Al margen de las elucubraciones sobre quién se ablandó primero, queda claro que la guerra comercial afecta a ambas economías.
¿Es una capitulación por parte de Donald Trump?, ¿representa un triunfo norteamericano sobre China?, más importante aún: ¿por qué tan rápido desescaló la guerra comercial? Estas son algunas de las preguntas que surgen del reciente acuerdo sobre tarifas alcanzado entre los Estados Unidos y China.
Los gobiernos de Estados Unidos y China dieron a conocer un acuerdo sobre comercio, luego de rondas de negociación bilateral en Ginebra, Suiza. La Casa Blanca lo vendió de este modo: “el presidente Donald J. Trump y su administración han logrado otro acuerdo beneficioso para el pueblo estadounidense: un acuerdo comercial inicial con China que reduce los aranceles, pone fin a las represalias y encamina a los estadounidenses hacia un comercio verdaderamente libre y justo”.
Por su parte, el Ministerio de Comercio de China publicó una declaración en donde detalla las nuevas medidas de desaceleración en la marcha de la guerra comercial y deslizó lo siguiente: “Esperamos que la parte estadounidense aproveche esta reunión y continúe trabajando con China para corregir completamente la práctica incorrecta de aumentos arancelarios unilaterales, fortalecer continuamente la cooperación mutuamente beneficiosa, mantener el desarrollo saludable, estable y sostenible de las relaciones económicas y comerciales entre China y Estados Unidos, e inyectar conjuntamente más certeza y estabilidad en la economía mundial”. Es decir que según China, su contrincante corrigió, parcialmente, el error que había cometido.
El acuerdo
Cabe recordar que el entendimiento entre ambas potencias llega luego de que el presidente Trump de los Estados Unidos intensificara sus medidas arancelarias, elevando la tasa de “arancel recíproco” sobre China del 34% en la primera ronda al 84% y posteriormente hasta el 125%. Como contraparte, China aplicó represalias.
El entendimiento de Ginebra consiste en lo siguiente: a grandes rasgos hay una vuelta a un arancel del 10% durante 90 días, salvo excepciones por alrededor del 10% del universo arancelario. China también ha suspendido o cancelado sus contramedidas no arancelarias contra Estados Unidos. “Estados Unidos canceló un total del 91% de sus aranceles adicionales, y China canceló correspondientemente el 91% de sus aranceles de represalia. Estados Unidos suspendió la implementación de un “arancel recíproco” del 24%, y China también suspendió correspondientemente la implementación de un arancel de represalia del 24%”, resumió el gobierno chino.
El análisis
El Financial Times destaca las declaraciones realizadas por Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia-Pacífico del banco de inversión francés Natixis, quien señaló que “Estados Unidos fue el primero en ceder”. “Pensó que podría aumentar los aranceles casi infinitamente sin verse perjudicado, pero no se ha demostrado que sea cierto. La velocidad con la que se eliminaron los gravámenes en Ginebra sugiere que la guerra comercial estaba infligiendo un dolor severo a ambas partes”, agregó.
“Inspirándose en su experiencia empresarial, Trump utiliza los aranceles como moneda de cambio, aparentemente convencido de que una escalada agresiva obligará a los socios comerciales de EE.UU. a ofrecer concesiones significativas y le permitirá declarar una importante victoria política. Pero negociar un acuerdo comercial no es lo mismo que cerrar un trato inmobiliario. El proceso es más lento, más complejo y mucho más trascendental”, explican Angela Huyue Zhang y S. Alex Yang en un artículo publicado en el portal Project Syndicate.
“Esto es particularmente cierto cuando Estados Unidos negocia con China, que posee una economía enorme (y, por lo tanto, una influencia considerable) y un fuerte interés en no hacer concesiones, ya que ceder a las exigencias de Trump podría socavar el orgullo nacional y provocar una reacción negativa en el país. China tiene pocos motivos para creer que Estados Unidos cumplirá sus compromisos o los aplicará de forma significativa, especialmente dada la enorme desconfianza que Trump ha sembrado. En definitiva, cualquier acuerdo comercial que negocien Estados Unidos y China probablemente será frágil, de alcance limitado y vulnerable al colapso“, concluyen.
Por su parte, el Profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y Subsecretario de Relaciones Internacionales e Interjurisdiccionales de la Provincia de Buenos Aires, Juan Manuel Padín, explica que “el acuerdo alcanzado entre ambas potencias se precipitó ante la creciente desaceleración económica global provocada por la escalada arancelaria, un mal negocio para todos los actores involucrados en la disputa.
“En particular, el lobby de Wall Street y de poderosas industrias, junto a la revisión a la baja de las perspectivas de crecimiento de Estados Unidos, el alza de la inflación y la potencial amenaza de escasez de productos (chinos) en las tiendas estadounidenses fueron más contundentes que las inciertas promesas de ‘traer a las industrias y los empleos nuevamente a los EEUU’. La idea de ‘desacoplar’ ambos mercados resultaba, a todas luces, afiebrada. El grado de apertura e integración de la economía internacional torna inviable esa estrategia, mientras la dependencia mutua complejiza la implementación de toda política que busque modificar las condiciones económico-productivas en las que se desenvuelven las principales firmas, enmarcadas todavía hoy en la lógica imperante de las cadenas globales de valor”, agrega Padín.
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