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Disputar la democracia

Disputar la democracia

¿Qué tiene la democracia que seduce a todos y a todas? ¿Qué tiene este concepto que inevitablemente brinda cohesión a la mayoría de la naciones modernas?

La democracia aparece en el mundo occidental como un sentido común imposible de contrariar. Pocos, ya sea por temor o por realismo político, han tenido la capacidad de menoscabar esta palabra y tratar de destruir su ambiguo significante.

En la segunda mitad del siglo XX la humanidad vivió la Guerra Fría bajo el signo de disputa del significado de la palabra democracia. Los estadounidenses que no lograban aun el voto universal del conjunto de su población –debido a su afincado esquema de segregación sobre la raza negra y los extranjeros en su propio suelo–, lideraban guerras, invadiendo, entre otros países, Corea, Vietnam, Laos, Camboya, bajo la supuesta defensa de la democracia.

A la vez, el conjunto del campo socialista, que no temió un solo segundo para acallar rebeliones internas que pedían la socialización del poder –como la primavera de Hungría de 1956 y la de Praga en 1968–, alzaba el rostro para decir que sus naciones sí eran realmente democráticas, democrático-populares o soviéticas, como sinónimo.

Sea cual sea el bando que se escogiera, ello, y la tradición republicana de la mayoría de las naciones occidentales, brinda una idea simple: la democracia es un horizonte al que no se renuncia. Es decir, es un concepto que no se llena a si mismo, sino que se dota de sentido basado en quienes sustentan la fuerza dentro de una nación. Es, en palabras de intelectuales como Ernesto Laclau, un significante vacío, es decir, un concepto que nadie realmente sabe qué es exactamente, pero que brinda cohesión, y que puede ser disputado para uno u otro bando.

Las izquierdas de nuestra nación, viejas o nuevas, patrióticas o socialistas, retocadas o edulcoradas, hemos palpitado al son de nuestras propias canciones, nos hemos encargado de construir una justificación propia, una cultura propia, un campo de existencia auto justificado, y poco nos hemos preocupado por los valores que están ya afincados dentro de las mayorías nacionales. Hemos luchado heroicamente para existir, sin embargo, muy poco podría decirse de lo que hemos contribuido para que exista una victoria popular de carácter determinante. Ante ello, disputar los sentidos comunes aparece como un horizonte urgente de ser andado, el mundo actual con su cinismo lo pone al orden del día.

Decíamos ya que la democracia, incluso en naciones como la nuestra, es un termino difícil de contrariar, así lo evidencian los distintos poderes y actores, desde la oligarquía que la reclama como una institucionalidad que ha pasado por pocas dictaduras desde la Independencia –”la democracia más antigua de América” reclaman una y otra vez–, hasta la mayoría de ciudadanos que incluso prefieren cambiar su voto por un tamal o una prebenda cualquiera que reclamar una dictadura como el régimen politico necesario. Como sea, queda visto, la democracia ya está en la mayoría nacional y hoy es necesario dotarla de sentido.

La democracia para construir mayorías

¡La democracia nos permitirá construir una mayoría social! Es hora de hacerla una reivindicación y asumir que todo conspira, incluso, en contra de los principios más superficiales del término.

Es imposible aseverar en la actualidad que las ciudadanía son quienes eligen a sus gobernantes, imposible que así sea pues la financiación de las campañas electorales –y esa función tan colombiana que hace de la mafia y la corrupción forma de gobierno– impiden la libre decisión en las urnas. Tampoco es posible justificar una democracia cuando la mayoría de las decisiones de política macroeconómica o de índole estructural –de las cuales derivan políticas sociales sustanciales y el mismo régimen económico– están hipotecadas a complejos financieros como el de Sarmiento Angulo o, peor aun, a fondos buitres internacionales.
¿Cómo hablar de democracia cuando un solo empresario tiene Vicepresidente propio, Ministro de Vivienda y Ministro de la Presidencia? ¿Cómo hacerlo cuando son personajes como Sarmiento Angulo los que deciden de facto sobre negocios como la vivienda y las finanzas de un país? ¿Cómo hablar de democracia cuando quien se aprovecha de políticas como las de vivienda –tan sensible para el pueblo colombiano– es el mismo que realiza el 80 por ciento de las demandas por hipotecas que cursan en los juzgados del país, con el fin de quitarle su vivienda a familias de las clases medias y trabajadores? ¿Cómo asegurar que es democrático un Estado cuando 21 billones del presupuesto de los últimos tres años son entregados a dedo a consorcios que le pertenecen al señor Sarmiento?

Es así el mal también tiene nombre, la democracia nos permite formar un bando más allá de la izquierda o la derecha, o sea que no depende de ellas para ser entendido por el conjunto de la sociedad. Quienes en la práctica, en los hechos, no están con la democracia, son aquellos que convierten los derechos en privilegios. Quienes somos demócratas sabemos que Colombia será digna solo cuando efectivamente sea una comunidad basada en derechos.

Para avanzar como opción social y política, los sectores alternativos necesitamos antagonizar el campo político. La política moderna funciona en dicotomías, de ahí que para disputar la hegemonía necesitemos que los significados que construimos superen una lectura de grises, de puntos medios. Requerimos meter el dedo en la llaga, resaltar lo que consideramos evidente pues muchas veces, a pesar de serlo, termina por no ser visto o, desde una posición resignada, asumido como “así ha sido siempre y así será”. Ricos y pobres, mayorías y minorías, oligarcas y pueblo, nombres concretos de los más poderosos, demostración de su antidemocracia, todo ello y mucho más hace falta para concitar acción y potenciar organización.

Una oportunidad para la democracia

Hoy es posible planear una confrontación, pues nuestra mirada frente a cómo ganar el gobierno y hacer un nuevo poder no funciona hoy y siempre; de ahí que requiramos comprender objetiva y tozudamente que el intervalo de tiempo que va de aquí al 2018 nos brinda la estructura de oportunidad política para preguntarnos, como país, factores como los siguientes:

¿Cómo construir una política que demuestre los privilegios en los que son convertidos nuestros derechos? ¿Quiénes son los que hipotecan la soberanía, con TLC y acuerdos multilaterales? ¿Quiénes ante la crisis económica someten al país a la deuda, a políticas regresivas y al desempleo?

Actuar con iniciativa e imaginación, con liderazgo. Hay que partir de que el capitalismo contemporáneo, y su versión colombiana, hoy no soportan con facilidad una reforma social profunda: democratizar la economía, desnudar las mafias políticas, luchar por la soberanía y forjar una Colombia a base de derechos es una idea que ya está instalada como necesidad en la mayoría social. El dilema es cómo construir una fuerza movilizadora que la dinamice, que la permita, que rompa dinámicas de pequeños grupos preocupados por sostener cada cual su identidad política de izquierda, sin preocuparse por el tiempo, por el territorio, por los actores concretos, por colocarle rostro y nombre a los contrarios, y saltar a un lugar, con nítida vocación de gobierno y poder, que emplace a la oligarquía criolla.

Cambiar para triunfar. Tanto los procesos de paz, como la imposibilidad de democratizar la economía, la política e incluso la cultura, atraviesan por permitimos pensar el cómo asumir la política como cotidianidad, que actuemos conscientes que estamos desatando una confrontación para obligar al enemigo de las mayorías a pasar a la defensiva, a que actúe como minoría, es decir, como un actor secundario en la agenda que propongamos; y para llegar a este nivel tenemos que ganar la enunciación, los términos, y disputar en el terreno del sentido común antes que creernos los salvadores, que es como vivimos y actuamos hasta el día de hoy.

Parece sueño pero es realidad. Dejar la postración y la eterna especulación, superar la permanente dispersión y la complacencia con lo pequeño y lo propio: el terreno del y para el combate está ante nosotros. Un horizonte tan cercano a las mentes de millones de colombinos y tan imposible para las elites políticas nos brinda la posibilidad de pasar a la ofensiva.

Hoy corren los tiempos para disputar la democracia. ¿Cuál? La que nos atrevamos a significar.

Información adicional

Autor/a: Equipo desdeabajo
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