La transformación social si es posible.

Por: Juan Sebastian Sabogal Parra.[1]

Un discurso anticomunista se ha gestado históricamente como la visión oficial que impone un sentimiento de pánico en el imaginario colectivo frente a cualquier cosa que postule una mirada alternativa de la realidad; así, se ha ido legitimando en diversos escenarios una cotidianidad en la que la desigualdad, la pobreza y la delincuencia se convierten en elementos naturales estableciendo la imposibilidad de dar una respuesta real a dichas problemáticas y todo se reduce a intentos abstractos de hacer un poco más cómoda la desigualdad pero no eliminarla.

Así, es posible observar dos discursos que convergen, por un lado, se encuentra la legitimación del miedo en contra de cualquier forma de pensamiento racional que postula la solución de las problemáticas materiales de la sociedad, y por otro la naturalización de las principales problemáticas sociales que aquejan a la mayor parte de la población mundial. De esta forma, haciendo un uso constante de estos discursos se ha ido estructurando una visión de la realidad en donde la igualdad y la solución de todas las necesidades materiales de la población se categoriza como una mera utopía, razón por la cual la sociedad contemporánea parece perder la esperanza en construir una sociedad diferente y en medio de ello, el comunismo se observa como un genio maligno que tiene la capacidad de resolver todos los problemas que genera el capitalismo, pero es observado con desconfianza y temor.  

Así, dichas perspectivas, hacen parte de lo que Marx determinaba como ideología, siendo esta una construcción de pensamiento que permite resolver las principales preguntas respecto a la realidad, ofreciendo un camino viable o aparentemente viable, en busca de resolver las necesidades materiales de la población o en ciertos casos de establecer un amortiguador para ellas; de esta forma, el capitalismo se ha ido estructurando como el único sistema aparentemente viable, y ha ido convenciendo a la población de tal afirmación, aun cuando elementos como la hambruna, la pobreza y la existencia constante de crisis económicas se mantienen tan vigentes como en el momento en el que el capital y la riqueza se conviertieron en el objetivo central del “desarrollo”.    

Ahora bien, en la actualidad se cuenta con una estructura ideológica que ha establecido relaciones de poder aparentemente naturales que fundamentan la manera en la que se realiza la división internacional del trabajo e inclusive modifica la perspectiva misma respecto a las relaciones sociales en lo que Pierre Bourdieu llama el campo social, las cuales generan en la cotidianidad un proceso de legitimación de la realidad en donde se configura la imposibilidad de construir la transformación social, por el contrario, impulsa una división radical en la que las clases sociales “desaparecen” y el esfuerzo individual se estructura como la base del ascenso social, y es allí donde se establece una realidad innegable, la sociedad se convierte en esclava del capital entregando su libertad, tal como lo plantearía Étienne de La Boétie en “El discurso de la servidumbre voluntaria”, a cambio de mantenerse en el juego del desarrollo, el emprendimiento y la preponderancia del individuo sobre la colectividad.

En tal sentido, la discusión alrededor de las estructuras de pensamiento y la ideología, no puede perder fuerza en la sociedad contemporánea, al contrario, es necesario postular un proceso de reflexión en donde la crítica y una mirada lógica racional de la realidad permita romper con esa visión maniquea de la realidad, logrando conceptualizar la desigualdad como una problemática global y quitando la venda de los ojos respecto al individualismo y el emprendimiento triunfalista, en donde una “gran idea” puede convertir a cualquier persona en multimillonario. Francis Fukuyama en su “Fin de la historia” planteaba ya desde finales de los años 80 el triunfo total del capitalismo, a través, principalmente, de su variante el neoliberalismo, exponiendo la eliminación de cualquier mirada diferente de la realidad, y tal pareciera que el miedo y la naturalización de la dominación, se ha convertido en la mejor metodología para mantener el estado de las relaciones sociales tal como está.

Así pues, la necesidad dirigir la mirada hacia la ideologia imperante y el modelo capitalista implica profundizar la crítica y la lógica, no sólo impulsar desde la academia un análisis profundo de las relaciones sociales y los discursos que han venido legitimando durante siglos la diferencia entre pobres y ricos, blancos y negros, hombres y mujeres, también toma gran importancia proteger dichos análisis, para no convertir la victoria de la crítica en una mirada liberal, en donde aún persista la individualidad como la principal postura frente a la posibilidad de colectivizar e identificarnos como grupo humano en donde las diferencias se construyan como elementos que alimentan a la totalidad de las personas y no como parcialidades que dividen.

En definitiva, pensar en la transformación social implica un ejercicio de lectura crítica de la realidad, una prepondernacia del racionalismo frente al prejuicio y el miedo que se ha impuesto historicamente y que, como se ha dicho, ha naturalizado la desigualdad como modelo imperante en el mundo y mediador de toda relación social, es por ello, que más allá de la academía, toma importancia llevar dicha forma de pensamiento a todo contexto en el que exista el más mínimo miedo a la posibilidad de soñar y hacer realidad una forma diferente de relacionarnos, una en la que los seres humanos no explotemos a otros seres humanos, en donde nadie pueda definirse como más relevante que otros, una en donde el hambre y la pobreza sea sólo un pasado arcaico y no el dìa a dìa.


[1]Magister en Educación, docente de Ciencias Sociales SED y miembro del Colectivo de Maestros Leonardo Posada – William Agudelo.

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Autor/a: Juan Sebastian Sabogal Parra
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