Peligros del estado de opinión, y alternativas

El estado de opinión consiste en la eliminación de la reflexión y la crítica y la imposición de lugares comunes, saberes circulantes. Esta es la impronta cultural del fascismo. Para ello, los grandes medios de comunicación y el manejo y manipulación de las redes sociales resultan cruciales para los intereses de los poderes y las hegemonías. Contra el fascismo son posibles formas de comunicación y de interacción alternativas. Formas alternativas de interacción y comunicación son alicientes para una nueva civilización en emergencia.

Las dictaduras, los populismos, el fascismo y el nazismo, por ejemplo, se fundan en, y aman, al estado de opinión. Descartes, análogamente a Einstein, era un revolucionario bastante conservador. Decía que el sentido común es el sentido mejor repartido en el mundo. El estado de opinión encuentra sus raíces en el sentido común. Sócrates, por su parte, odiaba la democracia, precisamente porque detestaba las opiniones y había que transformarlas radicalmente. Un tema con múltiples aristas.

Todos los regímenes verticales, dictatoriales, populistas, son posibles porque les ha precedido o porque han instaurado un estado de opinión. Esto es, lugares comunes, sistemas y modos generalistas y universalistas de pensamiento –eso que en su momento Vattimo denominó con acierto como “el pensamiento débil”–. Todos leen lo mismo, todos escuchan lo mismo, todos se guían por la misma información, todos terminan valorando las cosas y viviendo concordantemente como los demás, y nadie es específicamente diferente.

Contrario a ello, la vida, como el conocimiento y la naturaleza, se fundan en diversidad, multiplicidad, alteridad.

En su opuesto, la sociedad de masas es estandarizante y uniformadora. Sus sistemas de ciencia y de educación, sus modos sociales y culturales son los de mayorías. Y sí, las mayorías de diseñan, se programan, se manipulan. Los grandes medios de comunicación social cumplen, hoy por hoy, la verdadera función de la religión o de las iglesias: unifican, convocan, definen, valoran. Y claro, por ello mismo sus propietarios, directores, editores y presentadores, por ejemplo, ganan salarios significativamente superiores a los de otros sectores de la economía. Por su función religiosa.

El sentido común es esencialmente acrítico. Se funda en lugares comunes. Y la información que circula en las redes sociales genera lugares comunes, y saberes circulantes. Todo el mundo lee lo mismo, escucha lo mismo, vive y valora lo mismo, y por ese. Ismo conducto aplasta, poco a poco, el valor y sentido de la diferencia, de la crítica, de la duda, de la polémica.

En este contexto, la industria de la cultura y el entretenimiento cumple un papel fundamental. Los circuitos de cines, la industria editorial, las revistas, emisoras y canales de televisión, por ejemplo. Estos, aunados a la industria de la educación constituyen el estado de opinión, que es aupado, adicionalmente desde los púlpitos y otros espacios y escenarios.

El estado de opinión es conservador, generalizante y normalizador. Hay un peligro en la democracia, tal y como genéricamente (¡precisamente!) se la entiende. Exactamente en este punto, en la mejor atmósfera del zapatismo: otro mundo es posible, otra democracia es posible. Posible y deseable.

Pues bien, otra democracia pasa por la transformación de la opinión en concepto, que era hacia donde apuntaba Sócrates. Sin ambages, en ello consiste una educación política, tanto como una buena formación en ciencia, en sentido amplio.

Los defensores del estado de opinión palabrean, lenguajean, tienen un verbo fácil y encantador. Son, literalmente, encantadores de serpientes. Pasan de una palabra a la otra, de un plano al siguiente, engatusan a la gente con cifras, palabras, referencias, y demás, y nunca existe reflexión inteligente, y menos aún, sensible, alguna.

No hay que olvidar que los fundamentos de la modernidad dejaron intacta la importancia medieval de la retórica. Hoy, eufemísticamente, se lo denomina como: marketing político, y cosillas tales como “habilidades blandas” y “habilidades fuertes”. Todo ese lenguaje de la administración y los sistemas de gestión. En las facultades de derecho, explícita o tácitamente, un componente importante es la retórica y la facilidad de palabra. Y finalmente, la educación y la psicología quieren hacer creer que la facilidad de palabra es señal de inteligencia. Y los sistemas de educación conducen a niños y jóvenes a exponer, manejar auditorios, exponer con facilidad, y demás. Hubo en su momento un gobernante que fue calificado por los suyos como de inteligencia superior simple y llanamente por su ligereza en la palabra, en consejos comunitarios diarios y semanales. Un engaño para los suyos y los más ignorantes.

(Valdría la pena recordar que todos los libros de administración se encuentran en la sección de autoayuda de las librerías: “cómo conseguir clientes satisfechos”; “Fulano y su Ferrari”, “Ocho claves para el éxito de ventas”, y muchos más). Control y manipulación.

Pues bien, nada de lo anterior se resuelve con más y mejor lenguajeo, en cualquier sentido. Muy por el contrario, al estado de opinión se lo supera con datos, pruebas, argumentos, reflexión, evidencias, y mucho y muy buen conocimiento. Que es lo que hace un sistema educativo serio –no aquel orientado a resultados, pruebas y exámenes–, y un sistema de comunicación que le da la voz a los que no la han tenido, y que muestra y trabaja espacios perfectamente diferentes de los habituales; por ejemplo.

A la opinión se la supera con mucha y mucha y muy buena información, con mucha y muy bue educación, con mucho y muy bien conocimiento. Y sí: con contenidos alternativos, semánticas nuevas, símbolos poco comunes, en fin, epistemologías y ciencias alternativas y transformadoras.

El diablo, dice el saber popular, está en los detalles; y los detalles significan los matices, cromatismos y sonoridades que no están ofrecidos de manera consuetudinaria en los grandes canales normales. Hay una perversión en el periodismo normal, se trata de la afirmación de que una buena noticia no es noticia, y las noticias son siempre malas, preocupantes, angustiosas. Ese fue el viejo periodismo y es el periodismo del estado de opinión. Al final del día todo termina siendo farándula, como es efectivamente el caso.

En los años 1960, A. Warhol, uno de los padres del pop-art y del op-art decía con acierto: en el futuro cada quien tendrá sus quince minutos de fama. La sociedad de masas juega con la imagen de la gente, y le hace creer a cada cual lo que cada quien quiere creer. El resultado es que la gente gasta horas enteras de cada día viendo información perfectamente superficial en las redes sociales. Más críticamente, en las redes sociales cada cual le da un “me gusta” (like) a sus propios contenidos.

El estado de opinión es fascismo, sin más ni más. Esto quiere decir, pasamiento corporativo y mucho conductismo; esto es, lenguaje performativo, y toda clase de sistemas de retribución y de castigo combinados.

Un sociólogo conservador como Z. Bauman lo señala con acierto, sin embargo: a la gente se la maneja creando de tanto en tanto miedos e inseguridades de toda índole: cuando no es la fiebre de las vacas locas es el covid, cuando no es el desempleo son las guerras de tal o cual tipo, cuando no son las enfermedades de transmisión sexual es el miedo al desamor; lo que sea1. Los sistemas de poder manipulan a la gente más fácilmente con temores y recelos; y los estados de opinión son más que propicios para ello. Sin pruebas, sin evidencias, con manejos acomodaticios de la información. Fue, por ejemplo, exactamente clo que aconteció con el covid-19. Muchos otros ejemplos podrían mencionarse a escala mundial, regional o nacional.

Como parte de esta dinámica, precisamente para hacerla posible, los once principios de la propaganda nazi creados por Goebbels permanecen intactos: simplificación, contagio, exageración, vulgarización, silenciación, unanimidad, y demás2. Muchas otras lecturas, versiones, interpretaciones de la propaganda nazi se mantienen vigentes y son posibles. Existe de hecho una amplia bibliografía académica y científica al respecto.

La sociedad de masas comporta comunicación de masas y educación masiva. Pero lo que se pasa por alto con ello es la estandarización del pensamiento, la normalización del lenguaje, la manipulación de la gente; que es, todo, una sola y misma cosa.

En medio de todo ello, vale la pena tener mucha prudencia con los opinadores; que son también eufemísticamente llamados los “influencers”. Columnas de opinión, canales de opinión, sistemas, redes y contenidos de opinión. Y los hay para todos los gustos. Pero cuando se hace una mirada tranquila a ese panorama brillan por su ausencia los conceptos.

Todo forma parte de eso que Kahneman denomina pensar rápido, vivir rápidamente, en fin, comidas rápidas y demás. Que no alimentan, ni cuerpo ni espíritu, y si indigestan.

Señalemos un contraejemplo, no muy conocido en general: contra la ciencia rápida –esa de publicaciones constantes y de alto impacto (publish or perish, de la academia y la ciencia normales: publica o muérete)–, ha surgido un movimiento importante por una ciencia lenta. Y, por consiguiente, por un pensar lento. Véase el manifiesto por una ciencia lenta3.

Las opiniones son precipitadas. Los conceptos, la reflexión son pausadas. Mejor aún, la ciencia, la educación, la comunicación rápida se corresponden plano por plano con el modelo productivista y extractivista del capitalismo. Nada más lejano a la sabiduría. Y entonces, claro, en el horizonte inmediato emergen los saberes originarios, que son abundantes en toda la vida de Abya-Yala. Vivir sabroso, saber vivir, saber vivir bien, muy notablemente. Los mejores antídotos al estado de opinión.

Endulzar la palabra, que significa tanto como estar abierto a la escucha, reconocer que los relatos tienen su propia temporalidad, reconocer que no es una persona particular la que dice qué son las cosas y cómo lo son, sino la comunidad, el encuentro, los acuerdos mismos. Por ejemplo. El lenguaje es polisémico, las interpretaciones son plurales y las conclusiones son siempre abiertas, y jamás conclusivas o concluyentes.

Hay también curación y sanación a través de la palabra. Sólo que no es aquella diseñada, editada, producida, post-producida, sujeta a censuras y poderes superiores y externos4.

Los lugares comunes, los saberes circulantes, en fin, la opinión, es pensamiento impersonal sobre el cual nadie reflexiona. Con acierto, en otro tiempo y lugar, Heidegger, el filósofo por excelencia del régimen nazi de Hitler, escribía acerca de la inautenticidad. Son inauténticos todos aquellos que viven y hablan en la forma de: “se” o “uno”; por ejemplo, “se dice que x”; o: “Uno cree que y”; o también: “Se cree que z”, y muchos otros ejemplos semejantes. El estado de opinión consiste exactamente en eso: la adscripción anónima a cosas que nadie sabe y todos creen reconocer: “se”, “alguien”, “uno”, y demás.

Así las cosas, nadie es responsable de nada, y todos afirman cosas que a nadie le consta, y demás. Una expresión semejante es todo el mundo de los Gifs y Emojis, por ejemplo, que denotan muchas cosas, pero a la verdad no significan nada.

Así las cosas, el derecho a la opinión es la ausencia de argumentos, la carencia de demostraciones, el ocultamiento de evidencias, en fin, una eliminación de responsabilidades, en cualquier sentido, plano o contexto que se quiera considerar. “Hay quienes dicen…”; “Alguien dijo que h”; “Uno diría que j”, y muchas otras formas semejantes de lenguajear. El lenguajear –una expresión que acuña H. Maturana–, es el hecho de que se llenan con palabras problemas y fenómenos reales, se hacen cosas con palabras, y los problemas auténticos terminan siendo desplazados por términos, palabras y demás.

En otro contexto, el lenguajear corresponde a lo que en inglés se conoce como el “small talk”, y cuya mejor traducción sería: el lenguaje insignificante. Algunos ejemplos de ese lenguaje, que siempre sucede en la vida cotidiana, en la calle, son: “Hola; ¿y qué más? ¿qué cuenta?”; o bien, por llenar un silencio o un vacío: “¡Y cómo ha llovido, no!”. O bien, igualmente: “Ay, si le contara…”, y entonces se van por anécdotas, nimiedades, historias pequeñas y pasajeras.

Como se aprecia, se trata de todo el mundo de la inautenticidad, que es lo que le conviene al fascismo –culturalmente hablando–; es decir, ocuparse de cosas pequeñas y pasajeras para olvidar las verdaderamente cruciales, por ejemplo, la impunidad, la corrupción, los robos y asesinatos, y entonces, claro, todos los responsables, directos e indirectos.

El estado de opinión desplaza el foco de los problemas de fondo de la vida. Por ejemplo, pone a la gente a hablar acerca de la crisis climática, pero no pone el dedo donde corresponde: en la crítica a la función de producción, y por tanto, en la forma como viven los seres humanos; o bien, pone a la gente a hablar de fútbol, de tal concierto, echando un manto de silencio sobre un software espía, como el Pegasus, que ha sido ocultado y sobre el cual sus responsables guardan silencio; o bien, asimismo, pone a los trabajadores a ocuparse de la decoración de la empresa en lugar de llamar la atención sobre los salarios y las condiciones laborales. Prácticamente innumerables ejemplos pueden ser mencionados.

Es indispensable superar de una vez por todas el estado de opinión. El fascismo fue derrotado militarmente; pero todo parece indicar que terminó triunfando culturalmente5. Es perfectamente posible elaborar estudios comparativos, en el espacio y en el tiempo sobre el fascismo6. Es tan delicado todo el asunto que una prestigiosa editorial tiene toda una serie de libros dedicados al fascismo y sus expresiones –ciento tres títulos, a la fecha7.

Y sí: un sector de agentes del fascismo son los periodistas y medios de comunicación llamados “prepago”. Habrá que volver, una y otra vez, al tema. 

1 Z. Bauman, En busca de la política, México, D. F., F. C. E., 2011.

2 Cfr. https://www.piensaprensa.com/2024/03/04/los-11-principios-de-la-propaganda-nazi-creados-por-goebbels/

3 https://slowscience.be/the-slow-science-manifesto-2/.

4 En otro contexto, desde hace ya algún tiempo existe la biblioterapia; cfr. M.-A., Ouaknin, Bibliothérapie. Lire c’est guérir, Paris, Éditions du Seuil, 1994.

5 J. Goldberg, Liberal Fascism. The Secret History of the American Left from Mussolini to the Politics of Change, New York, Broadway Books, 2009.

6 Cfr. https://www.niod.nl/en/publications/fascism-journal-11-1.

7 Cfr. https://www.routledge.com/Routledge-Studies-in-Fascism-and-the-Far-Right/book-series/FFR?srsltid=AfmBOoqytQKsLo-TSGau8RLrsyRMc5FSCezc6xkWG1TU-Am2Lhm-b6IP).

* Filósofo, integrante del Consejo de redacción del periódico desdeabajo

Información adicional

Autor/a: Carlos Eduardo Maldonado
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: Periódico desdeabajo Nº319, 20 de noviembre - 20 de diciembre 2024

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