La ansiedad es un afecto que se puede definir como “exceso de futuro”. Per se, la ansiedad no es negativa, es posible que dicho afecto se experimente en diversas intensidades a lo largo de nuestras vidas. Sin embargo, solo recientemente se habla de un Trastorno de ansiedad generalizada. Este trastorno, como todo trastorno y enfermedad, tiene un carácter histórico. Las dinámicas de producción y consumo, guiadas por la incansable acumulación de capital, obligan a comprimir el espacio y acelerar el tiempo. Lo anterior se logra, por ejemplo, a través de tecnologías como los teléfonos inteligentes, que nos permiten desempeñar múltiples trabajos de manera paralela y estar cada vez más disponibles en espacios superpuestos. “El tiempo es oro” para el capitalismo, y la enfermedad tiene su “cura” espontánea: salir de compras.
Si el consumo calma la ansiedad es debido a que satisface la necesidad de alcanzar eso que aún no se posee, es decir, de convertir el futuro en presente y, aunque sea de manera momentánea, aminorar así el “exceso de futuro”. De ahí que, en el fondo, importe poco el objeto de deseo, pues lo que está en juego es la relación entre nuestros ritmos vitales y los tiempos acelerados del Capital, que pasan por todo tipo de procesos de corporización, algunos de ellos claramente patológicos. Algo parecido es desatado por la sensación de no saber qué pueda acontecer, no solo en el terreno laboral, sino en el amoroso, político, ecológico, etc. La aceleración del tiempo nos obliga a pensar en varios futuros que invaden el presente antes de que podamos caminar hacia ellos. El tiempo se acelera tanto que nos llegamos a experimentar como pasados consumados de futuros que no han acontecido, produciendo una parálisis generalizada.
No obstante, ante una enfermedad histórica, aparecen técnicas que tienen cierto grado de efectividad: la cultura terapéutica y de autoayuda, la psiquiatría y sus soluciones farmacológicas, las viejas sectas religiosas reconfiguradas y revitalizadas por los nuevos malestares, etc. Todas estas instancias, en efecto, contribuyen a aliviar el trastorno, su materialidad e historicidad es tan real como la de la ansiedad generalizada, pero ninguna de ellas podrá superarlo, ya que su superación exige entablar relaciones diferentes a las de los tiempos acelerados del Capital. Lo anterior no solo significa que haya que trascender las relaciones sociales de carácter capitalista, sino que es necesario construir redes que constituyan cuerpos capaces de experimentar afectos diferentes a los imperantes, pequeñas vacuolas con la capacidad de esparcirse viralmente (¿le llamamos a eso amor?). Además, podemos jugar con la aceleración temporal y vivir como si fuéramos el pasado de futuros postcapitalistas ya consumados.
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