas que le caracterizan. Una cotidianidad de la que muchos se van y se quieren ir, en este caso, por razones de carácter político.

 

Además, Todos se van es una historia con pocos personajes pero que demuestran un grado de complejidad poco común en el cine nacional, el cual está lleno de sobreactuaciones, de interpretaciones de personajes que a nadie convence. Así, dentro de estos pocos personajes está Eva y Manuel, los padres de Nieve, quienes nos van a contar con sus propias historias no sólo cómo afectan con sus acciones la vida de su hija, sino cómo es vivir teniendo dos vidas, una en público –diciendo lo que debe decirse– y la otra en el vigilado espacio del hogar, diciendo lo que realmente se piensa.

 

En ese orden de ideas, Eva, al momento actual de la historia, está casada con su segundo esposo Dan, un sueco hippy que se la pasa semidesnudo y trabaja en la planta nuclear con los rusos. Esta mujer, que en sus años mozos trabajaba con Mauricio haciendo marionetas para las obras de teatro y cuyos personajes relevantes eran por ejemplo el Che, ahora es una locutora de radio que cautelosamente incomoda al gobierno al poner músicos que hacen parte de la lista negra o que no hablan bien de la revolución, que parece ser igual de malo. Y Manuel es un alcohólico escritor de obras de teatro, frustrado al tener que escribir con “el estilo de la revolución” y no con su propia voz.

 

En pocas líneas, y para la memoria de quien lee la nota: este film es un drama que muestra el sufrimiento de Nieve por un suceso recurrente en su vida: el hecho de que todos se van, o quieren irse, y ella queda sola con su Diario; logrando con esto meterse con maestría en un tema demasiado espinoso, en el cual hay que saber caminar para no pisar las profundas huellas dejadas por los pesados discursos dogmáticos.

 

* Una muestra de esta afirmación se ve en la conferencia titulada “La corrupción creativa y otros venenos” que presentó en Casa América en el 2009. http://www.casamerica.es/temastv/la-corrupcion-creativa

Información adicional

Autor/a: JOHN MARTÍNEZ ARANGO
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