Científicos, académicos y pensadores de toda clase deben poder contribuir a la más apasionante y difícil de las tareas de la existencia: comprender el mundo, entender las cosas y lo que acaece.
Desde luego que el mundo no está hecho de consensos y mucho menos de unanimidades. Manifiestamente que el mundo no es llano ni plano y que, por el contrario, lo definen montañas, peñascos, abismos y playas. Naturalmente que los seres humanos no son ángeles ni demonios, sino ambas cosas a la vez, en una mezcla que es el resultado de las variaciones del tiempo y de los avatares.
Vivimos tiempos turbulentos, y la predicción a mediano y largo plazo se hace cada vez más difícil. Tan sólo, en el mejor de los casos, funciona la predicción a corto plazo; y cuanto a más corto plazo, mejor.
Los titulares de prensa presentan noticias aciagas, y la salud mental es un mal endémico que galopa entre noticieros, páginas web, comentarios llenos siempre de doxa con pretensión de sapiencia, en fin, un aire de desazón, desasosiego y pesimismo contamina los aires que respiran los humanos.
Algo de apocalipsis se ventila en más de una mente, y cada quien trata de ajustarse lo mejor que puede a lo que acontece, mientras sucede lo del instante siguiente. Las crisis se entretejen de múltiples maneras y las organizaciones e instituciones diagnostican y sobre−diagnostican el presente de formas cada vez más variadas.
Un caso notable es Francia, con los ataques recientes por parte de uno de los engendros de la propia civilización occidental, el Estado Islámico. (“Así paga el diablo a quien bien le sirve”, solían decir las tías y las comadronas no hace mucho tiempo). Todo el mundo occidental se solidariza con el país de la Ilustración, la Enciclopedia y la Revolución política de la burguesía. No podía ser de otro modo.
Pues bien, vale la pena fijar la mirada en una de aquellas ventanas pequeñas para la inmensa mayoría de la sociedad. De acuerdo con una prestigiosa revista científica —Science, uno de esos íconos del saber, la ciencia y el descubrimiento—, el principal centro de investigación científica, aquel que reúne acaso a los mejores cerebros del país galo, ha decidido responder de manera creativa a los ataques y la crisis, a los peligros de securitización de la democracia y militarización de la política, dos peligros por los que se deslizan espíritus rancios y peligrosos.
El CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica) ha tomado una decisión —colectiva—. Se trata de pedir a científicos y académicos, a investigadores y pensadores, a filósofos y escritores luces, luces que permitan comprender lo que está sucediendo, pero particularmente luces para entender qué puede suceder a continuación.
La noticia se encuentra en el sitio www.sciencemag.org, y afirma que es necesario un esfuerzo interdisciplinario para comprender el momento presente. En otras palabras, la comunidad pensante entiende que el asunto no puede ni debe quedar en manos de los tomadores de decisión (decision−makers, horribile dictum), manifiestamente no únicamente en manos de comités de crisis y, por tanto, tampoco principalmente en manos de fuerzas de seguridad y agentes del Estado.
Científicos, académicos y pensadores de toda clase deben poder contribuir a la más apasionante y difícil de las tareas de la existencia: comprender el mundo, entender las cosas y lo que acaece. Como es sabido en buena ciencia, una predicción es tan sólo el valor agregado que resulta de una buena comprensión, de tal suerte que sólo quien comprende bien puede alcanzar, por derivación, una cierta capacidad predictiva.
La buena ciencia ya no predice, en contraste con la ciencia clásica, el modelo de la ciencia normal. Por el contrario, la buena ciencia de punta —como por lo demás la buena filosofía, dicho en passant—, se plantea hoy por hoy desafíos de mayor envergadura: comprender los procesos, los fenómenos, las dinámicas en curso. En tiempos en los que los ritmos se precipitan unos sobre otros, y en los que la información y los datos galopan desbocados.
Desde luego que existen críticas hacia Francia, en muchos órdenes y con numerosas razones. No se trata aquí de tomar partido en términos de culpables y/o inocentes. El mundo se ha tornado magníficamente más complejo. Después de todo, Francia —análogamente a cualquier otro país o nación— es tan sólo un gran nombre, una gran palabra.
El comportamiento del CNRS, en cabeza de su presidente Alain Fuchs, es anodino en cualquier país del orbe. No son conocidos otros casos, ni en Estados Unidos ni en Rusia, ni en Brasil ni en la China, por mencionar tan sólo, caprichosamente, algunos ejemplos conspicuos, de que el máximo órgano de ciencia e investigación convoque públicamente a los más educados y formados de los ciudadanos a participar con sus herramientas específicas: pensamiento y reflexión, crítica y análisis, síntesis e imaginación, en fin, experimentación y juego a pensar su país, y con él, lo que acontece en el mundo.
Un verdadero ejemplo que señala, dicho sin pasiones, que la Ilustración no ha fenecido del todo, ese movimiento social e intelectual que tenía como uno de sus epítomes el llamado a que cada quien sepa y piense por sí mismo: ¡Sapere aude! (Atrévete a saber). Una idea que en tiempos de mera opinión, de adoctrinamiento e ideologías variopinto suena de lo que fue también en su momento: un grito de rebeldía y revolución, un gesto de autonomía e independencia de criterio propio.
¿Alain Fuchs? Un gran desconocido para el gran público. Químico experto en simulaciones moleculares. Al fin y al cabo, hay que decirlo, la química es en el mundo actual la más social de todas las ciencias sociales; si no, basta con mirar, literalmente, alrededor nuestro: desde la mesa en que comemos o escribimos hasta las paredes que nos rodean y mucho más allá. Y la simulación: esa forma particular de hacer ciencia en el siglo XXI, y que supera con mucho a la ciencia normal. La simulación (¡que ni siquiera el modelamiento!), esa expresión tecnológica de aquella condición sin la cual absolutamente nadie puede llamarse a sí mismo investigador ni científico en el mundo actual, a saber: la capacidad para llevar a cabo experimentos mentales y jugar con la imaginación.
Sin eufemismos: la imaginación, la más exigua de todas las herramientas sociales y culturales en tiempos de zozobra. Pero, al mismo tiempo, la más vital de las formas de pensamiento de un sistema vivo.
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