Cuando se cumplen 50 años del golpe de Estado contra la vía al socialismo de la revolución chilena, y también en breve otros 50 de la Revolución de los Claveles que llevó a su constitución la construcción del socialismo, cabe preguntarse qué significa el socialismo hoy. ¿Por qué ha desaparecido de los programas políticos de la izquierda, por qué ni siquiera se plantea como un horizonte a futuro? Si nos fijamos en las concepciones teóricas, éticas y políticas, todo está en discusión, no hay un canon. ¿El socialismo que Rosa Luxemburgo oponía a la barbarie, según la famosa expresión acuñada por Engels, o el socialismo de la II Internacional que se concretó en la socialdemocracia? ¿Partidos socialistas o partidos comunistas? ¿Anarquistas o comunistas? El debate sobre el socialismo sigue siendo amplio, pero su desaparición de la arquitectura mental de la izquierda institucional es preocupante.
La meta utópica del socialismo primigenio era alcanzar la más amplia libertad del proletariado, liberado de los patronos y de la miseria económica, dejando de ser “esclavos de los ricos”. Un objetivo muy emparentado con las primeras ideas comunitarias anarquistas: tener todo en común, el trabajo, los productos necesarios para la vida. La radical abolición de la propiedad privada era la condición necesaria para alcanzar la meta, la libertad en su sentido más amplio.
El socialismo representó siempre la aspiración de los explotados y oprimidos, y siempre se relacionó con las luchas anticoloniales, un grito de rebeldía, un canto de esperanza, y a veces también de venganza. Desde entonces la palabra “socialismo” mantiene un aire de familia que la entronca con toda una historia del pensamiento moderno, y que mantiene viva las aspiraciones de emancipación social. No es necesario ser marxista para luchar, aspirar o desear una sociedad socialista, simplificando, no depende de saber qué es la tasa descendente de la ganancia o la ley del valor. Pero será imprescindible para pensar sobre el socialismo volver al Manifiesto Comunista, Marx, Engels, Lenin, Bakunin y los anarquistas, los socialistas y la II Internacional; será imprescindible reivindicar las historia de las revoluciones socialistas, criticar los errores y denunciar los crímenes realizados en su nombre. Pues la palabra “socialismo” no puede ser pronunciada sin evocar las vicisitudes del pasado, la confrontación con el capitalismo y las preocupaciones de nuestro destino. Tampoco el socialismo puede quedar constreñido a una discusión política europea, o al debate chino soviético en el período de la guerra fría. La revolución mexicana estuvo impregnada del socialismo anarquista de la mano de Ricardo Flores; la revolución cubana de antiimperialismo; las revoluciones anticoloniales latinoamericanas tuvieron fuerte presencia de los partidos comunistas, cuya mejor representación fue la de Farabundo Martí en El Salvador. Y la acción y el pensamiento tienen su referente en el peruano Mariátegui – probablemente el marxista más vigoroso y original de América Latina- para el cual el socialismo es inseparable de un intento de encantar al mundo mediante la idea de revolución, la mística de la fe revolucionaria, la solidaridad, la indignación moral y el compromiso con la acción.
También en África prendieron las ideas socialistas, con ideólogos de la talla de Leopoldo Senghor, Julius Nyerere o Franz Fanon. Hay tres casos paradigmáticos que reflejan cómo las posiciones socialistas y anticoloniales, que en África tienden a identificarse, han sido atacadas por el capitalismo neocolonial. Patricio Lumumba en la República Democrática del Congo asesinado por los servicios secretos belgas con participación de la CIA (1960). Amilcar Cabral en Guinea Bissau, cuyo asesinato fue organizado por la policía política portuguesa –PIDE- (1973), y el capitán Thomás Sankara, Burkina Fasso (1987) destituido por un golpe de Estado promovido desde Francia por el gobierno de François Miterrand. Días después fue asesinado.
El socialismo no será el resultado de una decisión política que lo instituya, sino consecuencia del proceso de descomposición del capitalismo, de los antagonismos que produce y de las luchas sociales que devengan. La dinámica capitalista aboca ya a una gran emergencia social y ambiental, que debe ser atajada “con alguna forma de autoridad que induzca a la cohesión, y si hace falta sea enérgicamente impositiva, cuyo poder de intervención debe depender de la naturaleza y la magnitud de los problemas generados por el modo de operación necesariamente centrífugo del sistema capitalista”. 1
Pero apalancados en el devenir histórico, sin una subjetividad colectiva resistente –libidinal la llama Felix Guattari- y que aspire a una sociedad que lo supere, el socialismo no llegará, y el futuro esperable será peor. El socialismo que imaginamos será una superación del capitalismo, no automáticamente su supresión2; lo que aspira a suprimir es su hegemonía, que ésta pase del capital al trabajo, del valor de cambio al valor de uso, del crecimiento infinito a la comprensión de los límites biofísicos planetarios. De lo contrario la sociedad postcapitalista será una realidad más opresora aún, la vuelta del fascismo bajo diferentes ropajes, el más vendido se llama ecofascismo. En esta tesitura no extrañará la planificación consciente de la disminución de la población “excedente”–genocidio– doblemente peligrosa, por abundante y por rebelde.
Reponer hoy el socialismo en la agenda política resulta necesario cuando la inmensa mayoría de la población del Norte Global –incluidos el grupo que consideramos progresista o pomposamente revolucionario- no conciben otra realidad que vivir en el capitalismo aunque, eso sí, un capitalismo indulgente con buenos salarios, estado del bienestar y respetuoso con la naturaleza, un capitalismo que si alguna vez existió para una pequeña parte de la humanidad, ya no volverá. Vivir en el capitalismo no resulta nada cómodo para miles de millones atrapados en la pobreza, la falta de horizontes y la exclusión.
La posición acomodaticia occidental que combina la crítica global al sistema con la adaptación en el vivir de cada día ofrece poco margen para la imaginación y aboca a la pereza mental que trata de evitar el desasosiego; indignados sí, pero tranquilos, pues al fin y al acabo la fe y la esperanza –para este viaje no se necesita la caridad- se deposita en idealizados organismos internacionales y en sus tecnologías; como dice el japonés Kohei Saito “la tecnología como ideología es una de las causas fundamentales de la preocupante falta de imaginación que permea la sociedad actual”,3 la que habita el Norte Global. Pero también cada vez hay más preocupación por salir del atasco del sistema, cada vez más movimientos sociales impugnan el capitalismo, y cada vez más investigadores, como Piketty, se declaran abiertamente socialistas. Y del Sur Global provienen movimientos sociales, proyectos y alternativas que hacen frente al poder, crean condiciones para su superación, y promueven en la producción, el consumo y la comunidad realidades al margen del capitalismo.
Algunas ideas para el debate
El debate sobre el socialismo en el siglo XXI entra en una nueva dimensión, pues como señala Ian Agnus “El Antropoceno supone desafíos que ningún socialista del siglo XX imaginó. Comprender y prepararse para esos desafíos ahora debe estar en la cima de la agenda socialista. Si el capitalismo fósil sigue siendo dominante el Antropoceno será una época oscura de gobierno bárbaro para unos pocos y sufrimiento bárbaro para la mayoría.” 4 La producción de energía y extracción de materias primas disminuirá para acompasar la economía a las necesidades sociales y a los condicionantes biofísicos planetarios, algo que choca con la tradición socialista o cómo ésta entendía el desarrollo de las fuerzas productivas.
Imaginar el socialismo futuro abarca muchas facetas: la producción y el consumo, las relaciones laborales, los diversos tipos de propiedad, la relación entre la planificación y el mercado, o la democracia socialista y el fin del patriarcado. Un vasto territorio del que adelanto algunas ideas personales.
Medidas para la contención y suspensión de la acumulación del capital.
El primer problema a superar es la buena imagen de los super ricos en los países centrales: ideal de glamour, modelos a imitar, vidorras a envidiar. Desfilan por las pasarelas del corazón con bodas, bautizos y funerales, destilan pensamientos inocuos para consumo de televidentes y además hacen unas obras de caridad solo al alcance de sus billeteras. No hay que olvidar que su idílica imagen es una creación de los medios de comunicación que patrocinan. Será necesario una labor de desencantamiento que los sitúe en su verdadera dimensión. Un periodismo independiente y unos medios de comunicación públicos no menos independientes deberían acometer esta labor. Sin la complicidad social las medidas legales, económicas y administrativas que será necesario llevar a cabo encontrarán muchas más dificultades de las necesarias.
Una primera medida será limitar sus estratosféricas remuneraciones -rentas del trabajo lo llaman- los famosos bonus y las escandalosas primas de jubilación. Algo que conviene además a los accionistas, pues el ahorro de esos exagerados pagos repercutirán favorablemente en los dividendos a repartir. Esta medida no aportará mucho para mejorar los bajos ingresos de los trabajadores, pero tiene un enorme valor pedagógico, funciona como reparación moral, devuelve a los afectados a la dimensión común de los mortales, fortalece la negociación sindical y es una forma de señalar que el mercado no es intocable.
Otra medida de gran calado será la política fiscal para las grandes fortunas. No es un invento nuevo. El impuesto sobre las grandes fortunas es una medida que rompe el círculo de acumulación y concentración del capital, y da al Estado el volumen de ingresos necesarios para abordar las tareas de reconstrucción social y ecológica. Esta sería una primera fase de un impuesto progresivo sobre la riqueza, pues ésta “depende de la división social del trabajo de la acumulación de conocimientos desde el inicio de la humanidad, de la cual ninguna persona viva puede ser considerada responsable o propietaria”5.
Las políticas fiscales aplicadas en el pasado nunca fueron medidas anticapitalistas, eran simplemente necesarias para mantener la cohesión social y reiniciar el sistema, no fueron contra el capitalismo, sino que lo salvaron. Aplicar medidas semejantes en la actualidad tendrán una enorme oposición y eso las convierte en anticapitalistas. Las grandes fortunas se sentirán amenazadas y reaccionarán en consecuencia, a pesar de que ya hay voces entre los inmensamente ricos que claman a favor de que se les aumenten los impuestos conscientes de que el modelo económico está gripado y amenaza ruina. Así tenemos la paradoja de que impuestos muy progresivos y casi expropiatorios lo mismo pueden servir para superar el capitalismo que para conservarlo, atajando las tendencias suicidas del sistema. Todo dependerá de los objetivos de inversión de los ingresos obtenidos y de la auditoría social sobre los mismos; todo dependerá, en síntesis, de la movilización y participación ciudadana.
Una economía socialista.
Cualquier política orientada a satisfacer las necesidades humanas debe abordar la planificación estatal o regional, para alcanzar las metas que no son posibles en el juego del mercado. Una planificación que choca frontalmente con la conducción política subordinada a los mercados. Si queremos decir lo que es el socialismo del futuro, entonces hay que decir que es una sistemática intervención de los mercados en pro de los valores del bien común, democráticamente decidida. Es lo que hoy se hace necesario para recuperar la libertad humana, que es la condición de todo lo demás.6
Expropiar, intervenir, incautar son verbos que habrá que conjugar en todos sus modos y tiempos. Crear una infraestructura económica al servicio de las grandes mayoría es el gran reto. Dotarse por tanto de una red de empresas estratégicas bajo múltiples formas societarias: pública estatal, regional, o municipal, cooperativas, asociativas o comunitarias. El Chile de Salvador Allende ofrece todo un campo de trabajo para entender e interpretar como se levanta una economía socialista. Ésta deberá construirse sobre los beneficios que ofrece la planificación y las oportunidades que da el mercado, más exactamente los diversos niveles de planificación territorializada y las posibilidades de distintos mercados sectoriales, de proximidad o populares.
El trabajo
Otro gran tema de debate se centra en entender cuál es el papel de la tecnología, el desarrollo de las fuerzas productivas , y en definitiva el trabajo. Podemos imaginar una sociedad en la que quepan muchas formas de empresa (privada individual o societaria, pública, comunitaria, social, cooperativa….) y muchas formas de relaciones laborales. Para empezar, no solo el trabajo remunerado generaría derechos, sino también el trabajo social o familiar no remunerado (que no es lo mismo que el trabajo gratuito impuesto).
Los trabajadores asociados –en cooperativas u otras formas asociativas –sería la forma específica de trabajo deseable, pero no obligatoria, adaptándose el sistema de propiedad de los bienes de producción comunes a sus circunstancias. Los campesinos asociados se verían liberados de su dependencia del agronegocio, y sobre ellos recaería una importantísima función social: contribuir a la soberanía alimentaria. Algo parecido podría ocurrir con los pescadores artesanales, dando nueva vigencia a sus tradicionales cofradías.
El sector público y otras grandes empresas seguirían necesitando trabajadores asalariados organizados, sindicados, que no solo se ocuparían de sus condiciones de trabajo, sino también de que la producción tenga interés social, no solo mercantil. Los trabajadores serían la primera línea de la auditoría popular de sus empresas. No es la autogestión, pero se le parece.
La transición
La transición del sistema actual de producción y consumo hacia una sociedad socialista es probablemente el problema central de cualquier proyecto de emancipación social. El socialismo no es una filosofía social o un programa político, bastaría con que fuera un horizonte de sentido colectivo que dé consistencia a estrategias y programas, una intuición del mundo al que nos abrimos. Pues sin esa intuición no será posible construir un programa político digno de tal nombre. La confrontación política institucional hace que la izquierda más que programa propio ofrezca un listado de contramedidas frente a la agresividad neoliberal. Además el dominio de lo electoral y la debilidad del debate interno limita la capacidad prospectiva de la izquierda, que no ofrece programas o metas a diez o quince años. El socialismo como horizonte de sentido a medio y largo plazo incorpora todas las luchas, todos los movimientos a la tarea común de construir esa utopía dentro de lo posible que la movilización popular y los partidos que la representan –abajo y a la izquierda – podrá convertir en probable. Hoy ya existen referencias vivas y actuales, experiencias de producción no capitalistas en el seno del capitalismo, modelos que representan a escala local formas de desarrollo alternativo o incluso alternativas antagónicas a la idea occidental de desarrollo, como es la teoría del decrecimiento, el ecosocialismo o el ecofeminismo
A pesar de la conciencia de que hay una crisis climática producida por el modelo de producción, a pesar de las crisis económicas recurrentes, del avance de la pobreza, de la violencia y de las guerras por recursos económicos o por el poder global imperial, el capitalismo sigue ejerciendo una atracción fatal, mantiene su hegemonía en el imaginario social. La sociedad de consumo, del ocio y del espectáculo, del brillo tecnológico y ahora de la inteligencia artificial , la sociedad debilitada por el miedo y el Estado de Seguridad7 son los factores que –al menos en occidente- sustentan el poder del capital. El continuo recurso a la bondad del crecimiento se conjuga con la innovación, la responsabilidad individual, la competitividad y tantos otros cortinones del lenguaje para que no entre la luz en la caverna.
Los informes, estudios que acreditan como está el percal no hace mella en la izquierda para abominar, de una vez, del capitalismo en el siglo XXI. A las izquierdas institucionales les falta ese horizonte de sentido que daría el socialismo, está meramente a la defensiva. La consecuencia es que sus bases potencialmente votantes viven en la duda, sin confiar en ninguna promesa, y con el riesgo de no confiar tampoco en nadie.
El problema central es como alcanzar una sociedad emancipada, libre, justa y reconciliada con la naturaleza, partiendo de las condiciones actuales, no de condiciones hipotéticas que deberían darse alguna vez sobre el tablero de los análisis objetivos, de la razón histórica, o de la esperanza mesiánica. Dichas condiciones de las que tenemos que partir son por una parte el impacto social, ambiental y cultural capitalista, y de otra las condiciones subjetivas de la población, de las clases sociales, donde el capitalismo ejerce su hegemonía. Este es el punto central de la cuestión, cómo quebrar la hegemonía del capitalismo.
Las amenazas, los riesgos, las debilidades propias, la violencia del poder, la carencia de metas inspiradoras complican respuestas sociales contundentes, duraderas y eficaces. El conocimiento y la vivencia de la dureza de lo que ya está llegando actúa también como elemento descorazonador y desmovilizador. Resignación y resentimiento son frenos a la acción consciente colectiva. Pero a pesar de todo el mundo se mueve, y la impugnación del poder, como los huracanes, aumenta en frecuencia y virulencia a lo largo y ancho del Planeta.
En palabras de Zygmunt Bauman. el dilema más angustioso no es ya el de ¿qué hay que hacer?, sino el de ¿quién sería capaz de hacerlo? Si nos pusiéramos de acuerdo en lo que hay que hacer.” Pues el tiempo de la transformación será un tiempo difícil, penoso. Vemos que líderes sindicales, indígenas, campesinos y políticos son asesinados diariamente por todo el mundo, van a la cárcel, sufren privaciones. Pero sin ir tan lejos adivinamos que una ruptura con los amos del mundo aquí y ahora boicoteará la producción, despedirá masivamente, y obligará a grandes esfuerzos de solidaridad social colectiva para reponerse. Para esta tarea se necesita tener poder político, pero no basta si no se tiene a la vez una mayoría social con la determinación y la dignidad necesaria para afrontarla.
La condición necesaria a la que todos apuntan son los movimientos sociales suficientemente amplios y conscientes. Con proyección temporal de largo plazo, y con la urgencia de actuar ya. Condición necesaria pero no suficiente, si no va acompañada de cambios institucionales y culturales, si no alcanza poder político, si estos movimientos no confluyen en un mismo horizonte de sentido con los partidos políticos de izquierda; con riesgo permanente de retrocesos y amenazas autoritarias y neofascistas, como señalaba Manuel Sacristán.“No tenemos ninguna garantía de que la tensión entre las fuerzas productivas-destructivas y las relaciones de producción hoy existentes haya de dar lugar a una perspectiva emancipatoria. También podía ocurrir todo lo contrario”.
La esperanza contra la barbarie
La posibilidad de supervivencia del capitalismo o de otra formas de dominación postcapitalista no debe desecharse, pues vemos como se atrinchera en la explotación neocolonial del planeta, en el poderío militar, en el dominio tecnológico y en la hegemonía ideológica con el control de los medios de comunicación y el consumismo. Un miedo atávico al cambio alimentado por el Estado de Seguridad previene contra el optimismo ingenuo, contra la complacencia que se mece en la siesta del materialismo histórico, o contra la esperanza acrítica en la justicia poética que confía en que el Antropoceno desbaratará el capitalismo dando al socialismo una nueva oportunidad, así, por arte de magia.
El socialismo se presenta ahora objetivamente de nuevo como la gran esperanza para la inmensa mayoría de los pobladores del Planeta, pues solo la acción colectiva solidaria está en condiciones de afrontar los tiempos difíciles que ya vivimos. Lo asombroso es que sea tan difícil imaginar el fin del capitalismo para los políticos de la izquierda y para los votantes progresistas, aquí en Occidente, tan advertidos como estamos de los límites del crecimiento, de la insidiosa amenaza del capitalismo mutante -en expresión de Andrés Piqueras- de la desafiante riqueza, de la insoportable desigualdad, de la crisis ecosocial y del colapso subsiguiente.
La aceptación fatalista de que vivir en una sociedad capitalista es lo menos malo que nos puede pasar es la parálisis del bien pasar, junto con el miedo al malestar futuro, siempre peor que el malestar actual, invirtiendo el refrán, todo tiempo futuro será peor. La crisis sistémica del capital y el colapso ecosocial en que ya estamos hace inteligible los límites históricos del modelo de acumulación capitalista, pero la simple conciencia de su caducidad no es suficiente para la acción, se necesitan también metas alcanzables, experiencias alternativas, vivencias colectivas. Se necesita tener interés vital en que esto suceda, sea en nuestra generación o en la siguiente, según toque por la edad del pensante. Esto implica tener en mente un cambio de era. No solo hay que salir del capitalismo, sino que habrá que superar la modernidad, en tanto que era del desencanto.8
¿Cómo avanzar hacia una sociedad post capitalista, como avanzar hacia el socialismo? El filósofo mexicano Luis Villoro Toranzo señala que “una resistencia organizada puede conducir a una transformación total sin violencia” cuando responde a un impulso colectivo originado por un estado de indignación, y cuando esta indignación colectiva toma conciencia de los fundamentos que la provocan, y los impugna. Para llegar a impugnar los fundamentos -y no solo rebelarse contra sus resultados- es necesario comprender y difundir que la situación no tiene vuelta atrás y que no podemos aceptar que la salida propuesta sea la sumisión y el fatalismo –es lo que hay, no hay alternativa- de las grandes mayorías, que aceptarán su empobrecimiento con desolada resignación como un mal menor ante la expansión de la miseria; que la salida de sus crisis es nuestra entrada en la inseguridad permanente individual y colectiva, la pérdida definitiva de disponer de un proyecto vital, el descenso a la categoría de infraclase; residuos humanos del capitalismo global abocado a la catástrofe. Esta transformación sin violencia que señala Lus Villoro Toranzo puede ser –normalmente es– el deseo de los que impugnan el poder, pero resulta difícil concebir que los poderosos no respondan a esta resistencia sin recurrir a la violencia.
Algunos –pocos- imaginan otras formas comunitarias de resistencia al margen de los canales establecidos, y las ponen en práctica. Antes de que el colapso agote su existencia tendrán que imaginar, pensar y construir otros modos de estar en el mundo, fuera del capitalismo. Quizá ayude una suerte de memoria histórica antropológica, y de esta memoria forman parte sin duda el ideal socialista.
La antítesis –negación– del capitalismo es hoy paradójicamente el propio capitalismo mutante, “golpe de estado oligarquico” mundial para ir imponiendo poco a poco un modo de regulación más despótico”.9 El trabajo asalariado deja de ser la fuente de contradicción, pues el sistema de dominación no depende tanto de la explotación del trabajo, sino de nuevas relaciones de producción, apropiación y desposesión, capitalismo neofeudal.
La utopía socialista –negación de la negación- es la superación/supresión de la degeneración post capitalista. Dejar de producir ese exceso que nos define como sociedad de consumo, para producir bienes para todos, valores de uso individual y social, son sus señas de identidad. Se producirán bienes socialmente necesarios, y se producirán de otra manera, la sociedad vivirá su tiempo intensamente y recuperará el espacio de la vida, ese es el sentido de la utopía.
Son los movimientos sociales con proyección temporal de largo plazo pero con la urgencia de actuar ya quienes pueden resistir y responder al sistema de dominación, confluyendo en un horizonte de sentido con partidos políticos de izquierda que ayuden a alcanzar el poder político inicial para discutir la hegemonía. Es hoy el socialismo quien representa ya la negación del capitalismo mutante, de ahí la necesidad de poner la palabra socialismo con todas sus letras en la agenda política, y con todas las reflexiones que hagan falta.
“A desalambrar” es una canción de Daniel Viglietti que se convirtió en himno de la izquierda latinoamericana. Un canto a la libertad, al pensamiento rebelde y a la acción. Hoy habría que desalambrar las conciencias para que entre el mundo real, habría que desaprender muchas cosas que nos dieron por inamovibles, habría que desbaratar muchos prejuicios que ofuscan la mirada: la dependencia del mito tecnológico, la confianza en el progreso sin fin, la economía del PIB, y sobre todo la pesada losa de creer que no hay alternativa.
Septiembre 2023
Notas
1/ Mészáros, István El desafío y la carga del tiempo histórico: El Socialismo del siglo XXI Caracas, 2009
2/ Marx planteaba la superación del capitalismo por el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases, lo que llevaría a su supresión. Suprimir/ superar es la expresión alemana –Aufhebung– que tanto dio que pensar a los teóricos marxistas. Hoy quizá ya no se trate de superar el capitalismo, sino zafarse de él, sobrevivir al capitalismo, no sobrevivir en el capitalismo.
3/ Saito, Kohei El capital en la era del Antropoceno Penguin Random House, Barcelona 2022
4/ Ian Agnus Lucha indígena nº 164 Perú. Abril 2020
5/ Piketty, Thomas, Capital e ideología, pag. 673 Ediciones Deusto, Barcelona 2019
6/ Hinkelammert op.cit
7/ El mantenimiento de un estado de miedo generalizado, la despolitización de los ciudadanos, la renuncia de la efectividad de la ley, son tres características suficientes del Estado de Seguridad para perturbar los espíritus”. Agamben, Giorgio, en De l’Etat de droit a l’Etat de securité, artículo publicado en Le Monde, 23 de Diciembre de 2015
8/ Alberto Accosta, La indeseable pero inevitable crisis global en Esbozos nº 4, Octubre 2010
9/ Piquera, A, op.cit. pag. 143
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