La importancia que tiene clarificar las causas del acelerado desarrollo que atravesó China durante los últimos 45 años es algo que no requiere justificación. La República Popular gobernada por el PCCh atravesó en un período de tres generaciones transformaciones que en otros países ocurrieron durante un largo siglo o mucho más. Un debate que atraviesa la cuestión –sintetizado por Brandt y Rawski (2008)– es si la clave para el dinamismo que mostró la economía china debe explicarse por la adopción de reformas de mercado (como sostienen por ejemplo Lin et al. 1996; Coase y Wang 2012, Acemoğlu y Robinson; 2012), o por el rol que jugaron las políticas desarrollistas y los aspectos de planificación que mantuvo el Estado chino (que es lo que afirman entre otros (Rodrik, 2006 y 2011; Stiglitz, 2014; Gerig, 2019). Tercian también quienes explican la trayectoria de China aduciendo que se trata de una formación socialista (Jabbour, 2019; Ross, 2021) o, por lo menos, enfatizando su carácter no capitalista sino de formación en transición –trunca– al socialismo (Katz, 2023; Roberts, 2015). El conjunto de estas posiciones, incluso las de algunos de los autores que hablan desde el marxismo, buscan calibrar el significado y alcance de las transformaciones de China desde perspectivas informadas por un nacionalismo metodológico. Se discute el peso relativo de sectores capitalistas privados locales, multinacionales y empresas estatales en la economía de China, sin considerar el peso de las determinaciones internacionales, tanto en lo que hace a la reestructuración de la economía mundial como a los cambios en las relaciones interestatales (Agnew, 1994; Rolf, 2021). Si ya de por sí estos enfoques resultan limitados para dar cuenta en general del desarrollo económico de cualquier país en una economía capitalista que, por definición, es un sistema mundial, esto resulta doblemente problemático en el caso de China, porque su auge se produjo en un período de internacionalización de una magnitud sin precedentes históricos (Gereffi, 1994; Roach, 2005).
Encontramos propuestas que buscan salir de la encerrona del nacionalismo metodológico para abordar los procesos de transformación económica. Para el caso de China, podemos mencionar las elaboraciones realizadas desde la teoría del Sistema-mundo (Arrighi, 2007; Li, 2008 y 2016), las de Cadenas Globales de Valor (Nolan y Zhang, 2002 y 2010; Nolan, 2012; Hart-Landsberg y Burkett, 2006) y de “variegated capitalism” (Peck y Zhang, 2013). Estas propuestas tienen en común la idea de que el dinamismo de China vino determinado fundamentalmente por las transformaciones internacionales, de las cuales el gigante asiático fue beneficiario. Pero en sus esfuerzos por superar el nacionalismo metodológico han caído en una tendencia contraria a minusvalorar el rol de los Estados nacionales y del grado de capacidad que pueden tener para influenciar la acumulación de capital e imprimirle orientaciones específicas, dentro de ciertos límites. Estas miradas no aportan herramientas suficientes para explicar las trayectorias específicas. Dejan poco lugar para incorporar la relación entre lo sistémico-global y lo específico nacional, favoreciendo el estudio de la primera dimensión en detrimento de la segunda.
La Teoría del Desarrollo Desigual y Combinado (TDDyC) resulta clave para realizar un abordaje que salga de la disyuntiva entre nacionalismo metodológico y globalismo metodológico.
El origen de la TDDyC
La TDDyC fue originalmente formulada por León Trotsky para explicar por qué el capitalismo en Rusia no repetía los patrones de desarrollo histórico que habían caracterizado al capitalismo en los países europeos donde este se originó –aunque también ese origen fue resultado de procesos globales que incluyeron el saqueo de América, como destacaba Karl Marx (1976) en el capítulo dedicado a la llamada “acumulación originaria” en El capital, si bien como resultado de este proceso característicamente global se desarrollaron relaciones de producción específicamente capitalistas primero en Inglaterra, y luego en otros Estados europeos–. El punto de partida de la explicación de Trotsky estaba en el sistema de relaciones que se habían producido en la economía mundial del capitalismo consolidado de finales del siglo XIX. Lo que aparecía en ese momento es lo que Mandel va a definir como “un sistema articulado de relaciones de producción capitalistas, semicapitalistas y precapitalislas, vinculadas entre sí por relaciones capitalistas de intercambio y dominadas por el mercado mundial capitalista” (Mandel, 1972, 49). Lo que se volvía distintivo era la capacidad, históricamente novedosa, que había desarrollado el capital para entrelazar los procesos que ocurrían en distintos lugares del mundo, moviéndose entre ellos de acuerdo a los estímulos de la rentabilidad. Si el capitalismo era un modo de producción empujado por las necesidades de la valorización a expandirse al conjunto del planeta, y su supuesto era un mercado mundial (Pradella, 2014), esto no significaba que se replicaran los mismos patrones de desarrollo. Por el contrario, la subordinación de los nuevos procesos de instauración de las relaciones capitalistas –las nuevas “acumulaciones originarias”– por parte de las dinámicas de acumulación ya consolidadas que podían sacar provecho de las mismas (Mandel, 1972, 47-48), volvían imposible esta repetición.
La TDDyC fue formulada por Trotsky a través de tres proposiciones:
1) el “látigo de la necesidad externa” (Trotsky, 2017, 20) empuja a los Estados atrasados a tomar medidas desarrollistas, ante la percepción de que los países más desarrollados representan una amenaza económica y militar;
2) el “privilegio histórico del atraso” (Trotsky, 2017, 21) genera condiciones para que algunos Estados aceleren su desarrollo encarando políticas específicas. Esto produce una “compresión” de los tiempos históricos, permitiendo en algunas décadas lo que en los países donde surgió el capitalismo llevó años. Los países en los que el capitalismo penetró más tardíamente contaban a su favor con la posibilidad de aprovecharse de los avances tecnológicos, organizacionales e institucionales ya generados en otras latitudes;
3) no obstante, “la posibilidad de pasar por alto las etapas intermedias no es nunca absoluta” (Trotsky, 2017, 23). La “compresión” de tiempos históricos produce articulaciones complejas con las formas económicas, sociales y culturales. El resultado es que “la aproximación de las distintas etapas del camino” va de la mano de “la confusión de distintas fases”, se produce una “amalgama de formas arcaicas y modernas” (Trotsky, 2017, 23). Esto es lo que configura un desarrollo desigual y combinado.
Las trayectorias históricas de los distintos países no son repetibles y, por lo tanto, no hay una sucesión de etapas atravesadas por países “adelantados” que sirva de modelo para los países “atrasados”. El desarrollo desigual y combinado es resultado para Trotsky de la influencia que ejercen las sociedades capitalistas más desarrolladas sobre las de desarrollo capitalista tardío; pero también está determinado por la manera en que responden los distintos sectores de clase de estas últimas formaciones frente las presiones niveladoras y diferenciadoras que emanan, al mismo tiempo, de la mundialización capitalista (Trotsky, 2012, 95). Asimismo, hay una influencia recíproca, que va también desde los espacios capitalistas “atrasados” hacia los más avanzados.
Para Trotsky, los efectos desestabilizadores que generaba la amalgama y confusión de formas sociales, resultaba crítica para explicar por qué Rusia podría pensarse como uno de los eslabones débiles del sistema internacional. De ahí deducía que la dinámica de la revolución en Rusia, donde la clase capitalista era débil frente al zarismo, el imperialismo y el proletariado, pondría a la clase obrera ante la tarea de dirigir al campesinado como vía única para asegurar el triunfo de las tareas democrático-burguesas que la burguesía ya no era capaz de liderar. Pero, sobre la base de una alianza entre la clase trabajadora y el campesinado, con hegemonía de la primera, a pesar de su minoría numérica en un país todavía eminentemente agrario y feudal, la revolución necesariamente iba a adquirir un carácter socialista.
La TDDyC para abordar el sistema capitalista como una totalidad concreta
Justin Rosenberg (1996) destacó la importancia de la TDDyC para el estudio de las Relaciones Internacionales. Para el autor, la TDDyC constituye un paradigma único en su capacidad de ofrecer una alternativa a la teoría del equilibrio de poderes. Rosenberg evalúa que el “vacío de la teoría internacional” al que se refería Martin Wight (1966) y que continuaba sin resolverse décadas después, se debía en que ninguna de las críticas a la teoría realista pudo ofrecer una alternativa comparable en su simplicidad intuitiva. A pesar de las numerosas críticas que acumuló desde que fuera postulada y de los sucesivos debates que atravesaron la disciplina entre distintas posturas ontológicas, epistemológicas y metodológicas, no se produjo una reinterpretación teórica global que generara una “gran visión” alternativa a la idea del equilibrio de poderes capaz de reorientar fundamentalmente la teoría internacional. Es decir, no añadiendo una crítica más al equilibrio de poderes, sino sustituyéndolo como paradigma de la disciplina (Rosenberg, 1996).
En opinión de Rosenberg, la importancia del aporte de Trotsky para pensar las relaciones internacionales es que reintroduce en el estudio del proceso histórico “precisamente, su dimensión específicamente internacional” (Rosenberg, 1996). En las tradiciones clásicas, “la multiplicidad interactiva del desarrollo social como proceso histórico no entra en la teorización formal del desarrollo” (Rosenberg, 2006). El principal aporte de la TDDyC es que incorpora el hecho de la multiplicidad de entidades sociopolíticas en la teoría social (Rosenberg, 2013). Así, la TDDyC permite estudiar las relaciones de influencia recíproca a nivel intersocietal –en el mundo actual organizado de manera generalizada en Estados-nación, entre países–, entre formaciones económico sociales heterogéneas en sus trayectorias de desarrollo económico, político, tecnológico, y cultural. Pero también permite, en el estudio de los procesos que ocurren en un país concreto, analizar las relaciones de determinación recíprocas entre lo que ocurre en ese país y los fenómenos internacionales (Rosenberg, 2022). “La importancia central de las relaciones internacionales a la hora de comprender cada una de las vías nacionales de desarrollo es evidente” (Rosenberg, 1996). La TDDyC introduce esta dimensión causal fundamental para comprender los procesos capitalistas nacionales, que se desarrollan como partes integrantes y determinadas de un sistema que es por definición global, pero, al mismo tiempo, permite evitar una lectura unilateral de esta relación. No hay simplemente una determinación que vaya de lo internacional a lo nacional, sino que, partiendo de las determinaciones globales, las respuestas que se producen a nivel de los países generan impactos que afectan el desarrollo del sistema en su conjunto.
El DDyC de China
La TDDyC tiene mucho para aportar al análisis de las transformaciones de China. Y resulta particularmente clarificador para discutir los rasgos capitalistas del mismo. Es que este enfoque permite salir de la encerrona en la que terminan los distintos abordajes que buscan fundamentar el que en China se configuró un capitalismo liberal, uno desarrollista o que sigue siendo una sociedad socialista a partir de analizar con “sumas y restas” los aspectos de la estructura económica y social china que favorezcan la caracterización que se busca fundamentar. Este tipo de análisis focalizados en lo descriptivo pueden, con facilidad, encontrar elementos que justifiquen cada una de las caracterizaciones mencionadas. Los dispares resultados que arrojaron los intentos de explicar a China desde el enfoque de “Variedades de Capitalismo” dan cuenta de las dificultades que enfrenta este tipo de taxonomías. Es que, como hemos planteado en oportunidades anteriores, para discutir el carácter de China debemos tomar como punto de partida las transformaciones que estaban teniendo lugar mundialmente en el momento en el que China inició la restauración capitalista, y cómo estas resultaron clave para explicar los aspectos particulares de las transformaciones de China.
El acelerado crecimiento de China, la formación de sus “campeones nacionales” de propiedad estatal y su desarrollo como principal plataforma exportadora, habrían sido impensables si no hubiera tenido lugar una acelerada internacionalización productiva durante las últimas décadas que convirtió a varios países asiáticos –y a algunos pocos de otras geografías–, pero sobre todo a China, en uno de los principales centros de la acumulación de capital. Más allá del peso específico que adquirió el capital privado dentro de China, éste fue sin dudas el combustible central de esta transformación.
Miremos también lo que significó la integración de China para el desenvolvimiento del sistema mundial capitalista. Los desarrollos capitalistas que produjo en China el capital extranjero, orientado a la producción manufacturera exportadora, fueron la contracara de la desindustrialización (relativa o absoluta según la rama productiva a las que nos refiramos) de los países imperialistas. Con sus bajos salarios, China fue una pieza clave del llamado “arbitraje global de la fuerza laboral”, concepto al que apeló Stephen Roach para dar cuenta de una práctica que las empresas multinacionales vienen profundizando desde los años ‘80. Este “arbitraje” consiste en el aprovechamiento de la fuerza de trabajo con bajos salarios en los países dependientes, radicando allí la producción que antes se desarrollaba en las economías desarrolladas, empezando por las labores más “trabajo intensiva” mediante una división internacional de los procesos productivos, pero avanzando también en otros eslabones de la cadena de valor. El resultado de este arbitraje fue un marcado cambio en el “reparto de la torta” entre las clases, con un aumento de la participación del capital en el ingreso generado, lo que ocurrió en los países imperialistas, pero también en estos países que atrajeron inversiones y en otras economías dependientes que quedaron relegadas. China, con su población actual de 1.400 millones de personas y 940 de fuerza laboral, fue una pieza central de la llamada “duplicación” de la fuerza de trabajo mundial disponible para el capital trasnacional, que de acuerdo a la OIT pasó de 1,9 mil millones de personas en 1980 a 3,5 mil millones en la actualidad como resultado de la integración de los ex Estados obreros burocratizados en el capitalismo mundial y de la mayor apertura económica de todos los países dependientes –que se consagró en 1995 con la creación de la Organización Mundial del Comercio–, la que tuvo lugar de forma sistemática desde finales de los años 1970 bajo la presión EE. UU. junto a la UE y Japón, con el acicate del FMI y el Banco Mundial con sus “reformas estructurales” que impusieron en todas las crisis de deuda.
El alto crecimiento de China –y en menor medida de otras economías “en desarrollo”– durante las últimas décadas, es el resultado de haberse convertido en este polo de atracción del capital global, aunque no sea éste el único elemento que lo explica. El relativamente bajo crecimiento económico que tuvieron durante este período los países imperialistas –con desigualdades entre ellos y con momentos bien diferentes, pero en promedio muy inferior a la de los años del boom de posguerra– es la otra cara de un desarrollo desigual a escala planetaria. A partir de este “sociometabolismo” global es que debemos caracterizar en qué se ha transformado China, como resultado de un proceso de DDyC. China registró profundas modificaciones en su estructura económica y social, moldeadas por la penetración del capital, a la luz de la cual se reconfiguró también toda la producción de propiedad pública, con EPE que hoy cotizan en bolsa como cualquier firma privada, aunque no estén condicionadas plenamente por las restricciones de rentabilidad de las empresas capitalistas privadas.
Esta definición metodológica planteada por la TDDyC tal como la estamos proponiendo, no excluye, sino que exige, un estudio de la estructura de la formación económica que se está discutiendo. Pero este análisis procede a partir de trabajar las relaciones que se producen en distintas ramas de la economía nacional bajo estudio, dentro del sistema mundial (Rolf, 2021).
El DDyC que tuvo lugar en China alteró las relaciones económicas a nivel planetario. La transformación de China en el taller manufacturero de todo el planeta, y, paulatinamente, en un competidor de los capitales imperialistas y de los organismos de crédito por espacios de inversión y como prestamista a países en problemas, su salto en la capacidad de disputar el liderazgo en la innovación en algunas áreas, contribuyen a explicar la respuesta cada vez más hostil de EE. UU. ante la amenaza que se percibe que plantea China para su dominio indiscutido. Por eso, el enfoque que proponemos resulta útil para entender no sólo las influencias globales en el desarrollo de China, sino también cómo lo que ocurrió dentro del país analizado retroalimentó cambios dramáticos a nivel internacional (Rosenberg y Boyle, 2019).
Finalmente, entender a China en términos de un proceso de DDyC, implica interrogarse sobre los efectos potencialmente explosivos de la “compresión” de los ritmos de desarrollo que atravesó el país. Haber pasado en 40 años de una economía agraria a la complejidad y heterogeneidad de la formación China actual planteó una mutación a una velocidad que no cuenta con otro precedente en la historia del capitalismo. Desde la conmoción política que terminó con la masacre en la plaza de Tiananmén en 1989 el PCCh logró administrar en niveles tolerables la conflictividad obrera y campesina que se produjo en el país, en sucesivas oleadas, al calor de las transformaciones socioeconómicas. ¿Podrá seguir procesando los efectos de las abismales mutaciones de estas décadas sin trastornos mayores, en un contexto, encima donde la economía no muestra el vigor de antaño? El hecho de que la burocracia del PCCh, desde la llegada de Xi Jinping al poder, ha hecho numerosos esfuerzos por concentrar el poder y reforzado rasgos bonapartistas del régimen, sugiere que la burocracia no apuesta fuerte por esa posibilidad y busca prevenirse ante situaciones que puedan resultar explosivas en un futuro próximo.
Esta sintética presentación que realizamos, permite mostrar cómo el abordaje que propone la TDDyC enriquece la discusión sobre las transformaciones de China. Sin dejar de prestar atención a las transformaciones de la estructura económica y social del país, las relaciones de propiedad y las políticas encaradas por los distintos niveles estatales de China, estas dimensiones se abordan tomando las relaciones sistémicas como punto de partida. Esto permite mostrar de forma más indiscutida el carácter capitalista de las transformaciones en China, pieza central de la reconfiguración capitalista mundial de las últimas décadas, así como mostrar los efectos que produjo el desarrollo de China en las relaciones globales. Finalmente, abre caminos para interrogarse sobre los efectos sociales y políticos que inevitablemente debe generar una “compresión” de tiempos históricos como la que atravesó China, y amalgama heterogénea que debe administrar el régimen del PCCh como resultado de la misma.
Septiembre 15/24
Referencias
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