Como lo advirtieron algunos expertos en su momento, la crisis educativa se profundizaría con el cierre de escuelas y colegios durante la pandemia y con la implementación masiva y prolongada de una educación virtual remota sin sustento tecnológico adecuado como compensación.
Los resultados saltaron a la vista: crecimiento de deserción y repitencia, promoción automática en otros casos y ausencia de aprendizaje significativo en la mayoría de casos, con el agravante de una situación psicoemocional en estudiantes y profesores enfermos mentalmente que retornarían angustiados, confundidos, desconfiados, taimados…etc.
Tras casi dos años de encierro, en el segundo semestre del 2021 la Ministra de Educacion de entonces. dio la orden de regresar a las clases presenciales y mandó palabras de elogio y fraternidad para los profesores. Fue un gesto muy amable de su parte, ya que nosotros sabemos que ella no necesita nuestra amistad.
También sabíamos que su preocupación por el derecho de los niños a la educación lo utilizaría hábilmente como bandera para despertar las fibras sensibles de la sensiblería que nos caracteriza como sociedad, lo que constituye una bella metáfora jurídica que dista de la realidad de un sistema educativo que vive de espasmos burocráticos y poco asiste a los menores más necesitados.
En realidad, lo que los profesores sabemos es que nuestros administradores nos tienen en alta valía, siempre y cuando seamos carceleros de los niños que tanto dicen defender.
Es pertinente recordar aquí, que cuando el virus detuvo al mundo y puso a muchos ministerios de educacion de muchas latitudes ante la emergencia de revisar sus políticas no solo en dotación de recursos tecnológicos y fibras para internet que requería la educacion remota, sino en revisar los fines del modelo pedagógico pensando en el nuevo escenario que se venía, nuestro ministerio de educacion no hizo ni lo uno ni lo otro.
Lo paradójico fue que el virus que nos cambió la vida cotidiana, no cambió a la gente y, aunque nadie duda que hubo un antes y un después de la pandemia, el desafío está en saber de qué este hecho ese “después”. Como dice la canción, ¿después de ti qué?
Llegado el momento al retorno, pasó lo que presentíamos iba a pasar, volvimos a las prácticas del pasado, en las que su fin pedagógico conlleva a la prisa por terminar rápido la clase, terminar el bimestre, terminar el año, como si la única meta fuera terminar, y así se gasta la vida. Es como si viviéramos para morir.
¡¡Fue así como llegamos al aula como si nada hubiera sucedido, diciéndole a los estudiantes, ¡siéntense en fila y pongan atención que vamos a continuar con el programa!
Sin duda hacemos nuestro trabajo, dictamos las clases, corregimos previas y talleres, firmamos las actas y nos vamos a descansar a las casas, sin duda, los estudiantes (no todos) hacen lo propio contestando los contenidos que acaso poco les interesan más allá de la nota, fingiendo que aprenden significativamente,
pero el problema no está en que no hagamos las cosas sino en hacer la misma cosa, ahora con un agravante y es que la virtualidad –tan desastrosa durante el encierro del sistema escolar–, emerge como una opción cada vez que se presenta un empapase en la escuela, sea porque se vaya el agua, sea por una inundación o cualquier otra circunstancia que perturbe la cotidianidad de la escuela.
Como bien afirma Isabel Segovia en columna en El Espectador, “los avances tecnológicos son un gran apoyo al proceso educativo, y aplicados adecuadamente lo complementan y mejoran, pero jamás reemplazarán a la presencialidad. Me temo que la pandemia emperezó al sistema educativo y, a pesar de la evidencia, se sigue utilizando virtualidad para hacer el menor esfuerzo, lo cual no ayuda a resolver los graves efectos de los cierres, ni a enfrentar los enormes retos que tiene la educacion”.
Aunque mi lenguaje suene duro y molesto, prefiero hacerlo en lugar de dulcificar las cosas con eufemismos que encubren los hechos y no llaman las cosas por su nombre, colocando palabras para que suenen mejor, porque uno comienza a ceder por ceder en las palabras y termina por ceder en las ideas, y ya no piensa sino en lo que suena bien visto.
Ahora, con el gobierno del cambio encabezado por Gustavo Petro Urrego, el sistema de educacion parece dar señales de vida (por lo menos comienza a vérsele el sombrero al ahogao), pero en materia de educacion básica y media se requiere, como en la película Twister de 1996, que el M.E.N conforme un grupo de “cazadores de tormentas” que busque meterse en el ojo de la tormenta para insertar allí un dispositivo volador que le permita rastrear la lógica de las prácticas escolares y hacer modificalidad simbólica. Entrarle al ojo de la tormenta requiere tener manos de seda y ojos finos que permitan meterle manos a toda clase de dispositivos que allí conviven –sociales, culturales, económicos, afectivos y más–, para que no nos estallen en la cara.
Necesitamos escuelas como barquitos de papel que sepan navegar en medio del diluvio universal con sentido, para no perderse en esas aguas truculentas.
Por, Alonso Ramirez Campo, docente colegio Distrital Jorge Gaitán Cortes
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