El escrito ahonda en la formación del yo. (I) A partir de la escuela elemental dibuja la épica religiosa y la epopeya nacional. A continuación (II) el bosquejo del continuum entre religión y estado nublan la tragedia. Finalmente, (III) la ruptura del continuum y el conformismo con la caricatura y la risa.
I
Viene a mi memoria el primer día en la escuela, el salón de clase para aprender lo elemental: escribir, leer y elementos de matemática. Pero la escuela tenía otra pretensión: satisfacer la necesidad metafísica creando un sentimiento de dependencia sobrenatural; a su vez, un fundamento de orden y seguridad e identidad nacional. En el aula, el tablero, y arriba, a la derecha, el escudo nacional; a la izquierda la imagen religiosa. No sólo se trataba de la instrucción, sino que yendo al fondo lo que se buscaba era formación del yo en la alfabetización, la épica religiosa, forjada desde la invasión española, o bien, la epopeya patriótica desde la constitución de la república. La escuela promovía la imagen del santo o del héroe, el sentido de la existencia que da el catecismo religioso y el catecismo patrio, bien con la participación en los ritos religiosos y las conmemoraciones patrias.

En la formación religiosa se recurría al catecismo –una especie de vademécum–texto que contiene las nociones, información de la doctrina e historia sagrada. Cuestión curiosa, no llegó a la lectura de la Biblia. La religión cumplía una función teórica ya que contiene una cosmología del mundo en la creación. También una antropología que comprende una visión y su sentido: creación, caída, promesa, salvador, eclessia y fin de los tiempos. A partir de esos elementos se forma la subjetividad, el sentimiento de dependencia y los ideales morales: los deberes y obligaciones que proporcionan un sentimiento de individualidad en los buenos pensamientos, palabras y hechos. La dependencia religiosa y la identidad nacional forman un continuum entre la idea del bien teológico y el bien común, de tal modo que se hace difícil separar el delito del pecado.
Además de la épica cristiana que formaba la subjetividad en la dependencia, la epopeya nacional tenía también su grandeza y su sentido. Existía la historia patria de la epopeya grandiosa del descubrimiento, la conquista (sometimiento de los pueblos indígenas) la llegada de la civilización y el establecimiento de la colonia; luego la independencia, con sus batallas, mártires y héroes, para terminar en la formación de la república y la vida libre desde entonces. Con todo ello se pretendía en el yo, la apropiación de la identidad nacional.

Así, si bien se aprendía a leer-escribir-nociones de matemática, la pedagogía consistía en la formación del yo en el laberinto religioso y patriótico. Con esa pedagogía cae la subjetividad artificiosamente en encrucijadas de modo que no pueda acertar con la salida. La dependencia religiosa, en cuanto liga a la épica del salvador y, por otra parte, el yo con la epopeya histórica lleva la nacionalidad, en otras palabras, ata con el Estado, que le atribuye la condición de ciudadano por haber nacido en el territorio, que distingue el yo de otros nacionales, y el odio a los oriundos de otros países.
II
El yo formado o mejor deformado en la religión lleva a la dependencia del dios; a su vez la política conduce a la identidad con la nación. De esta manera, la religión reúne la cosmología y la moralidad religiosa; a su vez, la patria limita e impide la aprehensión del conjunto de situaciones del contexto mundial. El Estado-nación se caracteriza por la autodeterminación, concepto que oculta el juego de las grandes potencias. Ahora bien, se oculta lo trágico pues en lo más alto del presente por el lomo de doscientos años cabalga la vida apacible de los presidentes de la Real Audiencia y la pompa de los virreyes con la corona que une el poder religioso en el monarca o rey, que con un lenguaje elocuente, pulcro imprime el carácter de grandeza y oculta la violencia para someter e imponer la autoridad y la obediencia a los pueblos.
Durante la colonia la cuestión económica giraba en torno a la encomienda, los resguardos y la mita. El sometimiento erigido en la pirámide: esclavos, indios, criollos incómodos o cómodos españoles. La mayoría de la población en la mansedumbre católica analfabeta. La tierra para pocos, sin olvidar la exportación del oro y materias primas y la llegada de los productos elaborados. El desconocimiento del otro, con la servidumbre del patrón y el amo de los esclavos. Pero vino la independencia, el desmembramiento de la monarquía y la invención de la república en la cual la defensa de la patria se constituye en la ficción de autodeterminación, de una atmósfera de libertad, partiendo del principio que se es un pueblo libre.
La independencia dio lugar al plano legítimo en la carta de los principios, al derecho de la nación a disponer de sí misma, de la democracia y, con ello a la espiral que lentamente cae en picada en la nación que va al neocolonialismo. Innumerables guerras, desconocimiento de las voces disidentes, disputas, constitución liberal, regeneración, conservadores en el poder, república liberal, restauración conservadora, dictadura, Frente Nacional con el continuum de la violencia orquestada por la política y religión, que conducen a la miseria, odio, al desastre de la sociedad. Y, el fin de la historia cuando se llega a la conclusiva de la lucha por las ideologías, envuelto en imposiciones religiosas y nacionales
Con la caída de los países socialista del este europeo viene la buena nueva del fin de los tiempos. La implementación del neoliberalismo que, campea con sus dos pilares: economía de mercado y democracia del voto. La globalización, abriendo las plazas y centros comerciales a los mercados, rebajando los avances y abriendo el espacio para los capitales extranjeros. En lugar de empresas del estado privatización de lo público, desde las telecomunicaciones hasta la electricidad. Tratados de Libre Comercio y dar fin a la poca industrialización, pues todo se importa desde el calzado, ropa, alimentos…
No se supera la economía colonial exportadora de materias primas como petróleo, carbón, oro, en medio de la violencia entre guerrillas, narcotraficantes y paramilitarismo. Sin embargo, la predica de la autodeterminación, de una atmósfera de libertad, de la democracia del voto ondea en la nación. En el áspero suelo importa el mercado mundial sin que interese el mercado interno, pues no importa la agricultura, la industria, ya que el modelo adoptado lleva a que no haya trabajo ni creación colectiva. Y, desde esta óptica, en los centros comerciales las multinacionales ofrecen sus mercancías, mientras la informalidad, el rebusque y la corrupción extienden sus toldos en la cotidianidad. De la solución de conflictos se encarga la fuerza pública.
Los sentimientos de dependencia religiosa y la patria-nacionalidad se respiran en el ambiente. Existe la instrumentalización de los sentimientos y emociones tanto por parte de la religión como de la patria. para ocultar la tragedia. Con el fin de conseguir bienestar y el fin de la violencia se recurre a la esperanza de la paz.
III
La religión y el estado son instituciones mientras que la cultura es el espíritu particular, espontáneo y libre. Un elemento independiente en cuanto no está sometido a ninguna institución pues es la mirada crítica. El estado, desde sus poderes intenta someter, dominar, conducir la cultura a sus predios. Así, en el ambiente que se respira, los media ofrecen diversión, estar de acuerdo, no pensar, pues la cultura hace posible que el dolor no se mencione. De este modo, mediante la diversión y el comercio se doman los instintos pues se inculca la condición necesaria para admitir la vida despiadada.
No se puede olvidar que las grandes empresas como bancos, industria, comercio sostienen los media, y contribuyen a mantener el fundamento institucional, dado que entretienen en el conformismo, en la tradición del “trono y el altar”. Hay la unidad del principio metafísico con el principio del orden cuando la cultura no es otra cosa que un engarce entre el estado sacralizado y la religión. En el juego de las fuerzas hay un continuum entre la religión-media-estado, sin diferenciación entre el orden estatal y la seguridad metafísica de la cultura afirmativa. Ésta contribuye a la estabilidad del statu quo.
La Constitución de 1886 junto con el Concordato de 1887 constituyen la nación, un estado confesional. Cuestión distinta de la Constitución de 1991 que pretende encarnar principios universales, mientras que los preceptos religiosos, con libertad de cultos no son elementos del estado. Se acepta un estado constitucional basado en una moralidad secularizada, pero en la realidad prevalece el continuum. No es nada fácil la “mayoría de edad”. Es difícil disolver la épica religiosa y la epopeya heroica, que inculca el dogmatismo y la conformidad.
La ruptura con el mundo colonial no significó dejar a un lado la “sustancia colectiva y social de los hispanos”. El estado que formó la élite ilustrada reemplazó el lenguaje del súbdito por el del ciudadano, pero continuó con la religión barroca, mientras la mayoría de la población permanece en el analfabetismo funcional. Mas, cuando la comedia bosqueja a las figuras religiosas y a los prohombres o héroes, no como dicen ser, sino como personas de menor calidad, surge lo risible. Lo cómico hace posible ver la fealdad y el vicio.
Pero puede suceder que la certidumbre rasgue el velo de la mansedumbre y el conformismo. Y, la visión de las cosas y los sucesos adquieran otro cariz. En la caída quedan atrás las creencias y las certidumbres forjadas por el orden establecido. La ruptura sumerge en una arrebatadora confusión de desconcierto. Al mismo tiempo el yo, desde la distancia lleva a percibir lo ridículo. Por ejemplo, entender cómo operan los media. Entonces, la subjetividad al percibir la apariencia se da cuenta de que se ha estado perdido en el laberinto de la irrealidad.
El asombro viene con una carcajada cuando se miran los retratos de los virreyes, los monseñores en su ajuar y pompa, luego las representaciones pictóricas sagradas y las eminencias de la vida republicana. Buena parte de los pintores que hacían obras de “arte” lisonjeaban la religión, o bien, eran serviles para matizar los hombres de estado, como si estuviesen fuera de espacio y de tiempo pues “no eran ni vivos ni muertos.” Más el encuentro con la literatura lleva a percibir la realidad como algo grotesco. Basta con una mirada a Cien años de soledad. El yo se encuentra ante la religión caricaturesca empeñada en la construcción de un templo más grande que el de Roma. Los milagros que prueban la verdad del dogma mediante la taza de chocolate que permite levitar cinco centímetros sobre el suelo. Y, la política: “Los liberales eran masones, gente de mala índole, partidarios de ahorcar a los curas, de implantar el matrimonio civil y el divorcio, reconocer iguales derechos a los hijos naturales que a los legítimos y despedazar el país en un sistema federal que despojara del poder a la autoridad suprema”. Y de otra parte. “Los conservadores, en cambio, que habían recibido el poder directamente de Dios, propugnaban por la estabilidad del orden público y la moral familiar: eran los defensores de la fe en Cristo, del principio de autoridad, y no estaban dispuestos a permitir que el país fuera descuartizado en entidades autónomas”. Pero lo más grotesco es cuando los trabajadores de la compañía bananera llegan a la huelga y, el gobierno interviene para solucionar el conflicto. El arbitraje del estado, para dar solución al conflicto… el envío del ejército para masacrar a los trabajadores.
El yo se encuentra con que los valores se desmoronan ante la comedia, pues la risa quiebra el continuum. La formación que se ha tramado como sólida se desdibuja. De la certidumbre brota la duda. Parece que se rasgara el velo de la mansedumbre y el conformismo, pues la parodia hace que la historia adquiera otro cariz. El cómico disuelve las creencias y las certidumbres forjadas por el orden sagrado de lo establecido. Al mismo tiempo que lo ridículo deforma la percepción de los media. El yo pierde el respeto al mirar más allá de la apariencia pues se da cuenta de que se encuentra en el laberinto del engaño. Aunque, dentro de los alcances y límites de lo permitido, los programas, bien de radio o televisión que tienen chistes simplistas, sátiras a determinados comportamientos humanos, tramas endebles, temas triviales, ricos y pobres. Mas, “Bienvenidos a la desinformación…”. Tras la atmósfera de la corrupción política, narcotráfico, guerrilla, se sospecha la farsa de la vida cotidiana.
La risa libera, diluye el manto de lo sagrado, borra el miedo ante el estado. Pone entre paréntesis las relaciones de dominación. Si bien es cierto la tolerancia se suele esgrimir como garantía del juego democrático, la imaginación lleva a un mundo distinto. La censura no interviene sólo con la tijera. Hay otros métodos: “Jaime Garzón ha dicho la verdad, debe ser ejecutado”.
Suscríbase

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